Su cuerpo aún está tibio y el nuestro todavía bajón, down in the upside. Hemos aceptado lo que pasó, pero aceptar o entender o reconocer ciertas cosas no significa que podamos procesarlas y seguir adelante como si nada. Al contrario. Estas cosas que nos pasan y nos traspasan a veces pesan demasiado.
El pasado jueves por la mañana, cuando la
noticia empezó a leerse y compartirse para primero no creerse y luego tener que
masticarse y tragarse a la fuerza, como un remedio o un veneno, tuvimos que
parar un momento, tomar aire, sacudir la cabeza y preguntar, de nuevo, ¿Qué? Unas horas antes, tras un
concierto con su banda Soundgarden en Detroit, el cantante Chris Cornell fue encontrado
sin vida en el baño de su habitación en el Hotel-Casino MGM Grand. Los primeros
reportes, a la espera de la autopsia, sólo se atrevían a soltar un detalle:
tenía “algo” alrededor del cuello. O sea: Cornell no sólo estaba muerto sino que
se había ahorcado. Se mató.
Pienso en una línea de Can’t Change Me (No puedes cambiarme), su
primer sencillo como solista. La línea dice Y
de repente puedo ver todo lo que está mal conmigo / Pero qué Puedo hacer/ soy
lo único que realmente tengo. Pienso en Cornell mirando por última vez su
reflejo en el espejo del baño. Decidido. Ido.
El duelo, público y privado, empezó
enseguida y la palabra que más se repetía entre los mensajes era gracias. Obvio, comprensible, lógico. Sumando
sus días como vocalista de Soundgarden y Audioslave, más lo que hizo solo o más
bien por su cuenta y a su manera, Cornell mantuvo –no siempre en alto, es
cierto, pero siempre– una carrera que pasaba de los treinta años. Toda una
generación creció con él y seguro hubo mucha gente que sólo se atrevió a crecer
después de escucharlo cantar y gritar más allá de lo imposible. Esa gente le
decía eso: gracias. Y unos cuantos
fueron más allá: gracias por salvarme la
vida. Puede sonar exagerado y hasta exhibicionista o aprovechado, pero ni
tanto. Hay estaciones en la vida que sólo pueden cruzarse y conquistarse con música
sonando todo el tiempo y sonando muy duro; hay momentos extremos que uno sólo
puede entender y recuperar mucho después, escuchando esa música otra vez y
desde el principio.
Varios músicos ecuatorianos y de todas
partes empezaron a subir videos en los que tocaban canciones de alguna etapa
Cornell. Y sí, esto parte del mal gusto y puede llegar fácilmente al ridículo, pero
también lleva una carga sentimental que era preciso descargar. Entre los músicos
que se grabaron frente a la compu o escribieron prólogos a sus videos, la
palabra que más se repetía también era gracias,
pero con una aclaración justa y necesaria.
En varios casos, como si se hubiesen puesto de acuerdo, el discurso de los músicos
era unánime e inapelable, una especie de gracias
por haberme mostrado nuevos caminos dentro de mi propia música. ¿No es esto
lo mejor que puede decirle un artista a otro?, ¿gracias por decirme que podía
irme más lejos? Cornell, sobre todo como cantante, pero no menos como
compositor y guitarrista, abrió puertas que otros ni siquiera sabía que
existían y que ahora son zonas claramente delimitadas por las que hay que pasar.
Soundgarden, la puerta por donde muchos entramos
a Cornell, partió a finales de los 80’s como un sonido pesado, espeso, pariente
cercano del metal, pero a comienzos de la década siguiente –aquellos fabulosos
90’s– se estableció como algo puro y único. Yo estuve ahí y me consta: en los
conciertos donde las bandas de adolescentes tocaban covers gruncheros, nadie o casi nadie tocaba temas de Soundgarden simplemente
porque no se podía, nadie podía tocar así (reverencia especial al baterista Matt
Cameron) ni mucho menos cantar como Chris Cornell. Soundgarden puede traducirse
como el Led Zeppelin de su tiempo: un logro del sentimiento y la poesía rock, una
hazaña intelectual y atlética, el lugar donde cerebro y corazón y manos y pies y
garganta funcionan de verdad como una sola criatura.
En I
Am The Highway (Yo soy la carretera), una de las canciones que Cornell
grabó con la banda Audiosalve, ya en este siglo, se escuchan estas palabras entrando
al coro: He puesto un millón de millas
debajo de mis talones / Aún así me siento demasiado cerca de ti / No soy tus ruedas / Soy la carretera / No
soy tu alfombra voladora / Soy el cielo. Hubiese sido más sencillo ser la palanca
de cambios o una nube que cambia de forma con el viento. En los días siguientes
a su muerte, aparecieron claves que podrían soportar la tesis de un suicidio
incluso tardío: batallas de ida y vuelta con una depresión que Cornell traía
consigo desde los años de su adolescencia y de la que adoleció gran parte de la
música que hizo: una carretera que ha demostrado ser capaz de resistir
cualquier peso, menos el propio, que siempre es demasiado. Depresión, tristeza
y rabia: no son malos lugares para una voz como la suya, quizá hasta sean los correctos.
La carretera que nos ha traído hasta aquí pasa ahora a ser el largo aullido de
una de las mejores voces s voces de su generación.
Chris Cornell mirándose en el espejo del
baño de una habitación de hotel después de un concierto. Pienso en una esquina
de la canción Black Hole Sun, un clásico
fuera de toda norma, que podría empezar a sonar aquí y ahora. Colgar mi cabeza / Hundir mi miedo / Hasta
que todos ustedes desaparezcan. Y ya. Eso fue. Eso fuimos. Desaparecimos. Nosotros
lo seguiremos viendo y escuchando pero él ya no a nosotros porque hoy las cosas
sólo pueden estar en el lugar en el que están y ser como son.
(El Comerico)
(El Comerico)
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