El año pasado, después del estreno en
festivales de L’enlèvement de Michel
Houellebeqc (El secuestro de Michel Houellebeqc), el escritor francés dijo
que no, no se había preparado ni siquiera un poco para interpretarse a sí mismo
en una película y no, tampoco tenía miedo de que el resultado final fuera una
caricatura pues ya antes, en sus libros, se había caricaturizado bastante. En
todo caso, el que tiene que prepararse es el público: nadie está del todo listo
para una cinta como esta.
L’enlèvement
de Michel Houellebeqc
tiene un momento, por lo menos al principio, de total y absoluta duda. ¿Es una
película? ¿Son actores? ¿Es una broma? Es fácil intuir que Guillaume Nicloux,
el director, no es un principiante ni mucho menos: aunque al parecer no hayan
otras fuentes de luz que las naturales, los encuadres son limpios, cuidados,
escogidos, y juntos componen un look
bastante definido. Ahora bien, dicho esto, todo lo demás bordea el humor del
absurdo y el existencialismo terrenal.
La trama es sorprendentemente simple.
Luego de unas pocas secuencias en las que se establece la que podría o no ser la
rutina diaria de Houellebeqc, el autor es –fácil y hasta torpemente– secuestrado
por tres hermanos gitanos que parecen extras mal pagados en una película de Guy
Ritchie. Los secuestradores, entonces, llevan al rehén no a un sótano ni a una
fábrica abandonada ni a una cabaña en las afueras de París: lo llevan a casa de
sus padres y, con el paso de los días, Michel se vuelve parte de la familia.
En Hollywood esto sería Misery al revés, una versión de Stephen
King apta para todo público en la que el Síndrome de Estocolmo serviría para
detonar carcajadas. Pero esto, aunque se trate de una de las comedias más
graciosas que haya visto últimamente, no es Hollywood. La austeridad de la
producción, cercana al documental de bajo presupuesto, cubre la historia de un
tono doméstico que resulta tan chistoso como incómodo y hasta peligroso. Hay
una escena en la que los gitanos tratan de enseñarle llaves de artes marciales
y él –flaco, bajo, con esa cara de bruja y el cigarrillo siempre encendido– maniobra
la situación como un Buster Keaton con parálisis facial. Y otra en la que,
varias copas mediante, Houellebeqc se pone eufórico y grita que él y sólo él
tiene autoridad para hablar de literatura y como la cámara no se mueve parece
que esto no es una película y que alguien saldrá herido, herido de verdad; el
momento es tan efectivo que a uno le dan ganas de irse a su cuarto hasta que la
discusión termine.
Y hay, en el guión o en la improvisación
de Houellebeqc, una broma constante. Como los gitanos se niegan a darle información
sobre la gente que los contrató para secuestrarlo, el rehén, cada tanto,
insiste en una misma pregunta, ¿quién
pagará por mí? Lo dice muy en serio. No concibe la idea de que alguien
pague dinero por su libertad: sabe que sus detractores, que no son pocos,
quisieran verlo muerto pero que no le pagarían a nadie para que lo asesine, así
como sus fanáticos no podrían reunir la cantidad necesaria para tramitar un
rescate. Uno de los gitanos le dice, como para que ya no joda más, que el
presidente François Hollande hará el desembolso, pero ante una afirmación como
esa Houellebeqc sólo se puede reír y aceptar con resignación que estará
encerrado quién sabe cuánto tiempo.
El misterio se sostiene hasta el final y es una de esas cosas que nunca sabremos. ¿Quién ordenó secuestrar a Houellebeqc? ¿A quién le pareció que era una buena idea? ¿A quién podría importarle o servirle como pieza política un escritor como él? El mérito de la cinta, su propósito, su razón de ser, es poner en una situación ordinaria (esta palabra, en estas condiciones, funciona casi como antónimo de sí misma) a un artista que de ordinario no tiene nada y, así, obligarlo a lidiar con la realidad. Y sí, es cierto, quizás la película sea mejor o mucho mejor desde los ojos de un escritor o de un fan: sin duda, desde ahí, desde aquí, la cinta gana varios puntos. Pero pocas veces un intelectual ha sido tan divertido. Supongo que es porque no se lo propuso.
El misterio se sostiene hasta el final y es una de esas cosas que nunca sabremos. ¿Quién ordenó secuestrar a Houellebeqc? ¿A quién le pareció que era una buena idea? ¿A quién podría importarle o servirle como pieza política un escritor como él? El mérito de la cinta, su propósito, su razón de ser, es poner en una situación ordinaria (esta palabra, en estas condiciones, funciona casi como antónimo de sí misma) a un artista que de ordinario no tiene nada y, así, obligarlo a lidiar con la realidad. Y sí, es cierto, quizás la película sea mejor o mucho mejor desde los ojos de un escritor o de un fan: sin duda, desde ahí, desde aquí, la cinta gana varios puntos. Pero pocas veces un intelectual ha sido tan divertido. Supongo que es porque no se lo propuso.
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