7.29.2010

Prosas Apátridas


Durante el rodaje de Pescador tuve poco tiempo para leer, pero lo hice, me salí con la mía. Una de las cosas que más disfruté en ese breve espacio entre la ducha y el sueño fue la Antología Personal del peruano Julio Ramón Ribeyro. Confieso que no lo había leído antes y que encontrarlo fue, en partes iguales, un golpe de suerte y un acierto del destino. Fui al Mr. Books de Mall del Sol en Guayaquil, tenía los minutos contados y un saldo de veinte dólares en una de esas maravillosas gift cards de la librería. Al principio pensé que podía comprar un libro gordo o dos flacos. Pero qué va, los libros en este país están cada vez más caros, como si alguien, o algo, no quisiera que la gente se dedique a leer. En fin, después de ese clásico momento en el que los nombres de esos libros que has querido comprar desde hace tanto desaparecen de tu registro, tuve varios en las manos (recuerdo novelas de Antonio Di Benedetto y la premiada Necrópolis de Santiago Gamboa) y el de JRR era uno de ellos. Era, además, el único título disponible del autor, el único ejemplar en la tienda y el único libro que costaba exactamente lo que podía gastar. Evidentemente, una fuerza superior había tomado la decisión por mí.


Hay escritores que tienen el alma como una carreta de mudanza. Siempre hay algo atado, algo que se cae, algo que se rompe… y un negro soez encima de todo.

Durante diez años viví emancipado del sentido de la propiedad, de la profesión, de la familia, del domicilio y viajé por el mundo con una maleta llena de libros, una máquina de escribir y un tocadiscos portátil. Pero era vulnerable y cedí a sortilegios tan antiguos como la mujer, el hogar, el trabajo, los bienes. Es así que eché raíces, elegí un lugar, lo ocupé y empecé a poblarlo de objetos y presencias. Primero alguien a quien querer, luego algo que este ser quisiera, después la utilería del caso: una cama, una silla, un cuadro, un hijo. Pero era solo el comienzo, pues todos fuimos recolectores, nos volvemos coleccionistas y acabamos siendo un eslabón más en la cadena infinita de los consumidores. De modo que estando ya usado, gastado para el disfrute, uno se ve circunscrito por las cosas. Libros que no se quiere leer, discos que no se tiene el tiempo de escuchar, cuadros que no se apetece mirar, vinos que hace daño beber, cigarros que tenemos prohibido fumar, mujeres a las que se carece de la fuerza de amar, recuerdos sin ánimo de consultar, amigos a quienes no hay nada que preguntar, y experiencias que no hay forma de aprovechar. Lo tardío, lo superfluo, lo antiguamente codiciado, se amontona en torno nuestro, se organiza en lo que podría llamarse una casa, pero cuando ya estamos despidiéndonos de todo, pues esta vida acumulativa termina por edificarse en el umbral de nuestra muerte.

A veces tengo la impresión de que mi gato quiere comunicarme un mensaje. La obstinación con que me observa, me sigue, se me acerca, se frota contra mí, me maúlla, va más allá que el simple testimonio de sumisión de un animal doméstico. Advierto en su mirada inteligencia, prisa, ansiedad. Pero nada podré recibir de él, aparte de estas señas enigmáticas. Entre él y yo no hay siglos sino centenares de siglos de evolución y somos tan diferentes como una piedra de una manzana. Él, a pesar de vivir en nuestra época, sigue derivando en el mundo arcaico del instinto y nadie podrá comprenderlo sino los de su especie. Tendrán que transcurrir aún centenares de siglos para que la distancia que nos separa tal vez se acorte y pueda al fin entender lo que me dice, lo que seguramente no pase de un lugar común: hay una mosca, hace calor, acaríciame. Como cualquier ser humano, en suma.

- Ven con nosotros -le dicen sus amigos-. La noche está espléndida, las calles tranquilas. Tenemos entrada para el cine y hasta hemos reservado mesa en un restaurante.
- ¡Ah, no! –protesta Luder-. Yo solo salgo cuando hay un grado, aunque sea mínimo, de incertidumbre.









7.25.2010

Los Pescados en Bierjaus


Viéndolo bien, el afiche tiene su onda Tom Sawyer y Mark Twain debió haber estado muchas veces en lugares así. En nuestro caso, claro, sería más acertado compararlo con Un hombre y un río, la novela del escritor manabita Horacio Hidrovo, que ocurre en locaciones similares. Y sí, tocar en Samborondón es como llegar al otro lado del río y darse cuenta de que ahí la gente hace las cosas de manera distinta. Por suerte, nuestra música es la misma en todas partes.

7.21.2010

Obreros


Tal vez empezó mucho antes y en otro lugar, pero para Los Pescados todo empezó una noche en un bar subterráneo llamado La Fábrica. Llevábamos unos pocos meses componiendo y más allá de un par de tocadas en el minúsculo Café Arte de Guápulo, nuestro escenario se reducía al cuarto de un departamento que da a la Seis de Diciembre, en Quito.

Tocar en Guápulo, para una banda absolutamente desconocida y más escandalosa que otra cosa, estaba más que bien. Hubo momentos, no conciertos enteros pero sí momentos, en que nos acercamos remotamente a la música en el Camino de Orellana. Para un aspirante a rockero vivir en Quito tiene una ventaja clave: mal que mal, existe un gran público hambriento e insaciable que busca bandas nacionales como los conquistadores buscaban oro. Sabíamos que si conseguíamos mover algo de gente en Quito habríamos logrado, en general, algo. También sabíamos que tarde o temprano nos tocaría dar la cara en nuestra casa. Además, fuera del distrito Guápulo, ése era el único lugar donde nos dejarían tocar.

La primera vez que mostramos las escamas en La Fábrica la gente no entendía muy bien lo que estaba pasando ni por qué estaba pasando eso que no entendían. Después de todo, como la mayoría de ciudades-pequeñas-pueblos-grandes del Ecuador, Portoviejo siempre ha estado sometido al régimen absolutista, fascista y sangriento de los covers, y nosotros volvíamos al lugar que nos vio nacer con un repertorio inédito y no muy cuajado que digamos. ¡Ah!, también tocábamos una versión de Bastards Of Young de The Replacements que aún extraño pero que tan solo unos pocos entusiastas supieron vacilar. En fin, el tema es que esa noche fue complicada, difícil, extraviada y, ante todo, emblemática. Sin saberlo, fuimos la primera banda de nuestra onda que se mandó un concierto entero con su propio material. Esa noche, según dicen, pasaron cosas. No puedo hablar por el resto, pero por lo menos a nosotros nos pasó mucho de lo que nos pasaría después.

De no ser por La Fábrica, y de esto estoy seguro, jamás habríamos logrado terminar El Año del Pescado, nuestro primer disco (2007). Supongo que al principio éramos un atractivo freak show o un acto de caridad, sea como fuere, la gente iba a los conciertos y hasta llenaba el lugar. Fue entonces, durante esos shows, cuando nos dimos cuenta de que Los Pescados podían conectar con alguien más que ellos mismos. Allí supimos que Todo el día, Quiero Dormir, Todos te miran, Virus y Descompuesto no eran nuestras canciones sino de la gente que las escuchaba a solas y hacía momentos con ellas. Allí tuvimos nuestra primera, pequeña y aguerrida tropa de aliados. Sin esas tempranas tocadas en La Fábrica, en las que gente pegada al techo sacaba sus pulmones por la garganta, quizás no seguiríamos aquí. La Fábrica, la onda de La Fábrica, la resistencia de los “sábados alternativos” de La Fábrica y, sobre todo, el personal que va y mueve a La Fábrica, nos dio cancha y sentido.

Con el tiempo, La Fábrica se convirtió en la embajada del rock en Portoviejo. Por allí pasaron y espero sigan pasando gente de la calaña de Ultratumba, Los Niñosaurios, Los Brigante, Biorn Borg, Los Nietos, La Rocola Bacalao, Sudakaya, Macoñeiros, Cadáver Exquisito, Micrófono Sordo y Luis Rueda. O sea la raza.

Este sábado 24 de julio La Fábrica Pub cumple 5 años. Como fieles obreros que somos, estaremos ahí haciendo nuestro trabajo junto a los colegas de La Rola (que ya sacó disco y con gran nombre: La verdad del plato la sabe la cuchara) y Lagartija Electrónica (The Cents, para los amigos, que ya están grabando y preparándose para poner sus armas sobre la mesa). Curioso, hace cinco años tocar música propia en Portoviejo era la peor idea que se le podía ocurrir a los rockeros locales. Ahora son las reglas de la casa. Como dicen en Manabí: o me cumples o te jodes.

7.18.2010

La segunda vida de Blanquito


Antes de que todo esto que ahora se llama Pescador hubiese empezado, Cordero me sentó frente a su televisor y me mostró “Filo de tocador”, un corto protagonizado, escrito y dirigido por Andrés Crespo. En ese lugar, Crespo es un director de cine ecuatoriano que acaba de ganar la Palma de Oro en Cannes con una película basada o no en la obra del Marqués de Sade. Curioso, Crespo tuvo un papel de dos líneas en “Crónicas”, la película de Cordero que estuvo en Cannes. Debí haberlo sabido entones, aquella fue una señal venida del futuro.


La historia transcurre en el set de un programa de televisión conducido por Diego “El niño” Arcos, conocido periodista deportivo guayaquileño. Arcos entrevista a Crespo y a Gustavo Navarro, el animador de TV farandulera que, en el corto, es el semental de la película. Y nada más. Crespo apostándole todo a un personaje que mucho tiene de sí mismo y haciendo un tipo de comedía sorprendentemente natural. Por lo menos yo me cagué de la risa y cuando terminamos de ver el corto miré a Cordero y adiviné. ¿Quieres trabajar con él?, pregunté. Asintió y desde esa tarde, sin saberlo, Crespo fue el protagonista de la película. Y claro, con esa pinta, yo sabía que los otros pescadores le dirían Blanquito y que tenía que ser una especie de misfit, un tipo que no se siente parte del lugar en el que vive, que intuye que el mundo tal vez no sea tan diferente a un pueblo pesquero manabita pero sí bastante más grande. Andrés no supo nada de esto hasta mucho después (por lo menos un año, ahora que lo pienso) pero una vez que entró Pescador se hizo carne en él, o quizás fue al revés. Al principio, allá por el 2007, la nuestra era una historia medio film noir, casi policial. El tiempo hizo su trabajo y la naturalizó. Pasamos de trabajar en función de la trama a vivir alrededor de los personajes. Y siento que tomamos el camino correcto. Es más, no me queda la menor duda.


Grabamos la última escena el miércoles 14 de julio a las 05h04 de la madrugada. La locación fue una hermosa casa futurista en el sector La morita, valle de Tumbaco. Para variar, terminamos contra reloj, estirando más allá de lo posible la noche. Cuando salió sol ya teníamos una película. Blanquito ha terminado su segunda vida y se prepara para ser editado, sonorizado y montado. Esta historia continuará…


La foto es de Coco Laso.

Más info en nuestra web: http://pescadorlapelicula.com/


7.12.2010

LAST DAYS: fotos de Coco Laso


A MERCED DE LA NATURALEZA: Martes 6 de julio, 08h01. Hoy despertamos en Guaranda, provincia de Bolívar. Vinimos hasta acá para rodar una escena en la que Blanquito se enfrenta por primera vez en su vida al páramo ecuatoriano. Y qué mejor que el Chimborazo cubierto de nieve.

08h34 Recorremos la carretera hasta encontrar un espacio en el que se pueda ver al Chimborazo en pleno. Lo encontramos, bajamos, montamos la cámara, vestimos a los actores y los microfoneámos, hasta hacemos un pequeño ensayo. Cuando estamos listos para grabar, las nubes se encargan de cubrir el cuadro. Mierda.


11h16 Cansados de esperar al famoso nevado, decidimos avanzar con otra escena en la que el convertible rompe la niebla del páramo. Lorna, Blanquito y Fabrico van el auto, el equipo de fotografía y sonido rueda en paralelo sobre la Ramboteca, una Ford modelo 86 que nuestro gran equipo de Grip adecuó para el rodaje.

13h20 No podemos esperar más, hace dos horas que debíamos salir hacia Quito y seguimos colgados y muertos de frío. La única solución es replantear la escena usando lo que tenemos a la mano: niebla espesa, vicuñas y páramo. Plano abierto de la carretera, hay tanta neblina que no se sabe si el camino sigue o termina en un barranco. De pronto, el convertible negro sale de la nada con las luces encendidas. Blanquito le pide a Fabricio que pare, se estacionan a un lado del camino. Blanquito baja, camina hacia el maletero, abre su maleta y se pone todas las camisetas que encuentra, una sobre otra. Empieza a caminar. Por un momento se pierde entre la niebla…








GRANIZO DE VERANO: Sábado 10 de julio, 12h42. Hace dos días que grabamos en Quito. Hoy estamos en un complejo habitacional en el extremo sur del barrio La Vicentina, donde encontramos una casa que le hace justicia a Lorna.

14h27 La de hoy es una escena bastante complicada: exterior-interior-exterior, diálogo largo, acciones en espacio reducido y todo en plano secuencia. Además, esta escena es prácticamente nueva, surgió de una improvisación entre los actores días antes de empezar el rodaje. Mientras los maquillan, Andrés Crespo le dice a María C. “yo no voy a acordarme de toda esta huevada (se refiere al diálogo), déjame llevarla y contesta lo que yo te pregunte”. María C. pone cara de este man, de verdad, está loco. Y no se equivoca del todo.

15h09 Después de una toma que prometía mucho para las siguientes empieza a llover y tenemos que refugiarnos, todos, en el pequeño apartamento de la Vicentina. Estamos en verano y llueve como para el diluvio.


15h53 La lluvia paró durante diez minutos exactos. De nuevo, teniendo todo listo para la acción, tenemos que apretujarnos lo mejor que podemos en el hogar de Lorna. Eso no es todo: piedras de granizo empiezan a chocar contra las ventanas y a rebotar en el piso. Las gradas del condominio se llenan de hielo, cual Nueva York en invierno. De a poco, varios miembros del equipo van cayendo al suelo en el intento de salvar alguna lámpara. Cordero guarda silencio y mira a través de la ventana una ciudad que no se puede ver.


18h36 Tenemos diez minutos de luz y el plano dura cinco. Contra todo pronóstico meteorológico, conseguimos una de las escenas mejor iluminadas de toda la película: Blanquito habla por teléfono fuera de la casa, es de día, luego entra y conversa con Lorna, cuando ambos salen del departamento, la luz ha cambiado y el atardecer cobija a la ciudad atormentada. Las posibilidades eran mínimas. Quién lo diría, la madre naturaleza, después de todo, está de nuestro lado.


UN DÍA MÁS: Lunes 12 de julio, 21h49. Si todo sale como tiene que salir, mañana será nuestro último día de rodaje. Estas cuatro semanas han sido más intensas de lo que pude haber imaginado. Y nada. Y todo. Feliz de terminar esta segunda etapa en la vida de Pescador y feliz de volver a mi vida de civil. Un rodaje no te deja tiempo para vivir o, más bien, te cambia una vida por otra, como tener una identidad secreta.

7.05.2010

EPISODIOS: fotos de Sebastián Cordero


SPARKY EN EL MALETERO: Viernes 25 de junio, 16h16. Última escena en Manabí, vía Manta-Crucita. Esta fue una escena especialmente difícil. El convertible rueda por la carretera repleta de ceibos de lado y lado. Fabricio va al volante, Lorna y Blanquito están en el asiento de atrás. Los tres conversan y nosotros vamos junto a ellos en una camioneta, en el balde el equipo de cámara con la Cannon 7D montada en una pluma. Y Esteban Brauer, internacionalmente conocido como Sparky, va en el maletero cerrado del auto, mezclando en su consola y tragando gas. La cuestión nos costó su poco pero al final quedó lo que será una de las secuencias memorables de nuestra película. Y Sparky quedó enganchado a los gases tóxicos del convertible.

La foto de abajo fue tomada antes de empezar la toma. María C. tiene una onda Dolce Vita y Sparky, al parecer, estaba cuestionando aquello de viajar en el maletero.




LAS RICAS HAMBURGUESAS DE LA NEGRITA CRUCELINA (no tiene sucursal): Lunes 28 de junio, 21h11. Calle Antepara, entre Primero de Mayo y Nueve de Octubre. Escena 75) Blanquito espera su turno en un concurrido puesto de comida rápida. Se ve Muy serio. Agarra una servilleta y saca un esferográfico de hotel. Empieza a escribir. Son números… “2000, 500 LORNA, 350 TERNO, 15 PELO, 325 HOTEL MANTA, 625 HOTEL GUAYAQUIL, FABRICIO ?” Se queda pensativo, preocupado.


THE MISSING CLAQUETA: Martes 29 de junio, 20h36. Grabamos una escena en la que Blanquito (Crespo) y Fabricio (Valencia) mantienen un diálogo en el convertible negro y celebramos un año más de Carlitos. Cantamos el cumpleaños feliz (el tercero en lo que va de rodaje) frente a la entrada principal del hotel Oro Verde, en plena Avenida Nueve de Octubre, rodeados de los curiosos que observaron la escena. Comemos torta en vasos de plástico a toda velocidad y nos movemos a la siguiente locación. Allí, listos para grabar, el rumor se distribuye de radio a radio: la claqueta no aparece. Esperamos unos minutos con la esperanza de encontrarla. Pronto entendemos que cualquier esfuerzo será inutil y salimos sin claqueta. Nos gusta pensar que algún fan se la llevó y ahora la tiene colgada en su cuarto, justo encima de la cama, como una medalla de honor.


GUIONISTA EN SET: Martes 29 de junio, 03h34. Bar El Capitán del hotel Oro Verde. Mientras montamos la escena 74, me siento en uno de los sofas de la entrada y apunto lo que posiblemente sea una crónica y también un diario de rodaje. Mi presencia tiene algo de inaudito. Nadie o casi nadie acostumbra cargar con el guionista en set a menos que sea para una breve visita o un cameo desenfadado. Aunque no he logrado salvarme de uno que otro de esos momentos tan Charlie Kaufman en Adaptation, creo que no he sido del todo inútil. Cordero es un director generoso, discutimos líneas y movientos entre toma y toma, pero claro, el veredicto final lo tiene él y yo tengo suerte de que así sea.