Hoy, Kurt Cobain habría cumplido 50 años.
Es en lo único que quiero pensar por ahora.
¿Cómo sería?
¿Estaría metido en la música electrónica?
¿Destruiría laptops al final de cada concierto?
¿Su instrumento sería una Mac y no una Fender?
¿Estaría refugiado, pintando y escribiendo
poesía?
¿Diría cosas como una vez fui músico, tuve una banda, pero eso se acabó?
¿Habría estado de acuerdo en reunirse con
Nirvana para hacer un tour de la
nostalgia?
¿Patti Smith cuidaría de él?
Quizás en este momento, en el que ya no existen
las estrellas de rock, Kurt seguiría vivo, tocando en festivales pequeños.
Vivo y tocando.
Pero claro, no habría hecho la misma música,
las mismas canciones.
No hubiese sido el mismo. Nosotros tampoco.
Pienso en una frase de Batman: The Dark Knight, que decía algo como esto: los héroes
mueren jóvenes o viven lo suficiente para convertirse en villanos.
Él murió joven y fue un héroe o por lo menos
fue mi héroe.
Hoy que estamos rodeados de villanos me queda
todavía más claro.
Hace unos días, en Portoviejo, un pana me dijo
que había leído un artículo mío llamado 20
años de soledad, sobre mi primo, un fan de Nirvana, y me preguntó qué había
pasado con ese primo. Es un cuento, así que todo lo que pasa o pase o pasó está
ahí metido y ni siquiera yo lo sé. Lo escribí hace dos años, en el 2014, para
la revista de Libri Mundi. Y hoy lo
repito como para escuchar esa canción de nuevo.
Insisto: es un cuento.
Pero me alegra que alguien haya pensado que era
verdad. Que podía ser verdad.
Sobre todo en Rock City.
Aquí va.
Aquí vamos.
20 años de soledad
para Fabiola Pazmiño y Daniel Llanos
Mi primo David tenía el cuarto más bacán del mundo.
Tenía un televisor, un VHS, un equipo de música. Tenía un Nintendo, un
futbolín, un aro de básquet en la puerta.
Bacanísimo. David era hijo único y lo tenía todo.
El cuarto de David tenía posters en todas las
paredes. Posters de Mötley Crüe, de Poison, de Guns N’ Roses, de Skid Row. El
papá de David era piloto en Ecuatoriana, viajaba hartísimo a Estados Unidos y
cada vez que regresaba le traía revistas Circus y David me llamaba para que lo
ayudara a sacar los posters de las revistas para pegarlos en las paredes. Una vez
arranqué uno de Tommy Lee y se rompió y el man casi me caga, pero siempre me
regalaba par posters para mi cuarto. David tenía tres años más que yo. David
era lo máximo. Buenísima gente.
Un día pasó una huevada increíble. Ese día
estuve andando en bicicleta toda la tarde con los panas de la ciudadela, nos
fuimos hasta la Avenida del Ejército, lejísimo. Cuando llegué a la casa, como a
las seis o capaz a las seis y media, vi a David sentado al lado de la puerta de
mi casa, andaba con su discman y sus audífonos. El man estaba como en otro
mundo, como loco estaba el man. Dejé mi bicicleta en el suelo y me le acerqué.
David no me miraba. David miraba para el frente, como si yo no estuviera ahí.
Le pregunté qué te pasa y después de un ratote me pasó los audífonos.
Ese día el papá de David había llegado de viaje
y le había traído el Nevermind, de Nirvana. En Portoviejo no había cable, pero
nosotros ya habíamos visto el video de Smells Like Teen Spirit en la
televisión. Cuando éramos pelados, a las doce de la noche, después del himno
nacional, Ecuavisa se convertía en MTV y nosotros nos pasábamos la noche
despiertos grabando videos en el VHS de David. Tomábamos Coca Cola y veíamos
videos hasta el amanecer. No importaba si había clases al otro día. El que se quedaba
dormido perdía.
Nada fue igual después de Nevermind. Una tarde
David me pidió que fuera a su casa a sacar todos los posters de las paredes. No
entendía muy bien qué le pasaba, pero lo acolité de todas maneras porque era mi
primo y pensaba robarme cualquier cosa que el man fuera a botar. Sacamos los
posters y los guardamos en una caja. David tenía otros posters, todos de Kurt
Cobain y Nirvana, y forramos el cuarto con esos. Mi primo me regaló los posters
viejos, pero yo ya no los quería, qué iba a querer esa huevada.
Era inverno y hacía un calor recontra que
hijupeuta, pero nos poníamos camisas manga larga de franela, a cuadros, como en
Seattle. En Portoviejo hace calor, pero nosotros sólo andábamos era con
pantalón largo, jeans con huecos en las rodillas, esa nota. En Portoviejo hace
calor, pero pasábamos todo el día encerrados en el cuarto de David escuchando
Nirvana y a veces teníamos que apagar el aire porque mi tía decía que se
gastaba mucha luz y que mi tío se ponía bravo. David hacía como que tocaba la
guitarra con una raqueta de tenis y yo hacía como que tocaba la batería con
unos tarros de galletas. Todo el día. Todos los días.
Yo no me di cuenta porque era pelado, pero de
ley que mi primo como que se traumó. Los panas del man salían a dar vueltas en
la Avenida, en carro, con peladas, pero David siempre estaba encerrado en
caleta, escuchando música, grabando casetes, escuchando las mismas putas
canciones. Tenía un cuaderno donde había escrito todas las letras de Nirvana,
en inglés y en español. Un día me invitó a dormir y me hizo leerlas todas y
escuchar todas las putas canciones como mil veces y después quería conversar
pero yo le dije estás loco, primo, y me quedé ruco. Nunca más me invitó a
dormir, ni cuando pasaron un concierto de los manes en MTV, por un año nuevo,
creo.
El 8 de abril de 1994, diez días antes de que
yo cumpliera 13 años, pasó otra cosa. Era viernes y estábamos de vacaciones.
Ese día me levanté temprano para grabar videos, en mi casa ya había cable pero
mi viejo no me dejaba tener televisión en el cuarto entonces tenía que ir a la
sala, pasaba ahí acostado en el sofá, rockeando. Vi la noticia apenas prendí el
televisor, que siempre estaba en MTV. Habían encontrado a Kurt Cobain muerto en
su caleta, se había volado la cabeza con una escopeta. Así dijeron. Turrísimo,
no lo podía creer. Llamé a la casa de David pero nadie contestó.
Lo encontraron en la cocina, tirado al lado del
fregadero. Se había tomado un frasco entero de Pinoklin y no sé qué otra
huevada. Ese día lo llevaron al hospital y le pusieron un suero. Cuando entré a
verlo, parecía que estaba durmiendo. El man estaba pálido, pero yo creía que se
iba a despertar. El man estaba sonriendo, lo juro. El man estaba sonriendo y yo
creía que se iba a despertar. Pero nada. De ahí mis tíos se lo llevaron en un
avión ambulancia a un hospital en Miami. Pero nada. Mi primo nunca se despertó.
Era tres años mayor que yo, ya había cumplido los 16.
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