Nadie podrá olvidar las circunstancias en
que Moonlight ganó el Oscar a mejor película el pasado mes de febrero. Warren
Beatty recibió el sobre equivocado, leyó la tarjeta que venía ahí dentro, dijo
que la ganadora era La La Land y todo el equipo detrás de aquella cinta subió
al escenario a recibir el premio. Cuando los productores estaban agradeciéndole
a sus familias y a la vida por haberles dado tanto, el mismo Beatty apareció
con la tarjeta correcta y fue uno de los productores de La La Land quien lo
dijo: no es una broma, aquí está, Moonlight, ustedes ganaron.
El momento fue más que confuso. Algunos
pensamos –yo todavía sospecho– que se trataba de una broma del anfitrión, Jimmy
Kimmel, que había tenido una gran noche: el tweet
a Trump para preguntarle si estaba despierto, el momento en que hizo entrar al
teatro a un grupo de turistas que seguro todavía no se la creen, todas las
maldades-muestras-de-cariño que preparó para su amigo Matt Damon. Además, hubo
una muy sospechosa similitud con el episodio de Miss Universo (un negocio marca
Trump) en el que también se anunciaron dos ganadoras, una tras otra: primero una
lágrima de emoción y luego varias lágrimas de amargura. Y después de todo La La
Land había sido acusada de falsa y mentirosa mientras Moonlight se establecía
como una cinta llena de verdad. (En todo caso: la película grande, llena de
canciones y de colores tan felices que la hacen parecer una trozo de ciencia
ficción, queda en ridículo y pierde contra la pequeña, una pieza de arte
moderno cuyo personaje principal lo tiene todo en contra. Muy Hollywood, digno de un Oscar)
Meses atrás, en octubre del 2016, A. O.
Scott, el legendario crítico de cine del New York Times, había titulado su
reseña de Moonlight preguntándose si era la mejor película del año y resolviendo
con esa pregunta cualquier duda que pudiese haber al respecto. En la columna,
Scott se refería al film como una cinta hermosa desde la primera hasta la
última toma, decía que los colores son ricos y luminosos, y que la música,
tanto las canciones que suenan en la banda sonora (Almodóvar mediante) como las
melodías compuestas para la pantalla, eran asombrosas y perfectas. Quizá todo
eso es verdad o será verdad de cierta forma de aquí en adelante, pero cuando
más acertado estuvo el crítico fue al definir el carácter del director, “Él no
generaliza. Él enfatiza”, dijo Scott sobre Barry Jenkins, un cineasta de 38
años que apenas va por su segunda película.
Y sí, Moonlight es enfática de una manera
tan sutil, tan firme, tan presente: Jenkins no explota el gueto, al contrario,
lo acerca, lo aterriza, lo normaliza,
y eso es lo que duele. Y, como las grandes de todos los tiempos, no depende de
su trama sino que se la juega entera y apuesta todo por los personajes a
quienes debe su existencia.
Al centro de la historia está Chiron,
esta película es sobre él y sucede entera en tres momentos específicos de su
vida.
Al principio es un niño pequeño, vive en
un barrio caliente y húmedo y peligroso en el sur de Florida, y no parece
conectar con nada de lo que lo rodea: niños violentos, una madre ausente, dealers que despachan en la calle. Al
principio, Chiron casi no habla pero hace un amigo que acaba siendo su figura
paterna, Juan (Oscar a Mahershala Ali como actor de reparto), el dealer que maneja el negocio en el
barrio y tiene entre sus clientes a la madre del pequeño. Al principio
entendemos que Chiron debería salir de ese mundo pero que nunca va a poder
salir de ahí.
A la mitad Chiron es un adolescente flaco
y alto que siempre anda en la suya, que vive para adentro. A la mitad, la mamá
de Chiron es sólo los restos de lo que era y le pide dinero a su hijo para
comprar un poco más, la última dosis antes de la última dosis antes de la última
dosis. A la mitad, Chiron casi no habla pero tiene un amigo, Kevin, que una
noche le da un beso y lo masturba en la playa y un día le parte la cara de un
puñete en el colegio: porque así son las cosas, porque así es como funciona. A
la mitad Chiron entiende que tiene que ser más fuerte que los demás o al menos
parecer más fuerte. A la mitad nadie sabe a ciencia cierta qué pasara con
Chiron.
Al final Chiron es un adulto, un gigante
más ancho que alto, lleno de músculos, duro. Al final Chiron se ha convertido
en dealer y recluta adolescentes que
trabajan para él. Al final Chiron es lo que tenía que ser viniendo de donde
vino: se nota que nunca se cuestionó, que nunca pensó que las cosas podían ser
distintas, que sólo siguió el camino que le pareció más natural. Al final
Chiron parece estar más solo que antes. Al final Chiron recibe una llamada de
Kevin, no se han visto en varios años y quedan en verse. Al final Kevin tuvo
una vida, estuvo preso y ahora trabaja como una bestia para mantener a sus hijos:
eso es, mal que mal, una vida. Al final Chiron le dice a Kevin que nadie más lo
ha tocado, nadie, nunca, en ninguna parte.
Así: al principio, a la mitad, al final.
Así: Pum-Pum-Pum. Así enfatiza Moonlight. Muestra sólo lo necesario y hasta
menos para que cada uno pueda intuir lo realmente necesario. Hay vidas que pueden contarse de esa manera: en pocas palabras y algunos sentimientos y
varias emociones. Hay personas que no son lo que dicen sino lo que hacen o
dejan de hacer. A veces dan ganas de estirar la mano hacia la pantalla y
ofrecérsela a Chiron, pero también da miedo que la pantalla nos jale hacia
adentro y nos trague. Dan ganas de empezar a vivir porque hay vidas que nunca
empiezan.
(Mundo Diners)
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