Así es como sucede: escuchas el disco y
te vuelves invisible.
Atraviesas una pared y encuentras a Kurt
Cobain tocando guitarra, haciendo y deshaciendo cosas que todavía no son
canciones. Él no puede verte, pero tú estás ahí. Usted está aquí. Cobain sigue
en lo suyo, tratando de vaciar sus neuronas sobre una grabadora, archivando sus
ideas todavía mojadas, regrabadas una sobre la otra en casetes Memorex de 90 minutos. Camina de un lado
para otro, se detiene para contestar el teléfono y dice que su novia no está,
que se fue a trabajar. Toca guitarra. Toca bajo. Fuma. Come macarrones con
queso que baja con Nesquick de fresa. Vuelve a tocar. No es famoso. No es
nadie. No existe. No se puede imaginar que más de 25 años después tú y yo y
miles de personas alrededor del mundo pagaremos para entrar en su cabeza.
Cuando se estrenó Montage Of Heck, el documental dirigido por Brett Morgen que
prometía ser la biografía definitiva del cantante de Nirvana, quedamos mareados
y confundidos: la cinta se aproxima más a una instalación multimedia loud-quiet-loud que al chisme
escatológico que algunos estábamos esperando; pero, al mismo tiempo, duele: es duro
verlo faraway, so close!, tan ido mucho antes de irse. Ahora la película se
reestrena en versión de lujo para fans fetichistas dentro de una especie de urna
de cartón rellena con extras, afiches, postales, un simbólico rompecabezas
metatextual, un libro-guión que incluye entrevistas extendidas, y un disco, ese
disco que te hace invisible: The Home
Recordings, 31 canciones que son en realidad los cimientos de una
civilización cuyas ruinas se han convertido en patrimonio de la humanidad.
La mayoría de estas grabaciones encontradas
son anteriores al fenómeno Nirvana que cambió la rotación del planeta a
comienzos de los 90’s. Son la realidad que precede al reality: el retrato del
artista como un hombre joven, como un adolescente desempleado y sin futuro que
vive en casa de su novia y llena sus días haciendo canciones y agarrándose de
esas canciones antes de que la vida se lo trague. Escuchen The Happy Guitar e imaginen a Django Reinhardt no como el gitano
francés que era sino como la basura blanca que nunca fue; la versión prematura
de Clean Up Before She Comes que parece
anticipar una escena de terror donde o muere la niñera o muere el niño o se
mueren todos; el Reverb Experiment
que es el cuento de un pelado que se compra su primer pedal de distorsión y se
arrodilla frente a su primer amplificador para invocar a Hendrix; esa canción
de Black Sabbath que aquí se llama Rehash
y en la que al final Kurt Cobain grita ¡solo,
solo, coro, coro! como un director de orquesta sin orquesta; la marcha feliz
de un cortejo fúnebre que podría ser Bright
Smile; ese mantra descalibrado llamado Retreat;
la versión aletargada y hardcore de And I Love Her, que dentro de no mucho
tiempo y para no poca gente será conocida como un Lado B de Nirvana y no como
un clásico de Los Beatles; Sappy en
modo bolero zombi para una lenta protesta existencial; el fin del mundo en los
treinta segundos que dura Scream; el
monólogo teatral y autobiográfico pero fríamente calculado que se llama Aberdeen y sostiene con conocimiento de
causa la tesis de Lou Reed: lo único bueno de haber nacido en un pueblo pequeño
es que puedes salir de ahí; y escuchen, asumiendo el riesgo de nunca más poder
dejar de escucharla, Letters To Frances, una
canción de cuna que te da ganas de tener hijos pero también unas ganas
tremendas de llorar porque sabes que no podrás cuidarlos para siempre, que te exprime
las tripas porque se nota que eran los últimos días y sus dedos apenas podían
apretar las cuerdas para llegar a las notas. Kurt Cobain murió con las venas rebosadas
de heroína y la cabeza atravesada de pólvora, pero su cuerpo estaba lleno de
música.
Brett Morgen dice que ensambló Montage Of Heck no para conocer a Cobain
sino para experimentarlo, como si fuera un estado mental, la influencia de una
droga que te pega más o menos tiempo, más o menos fuerte, dependiendo de cuánto
te metas. La calidad y la intensidad del vuelo dependen enteramente de las
millas que acumule el pasajero y el destino puede ser lo mismo la pista de
aterrizaje que tu cabeza entre las rodillas antes de nos estrellemos contra la
montaña. En The Home Recordings hay rincones en los que uno puede saltar y
rockear o acomodarse e incluso acostarse a escuchar la música fraccionada de un
ser humano incompleto y decir dale, sigue tocando, suena increíble; pero
también flashazos de sobreexposición que te ciegan durante varios segundos y te
hacen pensar lo peor.
Ser capaz de ver a la gente sin ser visto
involucra el riesgo de ver demasiado y este es Cobain cuando nadie lo estaba
viendo y cuando ya no quería que lo vieran. Los recuerdos que tenías van a
cambiar después de escuchar The Home
Recordings. Si sigues viviendo en el 94 vas a creer que esto lo mejor que
hizo, lo más puro, pero no, son ensayos, demos, las referencias futuras de un
pasado siempre presente. Si tienes quince años y tocas en una banda y dices
cosas como el man era de verdad, el man
se mató, ¿cacha?, vas a conectar y te vas a dar cuenta de que eso que
grabaste ayer en tu celular no es muy
distinto a esto (a menos que hagas pop o algo peor, en cuyo caso no estaría de
más consultar un psicoanalista). Si la última vez que organizaste la música de
tu iTunes borraste la mitad de las canciones de Nirvana que tenías y te
quedaste sólo con esas que marcaste con cinco estrellas no vas a ser invisible ni
vas a poder atravesar paredes. Si ya tienes canas pero todavía usas tu camiseta
de Anthrax sabrás escuchar a tu hermano menor o a tu hijo tocando en el cuarto
de al lado y lo dejarás en paz: no tenemos derecho a saberlo todo.
(El Comercio)
(El Comercio)
1 comentario:
Me gustó mucho esta reseña. Kurt Cobain es un ídolo del grunge. Buen material. Saludos y si puedes date una vuelta por nuestro blog proyecto #RelataReflejo y nuestras redes. Historias de nuestra realidad urbana.
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