Just accept that love is rare
and it probably won’t happen to you, ever
– Horace And Pete’s –
Teorizar sobre el amor, tratar de
entenderlo, deconstruirlo y explicarlo desde cierta lógica, cualquiera que esta
sea, suele ser un ejercicio inútil, una práctica que sólo puede acabar en el
fracaso más miserable. Ahí está la gente que lleva años y años en relaciones deprimentes
sin decidirse a salir de ellas, la gente que siempre escoge parejas que le
hacen mal y la hieren, la gente que busca en el Otro a su padre o a su madre o
alguien que la ayude a asesinarlos a ambos. Ahí estamos todos, caminando con la
mirada perdida, preguntándonos qué está pasando.
En su libro de ensayos Ya no es como antes. Elogio del perdón en la
vida amorosa (Anagrama, 2015), el psicoanalista italiano Massino Recalcati intenta
teorizar sobre el amor y aunque no lo logra del todo (lograrlo del todo sería
el final mismo del amor) alcanza varias definiciones que suenan sospechosamente
cercanas. Dice, por ejemplo, que reemplazar un amor con otro nuevo, cuando se
hace a toda velocidad, saltándose el proceso de duelo, es una práctica
capitalista: desechar lo que ya no sirve, comprar otra cosa, seguir
consumiendo. Y dice también que el perdón es una figura imposible.
Para explicar la complejidad del perdón,
esa maniobra que al parecer supera toda capacidad humana, Recalcati cita al
filósofo francés Jacques Derrida. Perdonar
lo perdonable, lo venial, lo excusable, lo que siempre se puede perdonar, no es
perdonar. Hay que aprender a perdonar eso que fue demasiado, el colmo, eso que
quizás nos separó del Otro a la fuerza o que por lo menos nos ayudó a tomar la
decisión de alejarnos, no sin dolor, por nuestra propia cuenta. Pero, dice Recalcati,
Puede resultar imposible perdonar porque
no se quiere ser infiel a la grandeza del encuentro que se pretendía para
siempre. O sea: we are fucked.
Cuando aparecen afirmaciones como esa,
lugares en los que mal que mal hemos estado o de los que ya nunca más pudimos
salir, este libro se vuelve el guión de una comedia romántica, de corte realista,
que insiste en una eterna tragedia, una especie de maldición que viene adjunta
al milagro del amor: porque sí, es un milagro. Frente a esta demolición cínica y cientificista del amor, las opciones
que nos quedan parecen ser únicamente dos: aceptar la corrupción inevitable de
los vínculos amorosos y cambiar de pareja cada cierto tiempo para reavivar
nuestra propia vida pasional (cambio que también puede consistir en llevar una
vida paralela respecto a la de la pareja, como en el caso de los amantes), o
bien resignarnos a una vida sin deseo, al runrún del teatrillo familiar, garantizándonos
así una seguridad afectiva monógama como contrapartida a la aquiescencia de la
desecación mortífera del deseo.
Y uno comienza a pensar en la
gente que conoce, en las personas a las que quiere tanto, esas personas que uno
creía que eran felices, esas personas que nos hicieron creer que también, tarde
o temprano, seríamos felices y estaríamos completos y realizados y plenos. Se
veían tan felices y un día me dijiste tomémonos un trago y luego me contaste que
eras miserables desde hace no sabías cuánto y que lo peor era que tampoco
sabías qué podías hacer para dejar de ser miserable. Gente que se hunde y se
abraza para aunque sea hundirnos juntos. Gente enamorada. Y uno envidia a esa
gente.
A
rey muerto, rey puesto: el periodo de duelo es rechazado de forma maniaca como
innecesariamente triste y costoso. En vez de elaborar con dolor la pérdida del
objeto amado, preferimos encontrar en el menor tiempo posible su sustituto,
adaptándonos a la lógica imperante que gobierna el discurso del capitalismo: ¡si
un objeto ya no funciona, nada de nostalgia! ¡Reemplacémoslo con su última
versión!
…no
puede perdonar, no puede olvidar la herida del perjurio porque perdonar
supondría olvidar, no querer saber, hacer la vista gorda, no abordar todas las
consecuencias que la verdad traumática de la traición y el abandono ha
comportado.
En
particular, el nacimiento de un hijo coincide a menudo con una crisis de la
unión por ambas partes; al hombre le cuesta encontrar en la mujer, convertida
en madre, a la persona de la que se enamoró; la mujer, identificando al hombre
como padre de su familia, queda sexualmente insatisfecha y busca en otro el
objeto capaz de reavivar su deseo erótico.
Todos
quisiéramos amar una libertad prisionera: no quiero que seas mío porque te
tengo encerrado, no quiero que seas mío porque cuando salgo de casa te encierro
con llave; quiero que seas mío porque lo deseas libremente, porque eres libre
de quererlo ser, y como tal, decides ser sólo para mí, sólo mío, te dedicas a
mi de forma exclusiva. Todo amante quisiera que el Otro fuera capaz de renovar
su fidelidad absoluta al tiempo que sigue siendo absolutamente libre.
En
la vida amorosa el trauma adquiere por lo general las formas del abandono y de
la traición… Todo aquello que antes daba alegría al recordarse, ahora te
persigue sin que puedas gobernar su existencia espectral. Por esa razón, el
insomnio y la pesadilla constelan las noches del traumatizado por amor… No hay
nunca descanso para los que han padecido del abandono… El sujeto es incapaz de
olvidar, es incapaz de aceptar la constatación de que ya no es como antes, no
tiene fuerzas para simbolizar la pérdida del objeto del amor, es decir, de ese
objeto que daba sentido a su experiencia del mundo.
Es
lo que muchos neuróticos no quieren ver: quedarse solos no es –como tan a
menudo se lamentan– un sufrimiento, sino su forma inconsciente de evitar el
angustioso peligro de la exposición absoluto al deseo del Otro que todo
encuentro de amor impone.
Es
bien sabido: el encuentro de amor no hace la vida más armoniosa, no regula de
manera ordenada y prudente sus ritmos. La euforia que acompaña el encuentro de
amor es señal de un exceso que desequilibra, desajusta, arrastra. En este
sentido, el amor no es nunca una experiencia de dominio. Todo lo contrario: no poseemos el amor, sino que somos
poseídos por el amor.
...la
mujer es para cualquier varón un idioma extranjero, que requiere un continuo y
nunca acabado esfuerzo de aprendizaje porque es un idioma imposible de
codificar. No existe diccionario alguno capaz de catalogar su sentido. No
sabemos cuántas letras forman su alfabeto.
Todo
amor conoce su agonía antes o después, revelando su naturaleza de artificio.
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