12.11.2020

CD/2020






¿En qué estaba pensando?
(todo lo que es el prólogo)

Había una vez. No. Sorry. Va de nuevo. 
Había una voz. Y era la mía. 

Había una voz. Suena bien, seguro lo escuché en algún lado. Un escritor copia, un artista roba. Nadie me considera un artista, es cierto, pero confieso que he robado. 

También podría decir: Había una vez un blog y, en ese blog, una voz. Pero es muy temprano para eso, el blog todavía existe: 629 entradas desde febrero del 2008 hasta la fecha; it ain’t nothing, como dicen. Si de verdad quieren saberlo, este libro es producto de ese blog: sí, un blog, esas cosas ahora vintage que parecían más el futuro que el presente y hasta eran concurridos pero hoy se ven, al menos de lejos, como objetos coleccionables sin coleccionistas, objetos inanimados que uno mira sólo cuando mira hacia atrás. (¿Les pasa lo mismo a los libros?, ¿le pasará lo mismo a este?) 

El blog en el que había una voz fue originalmente un producto de diario El Comercio. Ahora que lo pienso, quizás una réplica de los blogs (literarios en su mayoría) que incorporó El País de España a su web bajo el nombre clave ElBoomeran(g). Éramos jóvenes y bellos y techno. Pero, lo sigue cantando El Príncipe de la Canción: hasta la belleza cansa. 

Ahora suena raro y parece mentira, pero me pagaban por bloggear. No mucho, pero, hey, no a todo el mundo le pagaban por bloggear. Mi compromiso era postear dos veces por semana, cada lunes, cada jueves, y repartía los temas entre libros, películas y discos. Era un trabajo sucio -hablar bien de mis héroes hasta cuando no se lo merecían y despellejar a mis enemigos naturales- pero honrado y, sí, alguien tenía que hacerlo. Alguien con tiempo y data y algo de soledad entre las manos: Rob Fleming, el dueño de Championship Vinyl (que vendía vinilos bastante antes de que comprar vinilos fuera tan políticamente correcto como adoptar gatos), hubiese sido un buen blogger, por ejemplo; le sobran el conocimiento, las opiniones, y sabe que no siempre se trata de sorprender sino de mirar otra vez donde todos han mirado ya y amplificar el horizonte. 

Fui un blogger asalariado por un par de años y cobraba una vez cada seis meses para que el cheque tuviera razón de ser. Escribí entradas en trenes y en aviones; en hoteles y en casas de mujeres a las que no volví a ver; en librerías y en cines; en Quito, en Guayaquil, en Portoviejo, en Ámsterdam, en Buenos Aires, en Nueva York, en Panamá, en la Luna; en mis cinco sentidos y también a control remoto, totalmente intoxicado; escribí sobre mis amigos y, los que aún me quedan, han adoptado la sana costumbre de soltar una advertencia antes de contarme chismes que podrían incriminarlos, “mira conchatumadre, te voy a contar algo, pero júrame que no lo vas a escribir”; escribí sobre un par de amigas y, las que todavía me hablan, me dicen cosas como “cuando escribas esto di que tengo el pelo rojo, siempre he querido ser pelirroja, pero pelirroja natural, con pecas, ¿ya?”; escribí con confianza en lo que escribía, con fe en lo que escribía, odiando lo que escribía, seguro de que más que un ladrón era un estafador, un farsante, un mentiroso. Escribí para que me quieran por interno y para poder odiar en público. Y así me di cuenta de que uno sólo puede escribir lo que termina escribiendo y que el reflejo que te devuelve la pantalla puede ser lo mismo el retrato hablado de un criminal que un corazón de peluche o las muelas de un cadáver del que no queda otro rastro. 

Pero escribí. Eso es lo que cuenta, ¿no? Seguí escribiendo cuando me dijeron que los blogs habían pasado de moda y que ya nadie pagaba por mantenerlos. Escribí cuando la gente me dijo que no abandonara el blog y escribí cuando la gente lo abandonó y las entradas, los posts, eran mensajes en botellas que no podían flotar ni llegarle a nadie porque el océano a mi alrededor se había vaciado y yo mismo estaba hueco. 

Escribí, incluso, cuando me preguntaban, “¿sigues escribiendo?”, “¿en el blog?”, y acto seguido me decían “ya no te leo”, que es como decir ya no ocupas ni un desvío de mis pensamientos o ya no tengo tiempo para ti o te hubiera ido mejor si te morías joven. (Nunca he intentado suicidarme, pero varios doctores me han dicho, varias veces, “Tiene suerte de estar vivo.” Más de eso en el próximo libro). 

Y, me queda claro, seguí subiendo cosas al blog porque así, de una forma solitaria y silenciosa, organizando un archivo para nadie, me quedaba la esperanza humilde de ser un escritor, uno de esos a los que se los aplaude con una sola mano. 

El blog fue y será siempre una isla rodeada y sostenida por aguas internacionales, sin reglas, sin castigos, sin asambleístas, sin constituyentes, un cuarto de juegos donde nadie puede perder porque a nadie le interesa ganar. 

Y escribí cuando empezó el estado de excepción, el 17 marzo del 2020, cuando se suponía que el CV19 sería temporal, pasajero, cosa de dos semanas. 

Quería escribir un diario unplugged, para adentro, tranqui, sobre las aventuras de un personaje/narrador que enfrenta el aislamiento y descubre, contra todo pronóstico, que se aguanta a sí mismo y que, a veces, en los días buenos y antidepresivos y ansiolíticos mediante, hasta se cae bien y disfruta de su propia compañía. Una especie, creo, de manual de supervivencia (¿cómo ser cómplice de uno mismo?) y entretenimiento para los que viven solos y se inclinan por la misantropía. Iba a ser sobre mí y para mí y para #gentecomouno. 

¿En qué estaba pensando? 
La realidad siempre se encarga de corregir nuestros planes. 

Al principio parecía una broma, casi un feriado, pero la broma se estiró hasta el absurdo y luego hasta el horror y de seguirse estirando podría cubrir el cielo y que nos trague la noche. El 2020 (habrá libros y películas con ese título; tatuajes, canciones y, obvio, una generación entera que expiró en esa cifra) ha durado tanto que es mejor publicar ahora y no esperar a que se termine y callar para siempre. 

El encierro, la curva pronunciada y ascendente, el miedo a los otros, la falta de comida, el aumento en el consumo de drogas, los negocios cerrados, los empleados despedidos, los emprendimientos gansteriles, los artistas sin público, los que ya nunca volvieron a la vida que tenían ni a ninguna otra, la sangre agria de una raza política cuya única oportunidad de redención es el suicidio colectivo, los cuerpos abandonados en las calles, cubiertos por sábanas floreadas, fritos por el sol y coronados por moscas como drones. 

Este diario tiene un orden cronológico, sí, pero no una secuencia lineal donde un capítulo se conecta con otro como en una serie de Netflix. Cada cartílago, cada día, puede leerse como una criatura independiente, alimentada por emociones distintas: las llamas de la realidad, la tormenta de la ficción. Lo que pude registrar no fue plano sino cúbico: un día veía una nariz, otro día veía una oreja; un día decía ya, tocamos fondo, de aquí sólo se puede ir para arriba, y no, nada que ver. Seguimos cayendo con los ojos cerrados. Seguimos despertando con los ojos abiertos. Seguimos como si nada. Seguimos como si todo. 

Capto que darle continuidad a esos días fue imposible, que el caos era el único camino para entender lo que no tiene sentido. Y que cuando estás acorralado aprietas bien las muelas y lanzas golpes y que algunos de esos golpes aterrizan en tu cara. 

Este es el comienzo de una historia. Así, como fue: en pedazos.




Agradecimientos 
(este libro no hubiese existido sin) 
La Conce & El Ing. Chispo • El Arq. Familia • Faidu • El Monstruo & La Íntima • MoniQ & Jerry • El Patrón • El Doctor • Doggy Dogg • Primavera 0 • Revista Mundo Diners 
• 
Y todos los que han leído/compartido el blog incluso cuando no era lo correcto ni, mucho menos, lo más conveniente. 


Infielmente suyo, 
@pescadoandrade



12.01.2020

La verdadera historia del Himno Nacional




Vamos a tocar el Himno Nacional, tienen que ponerse de pie
- Frank Sinatra - 


La place Claude-François, en el Distrito XVI de París, al costado derecho del Sena, le debe su nombre a una estrella pop que tenía 39 años cuando, mientras tomaba un baño de tina, notó que la lámpara que lo alumbraba parpadeaba. Se puso de pie, sus pantorrillas todavía en el agua enjabonada, levantó el brazo para ajustar la bombilla con la mano, recibió una descarga eléctrica y murió. Esto ocurrió el 11 de marzo de 1978. 

Al día siguiente, en la otra orilla del mundo, el New York Times publicó una pequeña nota, apenas once líneas repartidas en tres párrafos, que termina así: componía la mayoría de sus canciones, y también interpretaba muchos hits americanos. El periódico, que a finales del pasado septiembre reveló una investigación según la cual Donald Trump pagó en impuestos nada más que 1.500 dólares durante sus primeros veinticuatro meses en la Casa Blanca, y debe, en préstamos que se vencerán en los siguientes cuatro años, un aproximado de 300 millones de dólares, se olvidó de decir que es en América, lo que ellos llaman América, donde más se ha escuchado una de las melodías de Claude François, mejor conocido como Cloclo. 

Paul Anka, nacido en Ottawa, capital de Canadá, ciudad que limita con la franco-parlante Quebec, solía vacacionar con su familia en el sur de Francia, y fue ahí donde escuchó por primera vez, en 1968, la canción Comme d’habitude (Como de costumbre), hasta ahora, y en gran parte gracias al mismo Anka, el tema más popular de Cloclo; aunque el canadiense hable de el más bien con distante indiferencia: era el hit mediocre de un cantante francés, la historia de un matrimonio aburrido, y era muy gráfica; la escuché y supe que podía ser mejor. Según Paul Anka, la conversación en la que se hizo con los derechos de la canción duró media hora, o menos. 

La letra de Comme d’habitude se traduce así: 

Yo me levanto y te empujo 
Tú no te levantas, como de costumbre 
Pongo la sábana sobre ti 
Tengo miedo de que sientas frío, como de costumbre 
Mi mano acaricia tu pelo casi a mi pesar 
Pero tú me das la espalda, como de costumbre 

Después, me visto rápido 
Y salgo del cuarto, como de costumbre 
Tomo el café totalmente solo 
Y ya estoy atrasado, como de costumbre 
Me voy de la casa sin hacer ruido, como de costumbre 
Afuera todo está gris, como de costumbre 
Tengo frío, levanto el cuello de mi camisa 

Como de costumbre 
Voy a jugar a simular todo el día 
Como de costumbre, voy a sonreír 
Como de costumbre, hasta me voy a reír 
Como de costumbre, trataré de vivir 
Después, el día pasará 
Yo, yo volveré, como de costumbre 
Tú habrás salido, y no habrás vuelto aún 
Como de costumbre, me iré a acostar solo 
En esa cama grande y fría, como de costumbre 
Y esconderé mis lágrimas 

Pero, como de costumbre 
Incluso en la noche, voy a jugar a simular 
Como de costumbre, tú regresarás 
Sí, como de costumbre, yo te esperaré 
Como de costumbre, me vas a sonreír 
Sí, como de costumbre Como de costumbre, te vas a desvestir 
Sí, como de costumbre, te vas a acostar 
Como de costumbre, nos besaremos 
Como de costumbre, ambos fingiremos 

Sí, como de costumbre, haremos el amor 
Como de costumbre, los dos fingiremos 

La escucho por enésima vez para transcribir la letra, y no me parece nada mediocre: la música, una balada pop con arreglos de cuerdas y vientos dignos de la Filarmónica de Londres o de la OTI de José José, tiene un poder y un empuje asombrosos, y eleva la melodía por encima de las nubes; la apasionada y desesperada y enloquecida interpretación de Cloclo grita todo eso que no se dicen las parejas que, bajo el mismo techo y bajo la misma pandemia, llevan meses enteros sin dirigirse la palabra. 

Claude François se hizo popular en 1962, cuando empezó, sí, es cierto, a traducir al francés éxitos anglo como Made to Love, de los Everly Brothers, acertadamente doblada como Belle, Belle, Belle, para luego pasar a las grandes ligas del rock and roll con temas de Los Beatles: sus versiones de I Want to Hold Your Hand (Laisse moi tenir ta main) y From Me to You (Des bises de moi pour toi) son tan ingenuas y encantadoras como a go-gó, perfectas para, digamos, ese Batman con panza que en las carnes de Adam West vencía a sus archienemigos bailando twist en los 60s. 

Ahora bien, no fue nada de esto en lo que pensó Paul Anka cuando decidió conservar la melodía de Comme d’habitude pero reescribir la letra. A finales de 1968, Frank Sinatra estaba en Miami filmando la cinta Lady in Cement con una mojada y furiosa Raquel Welch. El 68’ fue un año clave para el rock. El Álbum Blanco de Los Beatles había ensanchado y diversificado su música hasta lo imposible, Jimi Hendrix y Pink Floyd crecían con la venta de sus respectivos discos debut, y en Europa se formaban Black Sabbath y Led Zeppelin. Así las cosas, cuenta el propio Anka, Sinatra se sentía perdido en un mundo que lo había adorado tanto y ahora lo desconocía y lo castigaba con sonidos distorsionados, con un ruido eléctrico que él trató de escuchar de la mano de su joven esposa, Mia Farrow. Sinatra odiaba a Elvis Presley y cuando escuchaba a los cuatro de Liverpool sólo podía preguntar una cosa, “¿Qué es esta mierda?” Curioso que años después grabara Something, el último tema que George Harrison cedió a Los Beatles, y se refiriera a ella como “Una de las mejores canciones de amor que se han escrito en los últimos cincuenta o cien años, y nunca dice te amo.” 

Todavía en Miami, Anka visitó a Sinatra y el cantante más grande que ha pisado esta tierra le dijo “Voy a renunciar y me voy a largar de aquí”, refiriéndose no al rodaje de la película sino a la industria de la música. Afortunadamente, Paul Anka le creyó. Después de la visita, volvió a su hotel y entre la una y las cinco de la mañana, preocupado y afiebrado por el desvanecimiento de de su ídolo, despachó la letra de My Way en una máquina de escribir eléctrica y con una sola consigna en la cabeza: ¿Qué diría Frank? Dos meses después, tras haberla grabado en una sola toma en un estudio de Los Ángeles, Sinatra llamó al compositor canadiense y le dijo “Paulie, lo lograste, ésta es LA canción.” Y no se equivocó. My Way, que llegó a las radios y a las tiendas con las primeras luces de 1969, sería de ahí en adelante, más que cualquier otra, la cédula personal e intransferible de Francis Albert Sinatra. De hecho, RCA, la disquera de Anka, le reclamó por habérsela entregado, pero él dijo, “Hey, soy lo suficientemente joven para escribirla, pero no lo suficientemente viejo para cantarla. Esa canción es de él.” Paul Anka tenía veintisiete años, la edad que los rockeros decentes escogen para morir; Sinatra tenía cincuenta y tres. 

(Corte a: 16 de julio de 1994. Los tenores Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti la cantan con un marcado acento extranjero. Sinatra, de setentaiocho años, los ve desde su asiento en primera fila y no puede creer lo que está viendo ni, mucho menos, lo que está escuchando. Al final, los tenores levantan cada uno su mano izquierda y lo señalan con respeto y humildad y eso que llaman amor. Sinatra se pone de pie, aplaude, les lanza un beso, vuelve a aplaudir. Pero son los tenores los que terminan aplaudiéndolo a él, que morirá cuatro años más tarde). 

La letra de My Way, conocida en español como A mi manera y bautizada por su mejor intérprete como El Himno Nacional, es incontenible y hasta dan ganas, muchas ganas, de vivir con la única meta de ganarse el derecho a cantarla justo antes de que, irónicamente, se prendan las luces y quien la cante desaparezca entre ovaciones; minutos o segundos antes de que quienes la escuchan dejen de aplaudir y recojan sus cosas y regresen a sus casas para ya no vernos nunca más. En español la cantan desde Julio Iglesias hasta Vicente Fernández (en una versión ranchera cuya música supera, por mucho, a su letra), pero fue la argentina María Marta Serra Lima quien se apropió realmente del tema, al punto de presentarla como la canción más importante de su carrera, el éxito “con el cual la gente en todo el mundo me identifica.” 

María Martha canta esto: 

Estoy mirando atrás, y puedo ver mi vida entera 
Y sé que estoy en paz, pues la viví a mi manera 
Crecí sin derrochar, logré abrazar el mundo todo 
Y más, mil sueños más, viví a mi modo 

Dolor, lo conocí, y recibí compensaciones 
Seguí sin vacilar, logré vencer las decepciones 
Mi plan jamás falló, y me mostró mil y un recodos 
Y más, sí, mucho más, viví a mi modo 

Esa fui yo, que arremetí 
Hasta el azar, quise perseguir 
Si me oculté, si me arriesgué 
Lo que perdí, no lo lloré 
Porque viví, siempre viví, a mi manera 

Amé, también sufrí 
Y compartí, caminos largos 
Perdí, y rescaté, mas no guardé tiempos amargos 
Jamás me arrepentí si amando di todos mis sueños 
Lloré, y si reí, fue a mi manera 

Qué pueden decir, o criticar 
Si yo aprendí a renunciar 
Si hay que morir y hay que pasar 
Nada dejé sin entregar 
Porque viví, siempre viví, a mi manera 

Leo esto y pienso que quizás, en un decreto de justicia poética y de manera completamente accidental (acaso la verdadera forma de hacer justicia), Paul Anka escribió la letra de My Way también para Claude François. Cloclo, que se preocupó en cultivar la imagen de un ídolo de juventudes al punto de ocultar, durante cinco años, la existencia de su segundo hijo pues le parecía que dos niños eran demasiados para un artista que apelaba, en gran medida, a las adolescentes que le pedían dinero a sus padres para comprar sus discos, vivió muy a su manera. Tuvo entre sus filas a un grupo de bailarinas llamadas Clodettes; giró todo lo que pudo por Europa y, en 1971, se desplomó sobre un escenario de Marsella a causa del agotamiento; se libró de una bomba puesta y detonada por el Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés), mientras hacía una visita promocional a Inglaterra en 1974; fundó y manejó dos revistas, una dedicada al público juvenil y otra reservada para el público adulto, en esta última también fungió de fotógrafo; y vendió setenta millones de discos antes de, en vísperas de su primera gira por Estados Unidos, morir pegado a un foco de luz. (Para más información, ver Cloclo, del 2012, protagonizada por el gran Jérémie Renier). 

Pero nada, nada, como My Way, que en versión de Sinatra y durante un año eminente y mundialmente rockero, 1969, se mantuvo en la lista de las cuarenta canciones más escuchadas en Norteamérica durante setentaicinco semanas seguidas, un récord que nadie ha podido alcanzar hasta el sol de hoy. 

Para cantar My Way, insisto, hay que ganársela. Como Elvis, que nunca pudo cantarla como se debe, pero vaya que se la merecía. Como los buenos borrachos, que vuelven a su hogar de madrugada después de haber dejado el alma y el dinero en algún lugar que nunca existió. O como Sid Vicious, que grabó la versión punk con Los Sex Pistols para una secuencia inolvidable de la película The Great Rock N’ Roll Swindle (La gran estafa del Rock N’ Roll), que concluye cuando él suelta el micrófono y toma un arma y asesina al muy emperifollado y muy adulto público presente. Así quería matar yo a todo al mundo, en algún lugar de mi adolescencia, cuando descubrí a Los Pistols. Mi padre, el primero en entregarme esta canción, naturalmente, vía Sinatra, nunca reclamó, me dejó escuchar My Way a mi manera y a todo volumen. Como corresponde. 

Y bien, creo que sólo falta un detalle, algo no menor: la traducción al español de la letra de Paul Anka, pues en nuestro idioma nunca se ha cantado con fidelidad. Les diría que me disculpen por el atrevimiento y la torpeza, pero I did it my way. Jódanse. 

El final está cerca, y me enfrento al último acto 
Amigos, lo diré claramente 
Expondré mi caso, pues sólo tengo certezas 
 He vivido una vida plena, viajé por todas las carreteras 
 Y más, bastante más, todo lo hice a mi manera 
 
Me arrepentí un par de veces 
Pero, la verdad, demasiado pocas como para mencionarlo 
Hice lo que tuve que hacer, siempre dándome cuenta, sin excepciones 
 Planeé cada recorrido, cada cuidadoso paso sobre el camino 
 Y más, bastante más, todo lo hice a mi manera 

 Sí, hubo momentos, ustedes seguro lo saben 
 En los que mordí más de lo que podía masticar 
 Pero incluso entonces, cuando tuve dudas 
 Me las comí para escupirlas 
 Lo enfrenté todo, me mantuve de pie 
 Y lo hice a mi manera 

 Amé, reí y lloré 
 Me dieron lo que merecía, y perdí ciertas cosas 
 Y ahora, que las lágrimas vienen en camino 
Todo me parece asombroso 
Pensar que hice todo lo que hice 
Y dejen que diga esto sin vergüenza 
Yo no siento vergüenza 
Porque lo hice a mi manera 

 ¿Para qué sirve un hombre? 
¿Qué es lo que tiene? 
 Si no es él mismo, pues no tiene nada 
Tiene que decir las cosas que verdaderamente siente 
Y no las de aquel que se arrodilla 
La Historia lo muestra, recibí los golpes 
Y lo hice a mi manera



@pescadoandrade / @mundodiners



10.01.2020

Nada es lo que parece (tampoco lo que no parece)

                                


No se parece a nada que conozca 
y me recuerda a todo lo que admiro. 
- Jean Cocteau - 

 You and me we're goin' nowhere slowly 
And we've gotta get away from the past 
There's nothin' wrong with goin' nowhere, baby 
But we should be goin' nowhere fast 
- Fire Inc. - 

Hablo con mi dealer de películas (antes me pasaba DVDs o hacía transfusiones intravenosas a mi disco duro externo; ahora sólo me cruza links) vía Facebook y le digo: acabo de ver I’m Thinking of Ending Things. ¿Recién?, me pregunta, no sé si asustado o preocupado o pensando en terminar esta conversación antes de que comience. Sí, en este momento, le digo, los créditos todavía están rodando. (Quisiera estar en el cine, pienso, ver esos nombres en letras más grandes y aprovechar la oscuridad de la sala para abrazar a quien tenga al lado, sea quien sea). Se hace un silencio. Y, me dice, ¿cómo estás? Mal, en shock. Pero bien, encantado. Hay esperanza. 

Me levanto de la cama por primera vez en más de dos horas, mis piernas tienen cien años más que yo. Voy a la cocina. En realidad, no voy a ninguna parte, pero voy muy rápido, volando (¿algún problema con eso?). No necesito nada, sólo moverme, comprobar que sigo existiendo aunque ya no sea el mismo. 

Un escritor que ha decidido pasar unas semanas acuartelado en mi apartamento, como roommate, como si esto que nos pasa fuese el final de una sitcom infinita en la que uno y otro ríen hasta morir porque qué otra cosa van a hacer (hubiese sido complicado hospedar a una persona que se ocupe en otra cosa: uno lee solo, escribe solo, piensa solo; necesita su tiempo, su espacio; necesita que nadie joda y está en su justo derecho de ser mala persona y no atender más que a su cabeza), me ve la cara, pone su mano sobre mi hombro, preocupado, y me pregunta: ¿Qué te pasa? Acabo de ver I’m Thinking of Ending Things. ¿La de la pareja que va a visitar a los papás del man? Esa. Se ríe. Se caga de risa. Y me dice: abre la ventana y dile a todo el mundo que vamos a morir pronto. 

Recibo un mail de un amigo que se dedica a escribir y dirigir películas y, lejos de responder al asunto por el que me escribe, le digo: Acabo de ver I’m Thinking of Ending Things y me partió la cabeza como una sandía. Me responde de inmediato, a una velocidad más frecuente en el chat que en el mail: Es una maravilla. No entendí nada pero me fascinó y me la quiero repetir. Mucho dolor, mucha incomodidad, mucho absurdo. Llena de referencias (la mayoría se me pasaron). Y es para cortarse las venas. Pero es una peli muy bella. Hay algo increíble ahí. 

Una colega, que además es profesora de cine en una universidad privada, me escribe para decirme que el texto que prepara para esta revista avanza, un poco más lento de lo que habíamos previsto, pero avanza. Le digo: Acabo de ver I’m Thinking of Ending Things, el cine como lo conocíamos se acabó, ya fue, chao; Charlie Kaufman está al nivel de Buñuel (luego pienso: hace ya qué rato). Ella me dice: Ya Anomalisa no entendí nada, jajajajaja. 

El personaje/narrador de Anomalisa, estrenada en 2015 y lo último que habíamos visto de Kaufman hasta este año, hasta ESTO, sufre de algo que la Enciclopedia de esquizofrenia y otros trastornos psicóticos (gran nombre para una serie documental) llama Síndrome Frégoli en honor al actor italiano Leopoldo Frégoli (1867-1936); quien, cuenta la leyenda, podía transformarse no en cualquier personaje sino en cualquier persona, animal o cosa. En teoría, es una especie de delirio monotemático. El paciente cree que todas las personas que lo rodean –todas, en cualquier lugar, en cualquier momento– son en realidad una misma: un individuo omnipresente que se disfraza para perseguirlo. La manifestación más radical de la enfermedad ocurre cuando el paciente comienza a percatarse de que el resto del mundo, hombres y mujeres y niños, todos, hablan con la misma voz; y se trata con antipsicóticos, anticonvulsivos y antidepresivos. Y eso es, dentro de una trama más bien sencilla, lo que pasa en la cinta. En los días anteriores a su estreno comercial, medios tan disímiles y competitivos como Rolling Stone, Time Out de Londres, Now Toronto y la decididamente hollywoodense LAWEEKLY concluyeron que era, sin exageraciones ni hipérboles, “Una obra maestra”. Y la revista Esquire la presentó en sociedad de la siguiente manera, “La película más humana del año”. Nada mal, sobre todo tratándose de una película que se hizo animando cuadro a cuadro los ojos y los dedos y el cabello de muñecos que ahora me parecen juguetes tristes; juguetes abandonados; juguetes que crecieron para que ya nadie pueda jugar con ellos.

Francamente, no sé si todos esos medios y esos críticos pensaban exactamente eso que escribieron y publicaron sobre Anomalisa (a veces, se sabe, escriben para recibir ellos también un poco del prestigio de las películas que celebran; y a veces, se nota, quieren ser raros por un minuto o dos); sospecho, desde mi propia experiencia, que independientemente del resultado de una u otra reseña (que, por otro lado, debería ser siempre el mismo: que la gente vea la película) lo que querían era viralizar una forma de la belleza que no conocíamos antes pero que no tuvimos ningún problema en reconocer a primera vista. 
¿O sí? 
Mi amiga, profesora de cine, dijo, “no entendí nada”, y, luego, “jajajajaja”. 

En el 2016, Anomalisa estuvo nominada a mejor película animada. Perdió. Ese año ganó Intensa-Mente, del binomio Disney-Pixar. 




En 1972, cerca del estreno de El discreto encanto de la burguesía, Buñuel respondió a una pregunta cuyo contenido le parecía tan incomprensible como al periodista la secuencia que originó el cuestionamiento. “En su película”, le dijo, “hay varias escenas en las que los personajes [con el tan buñueloni Fernando Rey al centro] caminan por una carretera abandonada, a veces en un sentido, a veces en otro, pero sin hablar entre ellos ni llegar a ningún lado. ¿Tiene eso algún significado, se trata acaso de una especie de simbolismo?”. Buñuel, sin alterarse, respondió: el significado es muy claro, lo que ves es lo que estás viendo, la burguesía yendo hacia ningún lado”. 

Nuestra obsesión por entenderlo todo, que nos ha volcado lo mismo hacia religiones dogmáticas y criminales que hacia partidos políticos dogmáticos y criminales pasando por cultos, grupos de WhatsApp y programas de televisión dogmáticos y criminales, está compitiendo amplia y peligrosamente con nuestra experiencia de vida. Preferimos, por una extraña razón, estar detrás de cámaras, saber qué viene después, saber quién va a morir y quién no, saber, estar seguros de que al final las cosas van a resultar: porque deseamos para esos personajes lo mismo que deseamos para nosotros. 

Lo mínimo que queremos saber, diría yo, es si los buenos volverán a sus casas con vida y si los malos recibirán la condena que merecen. 
Ojalá. 
No me consta. 

Hubo una época en que Woody Allen mostraba a sus actores sólo las páginas del guión en las que intervenían sus personajes, justamente para que pudieran reaccionar con naturalidad a lo inesperado, que, siempre lo hemos sabido y ahora nos estamos cansando de saberlo, es aquello que mayores oportunidades tiene de suceder. El mismo Woody, en Medianoche en París, juntó en una dimensión añorada a su personaje principal con Buñuel y Dalí (recuerdo la carta firmada por ambos y dirigida a Juan Ramón Jiménez en 1929, sobre todo el final: Especialmente: ¡¡Merde!! para su "Platero y yo", para su fácil y malintencionado "Platero y yo", el burro menos burro, el burro más odioso con que hemos tropezado.). El personaje, enamorado de una mujer en el siglo XXI y de otra a comienzos del siglo XX, no puede empezar a entender lo que le está pasando ni cómo manejarlo ni cómo amarlas a ambas o resignarse a vivir sin ninguna. Buñuel y Dalí, otra vez sin despeinarse, le dicen: estás enamorado de dos mujeres en dos líneas de tiempo distintas, es perfectamente comprensible. Y el personaje responde: claro, porque ustedes son surrealistas, pero yo no. 

Ok, yo tampoco. Pero, ¿por qué? 
Si la realidad nos ha fallado tanto merece de nosotros no la caridad de la indiferencia, sino la virtud de una traición que sólo se puede hacer de frente porque de otra forma sería miserable, como todas las traiciones.




¿Qué estás viendo?, me pregunta una amiga a la que le gusta pescar a río revuelto en Netflix. Acabo de ver I’m Thinking of Ending Things, respondo, la nueva película de Charlie Kaufman. ¿Buena? Superior ¿Tanto así? Mira, no podría decirte de qué se trata, pero sé que volveré a verla, y pronto, quizás esta misma noche; es más, creo que la seguiré viendo toda la vida, que creceremos juntos aprendiendo el uno de la otra. Puta, huevón, puedes decir que es de miedo, de acción, no sé, una comedia romántica, una película para adultos, un bodrio, algo, ¿no? No, no puedo. ¿Por? Una vez le dije a una abogada que Synecdoche, New York no tiene género y eso la hace una película, si no perfecta, única; la abogada no estuvo de acuerdo, pero tampoco pudo describirla ni excusarla con eso de un género total. ¿Nueva York qué?, ¿ahora estás viendo Sex and The City? ¿Debería? Deberías. Ok, pero no, Synecdoche… es otra película de Charlie Kaufman: peliculón. ¿Y esa de qué se trata? Se hace un silencio. Digo, con orgullo: de cómo la vida es lo realmente importante. Ya, me dice, me aburriste, la odio; dime cómo se llama la otra para no verla ni por volada. Y mis labios se abren y mi lengua se mueve y puedo darme cuenta de lo que estoy diciendo, puedo ver lo que estoy diciendo, una palabra después de la otra apenas separada por un espacio mínimo de aire blanco, y esto que estoy diciendo es lo que algún día tendré que decir de todas maneras: I’m Thinking of Ending Things. 


@pescadoandrade / @mundodiners 



8.09.2020

Chismeando con mi (Lady) Veci



Come Together

 - John Lennon -


 

Vamos a empezar por el final: hay algo que tienen que saber ya.

 

¿Cuál es la situación del Sistema de Transporte Público de Quito en la (cada vez odio un poco más este término) nueva (a)normalidad?

No veo que la ciudad tenga un plan de salida para el Sistema durante la pandemia, y está poniendo en peligro el servicio que el trasporte da a la sociedad. Está improvisando. Y está improvisando mal porque no hay un plan que permita que el Sistema siga generando oportunidades de acceso a las personas que no tienen otra opción. 

Hay una realidad: el transporte público tiene ahora gastos que antes no tenía; la higiene, por ejemplo, hay que esterilizar los buses, dejarlos libres de CV19 todos los días, eso cuesta; y a eso súmale que la capacidad del bus se ha visto reducida.

Durante 17 años no te han subido la tarifa, o sea, financieramente ya estabas “sobreviviendo” A eso le subiste los costos y le bajaste la demanda, el ingreso: se aniquiló el sistema. Tu necesitas garantizar servicio dentro de los parámetros de seguridad que exige la situación: higiene y distancia social. Necesitas poder generar mayor oferta. ¿Cómo lo haces si no puedes comprar más buses? Puedes hacer que los buses den más vueltas en menos tiempo.

La gente que sube y paga la tarifa no avanza a cubrir los costos de esa operación, ¿quién va a financiar eso? Tiene que ser el municipio. No hay de otra. Un ente gubernamental, ya sea local o nacional, tiene que financiar esa operación. Porque sin Transporte público no hay reactivación económica, y estás condenando a aquellos grupos que no tienen otra alternativa a la miseria, porque no pueden salir de su casa. A los que ya eran pobres, los estás condenando a la miseria. No tienen cómo chuchas ir a buscar el pan de todos los días.

 

 

Ok, sigamos. O, mejor dicho: síganme los buenos.

Hay dos razones por las que decidí entrevistar a mi vecino.

 

1) Cuando es posible, los dos usamos la bicicleta como medio de transporte, no sólo para hacer ejercicio cardiovascular o salir de paseo sino como medio de transporte (de la casa a la oficina; de la oficina al supermercado; del supermercado al cine) y cuando, más abajo, me explique que montar bici es, sí, un placer, un privilegio, una alternativa sana y segura, pero sobre todo y más que nada un acto de solidaridad ciudadana, una acción civil y una actitud frente a la vida en comunidad, quedaré totalmente convencido de que es él con quien hay que hablar sobre el Sistema de Transporte Público (STP, de aquí en adelante)

 

2) Entre el colegio y la universidad, es decir, entre los 18 y los 19 años, tomó clases de salsa en la Casa Humboldt (un instituto alemán) porque, “Me di cuenta de que a las mujeres les gustaba bailar, y si yo quería atraer a las mujeres, tenía que saber bailar. Nunca fui profesional, pero era lo suficientemente bueno como para ir al [emblemático y ahora cerrado micro-salsódromo de la capital] Seseribó y sacar a bailar a alguien y no quedar tan mal. Ahora estoy casado y bailo con mi esposa.” Y, me consta, su esposa, con quien tiene tres bendiciones, es una mujer hermosa en todas las acepciones de la palabra. Cuando me contó esto pensé: si fue capaz de aprender a bailar, sabiendo, como se sabe, que los hombres de verdad no bailan, pues queda claro que estamos frente a un tipo que hará lo necesario para hacer lo necesario. Y esa me pareció una buena señal tomando en cuenta que, luego de su familia, su pasión (dicen que su fortaleza, pero él mismo la reconoce como una debilidad, es decir, como una pasión) es el STP.

 

Esto sucedió en la terraza del edificio donde vivimos, en la Av. República de El Salvador, cerca del Quicentro-Norte y el Estadio Olímpico Atahualpa, durante el pasado día de la madre. Allí nos reunimos y cuando una vecina más joven que nosotros, diría que incluso de otra generación, cuestionó sus presuntas habilidades para la convulsión tropical, Álvaro la tomó en sus brazos y ella misma dijo, poquísimo después, “Sí sabe, porque los otros sólo te dan vueltas como idiotas” (Yo, sobra decirlo, soy Los Otros, como la gran película dirigida por Amenábar con Nicole Kidman al centro) Y pensé: a este man hay que pararle bola.

 

Álvaro nació en Quito, tiene 43 años, y fue Director Ejecutivo de la Agencia Nacional de Tránsito (ANT) entre septiembre del 2018 y febrero del 2020, más de 12 meses en un cargo que comparte con nuestro país la reputación de ingobernable. Y, para usar el eufemismo de rigor, no lo separaron de la institución, él renunció después de haber conseguido lo que nadie antes había conseguido.

 

*

 

Ahora sí, el principio.

 

¿Cómo entraste a la ANT?

Estaba terminando mi tesis de doctorado en el Instituto para Estudios de Transporte (ITS, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Leeds, en Inglaterra, que es el centro de investigación de transporte más grande de Europa: estás hablando de 280 profesores investigando transporte a full time. Y me enteré de que Lenín [Moreno] era el nuevo candidato de Correa.

 

¿Eres afín a Correa?

Ya no tanto, la verdad [baja la mirada, ríe, niega con la cabeza], pero en ese momento aún me consideraba correista, por eso voté por Lenín, por la continuidad del proyecto. Y mi esposa fue compañera de su hija Cristina en el Colegio Menor [de Quito], así que le escribí un mail: Cris, qué importante, tu papi va a ser el presidente, quería ver si es que podías darme su mail para yo escribirle, porque quiero contarle lo que estoy haciendo. Luego le escribí directamente a él. Felicitaciones por la designación, sé que va a necesitar mucha gente que lo apoye en su gobierno, estoy haciendo un doctorado donde estoy explorando las inequidades sociales que genera la planificación del transporte, y me interesaría apoyarle, si lo considera pertinente.

 

¿Qué te contestó?  

Algo como, “Gracias, pero primero hay que ganar las elecciones, tú termina tu doctorado en paz” Cuando ganó le dije, básicamente, no se olvide de mí. Además, ya me estaba regresando al Ecuador, necesitaba camello. Esto fue a finales del 2016, y puedes encontrar los correos entre los INA Papers [En una entrevista reciente con Jymmy Jairala, Rafita dijo que el nombre INA viene de las 3 hijas de Moreno: Irina, Carina y Cristina]

 

¿Te volvió a escribir cuando ganó?     

En junio del 2017 me llamó Paola Pabón, que era Secretaria de la Política. Luego me llama un asesor, “Quiero que tú seas Director Ejecutivo de la Agencia Nacional de Tránsito” Ahí me asusté, tenía 40 años, y le dije, “Me gustaría empezar por algo más junior”. En esos mismos días, me llama otro asesor, pero esta vez del ministro de transporte, Paúl Granda. Él me mandó una hojita de Excel con todos los cargos que tenía que llenar en el ministerio. Entonces dije, “Subsecretario de transporte” Es linda la subsecretaría, porque el subsecretario es el que hace política pública. Trabajé, primero, como Subsecretario de Transporte Terrestre y Ferroviario, ahí tienes una dirección de transporte alternativo. Diseñamos los planes de movilidad urbana sostenible, aplicamos a [y ganaron] un fondo europeo para que nos ayude a hacer la política nacional de movilidad urbana sostenible. Ahí entra todo: bicis, caminatas, transporte público.

 

Si estabas contento en ese cargo, haciendo política pública, ¿por qué aceptaste luego la dirección ejecutiva?

Comenzaron a haber muchos problemas en la ANT, muchos accidentes de tránsito en seguidilla, y no paraban. Eso generó mucha presión social, y presión mediática más que nada. Así que sacaron al director, y Paúl [el ministro] actuó rápido, mandó una terna al presidente, el presidente aceptó esa terna, la mandaron al directorio, y el directorio me nombró director de la ANT.

 

Una pregunta antes de continuar, ¿qué hace la ANT?

Regulación y control de normativa. Tienes la constitución, las leyes orgánicas, y tienes normativa secundaria, que aterriza esas leyes. Yo te digo de qué tamaño tienen que ser los buses, qué tipo de vehículos pueden entrar al país; normativa para velocidad máxima, cómo deben ser las especificaciones técnicas que deben cumplir los radares, homologación de equipos, ese tipo de cosas. Y, aparte, regulas que eso se cumpla. La ANT hace control de la normativa. Por otro lado, emite títulos habilitantes. La ANT dice qué operadoras pueden circular, en qué modalidades operan, cuántas camionetas pueden servir de transporte. Otorga títulos para empresas de carga, y, por ejemplo, emite la licencia, que es también un título habilitante.

 

Entonces sabías a lo que te enfrentabas.  

A ver. Como subsecretario de transporte, eres presidente del directorio de la Agencia. Sabía lo que estaba pasando, pero había un poco de celo entre Pablo Calle [Director Ejecutivo en ese momento] y yo, porque Pablo, claro, tenía un sueldo más alto, rango de ministro, pero su jefe era el Subsecretario de Transporte: el subsecretario de transporte es el delegado del ministro para la presidencia del directorio. Igual había estas posiciones pendejas, “Yo soy Ministro, tú eres Subsecretario, ¿por qué te voy a hacer caso a ti?” No fue una mala relación, pero él nunca entendió que la Subsecretaría hace política y él la ejecuta, él también quería hacer política pública. Tenía un buen equipo, gente que trabajaba, pero ninguno tenía fundamentos de transporte.

 

¿Con qué te encontraste cuando llegaste a la ANT?

La agencia es un monstruo, es muy grande. 1200 empleados, 55 agencias a nivel nacional, y en la matriz están casi el 50% de los empleados (más de 540) La seguridad vial no tenía una línea clara de acción, y me metí de lleno en eso, “¿cómo reduzco los benditos accidentes de transporte público?” En el Ecuador, anualmente, hay un promedio de 2.100 fallecidos por accidentes de tránsito [un número superior al de personas que trabajan en la ANT], y el transporte público representaba entre un 12% y un 15% de esos fallecidos: entre los que van en el bus y los que mueren cuando éste colisiona contra alguna estructura. En el país hay 3 millones de autos, y sólo 12.000 buses, pero esos 12.000 buses estaban causando el 15% de los accidentes. Pero claro, esos buses recorren muchos más kilómetros que los autos particulares.

 

¿La ANT asume la culpa de todos esos accidentes?

Los accidentes de tránsito son compartidos (entre las cooperativas de transporte y la ANT) Porque tú no haces control en la carretera, pero sí generas los procedimientos de control que pueden disminuir los accidentes. La ANT le puede decir al Ministerio de Transporte y Obras Públicas, “Oye, esa curva necesita más señalética” En todas las provincias hay una “curva de la muerte” [se indigna], ¿cómo puede llamarse La Curva de la Muerte? ¡Es porque está mal diseñada! ¡Punto! No es culpa del chofer, es culpa de todo un sistema que permitió que eso se dé.

 

¿La culpa es de todos? ¿O, como dicen, todo es culpa de Correa?

En este país nos encanta echarle la culpa a alguien más, y cuando no hay nadie a quién echarle la culpa, el gobierno es el responsable. En el tema accidentes es igual, es culpa del gobierno: el Director Ejecutivo de la ANT es al que le apuntan al dedo.

 

¿Se puede trabajar así?

Yo dije, “Para poder trabajar, hay que reducir los accidentes de tránsito, no hay otra forma, porque sino yo también voy a durar 10 meses en el cargo.” El tiempo de vida promedio de un Director Ejecutivo es de 11 meses, yo duré año y medio, soy el tercero que más ha durado desde que existe la ANT, y duran poco por los accidentes de tránsito. Hay que cortar cabezas: siempre hay que cortar cabezas.

 

¿Cómo controlas los accidentes?

Me di cuenta de una cosa fantástica: el gobierno de Correa implementó un sistema de monitoreo, que se llama “Transporte seguro”, como parte del sistema integrado de seguridad del ECU 911. Y pusieron en todos los buses del país 4 cámaras, 3 internas y una externa; un DVR [disco duro] que graba lo que registran las cámaras; un GPS; y 2 botones de pánico, uno para el conductor y otro para los pasajeros. Cuando llegué apenas el 30% de los buses estaban monitoreados, pero todos los equipos alguna vez transmitieron datos, y todos esos datos estaban grabados.

 

¿Qué hiciste con esa información?

Me traje, bien centralista [risas], la gerencia de Transporte Seguro de Guayaquil a Quito, puse a una persona del ECU 911 como gerente y le dije, “Broder, necesito conocer todos los datos que están en esos discos duros” Así encontré la estadística de los excesos de velocidad de los buses de los últimos 5 años. Le dije, “ponme eso en un mapa, los horarios, las operadoras, dale un nombre a ese exceso de velocidad”, y llegué hasta el detalle de la placa. Entonces pude hacer un mapeo y una co-relación (que en este caso es causa): más velocidad, más accidentes de tránsito. Llegué a determinar cuáles eran las operadoras con más probabilidades de sufrir accidentes de tránsito; en qué horarios y en qué días; cuáles eran los buses de esas operadoras. Hice un mapa del tamaño de una pared y comencé, primero, a llamar al Ministerio de Transporte y Obras Públicas para decirles, “Ésta curva, me arreglas, porque les da una falsa sensación de que pueden acelerar, pero se están matando.” Después le dije a la Comisión de Tránsito del Ecuador, que tenía radares, “Necesito que me reubiques esos radares que tienes en toda la península de Sta. Elena, que no me sirven para nada, acá, en estos puntos. Y le dije a la Policía Nacional y a la CTG, “vean, ustedes que pasan haciendo controles, háganlos aquí, en estos puntos, en estos días, en estos horarios.”

 

¿Y qué les dijiste a las operadoras, a los dueños de esos buses?

Me senté con los gerentes y con los socios que sabían que sus buses rodaban con exceso de velocidad. Les dije, “Señores, ustedes no han tenido accidentes, pero es cuestión de tiempo; usted va a tener un accidente un viernes a las 8 de la noche, en la vía Pedernales-Atacames”, porque a ese nivel de detalle llegaba. ¿Qué te dicen contra eso?, “¿Qué hago, Ingeniero?” Las operadoras tenían que entrar en un proceso de intervención: cambiar sus modelos de gestión internos, porque el accidente es sólo la punta del iceberg de una serie de problemas que tiene una infraestructura que se llama Cooperativa. “Verán”, les dije, “si ustedes tienen un accidente, me toca intervenir, quitarles rutas, quitarles trabajo: comiencen a trabajar en esto, que les va a costar, pero les va a salir más barato que tener un mes parada la operadora.” Así aceptaban.

 

¿Cumplieron?

Pusimos todos los sistemas de Transporte Seguro a funcionar. Empezamos con el 30% y cuando salí ya estábamos en el 93% de los buses siendo monitoreados. Teníamos 30 operadoras intervenidas. En un año, redujimos el 46% de los accidentes en transporte público; el 78% de los fallecidos, y el 20% de los lesionados. Eso no se ha hecho en ninguna parte del mundo en un periodo de 12 meses.

 

Si las cosas iban tan bien, ¿por qué renunciaste?

El ministro [Gabriel Martínez] comenzó a poner en el ministerio una serie de funcionarios en puestos clave, que tienen relación con la ANT, particularmente Subsecretario y Director de Transporte Terrestre, y era gente que no tenía conocimiento de transporte, ni de servicio público, y comenzó a tomar decisiones que estaban poniendo en peligro el trabajo que nosotros estábamos haciendo. Y, para no tener problemas, decidí salir.

 

*

 

Retomamos la conversación horas más tarde y esta película cambia de nombre: Volver al presente.

Álvaro y tres socios a los que se refiere, con el cariño de un bully, como millennials, acaban de fundar una consultora llamada Cercana que, en sus palabras, “Busca ser disruptiva, pensar a la movilidad desde una perspectiva de justicia social, de equidad y de género” Y ahora mismo trabajan en su primera consultoría, enfocada en los impactos del STP en la, otra vez, nueva (a)normalidad ¿Qué medidas se pueden implementar?, ¿cuánto costaría eso?, ¿cómo se puede financiar? Su primer cliente es el Banco Mundial.

 

¿Qué es la nueva (a)normalidad?

La normalidad se va generando con la cotidianidad, no puedes diseñarla. Y no puedes esperar que ese fenómeno marque lo que va a pasar en la ciudad. A la ciudad la construyes. Tú defines qué quieres, y como hacedor de políticas públicas es tu responsabilidad marcar hacia dónde va a ir esa ciudad: la ciudad pertenece a los ciudadanos, si no, se llamaría de otra forma. Las preguntas importantes que tiene que hacerse un alcalde son, ¿quiero que la gente circule?, ¿quiero aire limpio?, ¿quiero que la gente pueda montar bicicleta? ¿O quiero que la ciudad esté llena de autos, llena de accidentes y llena de contaminación?

 

¿Qué tipo de ciudad es Quito?

Una sumamente agresiva. Y esa agresividad se siente no solamente en el comportamiento de los usuarios de la vía pública, sino en las repercusiones que eso tiene. El aire contaminado es súper agresivo con el ser humano; la cantidad de accidentes es absurda, son siniestros de tránsito, porque el accidente es una cosa que no puedes evitar por naturaleza, los siniestros de tránsito son todos evitables. Nos estamos enfrentando a una ciudad en la que durante demasiado tiempo se le ha dado mucho espacio, mucha cabida y mucho protagonismo al vehículo privado; eso te genera una ciudad agresiva. Ahora vas a tener tanta gente caminando y montando bicicleta, porque quieren evitar el transporte público por temor a contagiarse. El CV19 nos da la oportunidad de corregir errores históricos. El tema de la higiene, por ejemplo, es fundamental, y eso tiene que ir de raíz. Y tiene que ver con el sistema entero: la parada, la Ecovía, la estación, la taquilla, todo. Todo eso tiene que tener un protocolo de desinfección sumamente estricto y de cumplimiento obligatorio, eso tiene que darse antes de cualquier decisión.

 

Dices que la gente va a evitar el STP por temor a contagiarse, pero algunos ya lo evitábamos.

Tú perteneces a un grupo privilegiado, igual que yo, que vive en la zona más céntrica de la ciudad.

La gente más vulnerable no tiene otra opción. El transporte público, en general, se acostumbró a tener la demanda cautiva: no hago ningún esfuerzo y el bus se llena. En teoría, no tengo por qué mejorar el servicio, porque la clientela va a ser la misma. Desde hace algunos años la demanda de transporte público en este país tiende a la baja. Todos los años reduce y reduce y reduce.

 

¿Por qué, si la economía empeora?

Eso no es cierto. En la década pasada, el producto interno bruto de este país se duplicó. Y el primer artículo que la gente quiere tener como propio, es una casa; pero como la casa es tan lejana [cara], se va por el segundo, que es un auto. La industria del automóvil es muy fuerte. ¿Cuándo has visto una propaganda que diga “use el transporte público”? A eso súmale los medios, que están hablando mal del STP todo el tiempo; el ahora concejal, Bernardo Abad, les decía a los choferes “abuseros”, siempre denigrando. En este país, los choferes de bus y los violadores de niños son casi equivalentes. ¿Quién habla bien de un busero? ¡Nadie! Ese es un ataque constante al transporte público. Las propagandas de autos preguntan, “¿cansado de andar en bus?” A la par, tienes una industria que produce autos más baratos, que otorga créditos más baratos, a más largo plazo, con menos intereses. Por otra parte, están los hacedores de política pública, que se comen ese cuento, “los autos, los autos, los autos”. Y tienes un lobbying gigantesco de grandes constructoras que vienen donde el alcalde y le dicen, “hagamos puentes, pasos a desnivel, peajes, distribuidores de tráfico” Y los alcaldes o concejales comienzan a trabajar para esa industria.

 

Ok, el PIB se duplicó durante la “década perdida”, pero C., que pre-pandemia trabajaba haciendo el aseo en mi casa dos veces por semana, y que ya pasa de los 60 años, no pudo comprarse un carro, entre otras cosas, porque no pude subirle el sueldo, porque a mí tampoco me lo pudieron subir; ella siguió madrugando para venir apretada en un bus a su lugar de trabajo.

En este momento no hay muchas opciones para una persona como C., solamente va a poder seguir usando el transporte público, pero podemos mejorar sus condiciones de movilidad liberando un poco la presión que ejerce la sociedad sobre el STP.

 

¿Cómo?

1) Haz los viajes que sean estrictamente necesarios; o sea, si vas a ir a comprar el pan, compra el pan en la tienda de la esquina, no cojas el carro para irte a comprar el pan aniñado. ¿Puedes teletrabajar?, hazlo. Es poca la gente que puede hacer estas cosas, pero todo suma. [Menos autos, más espacio para los buses] 2) Escalonar la entrada a los trabajos. Que los grandes empleadores, los ministerios, las fábricas, los bancos, permitan que su gente no llegue a las 9 de la mañana, sino que la oficina esté abierta desde las 7, y el horario de entrada sea hasta las 11. A todo ese paquete de gente que tenías entrando al trabajo a una hora específica, dale unas 4-5 horas de flexibilidad. El horario de 8 a 5 responde a una lógica de la revolución industrial. Tú eres un vivo ejemplo, sigues produciendo desde tu casa, ¿qué revolución industrial te sirve a ti? Y así hay muchas otras industrias. Los centros comerciales abren de 10 a 22, es otra lógica. Puedes llegar a acuerdos con los empleados: hoy trabajo de 7 a 15, mañana, de 11 a 19: esto es civilizar, siempre y cuando logres las metas de producción. El STP tradicional está diseñado para la mayoría, es decir, los usuarios en las horas pico; compras buses para esas 2 o 3 o 4 horas del día, eso significa que tienes un montón de flota parada durante el resto del tiempo.

 

¿Qué logra el STP con el escalonamiento?  

Que la gente se mantenga siempre en circulación. Ya sacaste a los estudiantes, porque las clases son online. Esto es muy duro, pero por un tiempo va a tener que ser así: a todos los mayores de 50 o 55 años, les dices, “no salgas a menos que sea estrictamente necesario” Hay formas de reorganizar a las industrias. Si tienes un negocio que tiene varias sucursales en la ciudad, que el gerente de recursos humanos coja toda su planta, vea dónde viven, y los distribuya según la cercanía que tengan a las distintas sucursales, “De gana estás viniendo hasta acá. Si vives en el sur, ándate a la sucursal del sur” Eso no está pasando ahora.

 

¿Y la gente que no puede subirse a un bus por el motivo que sea?

Viajes activos. Todos los que estén en capacidad física de llegar al trabajo caminando [es decir, a 2 kilómetros de su destino], que lleguen caminando. Pero para que vayan caminando, el municipio tiene que hacer su trabajo, asegurarse de que todas las vías sean lo suficientemente seguras para que sea atractivo caminar, porque si no, esa persona se va a subir al bus.

 

No todas las mujeres pueden caminar por cualquier calle y a cualquier hora.  

Loco, ¡las mujeres pueden incrementar la distancia de un viaje hasta cuatro veces solamente para evadir al albañil que les silba en la calle! Tú [hombre] vas al clóset, abres, coges cuatro cosas y te pones y te largas. Las mujeres abren el clóset y tienen que decir, “A ver, qué voy a hacer, por dónde voy a caminar, voy a usar bus, me voy a ir en taxi, en bici… y, además, le quiero enamorar a este cojudo”, todo eso entra en la ecuación de una mujer antes de vestirse. Y está íntimamente relacionado con el transporte y la movilidad.

 

Entonces, ¿qué es lo que nos tiene que garantizar la ciudad?

Seguridad, confort y libre acceso a todas partes.

 

*

 

¿Podemos hablar de la bici?

La bici tiene el enorme potencial de pacificar las calles. La velocidad del individuo que maneja un carro es directamente proporcional al ancho de la vía, mientras más ancha es la vía, más seguro para acelerar te sientes; y aceleras. La ciclovia y los [tan urgentemente necesarios] carriles exclusivos para buses roban espacio a la calle, al vehículo, y le obligas al conductor a reducir su velocidad. Porque es el diseño el que te marca la velocidad, no un letrerito que te dice: velocidad máxima. Pacificar las calles, repito, es el potencial más importante que tiene la bicicleta. Hay que trabajar para el ciudadano, el peatón, el de a pie.

 

Pero no podemos poner ciclovias en toda la ciudad.

No es necesario. La bici y el volumen de carros no son buenos amigos. Entonces, donde hay mucho volumen de carros, haces una ciclovía. Todas las vías restantes se pueden compartir. Si tienes vías donde la velocidad es bajita, 20-30 Km por hora, la bici puede compartir el espacio con los autos. Si tienes una vía con bajísimo volumen de vehículos, también puedes compartir el espacio con el auto, y en base a eso se van diseñando las ciclovías en la ciudad: en las áreas done hay mucha velocidad, o mucho volumen, ciclovía. Y así vas haciendo y ampliando tu red.

 

Ya, pero tampoco le puedo pedir a C. que venga a trabajar en bicicleta.

Si tú implementas todas estas políticas, C. puede venir en bus segura. Todo esto, que es importante hacer, no se hace pensando en ti, en el ciclista; se hace pensando en que C., que no tiene otra alternativa que el bus, pueda usarlo de manera segura y eficiente. Otra vez: seguridad, confort y libre acceso a todas partes. Que llegue y no se contagie. Es de pura solidaridad que tenemos que montar la bicicleta. De pura solidaridad que tenemos que asegurarnos de que las veredas estén bien iluminadas. ¿Solidaridad con quién? Con ese grupo vulnerable que mientras se duplicó la economía, lo máximo que pudo hacer fue mejorar su celular y su tele, y no accedió a nada más de la repartición de regalos que hubo; y, sabes qué, tampoco recibirá nada en la siguiente repartición de regalos.



@pescadoandrade / @mundodiners


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