9.29.2009

Mi pueblo


Lo que acaban de ver no es una broma ni un montaje, es la verdad: in-your-face. Portoviejo Rock City ya no es un apodo cariñoso ni una manera cool de referirse a la capital de todos los manabitas. Ahí está, existe, se puede ver, tocar, fotografiar. El letrero está en la entrada sur de la ciudad, justo antes del puente Bellavista, cerca del río. No apareció de milagro. No lo puso el municipio. No fue la donación de una empresa privada. No fue una promesa de campaña. Fue La Rola, una banda local que se prepara para sacar su primer álbum este año. Lo pusieron ahí para hacer unas fotos para el disco y, de paso, para la posteridad. Desde ahora ese letrero, esa leyenda, es un lugar sagrado.

No he resuelto mis líos con Portoviejo, eso lo tengo claro, pero estoy en eso y estoy en paz. No puedo decir lo mismo de mis personajes, ellos tienen batallas pendientes.

Portoviejo es un lugar difícil. Como todo paraíso, puede convertirse en trampa y en infierno de un momento a otro, y suele hacerlo a su antojo sin mostrar ningún empacho. De alguna manera, siento, es como ese pueblo inmóvil en Big Fish, en el que Steve Buscemi escribe versos que no terminará jamás. No pasa nada. O pasa poco. Pasan el viento y algunas hojas flotando, envueltas en nubes de polvo. Pasan los heladeros y la buena gente que vende Avena Polaca. Pasan las carretas de encebollado que pueden salvarte la vida y el mancito que afila cuchillos. Pasan las motos chinas que hacen más bulla que otra cosa y ya no pasan los aviones porque el aeropuerto Reales Tamarindos está cerrado y nadie sabe a ciencia cierta qué pasará con nuestra pista (esa pista en la que entrábamos de incógnitos, por una reja lateral que atravesaba un monte crecido, para sentarnos a chupar y a ver las estrellas).

En mi pueblo puedes beber, puedes fumar esto y lo otro (pero no de todo), puedes tener pelada, casarte, tener hijos y tener moza y administrar el negocio de tu viejo (si lo tiene) y seguir como si nada hasta allá, hasta la muerte. También tienes que fajarte, buscártela, pelearla. Las ideas nuevas no son muy bien recibidas y la costumbre es copiar aquello que funciona hasta que la sobreexplotación acabe con el recurso (tal vez por eso, en Portoviejo hay más carne a la parrilla per cápita que en Buenos Aires). Así es, esas son las reglas y al parecer alguien las escribió, en piedra, hace mucho tiempo. Son fáciles de seguir, pero no de romper. Por eso este es un gran momento, un símbolo, una bisagra histórica. En los tiempos del pop, el emo y los tributos que llenan bares que le apuestan a lo seguro (o sea, hacen trampa), un grupo de rock, y un grupo de gente, han rebautizado a su ciudad con un nombre que ya existía en el inconsciente colectivo y fue ganado en años de lucha.


Me ha pasado muchas veces. Conocer a alguien, decirle de dónde vengo, de dónde soy, hablarle de música y luego descubrir que en Portoviejo se escucha más y mejor rock de lo que pensaba. El rock fue nuestro escape, nuestra respuesta, nuestro refugio, nuestra manera de abrir un paréntesis y poblarlo de aliados. Ahora es parte de nuestra vida, crece, se comparte y, estamos seguros, no empieza ni termina cuando subimos a un escenario o cantamos al pie de una tarima. Allí, en ese letrero, es donde se unen todos los puntos de nuestro universo.

Bienvenidos.





9.24.2009

El apocalipsis según Richard Kelly.


Donnie Darko se estrenó a comienzos del 2001 y por un momento todos volteamos a mirar. Una película como ninguna otra, o como pocas, lo suficientemente explicable para no ser inexplicable, llena de licencias y riesgos, mezcla de ciencia ficción, angustia adolescente y adulta decadencia en tonos pasteles. Además, era la ópera prima de Richard Kelly, que por entonces tenía veintiséis años y era algo así como el próximo gran cineasta norteamericano, la promesa, el futuro. DD nos dio muchas cosas. Nos dio, por ejemplo, un final abierto que se sigue discutiendo y abriendo hasta el día de hoy. Nos dio a un Patrick Swayze (que ojalá haga con las nubes lo que hizo con las olas en Point Break) que se libró de todo mal y actuó como los grandes. Nos dio el comienzo de lo que luego sería Jake Gyllenhaal tal como lo conocemos ahora. Le dio a su director la posibilidad de hacer, literalmente, lo que le diera la gana, y así fue.


La segunda película de RK se llama Southland Tales y es, en pocas, su versión de USA post 9/11. ST es el fin del mundo y fue, de alguna manera, el fin de un director. Casi nadie la vio y los que la vieron (críticos, en su mayoría) no tuvieron piedad y la destrozaron en público. Cuando se esperaba un DD fully loaded, RK decidió filmar el apocalipsis y la explosión acabó con el culto, con los seguidores y con los premios internacionales. Me habían hablado de esta película con temor y con ganas, tipo es horrible, no se entiende nada, pero tienes que verla. La compré hace mucho, puede que hace un año, y debo reconocer que, a la hora de la hora, siempre me temblaba la mano. Después de todo, ¿cuál es el momento indicado para ver una película de casi tres horas con Dwayne The Rock Johnson (una estrella de acción que viaja en el tiempo, regresa con amnesia, tiene vínculos maritales con la política y una extraña relación con Jesús) , Seann William Scott (un policía drogadicto que tiene vínculos con un grupo revolucionario llamado los Neo-Marxistas y podría ser el nuevo Mesías), Justin Timberlake (un soldado que regresó de Iraq a Los Ángeles y se la pasa alucinando, inyectándose y cantando) y Sarah Michelle Gellar (una actriz porno con aires de diva que quiere dar el gran salto a reality TV)? Creo que no existe. Por eso ayer, después de un largo día de crónica periodística, de sobredosis de verdad, me armé de valor y lo hice: vi ST de principio a fin. No puedo decir que entendí todo ni que capté todas sus señales e intenciones. No. Puedo decir que, de una manera más bien sensorial, como si de una instalación privada se tratase, la película me gustó, me encantó. El fondo es claro: la superficialidad desesperada, la ambición paranoica y la confusión ideológica acabarán con Elei y con el mundo entero. La forma, sin embargo, se pierde, se enreda, se confunde, cae al piso y se rompe y es imposible unir sus pedazos. Llegado un momento, uno de tantos momentos, queda claro (aunque también queda espacio para la duda) que los únicos que realmente saben qué está sucediendo son los personajes (hay que decir que todo el cast hace su trabajo sorprendentemente bien), y el espectador debe reducirse a la mínima expresión y contentarse con mirar. ST es una película frustrada, sí, pero no es una mala película ni mucho menos una película estúpida. RK se equivocó, se fue de largo y se le fue la mano, pero no le tuvo miedo a la posibilidad de equivocarse y eso, a veces, vale más que un acierto cauteloso. Hizo una película híper personal, disfrazada de mega producción, que pelea por las causas correctas.


Dentro de poco, en noviembre de este año, RK estrenará The Box, su nueva película, protagonizada por Cameron Díaz y basada en un cuento del veterano Richard Matheson (autor de I Am Legend, What Dreams May Come y guionista de La dimensión desconocida). Es la historia de una joven pareja que encuentra una caja de madera y de pronto se convierte en millonaria. Lo que no saben es que cada vez que la abren, alguien cercano y querido muere en el acto… Qué importa, la voy a ver.


9.22.2009

De cara contra el pavimento


Es oficial, Pavement volverá a los escenarios el año que vine. No es una reunión definitiva ni habrá nuevo disco, pero es suficiente, por ahora. De todos los reencuentros acontecidos en el siglo XXI este es, sin duda, uno de los más importantes. Hay que celebrar, siempre por lo bajo. Hay que arrodillarse, juntar las manos y ponerse a rezar. Hay que reunirse con la gente indicada (y tal vez uno que otro a punto de iniciarse), escuchar Slanted and Enchanted, Crooked Rain, Crooked Rain, ver Slow Century de principio a fin y repetirlo si es necesario. Hay que ponerse a ahorrar. Conozco gente que ha viajado por Pearl Jam, por Radiohead, por Oasis. Salir de tu casa, de tu país, para ir a uno de esos conciertos que alimentan el alma me parece justo y necesario. Yo viajé por los Stones y hasta ahora tengo la sensación de triunfo. Pavement merece un viaje sin retorno.


Para muchos, Pavement es la banda más importante de los noventas y la razón de ser de lo que ahora conocemos como indie rock. Yo, la verdad, me los perdí en esa época (ni siquiera puedo pensar en alguien que me haya hablado de ellos por esos días, aunque seguramente fui yo el que no supo escuchar). Creo que recuerdo haber visto el video de Cut Your Hair en MTV, creo, pero no puedo estar seguro. Para mí, Pavement tiene que ver con los años posteriores a la universidad, con algo parecido a la madurez y, sobre todo, con un ejemplo de identidad y solvencia musical. Esta es una banda que nunca fue en busca de la perfección y quizás por eso, a su manera, la alcanzó. No quisieron ser parte de un momento sino crear un canal paralelo para los desubicados que no pertenecían a la era de los desubicados. Nunca tuvieron look ni se preocuparon demasiado por parecer una banda en las fotos. Jamás cambiaron de ruta para poder llevar más pasajeros. Fueron abucheados en el Lollapaooza del 95, donde el público que llegó a West Virginia los bajó del escenario a punta de bolas de lodo. La pasaron mal cuando sus contemporáneos la pasaban bien. Vendieron menos, tocaron menos y en lugares más pequeños. Nunca la pegaron realmente, pero eso no los detuvo, atravesaron una década entera y sacaron cinco discos que finalmente llegaron a las manos correctas. Ahora Pavement es una banda de culto y, como lo prueba esta reunión que venderá miles de entradas a meses de suceder, el tiempo por fin se ha puesto al día, a la altura, y podrá darle la talla a una banda que se le adelantó full.

Recuerdo escuchar las primeras canciones que me llegaron y pasar horas pensando ¿cómo lo hacen?, ¿cómo se puede tocar así?, ¿cómo se puede cantar así?, ¿será que ellos entienden lo que hacen o sólo lo hacen y ya? Al principio todo parece desprolijo, desafinado, fuera de tiempo y de orden, como un error que de a poco se endereza y camina y resulta ser más alto que el resto de ensayados aciertos. El dato Pavement no es producto de una serie de cálculos, o sí, pero no cálculos numéricos sino sentimentales e irónicos. En Pavement no hay fórmula, no hay plan, hay feeling y curiosidad. Sin obligaciones, sin ataduras. Pavement suena como debería sonar la libertad.








9.17.2009

El próximo trago


IN THE PROUD TRADITION OF DRUNKEN WRITERS EVERYWHERE… comes the tale of Jonathan A., a boozed-up, coke-out, sexually confused, hopelessly romantic and of course, entirely fictional novelist— who bears only a coincidental resemblance to real life writer Jonathan Ames…

El mejor texto de contratapa que he leído en mucho tiempo lo encontré al reverso de The Alcoholic, una novela gráfica escrita por Jonathan Ames e ilustrada por Dean Haspiel. ¿Cómo resistirse a esas palabras? No hay chance, sería imposible, sería no tener corazón o tener uno muy pero muy tibio.

Es fácil saber si se tiene o no un problema con el alcohol. Si no puedes tomarte un solo trago e irte a la casa y seguir con tu vida tranquilo, es decir, si estás siempre a media biela de tomártelas todas, que no te quepa la menor duda, colega: tienes un problema con el alcohol. Lo de problema es un decir, porque aunque el alcohol te haga mierda es un estilo de vida y cada uno puede ir marchando hacia el más allá como mejor le parezca.

Jonathan A. no es un borracho cualquiera ni es el borrachito de la fiesta que nos hace reír y en algún punto nos causa vergüenza ajena. Es un alcohólico. Un tipo que no puede tomarse unas copas sin que aquello se convierta en una jornada maratónica donde se mesclen las drogas y las mujeres desconocidas. A menudo se despierta, no sabe dónde está ni mucho menos cómo llegó hasta allí, le falta un zapato y probablemente esté huyendo de la policía. Se siente mal, quemado, partido. La resaca del trago y el bajón de la coca lo superan. Entonces, como todos, dice, promete, que no volverá a beber nunca más y se mete a un sauna para desintoxicarse y piensa en lo que ha hecho y se arrepiente y cree que puede cambiar y una vez recuperado, limpio, recae en el primer bar que encuentra, sobre todo si es la hora feliz.

No hay que ser alcohólico para poder conectar con The Alcoholic y disfrutarlo. Hay que ser persona, gente, y saber, más que leer, escuchar. La historia de Jonathan A. empieza en su adolescencia, exactamente en su primera borrachera. Una vida doble si es que las hay, de éxito académico, padres orgullosos y vómito en la ropa y en las sábanas. Luego vamos con él por sus años universitarios, su decisión de transformarse en escritor, su trabajo en la librería de Yale, su trabajo al volante de un taxi, su repentino éxito como autor de novelas policiales, sus fracasos con ambos sexos, el 11 de septiembre del 2001, su conversación casual con Clinton, su conversación casual con Monica Lewinsky, sus días en una clínica de rehabilitación en los que se enamora de su psicóloga y, por supuesto, la noche en que con el corazón roto llega a un bar después de haber permanecido sobrio durante años y empieza the long way down.

La voz de Jonathan A. no es, gracias a Dios, la de un autor consumado que vive agarrado a la vanguardia de la estética, sumergido en la búsqueda artística y obsesionado con la forma literaria. Esta es la voz de un tipo que la tiene clara, cero lámpara, que te cuenta su historia de frente, como si fueses su amigo, que se caga de la risa y hace que te cagues de risa porque a veces no hay de otra, que te necesita para recordar todo lo que ha hecho y no quiere volver a hacer pero seguramente terminará haciendo de nuevo.

Salud.


My name is Jonathan A. I’m an alcoholic.

I got drunk for the first time when I was fifteen. At first I didn’t like the taste. But by the fifth beer, I didn’t care about the taste. I loved the way it made me feel. For the first time in my life, I felt cool. I had always thought I was ugly, but not that night.

The bed would spin when I got home. It was terrible and yet I would still get drunk every Friday and Saturday night.

I was trying, except for the drinking, to be perfect. It was my mom’s dream that I get into a really good school, maybe in the Ivy League, and I was trying to make her dream come true. I didn’t really have my own dream. Not yet, anyway.

But then I read FEAR AND LOATHING IN LAS VEGAS by Hunter Thompson and something started waking up in my mind—the fantasy of being a writer.

Then I read Jack Kerouac, and he finished what Hunter Thompson had started. Now I had my own dream. Or, rather, I had Kerouac’s dream, which probably wasn’t much better than living out my mom’s dream.

I don’t fault them, but my parents were blind to what I was up to, and I wasn’t able to stop on my own.

All my life, I’ve never really been a part of groups. What I do is have one-on-one friendships.

I was really out of it and he tried to have sex with me, but because of the coke, he couldn’t do it. I woke up in a garbage can. He had put me in there because at some point I had started vomiting. Arthur wasn’t a bad guy—he had tried to help me when I was throwing up—but waking up naked in that garbage can was a terrible thing.

I feel like I’ve never been comfortable in my skin in my whole life.

…I’m Jewish, but it’s like I hace the blood chemistry of someone who’s half-Irish, half Native American.

It’s always the same with me-- I poison myself and then I desperately want the poison out of me. I try to kill myself and then I try to save myself.

When I did coke, I would rub it all over my gums to numb then. That was one thing, perversely, that I liked about coke-- losing all feeling in my face.
My ego wanted me to be a hard-drinking writer, a romantic figure. But I had to see that there was nothing romantic about my drinking. And it was getting worse—I had tried heroin and liked it.


9.14.2009

Radio, Radio


Ya nadie escucha o descubre música en la radio, ¿o sí? No recuerdo cuándo fue la última vez que alguien me habló, bien o mal, de un programa de radio. Ahora la música llega desde otros sitios y en otros formatos. Por lo menos la gente en la que confío, a la que suelo preguntar qué hay de nuevo y de bueno, no saca su material de una estación FM sino de una revista, un blog, un podcast o, de plano, se van de intercambio cultural a la compu de otro. Es un círculo cerrado, lo entiendo, pero ahí dentro, al parecer, pasan más cosas que en las ondas que surcan nuestro cielo patrio. No sé. Me da algo de pena. Me gustaría tener un programa de radio. No es que me haga falta, creo, sólo me gustaría. Y no me refiero a conducir uno sino a tenerlo, a escucharlo y comentarlo, a ser fan de un programa de radio ecuatoriano, como lo fui de Revolver, que pasaban los domingos por la noche en radio Latina.

O tal vez The Boat That Rocked me gustó mucho más de lo que pensaba y quiero que todos la vean y que todo eso nos suceda pronto.


Inglaterra, 1966, gran año para el rock y para el mundo, las cosas estaban cambiando de un día para el otro. Mientras en USA había más de mil estaciones de radio dedicadas a poner rock todo el día, en UK el tiempo al aire era limitado y, por ejemplo, la BBC sólo le dedicaba cuarenta y cinco minutos diarios a la cultura pop. Pero había una esperanza. Anclado en aguas internacionales, lo suficientemente cerca de los británicos, estaba un barco apropiadamente bautizado Rock Radio. Desde ahí funcionaba una estación de radio pirata que ponía rock and roll todo el día y toda la noche, sin parar (que en la vida real vendría a ser la emblemática Radio Caroline). Escucharlos no era exactamente un crimen, pero casi. Digamos que los radioescuchas de Rock Radio, desde colegialas rebeldes y ansiosas hasta rudos choferes de camiones, escuchaban por fuera de la ley. Entonces, esta es la historia del barco, de lo que pasa al interior de ese magical mistery tour, de los DJ’s que, claro, se parecen a sus shows y son como una familia pero menos disfuncional, de ese día a la semana en que una pequeña lancha llena de groupies llega para que todas suban a bordo y se diviertan con el personal de Rock Radio. Esta película es todo lo que uno se imagina, todo lo que uno quiere para sí mismo y para sus mejores amigos, todas las canciones que has escuchado desde pelado y que te han ayudado a seguir, a no claudicar, todas esas canciones y otras que te acompañarán de ahora en adelante. Y, claro, en algún momento se pone cursi y empiezan a pasar cosas que sólo podrían pasar en una película, pero para eso ya estamos muy metidos, muy enganchados con la onda de los personajes (todos memorables, todos en las carnes correctas, además), y la verdad es que poco importan la congruencia y la razón.


Un DJ, tanto el de una radio como el de una disco, puede llegar a ser, en el mejor de los casos, un guía espiritual. Después de todo, está poniendo canciones y sugiriendo emociones. Su trabajo no es fácil, nada fácil, en sus manos, aunque no parezca, está el futuro inmediato de muchos. Si eres lo que comes, también eres lo que ves, lo que lees y lo que escuchas. Temo por los que oyen radio y solo encuentran los hits del momento y se adaptan sin preguntar. Hacen falta posición y moral, tener algo que decir y no simplemente estar de acuerdo con el orden ascendente de las cuarenta principales.

¿Quién tiene un barco que podamos usar?





9.10.2009

De verdad


Richey James Edwards escribió te amo en una pequeña hoja de papel. Luego salió de la habitación y entró en el ascensor. Cuando apoyó el cuerpo a la recepción del London Embassy para cumplir con el check-out, eran a las siete de la mañana. Pagó en efectivo. Durante dos semanas había retirado, diariamente, 200 libras esterlinas de su cuenta bancaria. Subió a su Vauxhall Cavalier y atravesó la mañana conduciendo hasta Cardiff, capital de Gales, donde tenía su apartamento. Dos semanas después, el 14 de febrero de 1995, su auto estaba abandonado cerca del puente Severn, en Newport, una plataforma frecuentada por suicidas. Nadie volvió a saber de él. Edwards tenía 27 años.


A Richey no le gustaba su segundo nombre. Richey Edwards le parecía suficiente y le sonaba bien. Se lo dijo a su amigo Nicky Wire, que por esos días había armado una banda de punk-rock-socialista: Manic Street Preachers. Suicide Alley, primer single del grupo, apareció en 1989. Richey tomó la foto de la portada y diseñó el arte del disco. Además de ser el encargado de la gráfica, Edwards escribía letras junto a Wire, hacía camisetas para los shows y transportaba a la banda de un lugar a otro. No era un chofer, era un colega, un amigo. A veces subía al escenario con ellos y tocaba una guitarra que, o estaba desconectada, o sonaba sólo para él. Con el tiempo se soltó, aprendió a tocar, MSP firmó un contrato con una disquera y se convirtió en una banda de verdad. De hecho, en 1991, durante una entrevista con el periodista británico Steve Lamacq para el semanario New Musical Express, Richey Edwards, contestando a las provocaciones de Lamacq que acusaba al punk de falso, agarró una hoja de afeitar y se talló la máxima 4 REAL en el antebrazo. Su declaración de principios lo llevó al hospital, le costó 17 puntos y lo trepó a la categoría de Working Class Hero. MSP grabó tres álbumes en la época Edwards: Generation Terrorists (1992), Gold Against the Soul (1993) y The Holy Bible (1994), éste ultimo suele estar en los primeros lugares de las listas de mejores discos de UK, del mundo, y se supone que Edwards escribió más de la mitad de las letras. MSP era un símbolo no masivo de rebeldía intelectual y política. Edwards y Wire escribían letras que atacaban las leyes de lo establecido y de paso citaban escritores. La banda tocaba, iba de gira, aparecía en festivales, se presentaba en Top of the Pops y tenía su gente. No eran la más grande del mundo, eran lo que eran y eso no era, no es, poco. Pero algo faltaba. Por lo menos algo le faltaba a Richey. Se deprimía a menudo, no encontraba razones, pasaba semanas presa del insomnio, pensando con los ojos cerrados, encerrado, se rajaba la piel, se apagaba cigarrillos en el brazo para que su mente no pudiera hacer otra cosa que concentrarse en el dolor físico, se emborrachaba durante varios días con sus noches y caminaba siempre al borde de la anorexia. Sus canciones fueron de lo general a la particular, terminó escribiendo y cantando sobre algo que no sabía qué era pero se lo estaba comiendo.




MSP siguió, sigue, y la música se ha ablandado con el paso de los años. Todo bien, algunas cosas tienen que cambiar si quieren sobrevivir. Ya no están desesperados ni se quejan demasiado ni hacen tanto ruido. Este año lanzaron Journal for Plague Lovers, su noveno álbum de estudio. En teoría, las letras de este disco son de Edwards, algunas canciones que no se habían grabado antes, inéditos Lados B y frases encontradas en sus diarios. En 2008 Richey James Edwards fue declarado presuntamente muerto por las autoridades de Gales. Dicen que lo han visto en India y en alguna isla del archipiélago canario. No hay pruebas. No hay cuerpo. No hay autopsia posible. Ni hay forma de saber para quién fue ese último te amo que escribió en la habitación de un hotel.







9.07.2009

El viaje a Santa María


Ok, tal vez esté a punto de meterme en problemas, aunque la verdad no creo que sea para tanto. En todo caso, quiero empezar diciendo que tengo varios amigos, amigos queridos además, que adoran a Juan Carlos Onetti con toda el alma y piensan en su obra como en la vida misma. Los mismos amigos que me han recomendado leerlo y que, unos más unos menos, se han sorprendido y quizás también decepcionado cuando les he dicho que no me pega mucho, que no engancho, que no me encanta. A todos ellos, desde la república del cariño, unas disculpas anticipadas porque sé que así como viven cerca de Onetti, se mantienen lejos de Mario Vargas Llosa y no les parece nada apropiado que sea justo él, un escritor más bien correcto y bien portado, quien haya publicado un libro que se vende y se lee y se entiende sobre Onetti, que era un agente del caos.


Hace años compré los Cuentos Completos de Onetti que aparecieron en Alfaguara. Fui directo a Tan triste como ella esperando ver la luz, me habían hablado tanto de ese cuento que recuerdo haber escogido un momento y haber cerrado cualquier puerta hacia el mundo exterior. Lo leí, creo que dos veces, tal vez tres. Lo leí tratando de entenderlo, de disfrutarlo y, también, no lo niego, queriendo ser parte de algo metaliterario, una especie de club o hermandad a la que pertenecen personas que respeto y admiro. No lo logré. Es más, fue tal la distancia con el cuento que quizás, no lo recuerdo exactamente, no volví a las páginas de ese libro después de años. Por mucho tiempo, preferí al Onetti personaje que al Onetti escritor. Es decir, al Onetti que bebía todos los días, fumaba sin parar, perdía el hilo de la conversación en las entrevistas, despreciaba a la raza humana pero gozaba con las mujeres y con los libros, el que a veces escribía sin parar y otras pasaba meses enteros sin dibujar una sola letra, el que un día se encerró en un octavo piso madrileño del que prácticamente no volvió a salir. Ese Onetti, absolutamente digno de una historia de Onetti, me cae bastante bien. Al otro, al autor, al genio, me he acercado desde hace poco a través de El viaje a la ficción, el ensayo de Vargas Llosa. Esto me alegra inmensamente por mí, claro, pero también porque seguro hay otros, muchos otros, que entrarán a Onetti vía Vargas Llosa y así iremos sumando porque, por lo menos en este caso, todos jalamos para el mismo lado y ese lado es Santa María, el país que fundó, pobló y destruyó Juan Carlos Onetti.


El viaje a la ficción funciona porque reconoce (celebra y alaba) a un escritor que sí, estuvo a la vanguardia de la literatura latinoamericana, pero también, precisamente por ser carne de cañón, combinó varios elementos que no debía y voló su laboratorio en mil pedazos, como corresponde. Vargas Llosa no se parece a Onetti ni como escritor ni mucho menos como personaje, y esa distancia sirve de mucho. El peruano es fan, pero no fanático, y aunque carga de lógica cosas que ni la persiguen ni la necesitan, abre el camino, prende luces y señala sitios donde sería prudente mirar. A su manera, Vargas Llosa es el guía de turismo que te sube en un bus y te lleva de city tour por Santa María. Como todos sabemos, un city tour es un saludo a la bandera y no un viaje ni una experiencia, pero de que sirven, sirven, sobre todo cuando te dan ganas de regresar a los lugares visitados, regresar para quedarte un buen tiempo. Así me siento, con ganas de volver, volver a Onetti y alquilar una habitación en Santa María con vista a la Plaza y ver espectáculos en el cine Apolo. Estoy contento, me gusta esto, he leído Jacob y el otro como diez veces y siento el impulso de adaptar Esbjerg, en la costa a algún tipo de formato audiovisual. Tengo un nuevo amigo. Esa es.

***



Su peripecia juvenil estuvo mucho más cerca de la de esos autores norteamericanos, que descubriría muy joven y los que leería con tanta pasión y provecho, de formación nada intelectual y que aprendieron el oficio de escribidores a la vez que se ganaban la vida con trabajos rudos y manuales, como él.

“Cuando un escritor es algo más que un aficionado, cuando pide a la literatura algo más que los elogios de honrados ciudadanos que son sus amigos, o de burgueses con mentalidad burguesa con lo son del Arte, así con mayúsculas, podrá verse obligado por la vida a hacer cualquier clase de cosa, pero seguirá escribiendo. No porque tenga un deber a cumplir consigo mismo, ni una urgente defensa cultural que hacer, ni un premio ministerial para cobrar. Escribirá porque sí, porque no tendrá más remedio que hacerlo, porque es su vicio, su pasión y su desgracia”.

Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina. Los mejores escritores lo leyeron y, como Carlos Fuentes y Juan Rulfo, Cortázar y Carpentier, Sábato y Roa Bastos, García Márquez y Onetti, supieron sacar partido de sus enseñanzas, así como el propio Faulkner aprovechó la maestría técnica de James Joyce y las sutilezas de Henry James entre otros para construir su espléndida saga narrativa.

El estilo de Onetti es menos vitriólico que el de Céline pero tan irrespetuoso como el de éste con los valores establecidos y las buenas maneras, un estilo que, nacido en la placenta nutricia de la lengua hablada, ha experimentado sin embargo una sutil reelaboración literaria, que, a la vez que le confiere la apariencia de frescura y espontaneidad del lenguaje oral y callejero, constituye una creación estética muy eficaz para expresar una visión personal y siniestra del hombre y de la vida. Esta visión coincide con la de Céline en ciertas convicciones esenciales: que no hay esperanza, que los seres humanos son una horda repulsiva de resentidos, mezquinos, mediocres y malvados y que sólo destacan y sobreviven entre ellos los peores. Y, al mismo tiempo, tanto Céline como Onetti fueron capaces – es el gran misterio del arte y de la literatura -, con semejantes materiales deleznables, de construir una obra literaria cuyo vigor, belleza y coherencia a ambos redimía y salvaba de la desesperación.


9.03.2009

Donde van los muertos


Esta historia empieza diez años después del fin de la Primera Guerra Mundial. El protagonista se llama Julien Davenne, quien ha regresado ileso de combate y ahora trabaja como redactor en un humilde periódico, en el que se dedica a escribir sobre los muertos de un pequeño pueblo francés. El talento de Davenne es indiscutible, su jefe quiere trasladarlo a París donde podría ser conocido y hasta famoso. Pero él se niega y cuando el jefe le dice que piensa vender el periódico Julien Davenne le dice: véndame a mí también, como si fuera un mueble de esta oficina, otra máquina de escribir.

Julien Davenne es viudo y no piensa volver a enamorarse porque eso sería una traición imperdonable a su adorada Julie. En cambio, ha construido una habitación verde en su casa donde guarda todas las posesiones materiales de su mujer, y en cuyas paredes cuelgan todos los retratos que en vida se hicieron de ella. Julien está convencido de que hay una forma de traer a los muertos de vuelta a la vida y esa es no olvidarlos jamás, seguir viviendo como si estuvieran a nuestro lado, conservar no solo los recuerdos sino también las rutinas, las costumbres y hasta las formas de darles cariño. Por eso deja de estar en contacto con uno de sus mejores amigos cuando éste, tras la muerte de su mujer, consigue un nuevo amor. Imposible. Inmoral. Julien no está bromeando, cree en lo que dice y ni siquiera considera posible mirar a otra mujer con ojos de hombre. No le interesan nuevas experiencias ni las promesas cristianas de una eternidad compartida. Le interesa escribir sobre los muertos y lo hace como nadie, mejor que nadie, nunca usa dos veces la misma expresión y visita el cementerio a menudo para hablar con Julie y contarle cómo van las cosas.


Cada uno lidia con la muerte como mejor puede. Existen, por ejemplo, la resignación y la indiferencia, seguir con la vida como si nada o cortar con todo como si los que se van, los que se fueron, hubiesen roto con su partida nuestro único lazo funcional con el mundo. Hay muertes de las que uno simplemente no se recupera, que te rajan la cara para que lleves la cicatriz siempre a la vista. Así como hay muertes que más bien te hacen fuerte y te despiertan, te levantan y hacen que te des cuenta del tiempo que pierdes en cada suspiro malgastado. Y hay quienes se van con la muerte cuando la muerte les roba el amor.

La película se llama La chambre verte o The Green Room o The Vanishing Fiancée o La habitación verde, como quieran, como la encuentren. Dirigida por Francois Truffaut, estrenada en 1978 y basada en la novela de The Altar of the Dead de Henry James. Truffaut es Julien Davenne y aunque es algo tieso y frío y distante resulta conmovedor, lleva el delirio en los ojos y se nota que quería hacer esta película en serio, como un sentimiento que se pone en marcha y no como un ensayo intelectual sobre la locura o la desesperación humana. Tal vez le sobren parlamentos (las ganas de meter un libro entero en una película pueden ser incontrolables) y sus líneas de diálogo sean demasiado formales (tal vez de un tiempo acá se habla peor y peor y por eso me sorprende) para la pantalla, pero tiene el discurso claro y eso es suficiente: cuando alguien muere, mucho más si es alguien cercano, alguien a quien se amó con el alma, uno tiene todo el derecho de irse también. Julien termina reconstruyendo una capilla bombardeada en la guerra donde todos los muertos que conoce, o que le inspiran simpatía, tienen su propia vela y esa llama es su manera de seguir viviendo.



9.01.2009

Bajando


Fin de semana largo, demasiado largo, tan largo que recién aterrizo. Recién hoy, martes, siento que vuelvo a tierra firme y que lo que veo, toco y siento es la realidad. Lo otro no es la realidad porque no siempre está allí pero es real porque cuando aparece vale por dos, por tres, por cuatro. ¿Qué no te acuerdes de algo significa que no pasó? Difícil. Si nadie más se acuerda o a nadie más le interesa acordarse, todo bien. Pero si eres tú el del hueco, el que por más que se esfuerza no puede ver esas imágenes que tal vez protagonizó, es claro que algo pasó. Algo está pasando.

Todo empezó el viernes pasado, 28 de agosto. Los Pescados en vivo, en el MAAC Cine de Manta. Tuvimos casa llena, el público se portó no solo a la altura sino que por un momento hizo más ruido que nosotros y movió el concierto a su antojo. Luego, todo empieza a ser un largo día que a veces se oscurece y a veces no se define entre madrugada y mañana. Ciertos días son así, extendidos, regados a lo largo de muchas horas más que las veinticuatro de rigor. Después del concierto hubo cerveza y hamburguesas y reunión musical en casa de uno de los anfitriones de la noche. Un grupo de gente echado en una vereda, escuchando música a todo volumen y cantando como si no existiera nada más que esas canciones aporta más que cualquier comité de vigilancia. Somos, fuimos, seremos la célula que explota. Abrazando el rock cuando lo demás nos ha dado la espalda o simplemente no nos importa tanto.

La mañana llegó en la playa del Murciélago (¿o era Tarqui?), entre una cosa y la otra, plenamente conscientes de que ya se nos había ido la mano qué rato y que tarde o temprano nos llegaría la factura y tendríamos que pagar la cuenta. Nosotros no vamos a trotar como esos manes que pasan a metros de distancia, haciéndose los que no nos miran. Dale. Mete. Mañana ya veremos. Let me forget about today until tomorrow, lo dijo Bob Dylan y a ese hombre no se lo contradice ni en broma. ¿Alguien dijo Queen? Ya pues, de una, pon Queen, qué mejor para este sol que tanto se ha demorado en dar la cara. Here comes the sun. Sí, Harrison era un grande, pero, ojo, Ringo también. Deberíamos ser una mezcla entre Ringo y Dave Grohl. Tenemos amigas nuevas y nuevas amistades, bien, bacán, buena onda Manta. ¡Buenos días Manta! Siempre he confiado en la bondad de los extraños, como en la película con Marlon Brando. Ustedes ya no son extraños, son pescados. Perfecto, cámbiate, ponte el bikini kill y volvamos todos a la playa y gracias por el agua de coco porque necesitaba hidratarme y luego de ley, más cerveza. No, no me puedo quedar, debo volver a Portoviejo Rock City. Cuídense. Abrazo.

I’m so tired, I haven’t slept a wink. I’m so tired I can’t sleep. Portoviejo me recibió con concierto de bandas amigas que tocan como los dioses pero aún no se ponen a escribir su material y por eso todavía nos la deben. El sábado se esfumó en una canción de Soundgarden y el domingo se transformó en lunes en un abrir y cerrar de botellas de whisky. ¿Hace cuánto que no te veía?, ¿qué?, ¿en serio?, ¿dos hijos?, wow, felicidades, bro. No, lo mío, hasta próximo aviso, es un poco de fifteen forever y aislamiento creativo. Estupor y temblores. Vueltas sobre la almohada. Un latido en la cabeza que no se va. Sudor. Sin importar cuántas duchas te hayas pegado a lo largo del día. Sudor. Un líquido denso y medio apestoso que te delata y hace que la ropa se te pegue a la piel. ¿Cuántos días nos quedan? ¿Hasta cuándo se pueden prolongar los conciertos? ¿Si fuéramos rockstars de verdad, crees que estaríamos muertos? ¿Será posible dejar esto por una casa y una familia y un domingo con periódicos normal? No lo sé, ahora mismo no importa. Me duele el cuerpo como si me hubiesen metido una paliza. La paliza, claro, me la metí yo. Ahora me miro al espejo, me sonrío a medias, doy gracias al cielo por la gente que vamos conociendo en el camino y también por el aire acondicionado.