La libertad consiste en ser capaz de
preocuparse por alguien más
– David Foster Wallace –
La vimos en el Cinemark de la Plaza de
las Américas. Aunque ya estudiábamos cine y teníamos discos láser en la
universidad y alquilábamos casetes VHS en La Liebre, ninguno sabía qué era ni
de qué se trataba. La vimos porque en el póster salía John Cusack y confiábamos
en él. No queríamos ser estrellas de cine, teníamos claro que nuestro lugar estaba
al otro lado del lente, pero nos habíamos confesado que si alguna vez
hubiésemos querido ser actores seríamos como John Cusack. A veces pienso que ni
siquiera queríamos ser cineastas: nos bastaba con ser cinéfilos, rockeros,
nerds. Nuestra vida se dividía entre el cine y el rock y el póster de High Fidelity prometía ambas cosas. ¿Entramos?
De una, vamos. Y fuimos. Entramos. La luz de la pantalla nos iluminó de nuevo.
Al final, mientras sonaba esa canción de Stevie Wonder que nunca habíamos
escuchado, la pregunta soplaba en el viento. ¿Escuchábamos música porque éramos
miserables o éramos miserables porque escuchábamos música?
¿Has visto High Fidelity? Tienes que verla. Es sobre este man, Rob, que tiene
una tienda de discos, o sea, LP’s, vinilos, ¿te acuerdas de los vinilos?, mi
vieja tenía uno de George Harrison. Tú tenías uno de Metallica que le habías
robado a un primo o algo así, el clásico Led Zeppelin IV y también uno de los
Hombres G que te daba vergüenza mostrar y decías que era de tu hermana. Ya
pues, este man tiene una tienda de discos en la que trabajan otros dos manes
que son enfermos de la música y lo saben todo, todo, y se pasan haciendo listas: las mejores cinco canciones para
un lunes por la mañana; los cinco discos que te llevarías a una isla desierta;
las cinco canciones que quisieras que pongan en tu funeral. La película arranca
cuando la pelada de Rob se está yendo de la casa y él empieza a hacer una lista
de las cinco mujeres que le han roto el corazón, las que de verdad le dolieron,
desde que estaba en el colegio hasta ahora. No sé, ponte que el man tenga unos
treinta años. La cosa es que el man decide visitar a esas peladas como para
saber por qué lo dejaron mientras trata de recuperar a su novia, una rubia
guapísima pero no la típica rubia guapa, no, no sé en qué más ha salido.
Aguanta, cacha esto, el que le dice que busque a sus novias, que son como los
fantasmas de la navidad pasada, es Bruce Springsteen. Sí, The Boss, el man hace
un cameo y sale tocando su Telecaster. Es una comedia, o sea, una comedia
romántica pero rockera. De ley, súper nerd.
Le dijimos a la gente que tenía que verla
para entender cómo es el mundo y cuáles son las prioridades en esta vida. Lo
que queríamos era que nos entendieran, que visitaran nuestro planeta aunque
fuera durante esos 113 minutos de metraje. Habíamos encontrado la película de
nuestra vida. Nuestra fucking
autobiografía.
Si hubiera existido Facebook o Twitter
habrías dicho que era más importante que El
Ciudadano Kane. Las redes sociales deberían tener alguna especie de
anticonceptivo para prevenir el pensamiento precoz, un mecanismo de seguridad
que, antes de postear, te haga el siguiente anuncio: haremos público tu comentario
si en veinticuatro horas sigues pensando igual. Lo curioso es que han pasado
más de quince años y, no sé, quizás High
Fidelity no tenga el peso histórico del magnum opus de Orson Welles y no la
enseñen en las facultades de cine –aunque deberían– ni aparezca en esas listas
de las mejores cintas de todos los tiempos, lo que resulta irónico tratándose
de una película en la que se hacen tantas listas, pero sé que es una de las
películas que más hemos visto en la vida y eso la vuelve una obra mayor, clave,
trascendental. Por lo menos para nosotros, que nos hicimos amigos hablando de
cine. Una tarde, durante el break de la clase de fotografía en blanco y negro, tú
dijiste que la mejor película de Kubrick es Barry
Lyndon y yo pensé este man sí sabe.
High
Fidelity llegó al
Ecuador en el 2001, un año después de su estreno en Estados Unidos, pero creo que estuvo en cartelera menos de
tres semanas, un mes, máximo. Nadie la tomó en cuenta, nadie escribió sobre
ella en El Universo o en El Comercio, a nadie le importó. Quizás algún bloguero
podría haberla defendido, pero los blogs aún no nacían. Los críticos gringos,
en cambio, trataron de abrirle campo entre otros estrenos del mismo año: la
llorona Dancer in the Dark del pesado
Lars von Trier y Snatch, que nos pareció
increíble y cague de risa pero que terminamos olvidando. Stephen Holden, que
fue ejecutivo de RCA Records (la casa de Elvis Presley) y reportero de la
Rolling Stone antes de convertirse en el crítico de cine del New York Times,
dijo, “¿Ahora tenemos High Fidelity, la
ingeniosa, exquisita y afinada adaptación de [el director] Stephen Frears de la
novela de Nick Hornby, cuyo narrador, Rob Gordon (John Cusack), es un banco de
datos ambulante… Rob y sus colegas están tan inmersos en la cultura pop que
clasifican los eventos más importantes de su vida en listas de grandes éxitos…
Las mujeres en su vida, encantadoras, impulsivas y sexys cada una a su manera,
evocan de manera precisa la intimidad de la gente difícil” ¿Éramos difíciles?
Tampoco tanto. Un poco idiotas, quizás. Creídos, de ley. Y Roger Ebert, esa
autoridad de la crítica establecida que publicó toda su vida en su natal
Chicago Sun-Times, le dio cinco y estrellas y dijo, “A su manera, relajada,
caprichosa, extravagante y obsesiva, High
Fidelity es una comedia sobre gente real en la vida real… películas como
ésta no se hacen muy a menudo… Salí del cine sintiendo que podía caminar por
las calles y conocer a esos personajes, que quería
conocerlos, lo cual es un halago aún mayor”. En Ecuador la vimos pocos, pero de
esos pocos muchos quedamos marcados.
Tú fuiste el primer pana que hice en
Quito, mi amigo serrano, mi marido de la universidad. Los costeños somos más
regionalistas que los serranos, bro.
Los serranos se creen más bacanes que los costeños, pero a nosotros no nos cabe
duda, ni siquiera nos detenemos a pensarlo: somos más bacanes, punto. Es una
huevada sin sentido, pero importa, o importaba en ese momento. Presentarte a los
panas de mi pueblo, a mi wolfpack, fue
como llevar a una novia a la casa de mis viejos. Yo sentí lo mismo cuando me
presentaste a la gente del Colegio Alemán, me pareció un poco ridículo que
dijeran “Deutsche Schule”, o sea, no vivían en Berlín, pero no dije nada porque
quería caerles bien.
También fuiste el primero que se compró
el DVD. Te compraste el original porque todavía no habían esas tiendas de
películas pirata en El Espiral o en la Mariana de Jesús o en la Shyris. Y la
volvimos a ver. La vimos juntos y por separado porque ese DVD vivía entre tu
casa y la mía como el hijo de una pareja divorciada. La vimos con el personal
de confianza. La vimos con nuestras compañeras. La vimos con las peladas que
nos gustaban: no sé de forma más ingenua de gritar amor, diría Braulio. Se la
mostramos a nuestras hermanas y ellas también conectaron y creo que mal que mal
entendieron el mensaje, el tipo de personas que éramos y el tipo de personas
con las que nosotros aceptaríamos que ellas se metieran. High Fidelity se convirtió en un requisito para quien quisiera ser
amigo nuestro y también en esa película que ves al final de una borrachera o al
comienzo de un chuchaqui o any given sunday,
comiendo pizza, como para clausurar una semana y llenarte de fuerzas para otra.
Yo fui el primero que consiguió la
novela. La compré en una librería que estaba en la González Suárez, cerca del
monumento a Churchill, Sagitarius creo que se llamaba. Me acuerdo que estaban
liquidando la mercadería y había full cosas con descuento, regaladas, y
compramos esos libros con las letras de Bob Dylan en inglés y en español que
parecían cancioneros de iglesia. Un día fui por mi cuenta, capaz te mandé un
mensaje, no me consta. Ahí estaba, Alta fidelidad,
de Nick Hornby. La encontré como encontramos la película: por accidente. La
traducción era españolísima, en la contratapa se referían a Rob como un “tío” que estaba “colgado” y en
los diálogos el man decía “gilipollas”. Todo mal. Igual te la mostré súper
orgulloso, para sacarte pica porque la edición era del 98, anterior a la
película, y eso le daba valor agregado. Creo que los libros de Nick Hornby ya
estaban todos en Anagrama, pero no conocíamos a nadie que tuviera un libro de Nick
Hornby. Luego tú te compraste el libro en inglés. Luego todos nos compramos el
libro en inglés y hasta el día de hoy cada vez que veo ese libro en la casa de
alguien siento que estoy en un lugar seguro.
No conozco tu casa, tu nueva casa, allá
en la tierra de Neil Young, pero sé que ese libro está por ahí y que quizás
otra gente piensa lo mismo cuando lo ve apretado entre los de Chuck Klosterman y
Alberto Fuguet. Tu casa. Tu esposa y tus hijos. Tu hogar. Puta, eres un adulto,
maricón. Siempre pensé que yo me casaría primero, que tú serías el padrino de
la boda porque después de todo tú me la presentaste, que en algún momento
serías como un hijo nuestro –así me siento cuando salgo con parejas, como un
pelado medio huérfano–, llegué a preocuparme, creo que incluso hablamos de ti,
¿quién cuidará de él si nos casamos? Pero fue al revés. Y el día de tu boda que
como todas las bodas serranas pasó al medio día y no en la noche como hace la
gente civilizada sabía que te estaba perdiendo, que ya te había perdido, que
jamás sería lo mismo, pero puta madre que estaba feliz, tranquilo, en paz. He’s gonna be just fine, pensé. Me quedé
solo, pensé.
¿Leíste High Fidelity enseguida o sólo dijiste que la habías leído
enseguida? Yo me demoré. Tuve miedo. Me pasó lo contrario de lo que suele
pasarnos. Si lees una novela que te gusta, que te habla, que te contiene, y
luego te enteras de que van a hacer una película, es imposible no paniquearse
un chance. Pero en este caso la película se sentía tan cercana, tan documental,
tan nosotros, que casi esquivo la novela para no tener que compararla con nada.
Ernesto Sábato decía que todas las adaptaciones del Quijote han fracasado por lo amplio de su ambición, que la única
forma de filmar la historia del Ingenioso Hidalgo de La Mancha sería escoger un
capítulo que sujete la naturaleza entera del personaje y encuadrar, en una sola
aventura, una especie de Quijote Concentrado.
En términos de transmisión emocional, es decir, de entender y luego filmar la
esencia de una novela, High Fidelity
está, sin duda, entre las mejores adaptaciones cinematográficas de toda la
historia, a la altura de El Padrino o
Muerte en Venecia. Si te gustó la
película, el libro te va a encantar.
En la novela, las cinco canciones
favoritas de Rob son Let’s Get It On,
de Marvin Gaye; This Is The House That
Jack Built, de Aretha Franklin; Back
in the USA, de Chuck Berry; White Man
In The Hammersmith Palais, de The Clash; y So Tired of Being Alone, de Al Green. Los únicos blancos son The
Clash, pero su canción tiene estrofas reggae, lo que equivale a un bronceado no
tan ligero. El resto es música negra, música que se puede bailar porque tiene
eso que antes se llamaba swing y
ahora se llama flow. Música para
enamorarse o para enamorar o para sentir ganas de estar enamorado.
No sé si tú también piensas en esto, pero
me cuesta creer que nunca tuvimos novia al mismo tiempo o en la misma ciudad o
en el mismo país. Salíamos los dos a todas partes y si era muy tarde y estabas
borracho te quedabas a dormir en mi casa y si yo estaba en Cumbayá dormía en la
tuya y al otro día tu mamá nos hacía el desayuno pero igual nos decía vayan a
bañarse, huelen a trago, y se iba cabreada de la cocina. Salíamos los tres, al
cine, a comer, a esas fiestas y a esos bares en los que me gustaba verte bailar
con mi novia porque no sabía con quién más podías bailar y porque así yo podía
descansar un poco, hablar con otros nerds y mirar a otras mujeres sabiendo que
tenía sexo asegurado en casa. Una vez, ella me dijo que habían vacilado, luego
me dijo no, te estoy jodiendo, pero lo
dijo. ¿La besaste?, ¿te besó?, ¿se besaron? Me dijo que fue cuando yo estaba en
Argentina y me la pasaba escribiendo y persiguiendo a Charly García. ¿Tiraron? Éramos
chicos. Ha pasado tanto tiempo, bro.
Ha pasado tanto tiempo y nunca hemos salido los cuatro. Nunca he tenido una
novia que sea la mejor amiga de tu esposa, que hable con ella mientras tú y yo escuchamos
música. Eso nunca ha pasado. Ojalá pasara. Los cuatro. La música.
Conseguí la banda sonora de High Fidelity en Panamá, en el 2003,
cuando todavía existían las tiendas de discos. Hay algo que no te he dicho de
puro cobarde: en esa tienda había dos copias y pensé en comprarte una, lo juro,
si alguien merecía ese disco eras tu, pero no tenía plata, acabábamos de
graduarnos de la universidad y estábamos desempleados, chiros. La portada era
esa parodia-homenaje de A Hard Day’s Night de Los Beatles (por
cierto, ¿escuchaste la versión de Hey
Jude de Wilson Pickett y Duane Allman?, es mejor que la original), sólo que
en ves de veinte fotos de Los Beatles había nueve fotos de John Cusack. ¿Sabes
por qué aparece sólo de la nariz hacia arriba?, porque en la portada de la
banda sonora –no del álbum sino de la película– de A Hard Day’s Night Los Beatles salen retratados de esa manera, de
la nariz hacia arriba. Fíjate.
Nosotros, que pensábamos que lo habíamos
escuchado todo o por lo menos todo lo que valía la pena escuchar, nos quedamos
como locos con la cantidad de música que supuraba la película. Ahora le decimos
a la gente que los habíamos escuchado toda la vida, pero mentira, cabrón, no
fue hasta que vimos High Fidelity que
escuchamos cosas como Belle & Sebastian, The Beta Band, Stiff Little
Fingers, 13th Floor Elevators, Marie De Salle, Stereolab o John Wesley Harding.
La película nos hizo escuchar canciones que luego nosotros le obligamos a
escuchar a nuestros amigos: Always see
your face, de Love, ¿habías escuchado Love antes?, yo tampoco; Cold blooded Old Times, de Smog, esa
parte que dice este es el tipo de
recuerdos que hace que tus huesos se vuelvan de vidrio todavía me da
escalofríos; Fallen For You, esa
balada con piano de Sheila Nicholls que jamás se me habría ocurrido escuchar en
la vida, cursi, melosa, el tipo de canción que le criticas a tu novia pero que
escuchas a escondidas y cantas en la ducha, me encanta esa parte en la que se
acuerda del novio mientras recorre el Guggenheim, me hace pensar en esas
personas que nos persiguen como espíritus porque nosotros las arrastramos como
cadenas entre los talones, porque no las podemos dejar ir, porque no queremos
ser libres. Lo que me obliga a cantar Most
of the Time, de Bob Dylan, esa canción que nos hizo mirar de nuevo y con
atención el trabajo del viejo Bob en los 90’s, que confirmó la teoría de que en
todos los discos de Dylan está una de las mejores canciones de Dylan. La mayoría del tiempo, ni siquiera pienso en
ella, ¿estuvimos juntos alguna vez? La cantidad de veces que nos
emborrachamos escuchando eso. Estuvimos tan cerca que no había espacio para
nadie más.
Lo que nos unió, a nosotros dos y a
nosotros tres y a todos nosotros con la película, fue eso que nos separaba de
otra gente: la música. Despreciábamos a los que no habían escuchado Velvet
Underground o decían que Nirvana estuvo bien para el colegio; a los que
bailaban con las canciones de Los Fabulosos Cadillacs pero no sabían quiénes
eran los Mighty Mighty Bosstones; a los que se creían superiores porque
escuchaban Joy Division pero no cachaban The Vaselines. En High Fidelity pasa lo mismo, ahí está esa escena en que se niegan a
venderle el sencillo de I Just Called To
Say I Love You a un tipo porque les parece que nadie puede tener tanto mal
gusto; la escena en que no pueden creer que exista alguien que no haya
escuchado el Blonde on Blonde de Bob
Dylan; la escena en la que, como en el libro, se mencionan esas palabras que
nosotros adoptamos como la revelación mística de una secta religiosa: lo que
cuenta en una persona no es su manera de ser sino las cosas que le gustan,
libros, películas, discos, ¡eso es lo que importa! ¿De cuánta gente nos
perdimos porque no habían leído a Salinger?,
¿Cuánta gente dejamos pasar de largo porque defendían a Tarkovsky y
nosotros a Linklater? ¿A cuánta gente no volvimos a llamar porque no habían
escuchado los American Recordings de Johnny
Cash? Pudimos haber estado menos solos, creo. Construimos un muro para
protegernos y ese muro nos terminó aislando a lo The Wall.
Éramos tipos solitarios y nos pasábamos
música vía USB, tú siempre cargabas uno en el bolsillo porque decías que no se
sabe cuándo se va a necesitar más memoria, y quemábamos discos. Yo estaba muy
enamorado de tu amiga y me acuerdo que me ayudaste a hacerle un disco al que
bautizaste Un manaba que ama en honor
a la carrasposa colaboración de Abdalá Bucarám con Los Iracundos. Si ella
entiende las canciones, si cacha lo que estás diciendo, me dijiste, ya está ya.
En High Fidelity, la novela, hay una
línea que todavía me parece mortal: si no
puedo hacerle una compilación a una nueva novia, renuncio, porque no estoy
seguro de poder hacer mucho más. Cómo nos enamoramos de Laura, nos
enamoramos más que el propio Rob. Entregados. Perdidos. Postrados. En rigor,
nos enamoramos de la actriz Iben Hjejle, ¿ya sabes cómo se pronuncia? Cuando
salió High Fidelity ella era una
desconocida y luego siguió siéndolo, como si con ese rol, que bien podría ser
una carrera entera, hubiese sido suficiente: quizás lo fue. Yo no puedo
olvidarla, todavía me parece hermosa porque no es tan hermosa. Es guapa,
guapísima, pero no tanto como para intimidarte; es graciosa, agradable, el tipo
de mujer que le presentas a tus amigos y a tus papás; es relajada pero llora y
grita y se va de la casa y tira con otro cuando tiene que llorar y gritar e
irse de la casa y tirar con otro; y, lo más importante, es una mujer, una
persona adulta, como tú. High Fidelity nos
expuso a nuestros propios miedos y nos ayudó a identificar las cosas que
odiábamos de nosotros mismos pero no podíamos definir ni mucho menos evitar. Teníamos
miedo a la soledad porque quién va a querer estar con un tipo que se pasa todo el
día escuchando música y viendo películas, con una persona que prefiere estar
adentro que afuera; teníamos pánico a tener que crecer y ponerte camisa y
corbata para ir a trabajar y usar tus camisetas rockeras sólo en casa, como
pijama. Teníamos miedo a adaptarnos. Yo todavía lo tengo.
Ya tenemos treintaicuatro, la edad que
tenía John Cusack cuando protagonizó High
Fidelity. Conociéndote, seguro compras vinilos ahora que los vinilos están
de moda otra vez y escuchas harto The Smiths, ¿sí o no? ¿Has vuelto a verla?
¿La ves con tu esposa los domingos? ¿Se la enseñarás a tus hijos?¿Cómo te va,
huevón? Por si acaso, está en Netflix, o estuvo, ya no sé, pero volví a verla
en mi computadora una noche en la que buscaba algo para quedarme dormido, algo
que pudiera ignorar, pero no pude, no me dormí, la vi toda y volví a escuchar
eso que canta Stevie Wonder al final: cuando
me enamore, será para siempre. Yo la sigo mostrando, compartiendo, como
dicen ahora. Todavía hablo de ella en presente, como algo que pasa, mientras me
da la impresión que para ti la cinta es parte del pasado, algo que ya te pasó,
la foto de un tipo que fuiste pero que ya no eres porque nadie quiere ser así
para siempre. Y no te culpo. Me alegro, cabrón, te juro que me alegro.
La gente me pregunta si hablo contigo,
por alguna razón asumen que seguimos en contacto, que nos perseguimos en
Instagram, que somos tan panas como en la universidad. Quizás si todavía estuviéramos
solos hasta compartiríamos un apartamento. Pero no. Mejor así. Igual no sé muy
bien qué responder. La verdad es que sé muy poco de ti, lo que alcanzo a ver en
Facebook, tus fotos con ropa de grande y pelo de grande y sonrisa de grande y
perfil de adulto responsable. Cada vez que posteas que te vas a un concierto me
emociono. Sí, pudimos ir juntos al de Bruce Sprignsteen, capaz alcanzamos a
verlo antes de que se muera, tomorrow
never knows. Yo vi a Ringo Starr en Nueva York y me acuerdo que te conté y
que te reíste y me di cuenta de que en serio había distancia. Crecimos. Ya no
nos necesitamos tanto y en cambio hay otra gente que sí nos necesita.
¿Crees que seríamos amigos si nos
conociéramos esta tarde, en el patio trasero de una casa llena de niños y carne
a la parrilla? Seguro tendríamos muchas cosas en común, pero todas relacionadas
a los discos que escuchábamos en el colegio y en la universidad, a la gente que
fuimos. Yo diría algo como el man escucha
The Replacements, no puede ser tan
malo. Tú dirías el man también es
enfermo de High Fidelity.
4 comentarios:
Juan, qué lindo este post.
Lo disfruté mucho, me hizo reír, produce alegría, melancolía y hasta nostalgia al mismo tiempo.
Y sobre todo es super sincero. Sigue escribiendo.
Saludos,
D.E.
muchas gracias, D. E.
aquí seguimos...
saludes
jfa
Hablaste tanto y tan bien de esta pelicula, que creo que no podre terminar el dia sin verla!!!
hermano recién leo este post, como te habrás dado cuenta me emocione hasta las lágrimas porque me identifico con tu historia.... pucta madre siento lo mismo y vivo lo mismo... mi mejor amigo se caso tienes 2 niñas y una esposa ... y Yo soltero luchandola... recuerdo mis tiempos de U compartimos los mismos gustos musicales y cinematográficos... se me hace chiquito el corazon.... Chucccha..!!!!!
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