1.31.2011

Muertos que hablan


Los vivos y los muertos, la novela del boliviano Edmundo Paz Soldán modelo 2009, ha dado mucho que hablar desde que vio la luz por primera vez. Tuve que pedir varios favores para que llegara a mis manos, pues estaba seguro de que jamás la encontraría en Ecuador. Por suerte, me equivoqué. Hace unos días la vi circulando por librerías locales y fue como toparse, por casualidad, con un amigo que vive fuera y vino de visita sin avisar.

La leí hace más de un año y explayarse desde la distancia sería irresponsable. Así que lo siguiente, más que una reseña (o un intento de), es algo que había olvidado contarles.

La novela está ambientada completamente en Estados Unidos (Madison, al norte de la costa este) y basada en hechos de la vida real: una serie de asesinatos a deportistas, cheerleaders y alumnos de un colegio en Dryden, Nueva York. Paz Soldán, que es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell (y, como lo prueba su blog río fugitivo, gran columnista), se encontró con la historia en un periódico y tomó la crónica como punto de partida. En su momento, las críticas no se hicieron esperar, ¿cómo se le ocurre a un boliviano escribir sobre USA cuando es bien sabido que los latinos deben, debemos, escribir sobre y soñar con Europa? Fuck’em. Esa es una discusión que ni siquiera vale tener.

Si algún pecado cometió Paz Soldán, se trata de un pecado académico a la hora de escoger el español con el que escribió esta novela. Como se sabe, hay muchos españoles (idiomas, no personas) siendo escritos y hablados al mismo tiempo. Y es precisamente en las diferencias entre un español y otro donde puede encontrarse lo más parecido a un denominador común en Latinoamérica. El español de Los vivos…, repito, es un pecado académico, peca de correcto, de universal, de frío, le falta feedback, distorsión, le falta pasaporte, ser de alguna parte: le falta maldad.

Dicho esto, Paz Soldán escribió un teen-thriller que lejos de ser otra tonta película de miedo se sostiene como un libro inteligente y sólido que supera, largo, al género al que supuestamente pertenece. Aprovechando el mejor regalo que le ha dado la literatura norteamericana al mundo, el ritmo, la novela avanza y se mueve rápido, con la misma agilidad que un asesino prófugo de la justicia. Con capítulos cortos dedicados a varios personajes, todos escritos en primera persona, un notable manejo de las redes sociales como puertos donde se anclan emociones y fábricas de identidad, la cuota justa de sangre y suficientes canciones como para aguantar un road trip de Quito a Madison, éste libro conecta el mundo de los vivos con el no mundo de los muertos. Al final somos los que nos quedamos de este lado los que tenemos que aprender a vivir otra vez, a empezar de nuevo aunque ya no seamos los mismos.



Recordaré mis días de cheerleader , cuando escribía un diario y soñaba que me tomaban en serio a pesar de la minifalda y la exagerada alegría que debía mostrar al borde de la cancha (era una alumna excelente y una actriz destacada, pero a los chicos lo que más les importaba era que estaba buena). No podré creer que lo mejor de mi vida terminó antes de cumplir los dieciséis. Pero así será. Quizás es así con todos, es sólo más obvio en mi caso.

La pareja: una forma de hacernos la vida insoportable. Pero cuando estamos solos la vida también es insoportable. Uno nunca sale ganando.

Nunca entenderían cómo lavar una cucharilla podía parecer que no era nada, pero sí lo era cuando se sumaba a las otras cucharillas, los otros vasos, la ropa sucia, los pisos por trapear, los muebles por desempolvar, los baños que se cubrían de grima y olor de orín si se los dejaba quietos, los juguetes que había que poner en su lugar, las cenas por preparar, las facturas por pagar. Así se agrietaban las manos, así se partían las espaldas, así se quebraban voluntades.

Junior, tan lindo, tan dulce. Luego crecerá y se volverá como nosotros. Bienvenido, Junior, le diré algún día, y lloraré sobre su hombro.

Se lo diría cuando llegara. Sin amenazas, sin decirle el porno o yo, porque seguro que elegiría el porno, y yo, imbécil, no sería capaz de convertir mis amenazas en realidad.

No era un sueño. Se me ocurrió que esto no era un interludio que más temprano que tarde daría paso a la vida normal. Se me ocurrió que la vida sería así de ahora en adelante. Si se trataba de eso, entonces valía la pena vivir los sueños y hacer como si la vida fuera el sueño o la pesadilla.

Toco mi corazón y le digo nada parece haber cambiado, late igual que antes.

1.26.2011

Me llamo Ariel… Ariel Roth: Velódromo en el ochoymedio.


Velódromo es la segunda película de Alberto Fuguet, pero sobre todo es su venganza. Luego de años persiguiendo fondos y tratando de levantar presupuesto para Perdido, un proyecto que los fuguetianos conocemos como “la película que se perdió”, el escritor chileno se apartó de las prácticas convencionales y se lanzó con una cinta-garaje que se rodó en cuatro fines de semana, con equipo mínimo y apostándole todo, absolutamente todo, a un tipo llamado Ariel Roth.

“Me cargan los prólogos, claro que para un prólogo necesitamos una historia y no sé si hay mucha aquí. Esto va a ser sobre mí. Bienvenidos a mi planeta”, dice Ariel al comienzo, y tiene razón. Más que historia propiamente dicha, Velódromo tiene momentos, algunos de ellos francamente sublimes: cuando Carlos, capaz el mejor amigo de Ariel, le “termina” porque quiere crecer; cuando Ariel atiende a los clientes para los cuales freelancea como diseñador gráfico; cuando habla con su primo Coke sobre tener “treinta y cuatro, casi treinta y cinco, mal”; cuando Danko, uno de sus nuevos amigos, le cuenta que va a ser papá. Momentos que cumplen con armar un personaje, una vida o un estilo de vida, un planeta.

Ariel no solo vive en una película sino que vive de las películas. No va al cine, las baja del internet a su mac y las consume como un adicto. Cuando no está viendo está pedaleando por Santiago (que dicho sea de paso luce mejor que en otras ocasiones, sobre todo con la versión de Raindrops Keep Falling On My Head de José Baudrad al fondo), girando, avanzando aunque su vida no avance con él o por lo menos no a su ritmo. Mientras pedalea, habla, nos habla, y su voz en off es entrañable. De hecho, el Ariel en off quizás sea mejor persona que el Ariel en on, más sensato, más sensible, más tranqui, pero es el otro el que se lleva los puntos por una sencilla razón: es más real. Ariel Roth, en on, tiene todas las malas costumbres masculinas, es egocéntrico, egoísta y un poco perezoso, pero es, no miente, se faja con el mundo siendo absolutamente honesto y si bien no todo el mundo se lo banca, él prefiere decir su verdad y aguantar las consecuencias, ¿cuántos pueden decir lo mismo? Fuguet le tiene tanto cariño a su personaje que lo deja salirse con la suya así eso no sea lo mejor para la película. Sin duda se le va un poco la mano, pero mil veces un director que engríe a su personaje a uno de esos que traen gente a este mundo solo para hacerla y verla sufrir.

Velódromo está planteada como una comedia pero sus secuencias “serias” hablan igual o mejor de ella que las demás. Ariel está solo, lo sabe y hay que saber estar solo para no morir en el intento. Ha creado un muro a su alrededor y a ratos se comporta como un ser hermético que se cuida demasiado las espaldas, al punto de no permitirse ciertas cosas, cierta gente. Tiene sus trabas, sus asuntos no resueltos, sus rollos mentales y un arrogante mecanismo de defensa que no siempre le funciona pero lo hace quien es: Ariel Roth y tampoco es que se muera por serlo. La venganza de Fuguet fue crear un personaje de moral y filosofía indie que puede, como la misma Velódromo, vivir al margen o mejor dicho existir bajo sus propias reglas, un tipo que está bien donde está y defiende su lugar a toda costa. Ariel no necesita conquistar el mundo, ya conquistó su planeta y en ese lugar tiene espacio de sobra para pedealear.








FUNCIONES 8.5-UIO:
viernes 28 y sábado 29: 20h45
domingo 30: 18h30

1.21.2011

Pero no me dejes nunca


Los niños que viven en Hailsham piensan que están viviendo en Hogwarts, pero su salón de clases tiene un trasfondo mucho más The Wall. Hailsham es una escuela para clones que algún día donarán sus órganos para que los humanos “originales” prolonguen su vida. Es mediados de los setenta y se supone que la humanidad lleva veinte años criando clones para su beneficio. En este mundo, la expectativa de vida es de cien años.

Never Let Me Go, basada en la novela de Kazuo Ishiguro, es la segunda película de Mark Romanek, mejor conocido por sus videos musicales y por One Hour Photo, su primer intento en pantalla grande. Aquella vez, Romanek logró crear un look enfermo y una atmósfera intensa, pero no una verdadera película. Han pasado casi diez años desde entonces y el director ha vuelto para vengarse.

La voz de Kathy (Carey Mulligan, ¿la gran actriz de esta nueva década?) es tan precisa y preciosa como el rostro que la produce. Ella nos cuenta la historia, nos presenta a Ruth (Keira Knightley), a Tommy (Andrew Garfield, que al parecer no sabe equivocarse), y nos introduce en un extraño triángulo amoroso hecho de silencios, cobardía y resignación. Esa voz habla desde el final de la película, entendió lo que pasó y sostiene en su tono una tristeza digna pero incurable.

Esta es una película de horror y ciencia ficción disfrazada bajo el drama de un amor imposible. El horror es mutuo, está en la pantalla y está en nosotros. Nos conmueve saber que estos clones son gente, que podrían ser o de hecho son como nosotros así su vida esté limitada por el motivo de su existencia. El horror empieza cuando les tomamos cariño. Pero lo que realmente nos aterroriza es la posibilidad de interactuar en ese mundo. ¿Nos detendríamos a pensar en un clon que ya donó un riñón y un pulmón si nuestra salud, nuestra vida, dependiese de su hígado? Hacia el final de la película, Kathy lo resume todo en una frase que podría ser su último suspiro. “What I’m not sure about is if our lives have been so different from the lives of the people we save.”

Romanek convocó a la gente adecuada desde la canción de Judy Bridgewater que le dio nombre a la novela y la película: una canción romántica que en estas circunstancias resulta aterradora. El personaje de Charlotte Rampling, la directora de Hailsham, es un verdadero monstruo de lucidez implacable. Adam Kimmel, director de fotografía diverso por naturaleza (Capote y Lars and the Real Girl son buenos ejemplos), está más preocupado por crear retratos con vida propia que por lucirse con acrobacias ópticas. Y aunque el guión de Alex Garland, que ya había demostrado bastante escribiendo Sunshine, deja cabos sueltos, también deja abierta una puerta para que entremos en el. Una vez dentro, nos damos cuenta de que eso que nos pasa, que nos está pasando mientras vemos la película, se llama culpa. Y duele.



1.19.2011

La suerte está echada


Santa suerte, la cuarta novela del colombiano Jorge Franco, es una novela-bolero. Está cargada de sentimentalismo, de lágrimas, de amores extraños que ya pasaron o que nunca fueron, o que pagaron mal y destrozaron todo lo que encontraron a su paso, condenando a los sobrevivientes a dormir bajo las ruinas. El dolor también puede ser una razón de vivir. El dolor puede ser placer.

Si se la pone al lado de Melodrama, su novela anterior y dicho sea de paso su mejor novela hasta la fecha, Santa Suerte parecería algo menor. Pero tampoco tanto. Franco continúa dando vueltas dentro de su elemento, las historias de mujeres y el montaje no-lineal que primero muestra la bala y luego el dedo que apretó el gatillo. Como en Rosario Tijeras y Paraíso Travel, en Santa suerte son las mujeres las que viven mientras los hombres viven para contar lo que hacen las mujeres.

En Santa suerte cada personaje tuerce su destino aún cuando trata de enderezarlo. Si es verdad eso de que cada quien hace su suerte como el Dos Caras de Batman, las hermanas Jennifer, Leticia y Amanda, protagonistas indiscutibles de la novela, tomaron todas las decisiones equivocadas. La primera trata de mejorar su vida de todas las formas posibles, haciendo trampa cuando hace falta y diciendo la verdad cuando no queda más remedio, pero trata demasiado fuerte y rompe sus propias oportunidades. La segunda tiene el “no” dañado, va agarrando las cosas como le vienen a ver qué pasa aunque pase algo malo, después de todo, mejor que pase algo malo a que no pase nada. Y Amanda, la tercera, la hermana que se la pasa escuchando boleros y dramatizando las escenas omitidas entre líneas, inventa el suyo y decide vivir allí, adentro de un bolero que no puede ser otra cosa que una canción triste, que perdería su trágica belleza al menor asomo de felicidad.

Franco es cada vez más franco y en cada novela se conoce mejor. No le importa ser duro ni denso ni, mucho menos, cool. Le importa hacer que las cosas pasen, escribir con ritmo, moviendo lo que se puede mover, no necesariamente hacia delante sino a los lados y, en caso de emergencia, hacia atrás. Franco permite que sus personajes sufran descaradamente, que amen hasta el cansancio de la manera menos saludable posible, que se arrastren por el suelo prendidos del talón que acaba de pintarles el ojo de morado. Como en un gran bolero masoquista, en Santa suerte hay males que durarán mucho más de cien años y cuerpos que sólo viven para aguantarlos.



Tal vez debería agradecerle su ausencia porque me ha permitido tenerlo conmigo de una manera idealizada, pero ya me he pasado de idiota como para tener que agradecerle algo. Más bien tengo un deseo: que se le pudra la lengua con la que me endulzó el oído, su lengua sucia, embustera, melosa y cobarde que trabó tantas veces con la mía.

Voy a imaginarme que, al nacer, algún traficante de órganos le robó el corazón. O que a su mamá la embrujaron durante el embarazo. Que un problema genético lo privó de los sentimientos o que por alguna maldición de familia Dios no quiso darle alma. Voy a buscar fuera de usted las razones para culparlo. Alguna enfermedad infantil que lo haya privado del afecto, un golpe, un accidente, una fiebre alta que le haya quemado los sensores del cariño. No quiero creer que fue intencional el daño que me hizo. Quiero pensar que fueron fuerzas extrañas y sobrenaturales las que lo llevaron a olvidarse de esta boba que ahora hace de víctima y defensora suya.

No, señor, yo de aquí no me muevo, pero si me engordo es por su culpa, y si se me atrofian las piernas y si se me olvida caminar, y si se me olvida cómo es el mundo de afuera, y si se me secan los pulmones por respirar este encierro, y si se me marchita la piel por vivir a la sombra, y si se me apesta el pelo, si se me tapan las arterias, si se me pela la espalda de estar echada, si pierdo la noción del tiempo, si me extingo como una mata en un clóset, si se me encoge el corazón, si me enfermo, si me muero, será por su culpa.

Hay muertes que Dios nos debería consultar.

…locuras cometemos todos. Creer en el amor es una de ellas. Creer que es para siempre es otra peor.

Y ya que el tema son las promesas, voy a hacer una más: si lo vuelvo a ver en ese televisro cojo el bate de los gemelos y pulverizo esa pantalla a golpes hasta que de su imagen sólo quede vidrio molido. Lo prometo. Si es que al verlo no soy yo la que antes queda rota.

De nuevo dio media vuelta para irse pero él la agarró del brazo. Ella le miró la mano: suélteme, dijo con rabia. El la retuvo y con un golpe seco le puso el cartón de cigarrillos contra el pecho. Llévese esto, dijo Álvaro. Jennifer se lo devolvió con otro empellón. El cartón cayó al piso. Él le apretó más el brazo. Álvaro abrió la boca y ella le metió tres dedos, como para arrancarle los dientes. Él cabeceó pero ella siguió enganchada a la mandíbula. Álvaro le mordió los dedos y ella, en lugar de poner cara de dolor, puso cara de éxtasis. Él la mordió más y ella le apretujó el mentón. Él rugió y ella le dijo: ahora sí nos estamos entendiendo.

…cuando se juega con la vida el afortunado es el que pierde.

No es uno el que deja a Dios sino Dios el que lo va dejando a uno, y a mí me dejó hace rato.

Yo me voy con la primera que llegue, sea la vida o sea la muerte.

He tenido el descaro y la insensibilidad de ponerlo por encima de cualquier pena, de cualquier pérdida, me ha importado más usted que la muerte de Leticia y de su hijo, que la de mi madre, que las muertes de todas las guerras, que la tragedia infinita de este país, más su abandono que la miseria del mundo, más su mentira que el engaño en el que vivimos miles de millones en un planeta a punto de sucumbir.

1.17.2011

Baby you're a rich man too!!!


Aunque Mad Men que lo merecía todo no se llevó nada, el mundo es un lugar mejor desde hace unas horas. Gran noche la de los Globos de Oro, por lo menos para los que vimos la ceremonia desde una tribuna, gritando por La red social y festejando cada premio como si fuera propio. Aguante Trent Reznor! Aguante Aaron Sorkin! Aguante Fincher!, ya era hora de verlo sosteniendo una estatuilla dorada entre las manos (ojalá el Oscar se porte a la altura). Debieron dársela hace años por el simple hecho de haberse atrevido a Zodiac, pero bueno, la espera valió la pena y aunque Eisenberg y Garfield "perdieron", al final todos ganamos. Ayer ganó el cine porque premiaron su razón de ser. Ayer, en el Beverly Hilton de Los Angeles-California, quedó claro que la lucha no ha terminado, que todavía se puede. Salud.

Algo más: Eisenberg on Conan. Después de ver esta entrevista, entiendo mejor cómo, desde dónde y por qué llegó hasta el Zuckerberg que nos mostró en la película.

1.10.2011

Algo sobre la mejor película del 2010


LA RED SOCIAL (o Facebook después de Facebook)

“La red social” es lo que es por muchas cosas, pero sobre todo por una: la cinta entera es la prolongación de su primera escena. Suena un blues de los White Stripes, Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg en un papel que lo gradúa de sí mismo y que, para bien y para mal, lo perseguirá por mucho tiempo) y Erica Albright (Rooney Mara, a quien le bastan unos cuantos minutos para apoderarse de nosotros) sentados a la mesa de un bar, no son novios, pero son algo. Están haciendo algo que solíamos hacer más a menudo: están hablando. Él quiere ser alguien, alguien más. A ella le alcanza con ser quien es y, capaz, hasta le sobra. Rompen o terminan de no empezar. Ella sigue con su vida. Él se queda solo. Más importante aún: se da cuenta de que está solo, solo de verdad. Zuckerberg no es del todo una mala persona pero sí una persona dañada que, como no sabe lo que quiere, lo quiere todo, e intenta borrar sus heridas con el láser de la venganza. Ciento veinte minutos después, ese sabor de boca, ese tufo a cerveza y odio, nos recorre el cuerpo.

¨La red social” es la mejor película de David Fincher hasta la fecha porque, además de enfrentar con distancia y madurez el gran tema de esta generación, la fragilidad de nuestras conecciones, le apuesta su capital a los personajes y al mundo en el que viven o, bueno, en el que vivían. Tiene el ritmo de una película de acción en la que los proyectiles son sustituidos por diálogos, por ideas y emociones que atraviesan la piel y rompen arterias al momento del impacto. Eisenberg, Rooney, un Andrew Garfield parado en los hombros del mejor Edward Norton y un Justin Timberlake que podría ser Brad Pitt sostienen esta tragedia griega (¿no son caso los gemelos Winklevoss gladiaores en un coliseo?) en alta definición, frente a una cámara en apariencia distante que les rinde tributo, los deja ser y potencia sus latidos como la música de Trent Reznor y Atticus Ross, que podría ser la de Franz Liszt si éste fuera un androide venido de un futuro no muy lejano, potencia el pulso de un guión que sabe de todo menos de miedo, programado por Aaron Sorkin.

“La red social” no es la historia de una empresa valorada en 25 billones de dólares ni la de sus 500 millones de usuarios en 207 países. Es la historia de un genio real que cayó en su propia trampa virtual. De alguna manera, Facebook funciona para todods, menos para Zuckerberg o para la versión cine de Zuckerberg: el perfil de la soledad en la época en que se supone que nadie está solo. No todas las solicitudes de amistad son aceptadas.

(El Diario, 09/01/11)

1.03.2011

Desenchufado


Un pequeño y silencioso paréntesis antes de empezar, de verdad, el 2011. El cuerpo me pide un reseteo urgente (una parte de mi dice stop, fuiste muy lejos), esta vez pienso hacerle caso y enviar a la papelera de reciclaje todo lo que le está quitando espacio al futuro. Nada grave. Nada definitivo. Solo un par de días unplugged para recargar baterías y refrescar el disco duro.

Esta historia continuará…