6.27.2010

ROSTROS: fotos de Iván Garcés


Andrés Crespo es Carlos Adrián Solórzano, mejor conocido como Blanquito, el personaje principal de esta historia. La foto fue tomada en el night club El Paraíso, Pedernales-Manabí.


María Cecilia Sánchez, made in Colombia, es Lorna, quien se ve unida al viaje de Blanquito por circunstancias bastante peculiares.


Carlos Valencia, el icónico Ángel en Ratas..., es Fabricio, el profesional del volante.


En esta foto aparecen Javier Pico (Brian), Hugo Tello (Cuervo), Morófilo Cedeño (Wilson) y el conocido Henry Layana (Don Luis). La escena se rodó en las playas de El Matal.


Ella es Nelly Quevedo y, también, la señora Yenni, mamá de Blanquito.


Ahora estamos rodando en Gkill...

6.21.2010

Al vuelo


Esto salió ayer-domingo en Montaje, la columna semanal que escribo para El Diario de Portoviejo. Hoy llegamos a Manta y desde mañana rodamos acá por unos días.

DIARIO DE RODAJE (o los días en el camino)

Cuando supe que la película sería grabada en El Matal supe también que encontraríamos la verdad. Volver al lugar de los hechos, como lo haría un detective privado, le ha dado un clima especial a todo el asunto y siento que, de alguna manera, estando aquí todo se vuelve real: el pueblo entero es un set y sus habitantes el reparto. Además, trabajar en Manabí involucra trabajar con manabitas y eso me hace sentir en confianza. Una de las grandes sorpresas de esta producción es el elenco de actores locales. Varios de ellos, como Lorena Mendoza, Morófilo Cedeño y Javier Pico, vienen de la pequeña pero lanzada industria de cine manaba, me refiero a películas como “Sicarios manabitas” y “El secuestro del presidente”, producciones hechas cuesta arriba, con marcador en contra, bajo presupuesto y la frente en alto. En esto mucho tienen que ver los realizadores Fernando y Carlos Quinto Cedeño, que no son hermanos pero han creado una hermandad de artistas en la provincia. En este barco están también Carlos Valencia (pieza clave en la primera película de Cordero), Hugo Tello (un profesor de educación física de Manta, que antes había actuado sólo en obras de teatro para sus alumnos), Nelly Quevedo (de Calderón, quien actúa por primera vez) y Antonella Alcívar, de Santa Ana, que con apenas quince años ha sido toda una revelación y cuyo talento natural puede llegar muy lejos. Los actores terminan escribiendo la versión final del guión con sus diálogos y el ingenio de sus improvisaciones. Tal vez lo más difícil de hacer ficción sea precisamente esconder las mentiras, lograr que una escena pase por un trozo de vida. En este sentido hemos sido bendecidos, encontramos a la gente adecuada y nuestra película va tomando forma y ya huele rico.

Ayer sucedió un milagro. La producción montó una fiesta para una de las secuencias. Eran las últimas horas de la tarde, la luz se nos iba y parecía imposible lograr terminar la escena. Se decidió proceder como si se tratase de un documental: que la gente haga lo que haría normalmente en una situación como esa y que las cámaras se muevan por instinto. Tomamos un riesgo que nos acercó al infarto. Terminamos faltando un cuarto para las siete de la noche, trabajando con luz que el cielo nos daba por goteo, gritando entre nosotros para ubicar a los extras, corriendo desesperados para no aparecer en el cuadro y pidiéndole favores secretos a seres divinos. Vencimos. Al final la fiesta fue nuestra y celebramos la hazaña con un abrazo en plural que todavía nos sostiene.

6.09.2010

Rodando


Mientras empaco mi maleta pienso en que hubo un momento en que las lágrimas salían de mis ojos sin que yo pudiese hacer nada para evitarlo. Eran ya varios años colaborando con el guión y yo no sabía para dónde iba la película ni mucho menos por qué iba donde sea que estuviese yendo. La historia y los personajes tenían problemas, sí, por supuesto, pero el gran problema, como siempre, era yo. Creo que ahora entiendo o empiezo a entender qué fue lo que me pasó y espero haberlo superado, o bien poder usarlo a mi favor. Lo cierto es que me encuentro doblando camisetas, revisando los bolsillos de las bermudas, buscando un bloqueador de sol, protegiendo el frasco de shampoo de mandarina que me traje de un hotel y seleccionando los libros y los DVD (más de lo necesario, obvio) que me acompañaran durante un mes de rodaje. Mañana a esta hora estaré en el Matal, un pueblo de pescadores al norte de Manabí, el mismo pueblo donde hace años fui a buscar la crónica que se volvió guión y en cuestión de horas empezará a volverse película.

Casi que no me lo creo y tal vez no termine de hacerlo hasta que el señor director diga el primer acción. Sé que los actores y el equipo de producción ya están allí, instalados, trabajando, pero siento que aún estamos levantando presupuesto y cuadrando agendas. En eso, y seguramente en muchas cosas más, el cine es bastante traicionero. Cuando se viene del papel, ya sea de la ficción o el periodismo, uno está acostumbrado a manejarlo todo con tiempos por fortuna apretados. Lo digo porque las revistas tienen que cerrar una edición cada mes y las editoriales, a menos que seas un completo desconocido o un autor consagrado, no pueden esperarte toda la vida. Entonces, uno escribe con la espeluznante certeza de que más tarde que temprano verá publicado eso que escribe o, más bien, quiso escribir alguna vez. Luego vienen la tortura y el consuelo de saber que nadie te lee. Sin embargo, no puedes escapar de ti mismo. Tú sí que te lees, y te odias. Pero sabes que el próximo mes tendrás que entregar algo más y tendrás la oportunidad de redimirte con una venganza. El cine, en cambio, prolonga la agonía como hacen los experimentados verdugos. Primero escribes y eres feliz pensando que tienes entre manos una gran película. Pero olvidas que el cine es una experiencia plural (los libros se leen en privado, las película se ven, por lo general, en la compañía de otros), que el guión no es tuyo sino de todos, que los coproductores y el fotógrafo y los actores tienen opiniones igual de o más válidas que la tuya. En ese momento hay un giro y quedas de cabeza. Y te sientes solo. Y te mereces aquella soledad por sordo y engreído. Además, empieza el trabajo sucio: armar carpetas para los posibles auspiciantes y sentarse a esperar sabiendo que el fin de la espera depende del dinero de una empresa o un fondo concursable que, a su vez, depende del humor y del criterio de gente que cree que por no conocerte puede conocer tu historia y ser objetiva al respecto. Pasan los días, los meses, los años, y la película pierde algo de brillo y se cubre, lentamente, de polvo burocrático. Esta producción, por ejemplo, debía haber sucedido hace más de un año, y ya ven. Pero yo, que mal que mal he sido un tipo con suerte, he logrado no sé cómo ni a cuenta de qué rodearme de la gente indicada. Todas las generosas manos que han pasado por este guión, empezando por las de un director que ha escrito mucho más que yo, no han hecho sino mejorarlo. Tal vez no esté listo porque de escribir se puede escribir para siempre, pero así como la única forma de abandonar un borrador es publicarlo, hay que rodar una película para dejar de pensar en ella y tomarla por la cintura y clavarle un beso de una buena vez.

Por medio de la presente anuncio que estaré desconectado durante unos días. En cuanto me sea posible, les daré detalles exclusivos del rodaje, cuyo blog no autorizado será este. Por lo pronto, suelto algunos nombres. Título tentativo: Pescador. Director: Sebastián Cordero. Productora: Lisandra Rivera. Director de Fotografía: Daniel Andrade. Protagonistas: Andrés Crespo y María Cecilia Sánchez.

Richard Price, que mucho sabe de este asunto, dice que escribir películas es como lanzarse para vicepresidente. Yo añadiría que cuando se trata de la primera vez es como despertar en medio del bosque y tratar de encontrar el camino de vuelta a casa. Ese camino empieza hoy.

6.02.2010

Hoy: LOS PESCADOS en Kill City


Solo el rock te hace pagar por adelanto las horas del cuarto de ensayo para no correr el riesgo de gastarte la plata en otra cosa. Solo el rock te hace pensar que ir a un bar significa gastar plata en taxi y en cerveza y que esos mismos billetes podrían ser más horas en el cuarto de ensayo. Solo el rock te hace quedarte en casa sin un sucre en el bolsillo, viendo a los White Stripes Bajo Grandes y Blancas Luces Del Norte y volviendo a ver la Antología de los Beatles, feliz y completo de esa manera. Solo el rock te hace contar las monedas cuando vas al súper y terminas comprando atún, salchichas y pan. Solo el rock te hace comprar una nueva guitarra mientras tus contemporáneos compran televisores plasma, autos y terrenos frente al mar en la playa. Solo el rock te hace desayunar un vaso de vodka con agua tónica y sentirte como un campeón. Solo el rock te hace marcar números muy tarde en la noche hasta que alguien acepte ayudarte a llevar la batería al lugar de los hechos en su camioneta. Solo el rock te hace escribir mil veces la misma frase para luego tacharla mil veces más antes de volver a escribirla, por supuesto, otras mil veces. Solo el rock te hace viajar en primera y llegar a un hotel de lujo y comer como romano y beber a granel para devolverte peor de lo que fuiste y al otro día no tener en qué caerte muerto. Solo el rock te hace comprar más de lo que puedes meter. Solo el rock te hace volver a la casa de tus viejos por unos días para dormir sobre sábanas limpias y alimentarte como un ser humano decente hasta que aparezca otra tocada en el mapa. Solo el rock te hace posar para la cámara de un teléfono en una tienda de películas piratas donde alguien te reconoce y te pide un autógrafo. Solo el rock te hace a ir a diez programas de radio en el mismo día para promocionar un concierto al que asisten diez personas. Solo el rock pone tu foto en las páginas de una revista que tu abuela conserva en un cofre como un gran tesoro. Solo el rock te pone frente a una cámara documental que quiere saber la historia de tu vida. Solo el rock te pone en el top-ten-hombres-de-mis-sueños de una blogger junto a Jack Nicholson. Solo el rock te hace cruzar las cercas de los parques cerrados para cortar camino y no tener que cargar los instrumentos más de la cuenta. Solo el rock te hace perder la cuenta del tiempo y la cuenta de ahorros sin darte cuenta. Solo el rock hace que una banda de treintañeros tenga que compartir la misma cama y la misma lata de frijoles. Solo el rock te hace conseguir trabajos temporales para cubrir los gastos de un nuevo disco y después ya veremos qué pasa y cómo pasa si es que acaso llegara a pasar. Solo el rock te hace rechazar ofertas de trabajo a tiempo completo para no robarle tiempo al rock. Solo el rock te hace tocar otra y otra y otra cuando apenas tienes el aliento suficiente para respirar. Solo el rock te hace detenerte en los errores hasta convertirlos en aciertos. Solo el rock te hace cantarle a moco tendido las cosas que jamás podrás decirle. Solo el rock te mantiene despierto una vez que todo lo demás se ha escurrido de tu organismo y han pasado los temblores y en el cuerpo queda estacionado ese olor tóxico y medio verde del más allá. Solo el rock te borra la memoria. Solo el rock te dice la verdad cuando te dice que el final está cerca y créanlo que está cerca. Solo el rock te hace pecar. Solo el rock te hace creer. Solo el rock te hace. Y así nomás es, pez.