En 1971, cuando tenía 25 años, la diva country Dolly Parton lanzó Coat of Many
Colors, su octavo álbum como solista. El título viene de la Biblia Hebrea,
donde se dice que José se cubría el cuerpo con lo que pudo haber sido una
túnica o un vestido hecho con retazos de varias telas, o sea, “un abrigo de
muchos colores”, que vendría a ser el nombre del disco en español. Parton, que
ha escrito más de 3,000 canciones en casi 50 años de carrera, escribió en ese
disco por lo menos dos de las historias más retorcidas que he escuchado últimamente.
El country,
como el rap, es un género de canciones-relato
en primera persona, de letras con argumento narrativo y muchas veces testimonial,
autobiográfico, sangriento. (Me gustaría decir lo mismo del rock, pero haciendo
números capto que el rock se ha permitido demasiadas licencias poéticas y
místicas y anarquistas como para poder decir algo así) En cambio el country, que se relaciona con sociedades
rurales, folk y poco sofisticadas por
no decir rednecks ignorantes; con hombres
que viven en casas rodantes, cazan venados, toman Budweiser y golpean a sus mujeres,
se construye con prosa del tipo realismo sucio. Quizás por eso sus letras son,
en esencia, chismes. Y, ya lo dijo Truman Capote: toda literatura es chisme.
Coat of Many Colors abre con el tema
homónimo, más bien lento, en el que Dolly Parton recuerda una infancia pobre y
evangélica en la que, se supone, su madre le cosió un abrigo de muchos colores del
que ella estaba orgullosa pero del que sus compañeros de escuela se burlaban. So, with patches on my britches, holes in
both my shoes, in my coat of many colors, I hurried off to school. Just to find
the others laughing and making fun of me, escribe Parton como quien
extiende el brazo y abre la palma de la mano para pedir una moneda. La canción
es así, cursi, lastimera y descalifica a la narradora exponiéndola como una
pobre víctima del bullyng. Pero si
pensamos en el disco como si fuera un libro, una novela en la que un mismo
personaje atraviesa varios capítulos, lo que pasa con esa madre y esa hija más
adelante es perturbador y hasta justifica la vergüenza ajena de la primera
canción.
En Traveling Man, el segundo tema del
disco, algo más embalado, esa niña ya es una adolescente y tiene un romance con
un hombre mayor, un vendedor puerta-a-puerta que de vez en cuando pasa por su
pueblo y, claro, le vende cosas a su madre. En lo que podríamos llamar el
segundo acto de la canción, la chica nos habla con orgullo y vanidad de cómo
mantiene su aventura sin que su madre (ojo, su madre, no su madre y su padre
sino sólo su madre) sospeche. De hecho, la relación con su padre o con una
figura paterna no se menciona en ningún momento del disco, el country de Dolly Parton es matriarcal en
todo sentido: el único lazo que vale y que importa y que duele es el madre-hija
aunque quizás sea la ausencia del padre la que hace que la hija caiga en tantas
trampas sentimentales. (¿Dónde está papá?, ¿las abandonó?, ¿está en la mitad
del bosque cazando venados y tomando Budweiser con sus amigos? ¿Brokeback
Mountain?) Hacia el final de la canción, la protagonista se pone de acuerdo con
su amante para huir a escondidas del pueblo. Se citan un sábado, pero el hombre
no aparece. ¿Dónde está?, camino hacia quién sabe dónde con la madre de la
chica. Y Parton, con más ironía que tristeza, canta: Oh, that traveling man was a two-time lover. He took my love, then he
took my mother. De pronto, los personajes más interesantes son la madre y
el vendedor, ¿desde hace cuánto se acostaban?, ¿sabía la madre que su amante era
también el amante de su hija?, ¿hablaban de ella en la cama?
Para cuando llegamos a If I Lose My Mind han
pasado ya varios años en el disco-libro. En este capítulo, la adolescente de
Traveling Man es una mujer joven que se ha casado con un hombre que la
decepcionó y vuelve a casa de su madre (ojo, de su madre, no de su padre y su
madre sino sólo de su madre) buscando eso que las madres, sean como sean, nunca
dejan de ser. Mama, can I be your little girl
again?, pregunta Parton y la sensación es clara: estás solo, herido, te
sientes como un niño perdido y lo único que quieres es volver a casa y que
alguien se haga cargo de ti. El hombre con el que se casó, dice ella, la obligó
a ver cómo él amaba a otra mujer y quiso que ella amara a otro hombre, es decir
que intentó involucrarla en una orgía de la que ella logró escapar no sabemos
cómo. Pero esto no es aterrador ni creo que haya sido escandaloso en 1971. El
horror viene con las líneas finales del tema. If I lose my mind, Mama, I wanna be here with you. Have them lock me up
and see I have good care… I was afraid of what I’d do if I stayed there. ¿De
qué habla Dolly Parton cuando dice que esa chica, su personaje, tiene miedo de
perder la razón y le pide a su madre que en caso de volverse loca la encierre
en un manicomio donde la traten bien? ¿De qué hubiera sido capaz si se quedaba
con ese hombre? ¿De entrar en una orgía perpetua y, de ahí en adelante, convertirse
en la esclava sexual y moral de su esposo? ¿Lo habría matado? Ella no lo sabe,
pero lo intuye. Ella, que tiene miedo de sí misma porque no sabe hasta dónde
podría llegar. Y nosotros nos quedamos pensando en ella, imaginando su vida
después de la canción, más allá de la canción. Pensamos en ella y nos
preocupamos por ella como si estuviera viva. Eso es literatura.
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