The
Flick, la obra de teatro
escrita por Annie Baker que ganó el Pulitzer a mejor drama el año pasado, tiene un aire no del todo
sospechoso ni gratuito a una película del primer Jim Jarmusch, eso sí,
protagonizada por personajes del primer y único Kevin Smith que sufren la depresión
precoz de las chicas de Ghost World. Baker, nacida en 1981 y criada en una
pequeña ciudad del estado de Massachusetts, tiene una moral y un humor negro
bastante noventeros que, en escena, funcionan y golpean y despiertan las
preguntas incómodas que siempre vienen al caso: ¿crecí?, ¿de verdad crecí?, ¿o
fue sólo el tiempo el que me pasó por encima?
Es evidente que Annie Baker creció,
maduró, o por lo menos lo intentó. Su estilo, minimalista (¿existe algo llamado
“teatro documental”?) y lleno de pausas que sobre las tablas se sienten más
largas que en cualquier pantalla, muestra a una escritora que ya puede tomarse
ciertas cosas con distancia y perspectiva. Es evidente, además, que Baker vio
muchas películas mientras estaba creciendo. The
Flick es la historia de tres empleados de un cine setentero que conversan y
se conocen y hasta conectan entre función y función, mientras limpian el pop corn
derramado entre las filas de asientos.
El personaje principal, o quizás sólo el
más complejo y frágil, es Avery, un cinéfilo peligrosamente autista,
inteligente y sensible. Avery no necesita el empleo que tiene ni mucho menos el
sueldo miserable que recibe: su padre da clases de lingüística en una universidad
privada y él podría bien pasar las tardes y las noches con sus compañeros
millonarios. Pero Avery no es esa clase de persona. Avery prefiere estar en el
cine porque esa es la única sala en todo el condado en el que vive que aún proyecta
cintas en 35 milímetros. Para Avery, entonces, ese lugar es el único sitio
donde las cosas que suceden suceden de verdad.
Hay una escena, cerca del final del
primer acto, en la que vemos a Avery en la sala a oscuras, sin público ni
películas ni empleados (todos están almorzando en un Subway), hablando por teléfono.
Avery parecería estar conversando con su mejor amigo. Le dice que por fin
recuerda uno de sus sueños, de hecho, recuerda lo que soñó la noche anterior.
Vio a su padre muerto en su estudio, las paredes forradas de libros, y a un
hombre, un empleado del cielo, que los escaneaba con un aparato parecido a esos
que sirven para saber el precio de las cosas en un supermercado, hasta que un
libro empezaba a sonar, bip, bip, bip,
y el alma de su padre era bienvenida en el reino de los cielos. Luego, el mismo
hombre pasaba por el cuarto de Avery y ahí estaban su cadáver y su colección de
DVD, películas de Bergman, de Kurosawa, de Tarantino y, básicamente, todo lo
que ha sido puesto en el mercado por The Criterion Collection. Sin embargo, el
hombre buscaba durante horas y no encontraba ninguna película que diera señales
de vida y el pobre Avery estaba asustado, pensando que pasaría la eternidad
bajo la tierra, entre los gusanos y las llamas, hasta que el empleado del cielo
encuentra un viejo casete VHS que contiene Luna
de miel en Las Vegas, de 1992, protagonizada por Sarah Jessica Parker y
Nicolas Cage. Sin duda, una de las peores películas de la historia. Bip, bip,
bip. Según The Flick, esta es la única película que Avery ha amado en su vida.
Aunque se trate del sueño de un personaje
que ha visto más películas de las necesarias, la situación planteada en la
escena es, por decir lo menos, esperanzadora: si un libro cambió el rumbo de tu
destino, si una película te salvó la vida, si encontraste algo que podías amar
y lo amaste con todas tus fuerzas, entonces sí, puedes ir al cielo. O, al
menos, morir tranquilo.
Al final del monólogo
telefónico, descubrimos que Avery no está hablando con su mejor amigo sino con
su psiquiatra, a quien le pide disculpas por haber interrumpido sus vacaciones
con aquella llamada extracurricular. Las luces se apagan. Es un momento
desolador. Avery tiene más de veinte años pero no tiene amigos ni mejores
amigos. Los tuvo. Tuvo al menos uno con el que solía ver Luna de miel en Las Vegas cuando ambos eran niños. Ese fue su
momento, el momento que lo salvará, el momento más valioso de su vida. Y ya
pasó.
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