1.28.2013

El Caballero de la Noche Regresa (segunda parte)


La segunda parte de El Caballero de la Noche Regresa, la película animada basada en el libro de Frank Miller, ya está en Internet, al aire, y esto sí es algo a lo que podemos llamar “épica conclusión”. Si pensaban que el Batman de Christopher Nolan había alcanzado y roto todos los límites del vigilante enmascarado tal cual lo conocíamos, aún no han visto nada o, mejor dicho, aún no saben de lo que puede ser capaz un hombre perturbado y disfrazado de murciélago.

Después de que un Batman más viejo y más lento –pero también más salvaje– acabara con su líder en una pelea a puño limpio, la pandilla conocida como Los Mutantes ha vuelto a nacer haciéndose llamar Los hijos de Batman. Ahora se pintan la batiseñal en la cara (bien podrían ir a un concierto de KISS) y patrullan las calles de Ciudad Gótica como una guardia civil cuyos métodos son todo menos civilizados. El problema es serio y a cada segundo se pone peor. Así las cosas, el presidente de los Estados Unidos, una caricatura de Ronald Reagan (cómo no, tratándose de un vaquero de Hollywood que estuvo en la Casa Blanca durante ocho años), le pide a su soldado más poderoso que intervenga pero, claro, El Caballero de la noche no dejará que lo atrapen vivo. Ese soldado es Superman y su aparición, estridente como siempre, nos muestra el enfrentamiento de dos hombres –dos amigos, se tratan de Bruce y Clark– que llevan a cuestas la peligrosa tarea de decidir lo que creen es mejor para los demás.

El Guasón, otro viejo amigo que hasta ahora había permanecido apagado y deprimido en el Asilo Arkham, también regresa a las calles para, literalmente, matar a la gente de risa. Con Batman dando vueltas por ahí de nuevo, El Guasón recobra sus ganas de vivir y, de paso, la razón de su existencia: corromper a una ciudad que hace rato dejó de valer la pena, empezando por el más noble de sus ciudadanos. En la secuencia que transcurre en un parque de diversiones, donde el payaso psicótico va dejando cadáveres tras cada carcajada, Batman finalmente pierde el control, traiciona sus métodos y con el abdomen perforado a puñaladas reconoce que al último nadie reirá mejor. Ni se baja vivo de una cruz ni se sale ileso del túnel del amor.

Al final habrá un entierro y ese día será frío y gris, como corresponde. Habrá una mujer llorando, una mujer que solía vestirse de gata y a quien los años no han tratado de la mejor manera. Esa mujer será consolada por un inconsolable y retirado comisionado de policía. Será un entierro discreto, incluso solitario, pero distinto a la mayoría: el cuerpo aún está caliente.

(El Diario, 27/01/13)  


Pueden ver la película completa aquí.

1.18.2013

La hermana menor


¿Cuántas películas malas puede ver un hombre por culpa de una mujer? Ayer, por ejemplo, vi dos, una después de la otra. Vi la hippie y country Peace, Love & Misunderstanding y luego la académica y nerd Liberal Arts. Las vi en la compu, en Internet, pixeleadas, en baja. En rigor, no son tan malas o por lo menos me consta que las hay mucho peores, pero igual, no te sacan de ningún apuro. Las vi en plan stalker, siguiendo en silencio y desde la oscuridad de mi cuarto los pasos de Elizabeth Olsen.

“Lizzie”, como le dicen o sus familiares o sus amigos –no me queda claro– es la hermana menor de Mary-Kate y Ashely Olsen, esas niñas-fenómeno que nacieron en el set de Tres por tres y durante años se hicieron pasar por una misma bebé. Las gemelas abandonaron el hogar de la familia Tanner para hacer su propio imperio de películas para niños, ropa fashion para adolescentes y anorexia para adultos. De hecho, “Lizzie” partió actuando en varias de esas películas a los 4 años, pero logró salvarse de la maldición.

Elizabeth Olsen es la hermana rara y alternativa y escoge personajes a los que les gusta leer lo mismo Walt Whitman que sagas de vampiros top models: todo bien, lo importante es que les gusta leer. Me parece que está tratando de recobrar el honor de su familia y por eso se mete en cintas indie, no se maquilla mucho y se agarra el pelo con lo primero que encuentra. Es guapa y mucho, pero tampoco tanto, o sea, no te intimida, te da confianza, le crees. Digamos que es alguien a quien quieres tener en tu vida.   

Su mejor película hasta la fecha es Martha Marcy May Marlene, la historia de una secta rural en la que el desprendimiento de los bienes materiales se recompensa con falta de higiene, desnutrición y orgías acústicas. Recuerdo haber pensado, ¿quién es?, ¿cómo puedo saber más de ella?, ¿qué guiones estará leyendo?, ¿cómo hago para volver a verla?  

Uno puede ver casi cualquier cosa si su nuevo objeto del deseo está en ella. Hay hombres que renuncian a su futuro e incluso a su identidad por el amor de una mujer, otros sólo nos aguantamos sus malas películas con tal de pasar más tiempo a su lado.  

(El Comercio, 13/01/13) 

1.14.2013

Ralph Rules


Cumplir 30 años es un evento clave en la vida. La gente te mira distinto y tú también te ves de otra manera. La gente espera cosas de ti, más cosas, otras cosas. Espera que seas, bueno, un hombre, que empieces a hacerte cargo, que crezcas. Pero eso no es tan importante. Lo que realmente puede hacerte daño y fracturarte es mirar hacia atrás y no encontrar mucho. Es lo que le pasa a Ralph, un personaje animado con más dotes de gente que la mayoría, un adolescente grandulón y torpe que más que ser un hombre lo que quiere es convertirse en un héroe.

Durante 30 años Ralph ha sido el malo de un videojuego. Su trabajo se parece al del primer Donkey Kong: debe demoler un edificio cada vez que un niño mete una moneda en la ranura sólo para que el conserje, un tipo de complexión Súper Mario y demasiado buena onda llamado Félix, armado con un martillo mágico, lo arregle, salve a los inquilinos de quedarse en la calle y de paso humille al “villano” haciéndolo caer en un charco de lodo. En rigor, el trabajo de Ralph es perder. ¿Qué es un videojuego sin un buen malo que te haga picarte y odiarlo y seguir jugando hasta vencerlo? Poco, casi nada, lo mismo que una película sin obstáculos.

Ralph tiene varios obstáculos en su historia, pero el más difícil de superar lo lleva dentro, debajo del overol y la camisa a cuadros tipo leñador. Está harto de ser el malo, empachado de ser quien es y por eso busca lo imposible: una medalla de oro dentro de un sistema que, como todos sabemos, no premia a los villanos. Para esto debe cambiar de juego y meterse en universos que no le corresponden: el viejo truco de perderse para encontrarse. Allí, en un lugar que no es el suyo, una pista de carreras hecha de caramelo llamada Sugar Rush, Ralph podrá ser quien quiere ser, podrá ayudar, conocerse, medirse ante el peligro y construir una de las escenas más demoledoras de la historia del cine: cuando destruye el auto de su compañera de aventuras, la pequeña y valiente y alternativa Vanellope, no sabes si ponerte a llorar o crecer de una buena vez y aceptar que estás viendo una película adulta que ha logrado golpearte y quizás pueda demolerte.

Ralph nunca será oficialmente un héroe, los niños seguirán gastando el dinero de sus padres tratando de vencerlo y serán felices al verlo revolcarse en el lodo. Así será, así tiene que ser. A nosotros nos queda el secreto, una ventana al interior de un chico que se hizo hombre justo en el momento preciso, cuando el mundo dependía de él. Ya lo dijo Bowie: podemos ser héroes aunque sea por un día. A Ralph le bastan menos de dos horas.

(El Diario, 13/01/13) 

1.07.2013

Ciertas cosas


Hace unos años, Javier y yo pasamos varios días juntos en Nueva Orleans, al sur de los Estados Unidos, hospedados en el hotel más barato que pudimos encontrar. Cuando nos tocó lavar la ropa sucia, salimos desde allí y dimos con uno de los mejores inventos que haya producido la civilización: un bar que tenía, en una especie de trastienda, lavadoras y secadoras dispuestas para sus clientes. Pusimos la ropa en las máquinas, echamos las monedas y nos dedicamos a tomar cerveza en la barra.

La ropa tardó varios ciclos en secarse y nos vimos en la obligación de beber más de lo que teníamos planeado. Creo que ya habíamos pasado al whisky cuando le pregunté por su película, un proyecto en el que llevaba metido no sé cuánto tiempo y que por esos días parecía estancado, acaso hundido. Auspiciado por el trago, le dije que escribiera otra, una menos complicada, más barata, que rodara porque en ese momento no se estaba moviendo. Javier se quedó en silencio un momento, mirando las botellas del bar, y luego me dijo: siento que esta tiene que ser la primera. Ahora, después de haber visto Mejor no hablar (de ciertas cosas) en pantalla grande y en Portoviejo, donde se la tiene que ver, siento que Javier, equivocado o no, encaprichado o no, ha hecho la película que quería hacer (me molesta un poco que las cosas se arreglen a tiros, pero supongo que ciertas cosas sólo pueden arreglarse de esa manera), una película gritona y lamparosa como él, frontal y creída como él, inteligente y lanzada como él. Si tuvieron que pasar todos estos años, le doy la razón por haber esperado y capaz todos los directores deberían hacer lo mismo: dejar que la historia crezca, madure, y volver a ella sólo si tienen las mismas ganas de filmarla que tenían al comienzo, sólo si están seguros de que es esa y no otra la película que pueden y deben filmar. Y ojalá todos tuvieran una productora como María de los Ángeles Palacios, a quien deberían darle un premio por el mero hecho de soportar a Javier.  

Esa noche, en Nueva Orleans, salimos del bar después de haber cantado con una pareja de músicos ambulantes que tenían más suéteres encima que carne en los huesos, y seguro dormían en el mismo auto en el que viajaban. Estábamos borrachos o por lo menos yo estaba borracho –mi capacidad de almacenamiento es menor que la de mi hermano– y caminamos con la ropa limpia a cuestas hasta un sitio de hamburguesas. Al llegar, Javier ordenó lo suyo y yo pedí exactamente lo mismo sin siquiera ver el menú, para eso, y para el cine, siempre ha sido un tipo al que vale la pena hacerle caso.

(El Diario, 06/01/13)