¿Cuántos años tengo?, le preguntó Howard Auster a Gore Vidal segundos antes de morir. Setenta y cuatro, le respondió el escritor. Esta es la edad a la que muere la gente, ¿no?, dijo Howard. Yo no estoy muerto, y tu tampoco, contestó Vidal, que ya bordeaba los ochenta. Pasaron muy rápido, ¿verdad?, siguió Howard. Gore Vidal, como siempre, dijo lo que tenía que decir, lo que había que decir: pasaron muy rápido porque fuimos demasiado felices y los dioses no soportan la felicidad de los mortales.
Gore Vidal y Howard Auster estuvieron
juntos por décadas y pasaron la mayoría de sus días en Ravello, Italia, en una
casa enorme con vista al mediterráneo. No eran célibes, pero jamás tuvieron
sexo entre ellos. El sexo –decía Vidal– destruye la amistad, además, el sexo
está por todas partes, pero la amistad es poco común. El autor de la “trilogía
americana”, compuesta por las novelas Washington
D.C., Burr y 1786, acaso el acercamiento más próximo a las consecuencias
sociales de la historia de su país, defendía y recomendaba la promiscuidad con
la misma fuerza con la que defendía sus principios.
Los
Estados Unidos de la Amnesia,
el primer documental dirigido por Nicholas D. Wrathall, estrenado originalmente
en 2013 pero muy poco distribuido y, lo que es peor, muy poco visto fuera de un
circuito cerrado de festivales de cine, es una biopic de Gore Vidal que encadena las escenas más intensas de su
vida como si fuesen un manifiesto póstumo, atemporal y universal. Y es,
también, una muy bien curada exposición de su pensamiento insubordinado y su
moral de acero: frases montadas en una instalación que atrapa y retiene a todos
sus visitantes.
Nuestros
valores son los equivocados,
dijo. En cada generación, hay almas
desafortunadas condenadas a escribir, dijo. Lo único que recordamos de las guerras es el dinero, las fortunas que
se hicieron en semanas, dijo. El amor
sólo pasa una vez, dijo. El arte no
es una democracia; de hecho, el arte es enemigo de la democracia, dijo. La diferencia que hay entre un homosexual y
un heterosexual es la misma que hay entre una persona que tiene los ojos azules
y otra que tiene los ojos café, dijo. El
Islam, el Judaísmo y el Cristianismo son los tres grandes demonios que han
caído sobre la tierra, dijo. Cada vez
que un amigo triunfa, algo dentro de mí se muere, dijo. No escribo sobre las víctimas, escribo sobre
los poderosos, dijo. El único arte
que ha inventado mi país son los comerciales de televisión: vendemos
presidentes como vendemos jabón, dijo.
Para cuando un hombre se convierte en material presidenciable, ha sido comprado
por lo menos diez veces, dijo Gore Vidal.
Thomas Gore (1870-1949), su abuelo
materno, quedó ciego a los diez años y, aún así, con la ayuda de parientes que
le leían en voz alta, llegó hasta la universidad, se convirtió en abogado y fue
senador por el estado de Oklahoma durante dos periodos que juntos sumaron
treinta años. Gore Vidal, que también dijo No
tengas hijos, sólo nietos, se crió con él en las sesiones del Capitolio y
heredó una vena política que fluyó torrencialmente en paralelo a su escritura.
Thomas Gore murió pobre, lo que, según su nieto, era prueba irrefutable de que
había vivido lejos de la corrupción que supura el poder.
Aunque para Gore Vidal nunca hubo una
verdadera diferencia entre republicanos y demócratas –No tienen que conspirar, decía, porque
piensan lo mismo–, fue candidato al senado por los demócratas en dos ocasiones,
1960 y 1982; jamás pensó en ganar, pero sabía que la exposición mediática –Nunca he perdido una oportunidad de tener
sexo o de salir en televisión, dijo– podía darle voz y una audiencia mucho
más amplia que la literaria. Así, con todos los ojos puestos en él, pudo decir
fuerte y claro que George Washington fue un famoso general que nunca ganó una
batalla pero se convirtió en el primer millonario norteamericano; que el
socialismo lo disfrutan los ricos que viven del gobierno; que tenía un retrato
de John F. Kennedy colgado en su biblioteca para recordarse a sí mismo que uno
no puede dejarse deslumbrar por la gente encantadora; que la administración
Bush no pudo haber tenido nada que ver con el 9/11 porque eran demasiado
incompetentes; que Estados Unidos había tenido malos presidentes pero nunca un
maldito imbécil como George W. Bush; y que el día en que los medios de
comunicación dejen de cuestionar al poder será el día en que se acabe la
República.
Gore Vidal escribió su primera novela a
los 19 años, internado en un hospital militar durante la Segunda Guerra
Mundial. Luego, habiendo sido aceptado en Harvard, decidió no ir a la
universidad porque ya había sido demasiado institucionalizado:
La gente con coraje dice NO. Y siguió
escribiendo. Su siguiente libro, escrito a los 22, es considerado hasta hoy
como la primera pieza literaria en hablar explícitamente del homosexualismo en
la Norteamérica del siglo XX. De ahí en adelante, el New York Times se negó a reseñar sus obras, lo que prácticamente lo
exilió de las estanterías y lo llevó a Los Ángeles, donde hizo fortuna
escribiendo películas para el cine y la televisión, películas como Ben-Hur, por ejemplo. Y, de paso, se
convirtió en un ícono pop
intelectual.
Siempre
estuve en contra de los cerdos, dijo
Gore Vidal. En rigor, siempre estuvo en guardia, incluso en sus años de “viudez”,
cuando visitaba con frecuencia la tumba de Howard Auster, la misma tumba donde
sería enterrado en 2012, en el cementerio Rock Creek de Washington D.C., junto
a sus mejores amigos y cerca y al acecho de sus peores enemigos. Los Estados Unidos de la Amnesia abre
con una escena en la que Gore Vidal se refiere a ese cementerio como el lugar más bonito de la ciudad, más bien,
acogedor.
(El Comercio)
1 comentario:
Como siempre, Excelente relato.
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