11.23.2021

La película del año



La película del año se llama The Closer
La que más afecta, la que más pelea, la que más claro habla. 
También la más atacada o una de las más atacadas y, por ende, la que mejor se defiende. 
No la atacaron por fracasar en la taquilla o por decepcionar a los fans. 
Le dieron porque triunfa, porque sobresale, porque se distingue entre las demás mientras los tiempos mandan lo contrario, que te camufles en la manada, que firmes no con una X pero sí con un #, que estemos todos de acuerdo en todo, aunque sea obligados. 
Quizás sea también la película que más importa, esa que tienes que ver para ser parte de la conversación. Porque sí, obvio, hace rato: hay que tener esta conversación. 
Hay que hablar, el resto es fanatismo. 
El problema del fanatismo es que elimina el cuestionamiento. 
El problema de los extremos es que sólo pueden ser defendidos por fanáticos. 
(Por algo les dicen izquierda y derecha, “dime por quién votaste y te diré quién eres”, esa onda). 
La película del año va un poco de eso: de extremos, de fanatismo, de lo que llamamos “mi gente”. 
Y debería entrar en rotación ya, en 3, 2, 1… 
Verla desde ahora aunque ya estés tarde. 
No importa, la película perdona. 
Verla una vez y luego otra, así, dos veces seguidas. 
Como cuando escuchas el disco nuevo de una banda que ya te mostró todo lo que tenía y ahora te muestra esto, ¡esto! 
No puede haber nada mejor que escuchar esas palabras otra vez. 
Nada de lo que pueda pasar fuera de la pantalla será tan bueno como lo que está pasando adentro. 
Ya no las hacen así y ojalá hicieran más de éstas. 
O puede ser que la película se limite a traer refuerzos, a llenarte de valor, a seguir empujando y a seguir esquivando golpes precisamente poniendo el pecho, la cara, el hígado. 
Y sí, como el protagonista, tratar de llegar al final de esa escultura que es el milagro de una sola buena idea; esculpir esa idea, escribir esa idea, filmar esa idea y luego decirla de forma tan clara y simple que no haya forma de mal interpretarla. 
La idea es ésta: hablemos de cómo nos va tratando de ser personas, seres humanos. 
No es fácil. Nada Fácil. ¿Quién diría? 
La idea es ésta: tú y yo, que somos tan distintos, deberíamos empezar por reconocernos como iguales o al menos semejantes. 
La idea es ésta: nosotros, que nos queríamos tanto, deberíamos entender claramente que somos miles de millones de seres humanos pasando por una experiencia de vida, que estamos juntos en esto aunque cada cual ande por su lado, que lo que te pasa a ti también me pasa a mí y le pasa al resto. 
Que no somos especiales pero sí somos únicos. 
¿Se entiende? 
¿No? 
Pues bien, la idea es ésta: buscar y encontrar y ver The Closer a toda costa. 
Se trata, básicamente, del último (por nuevo y último) especial/monólogo de Dave Chapelle, el comediante que muchos consideran El Mejor de Todos los Tiempos.
O The GOAT, por sus siglas en inglés.
Ser audiencia, estar de este lado y no allá arriba, es tan importante como ser protagonista.


@pescadoandrade / @mundodiners 


11.15.2021

La fiebre del oro



Hace poco más de un mes ningún ecuatoriano conocía el significado de la palabra halterofilia. Supongo que quienes la enseñan, la practican y la califican saben de lo que hablan, pero se trata de una minoría sin voz ni voto. Hasta que llegó la fiebre del oro. 

Hace poco más de un mes las redes sociales se llenaron con la misma broma repetida mil veces: “No se hagan, ustedes también creían que halterofilia era una perversión sexual”. Y la verdad es que sí, a eso suena, a la prima de la “harpaxofilia” (deseo de ser asaltado con violencia) o incluso de la pedofilia.

Halterofilia, para que lo sepan, es como se llama formalmente al “levantamiento de pesas” competitivo. Y en las pasadas Olimpiadas de Tokyo una atleta ecuatoriana consiguió por primera vez una medalla de oro en esta disciplina. Pero además de ser mujer, lo que ya es trendsetter, se trata de una mujer negra: si quieren ser políticamente correctos, pueden decir “afro-ecuatoriana” o “afro-descendiente.” 

La pesista llegó a Quito en un vuelo de KLM y, mientras el avión rodaba por la pista, salió por una de las ventanas de la cabina con nuestra bandera en las manos. El país entero se volvió loco, se emocionó, se excitó. Fuimos uno, dicen, pero yo no siento el triunfo como propio. Yo no competí, ni siquiera vi la competencia, no hice barra ni antes ni después del triunfo, y jamás he militado para que mejoren las condiciones en las que entrenan nuestros deportistas. 

La pesista, aunque ya no sea tendencia, sí que figuró, y con razón. Le dieron una vivienda “digna” para ella y su familia; le regalaron un auto del año; recibió una beca completa de la universidad privada más prestigiosa del país; y el mismo presidente de la República le entregó un cheque por cien mil dólares. Su vida cambió, y sólo tuvo que ser la mejor del mundo. 

El oro, sólido y redondo y brillante, la separó del ecuatoriano promedio, que vive con cinco dólares diarios o menos. 

Ahora, la pesista es el molde del patriota, del que lucha, del que se sacrifica, del que puede vencer toda adversidad. Ese parece ser el mensaje: si eres mujer y vienes de una minoría racial, históricamente excluida, y pretendes lujos propios de la aristocracia como la educación, una vivienda “digna”, un auto propio o algo de dinero en el banco, tienes que ser la mejor. 
No la mejor de tu barrio ni la mejor de tu país sino la mejor del mundo. 

Si no regresas con el oro entre las manos, o entre los dientes, mejor no regreses.


@pescadoandrade