10.05.2015

Gore Vidal contra los cerdos


¿Cuántos años tengo?, le preguntó Howard Auster a Gore Vidal segundos antes de morir. Setenta y cuatro, le respondió el escritor. Esta es la edad a la que muere la gente, ¿no?, dijo Howard. Yo no estoy muerto, y tu tampoco, contestó Vidal, que ya bordeaba los ochenta. Pasaron muy rápido, ¿verdad?, siguió Howard. Gore Vidal, como siempre, dijo lo que tenía que decir, lo que había que decir: pasaron muy rápido porque fuimos demasiado felices y los dioses no soportan la felicidad de los mortales.

Gore Vidal y Howard Auster estuvieron juntos por décadas y pasaron la mayoría de sus días en Ravello, Italia, en una casa enorme con vista al mediterráneo. No eran célibes, pero jamás tuvieron sexo entre ellos. El sexo –decía Vidal– destruye la amistad, además, el sexo está por todas partes, pero la amistad es poco común. El autor de la “trilogía americana”, compuesta por las novelas Washington D.C., Burr y 1786, acaso el acercamiento más próximo a las consecuencias sociales de la historia de su país, defendía y recomendaba la promiscuidad con la misma fuerza con la que defendía sus principios.

Los Estados Unidos de la Amnesia, el primer documental dirigido por Nicholas D. Wrathall, estrenado originalmente en 2013 pero muy poco distribuido y, lo que es peor, muy poco visto fuera de un circuito cerrado de festivales de cine, es una biopic de Gore Vidal que encadena las escenas más intensas de su vida como si fuesen un manifiesto póstumo, atemporal y universal. Y es, también, una muy bien curada exposición de su pensamiento insubordinado y su moral de acero: frases montadas en una instalación que atrapa y retiene a todos sus visitantes.

Nuestros valores son los equivocados, dijo. En cada generación, hay almas desafortunadas condenadas a escribir, dijo. Lo único que recordamos de las guerras es el dinero, las fortunas que se hicieron en semanas, dijo. El amor sólo pasa una vez, dijo. El arte no es una democracia; de hecho, el arte es enemigo de la democracia, dijo. La diferencia que hay entre un homosexual y un heterosexual es la misma que hay entre una persona que tiene los ojos azules y otra que tiene los ojos café, dijo. El Islam, el Judaísmo y el Cristianismo son los tres grandes demonios que han caído sobre la tierra, dijo. Cada vez que un amigo triunfa, algo dentro de mí se muere, dijo. No escribo sobre las víctimas, escribo sobre los poderosos, dijo. El único arte que ha inventado mi país son los comerciales de televisión: vendemos presidentes como vendemos jabón, dijo. Para cuando un hombre se convierte en material presidenciable, ha sido comprado por lo menos diez veces, dijo Gore Vidal.  

Thomas Gore (1870-1949), su abuelo materno, quedó ciego a los diez años y, aún así, con la ayuda de parientes que le leían en voz alta, llegó hasta la universidad, se convirtió en abogado y fue senador por el estado de Oklahoma durante dos periodos que juntos sumaron treinta años. Gore Vidal, que también dijo No tengas hijos, sólo nietos, se crió con él en las sesiones del Capitolio y heredó una vena política que fluyó torrencialmente en paralelo a su escritura. Thomas Gore murió pobre, lo que, según su nieto, era prueba irrefutable de que había vivido lejos de la corrupción que supura el poder.        

Aunque para Gore Vidal nunca hubo una verdadera diferencia entre republicanos y demócratas –No tienen que conspirar, decía, porque piensan lo mismo–, fue candidato al senado por los demócratas en dos ocasiones, 1960 y 1982; jamás pensó en ganar, pero sabía que la exposición mediática –Nunca he perdido una oportunidad de tener sexo o de salir en televisión, dijo– podía darle voz y una audiencia mucho más amplia que la literaria. Así, con todos los ojos puestos en él, pudo decir fuerte y claro que George Washington fue un famoso general que nunca ganó una batalla pero se convirtió en el primer millonario norteamericano; que el socialismo lo disfrutan los ricos que viven del gobierno; que tenía un retrato de John F. Kennedy colgado en su biblioteca para recordarse a sí mismo que uno no puede dejarse deslumbrar por la gente encantadora; que la administración Bush no pudo haber tenido nada que ver con el 9/11 porque eran demasiado incompetentes; que Estados Unidos había tenido malos presidentes pero nunca un maldito imbécil como George W. Bush; y que el día en que los medios de comunicación dejen de cuestionar al poder será el día en que se acabe la República.

Gore Vidal escribió su primera novela a los 19 años, internado en un hospital militar durante la Segunda Guerra Mundial. Luego, habiendo sido aceptado en Harvard, decidió no ir a la universidad porque ya había sido demasiado institucionalizado: La gente con coraje dice NO. Y siguió escribiendo. Su siguiente libro, escrito a los 22, es considerado hasta hoy como la primera pieza literaria en hablar explícitamente del homosexualismo en la Norteamérica del siglo XX. De ahí en adelante, el New York Times se negó a reseñar sus obras, lo que prácticamente lo exilió de las estanterías y lo llevó a Los Ángeles, donde hizo fortuna escribiendo películas para el cine y la televisión, películas como Ben-Hur, por ejemplo. Y, de paso, se convirtió en un ícono pop intelectual.

Siempre estuve en contra de los cerdos, dijo Gore Vidal. En rigor, siempre estuvo en guardia, incluso en sus años de “viudez”, cuando visitaba con frecuencia la tumba de Howard Auster, la misma tumba donde sería enterrado en 2012, en el cementerio Rock Creek de Washington D.C., junto a sus mejores amigos y cerca y al acecho de sus peores enemigos. Los Estados Unidos de la Amnesia abre con una escena en la que Gore Vidal se refiere a ese cementerio como el lugar más bonito de la ciudad, más bien, acogedor. 

(El Comercio)      

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como siempre, Excelente relato.