She was like a beautiful dinner left out overnight. She
was sumptuous, but the guests were gone.
La
frase, absolutamente perfecta, pertenece a la novela Light Years, del escritor norteamericano James Salter (1925-2015),
y podría traducirse –torpemente– de la siguiente manera: Ella era como una magnífica cena abandonada en la mesa durante toda la
noche. Era majestuosa, pero los invitados ya se habían ido.
Light Years (Años Luz) cuenta
una vida entera en poco más de 300 páginas. Una vida en pareja, además: el
romance, los hijos, el divorcio, todo. Una vida dividida en párrafos cortos,
diálogos sabios y frases tan poderosas y definitivas como la que acabo de
mencionar. Sentence for sentence, Salter is the master, dice el gran Richard Ford. Y no se equivoca. Y tampoco exagera. Light Years es casi una novela escrita
en verso. Un poema en prosa. Una canción más larga de lo normal pero no por eso
menos melódica.
Al
final de Synecdoche, New York, la
nada menos que obra maestra aún incomprendida de Charlie Kaufman, uno entiende
que la gente mayor no miente cuando dice cosas como la vida es un parpadeo. Entre los muchos méritos de aquella cinta, ese
es uno de los más valiosos y evidentes: el paso del tiempo como algo inevitable
e irreversible que avanza mucho más rápido de lo que creemos: si pudiéramos
aceptar el tiempo, las cosas serían más sencillas. Con la novela de Salter pasa
lo mismo, quizás, de manera más elegante; quizás, de manera más realista, sin
que nos demos cuenta. Se acaban las páginas y uno siente que se acaba la vida o
un pedazo de la vida.
Cronos
es el más despiadado de los griegos; Salter lo demuestra comparando a una mujer en los últimos años de su juventud con
una cena servida en una mesa a la que ya nadie se sentará. La frase se refiere
a un personaje totalmente secundario, a una actriz de reparto, a una pieza de
utilería; pero duele, duele mucho. Ahí está el abandono de las sombras, los
años que pasaron como un rayo y pasarán, de ahora en adelante, aún más rápido, el
tiempo que gastaste en arreglarte para que nadie te vea: la falta de apetito de
los otros hacia nosotros, el día en que ya nadie nos comerá.
Salter
podría haber escrito sólo esa línea, esas dos oraciones separadas por un punto
seguido, y habría sido suficiente para entender lo que quería decir: llegará el
momento en que nadie volteará a mirar. Tratándose de una mujer, la crueldad es
mayor: como la muerte o, todavía peor, como el comienzo de una agonía
larguísima y solitaria. Como una persona que de repente se convierte en un
mueble, ese mueble que alguien, todos los días, promete sacar de la casa. Durante
muchos años, la situación de Salter fue similar, sólo que él era un mueble que
algunos se empeñaban en conservar y compartir. Era un escritor conocido y
celebrado entre –no muchos– escritores-lectores-compatriotas y más bien
desconocido en otros idiomas (en español lo tradujo Salamandra, pero nunca encontró
un público masivo, ni siquiera un nicho entusiasta). Salter era un plato frío.
James
Salter murió hace tres meses, el 19 de junio, a los 90 años de edad. En
Latinoamérica o, mejor dicho, en español, se escribió poco sobre él, su obra y
su legado que, por otra parte, recién comienza. En inglés, el luto fue más concurrido
pero igual sucedió de una forma discreta. Eso sí, más de un medio dijo que
había muerto el mejor escritor
norteamericano vivo. Como si Salter hubiese sido el último. ¿Lo fue? ¿Lo
es? Dijeron también que era el mejor
escritor que nunca leerás. Como una cena magnífica abandonada en la mesa
durante toda la noche…
La
muerte tiene la virtud de revivir a los escritores. Salter, qué duda cabe,
correrá con la misma suerte de tantos otros: sus libros le abrirán paso para
que camine entre los vivos con la autoridad que sólo tienen los muertos. Un
escritor de frases perfectas, que no aprovecha la obligación que tienen las
novelas de equivocarse o excederse sino que busca, y encuentra, la manera de
que no sobre ni una palabra, merece la eternidad y todo lo demás.
Las
luces se prenden.
Las
luces, la luz, es una luz nueva.
Los
invitados se sientan a la mesa.
Empiezan
a comer.
2 comentarios:
chucha, qué cosa tan bien escrita Pikachu.
Regio! Que buen análisis!
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