La sinopsis de Coco bien podría ser la siguiente: Miguel quiere ser músico, pero
nadie más quiere que lo sea, empezando por su familia. Con eso sería suficiente
para dejarnos llevar por esta cinta que se mueve entre el mundo de los vivos y el
de los muertos, entre las verdades y las mentiras que todos nos contamos o nos guardamos,
y que es muchas cosas a la vez: una historia sobre fijar los sueños, cumplirlos
y perseguir a toda costa tu destino, sobre la importancia y el grosor de los
lazos familiares, sobre ser tú mismo aunque todo el mundo insista en que seas otra
cosa.
Coco ocurre en un pueblo mexicano llamado
Santa Cecilia y en el día de los muertos, el único día del año en el que los
difuntos pueden encontrarse con sus parientes en el cementerio, a través de
ofrendas que incluyen alimentos y fotografías, sólo que la trama le da la vuelta
a la tradición y es el pequeño Miguel, el protagonista (que tiene su lado
rebelde y punk más que presente), el que se pasa casi toda la película rodeado
de calaveras y esqueletos. Mejor así. Miguel busca en el mundo de los muertos a
Ernesto De La Cruz, el mejor músico que jamás haya existido, y cuando lo
encuentra su aventura escala hasta lo más alto.
De La Cruz es el ídolo de Miguel, y ya
sabemos que uno no puede escoger a su familia y a veces ni siquiera a sus
amigos, pero sí que puede escoger a sus héroes, a las personas que quiere tener
realmente cerca y a las que se quiere parecer, para así construir una personalidad
propia pero basada o inspirada en eso que nos asombra del mundo, eso que nos
queremos robar como sea y que acaba siendo el material del que estamos hechos. Miguel
quiere ser eso que sueña para sí mismo y le parece que sólo hay un camino para
conseguirlo, pero como siempre –en la vida y en el cine– la realidad se
encargará de corregir sus planes.
Pero Coco
es más, bastante más que todo eso, tiene la integridad familiar de El Padrino
o Star Wars (la obsesión de Miguel con De La Cruz es muy pero muy parecida
a la que tiene Kylo Ren con Darth Vader) y todo el amor a la música que puede
exprimirse de películas como Almost Famous o Sweet And Lowdown. Es, como se dice, un triunfo,
emocionante, conmovedora, irresistible, pero además una celebración de la
identidad pop mexicana y latina, esa con la que crecimos y que mal que mal nos
hace hijos de México porque todos hemos sido alimentados con su cultura: contra
todo pronóstico, el cameo de Frida Kahlo es un acierto y al final dan ganas de
escuchar a Chavela Vargas y tomar tequila.
A momentos, también, Coco se centra en las renuncias que hacen ciertas personas para
convertirse en artistas, y es ahí cuando golpea y da duro y hasta duele, porque
aparecen todos los rasgos egoístas de cualquiera que haya hecho a un lado a los
demás para perseguir un sueño, de cualquiera que haya hecho daño para triunfar.
Algunos hacen lo que sea por conseguir una obra de arte, otros, como Miguel,
hacen de su vida la verdadera obra de arte. No nos queda más que contemplarla.
(El Diario Manabita)
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2 comentarios:
Ya se te extrañaba por aquí. Que bueno volverte a leer.
gracias!
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