En 1987, BoJack Horseman debutó en la
serie de televisión Horsin’ Around de
la cadena ABC, un sitcom en el que se hacía cargo de criar
a tres niños huérfanos. La serie estuvo en el aire durante nueve temporadas y
convirtió a su personaje principal en una celebridad dentro de su categoría, es
decir, alguien famoso, capaz de levantar rating y producir dinero, pero incapaz
de ser tomado realmente en serio. A mediados de los 90’s, después del capítulo
final, las puertas del mundo se cerraron frente a la cara larga del actor, que
ahora, casi treinta años después de su debut en la pantalla chica, desayuna un
saludable licuado de zanahorias, vodka y tranquilizantes para caballo.
Su casa, en las colinas de Los Ángeles,
tiene una terraza con piscina desde la que se ve claramente el letreo de
HOLLYWOOD, pero BoJack está muy lejos de ese lugar, en rigor, parecería estar
en otro planeta; gasta sus días viendo una y otra vez los capítulos de Horsin’ Around en DVD, acostándose con
gente con la que no se quiere levantar y emborrachándose para prolongar una
especie de sueño en el que su nombre todavía significa algo. Por el momento, su
único proyecto es una autobiografía que ya tiene editorial pero que aún no
tiene páginas, y que planea escribir con la ayuda de la periodista Diane
Nguyen, autora de Secretariat, A Life,
el best-seller que Horseman quiere
adaptar y protagonizar en el cine.
BoJack, una criatura compleja como pocas,
vive tratando de camuflar las inseguridades que destapa y asume cuando está ebrio,
escondiéndose entre los reflejos del pasado, cada vez menos luminosos. Siente
que una persona como Diane Nguyen, que vive más bien al margen del espectáculo
y que procede a través de la lógica y parece centrada a pesar de sí misma,
podría ayudarlo. BoJack está platónicamente enamorado de Diane, o, quizás, de
la idea de lo que él podría llegar a ser si estuviera con una mujer como Diane:
un adulto que maneja con mano firme las riendas de su existencia. Pero Diane
está emocional y físicamente enamorada de otra criatura, otro actor, para
colmo, Mr. Peanutbutter, en su momento protagonista de un sitcom muy similar a Horsin’
Around –la gran diferencia es que entre sus hijos adoptivos se cuentan dos
gemelas de personalidades diametralmente opuestas–, un tipo que ha sabido
mantenerse en el ojo público y que, a diferencia de BoJack, dueño de una mirada
desesperada, un rostro desganado y una barriga alcohólica, tiene una figura
atlética, una sonrisa eterna y todos los defectos que hacen de la gente buena
gente insoportable.
BoJack está perdido y lo sabe. Esa, al
menos, es una ventaja. Y, como muchos, trata de buscar la solución a sus
problemas en factores externos: una nueva relación con una mujer que acaba de
salir de un coma largo y que aún vive en los 80’s, proyectos cinematográficos
que no terminan de cuajar, amigos a los que envidia y traiciona, y varios
tragos de más para que las horas de conciencia sean lo de menos. Se nota que el
actor, ¿todavía se puede decir que es un actor?, lleva décadas tratando de
descifrar qué fue lo que pasó, cómo alguien que cumplió un sueño que la mayoría
sólo persigue y lo tuvo todo se transforma sin mayor aviso en la figura del ridículo
decadente, la clase de celebridad trasnochada que se sienta en la barra de un
bar hasta que alguien lo fotografía con su teléfono y se burla de él en las
redes sociales. BoJack está atrapado en un tiempo que no es este y, en el mejor
de los casos, sus preocupaciones se desviarán hacia el qué pasará. Su historia,
que sigue sucediendo cada día, es la de alguien que quiere cambiar pero está
seguro de que las personas no cambian.
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