Born
to Be Blue, dirigida por
el canadiense y casi debutante (sus trabajos anteriores son cortos, casi todos
para la televisión) Robert Budreu, protagonizada por Ethan Hawke y la
hermosísima y más bien poco activa Carmen Ejogo, no es exactamente lo que
esperábamos: no es una biopic basada
en la vida del trompetista-jazz-man Chet Baker. Para eso, para un acercamiento
más tradicional a su historia, hay que ver el nada tradicional documental Let’s Get Lost (el director es Bruce
Weber, el emblemático fotógrafo de modas), de 1988, el mismo año de la muerte
del músico, antes de cumplir los 60, y también un concierto llamado Live at Ronnie Scott’s, grabado en
Londres, en 1986, en el que Baker es acompañado por Van Morrison y Elvis
Costello, a quien además le responde un par de preguntas clave sobre su
infancia y el desenvolvimiento de su existencia en una entrevista breve pero
contundente (la mejor parte es esta: Costello le pregunta si alguna vez pensó
en escribir sus memorias, Chet Baker le responde que sí, que de hecho empezó a
escribirlas y se detuvo a la mitad porque nadie le iba a creer). Y para conocer
o saber algo de o adivinar a Baker hay que, claro, escuchar sus discos: un poco
(no demasiado) del cool jazz que hizo
al principio de su carrera, los álbumes Chet
y My Funny Valentine, buenos lugares
donde perderse un rato, y las absolutamente devastadoras sesiones que grabó con
el pianista Bill Evans, en 1959. Por ahí puede uno entrar a Chet Baker,
acomodarse y quizás llorar un poco mientras escucha esas canciones sopladas
siempre con el último suspiro. Digo todo esto, creo que hay que decirlo, porque
me parece poco probable que alguien que vea Born
to Be Blue sin conocer los antecedentes de su personaje principal se sienta
atraído hacia su música, que al final es lo que más importa, la música que uno
la pueda sacar a las películas, la vida que uno pueda robarse de ellas. Esta cinta
es sobre el músico en uno de los peores momentos de su carrera, capaz el peor
de todos los momentos, el más duro, cuando está tocando mal y está perdido y sabe
que para encontrarse debe volver al fondo del que quería salir.
Al final, después de que le rompieran los
dientes y tuviera que aprender a tocar y a sangrar a través de una dentadura
falsa; después de haber tocado en una pizzería por unas monedas; después de
andar por la calle sin temor a que lo reconocieran porque ya nadie lo
reconocía, ya nadie le decía que era como Frank Sinatra y James Dean en uno; después
de haber pasado una etapa detox tratando
de acostumbrarse a la metadona; después de haber visitado a sus padres en una granja
de California y de escuchar de la boca de su padre estas palabras: yo nunca puse el nombre de la familia por el piso; después de haberse puesto
traje y sombrero de mariachi para poder trabajar porque si no trabajaba lo
metían preso; después de recorrer carreteras y carreteras con su novia sin
saber dónde ir o dónde detenerse o siquiera dónde parar a tomar un respiro y
seguir; después de haber intentado vivir en paz y desconectado y de ser una
persona más normal; después de haberle prometido a la mujer que ama que nunca más
se inyectaría heroína; al final, casi en la última escena de la película, Chet
Baker está en el camerino de Birdland, el club newyorkino bautizado en honor a
Charlie Parker, sentado frente al espejo, mirándose, mirando todo lo que le ha
pasado, lo que le pudo pasar, lo que le pasará, cuando aparece el promotor del
concierto, un amigo al que Baker le ha rogado que lo devuelva a las grandes
ligas, ¿estás listo?, le pregunta, pero Baker no responde, se queda en silencio
y baja la mirada hacia una mesa donde están una jeringuilla, una cuchara, una
vela encendida y un papelito desdoblado con heroína en el centro, entonces el
promotor le ofrece metadona, pero él no acepta, entonces el promotor le dice
que puede hacerlo sin eso, y él le dice que no, que no puede, que eso lo hace
sentir más seguro y de ahí aparece ya en el escenario, bajo una luz azul,
cantando precisamente Born to Be Blue:
I guess I’m luckier tan some folks / I’ve
known the thrill of loving you / but that alone is more / than I was created
for / ‘cause I was born to be blue. Mientras está tocando, Chet Baker eleva
la mirada y descubre, por encima de la campana de su trompeta, a la mujer a la
que le prometió que no haría lo que está haciendo y seguirá haciendo hasta su
muerte, varios años después. Se miran. A ella se le humedecen los ojos. Se
miran. Ella se va. Él sigue tocando.
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