Se nota que los hermanos Matt y Ross
Duffer, creadores de la serie Stranger
Things, no solo nacieron y se criaron en los 80’s –ambos son del 84– si no
que han decidido quedarse a vivir ahí por lo menos un tiempo, ahí, en esa especie
de dimensión paralela en arrebato permanente que es el pasado, ahí, donde los
recuerdos que se repiten suceden siempre por primera vez. La historia está
ambientada en 1983, tiene alma VHS y como muchas de las películas que grabábamos
en esos casetes parte con un misterioso accidente: un niño sale de la casa de
sus amigos, donde ha estado horas enteras jugando juegos de mesa y fantasía, va
pedaleando por el barrio en el que vive, de pronto pierde el equilibrio y lo
próximo que vemos es un monstruo al que no podemos ver. El niño desaparece y la
serie se desarrolla mientras lo buscan pero sobre todo mientras encontramos eso
que no andábamos buscando.
The Duffer Brothers, así firman, han
hecho una serie que contiene y explota con pasión análoga toda la mitología del
cine de terror, ciencia ficción y aventuras de los 80’s. Porno geek, casi. Los
elementos aparecen por todos lados: hay, en las afueras del pueblo, un
laboratorio que mantiene prácticas sospechosas y que, obvio, está vinculado con
el gobierno de los Estados Unidos; hay, claro, un científico que podría estar o
no loco pero que seguro sufre algún desequilibrio emocional; hay un antihéroe
(que dicho sea de paso nos recuerda demasiado a Jack Nicholson en El resplandor), un policía venido a
menos, deprimido y alcohólico que encuentra en este caso algo parecido a una
razón para vivir. Hay adolescentes que se creen más grandes de lo que son y
están descubriendo sus cuerpos pero no saben lo que les espera; hay una niña
con poderes que mueve cosas con la mente; y hay, por supuesto, cómo no iba a
haber si esta era la razón por la que estas películas nos gustaban tanto,
cuatro niños que son muy amigos y muy nerds, que no la pasan tan bien en el
colegio, que quisieran ser otra cosa y no lo que son y que aún así logran combatir
al monstruo.
Pero por lo menos para mí el verdadero
logro sentimental, nostálgico y romántico de Stranger Things es haberle devuelto su lugar a Winona Ryder, una de
las mejores actrices de su generación, la novia de los 90’s, dueña de una
belleza totalmente personal –la verdadera belleza resiste al tiempo y al olvido
porque ocultarla es imposible– que pudo haber capitalizado su figura de forma tradicional
en Hollywood pero siempre prefirió arriesgar un poco. Ahí están Beetlejuice y Heathers,
Welcome Home, Roxy Carmichael, y Eduardo Manos de Tijera, Bocados de realidad
e Inocencia interrumpida, Drácula y La edad de la inocencia. Más que suficiente para construir eso que
llaman una carrera y que Winona Ryder hizo en poco más de una década, antes de
cumplir los 30 años de edad. Su rostro, sus peinados y esa onda de chica
alternativa que se-viste-mal-pero-se-ve-bien definieron la estética moral de
una década donde se podía ser hermosa y freak, como corresponde. Ahora ha
vuelto, es la madre del chico perdido, es pobre y es fácil intuir que no ha
tomado las mejores decisiones. Pero, hey, ¿quién lo ha hecho? Su cuerpo tiembla
en cada escena como si llevara adentro miles de otros cuerpos y esa
vulnerabilidad de espíritu, esa encantadora fragilidad mental que en algún
momento se acerca peligrosamente a la demencia, hacen que su personaje, quizás
el más cuestionado y cuestionable dentro de un elenco que cumple a cabalidad
con todos sus arquetipos, sea o mejor dicho vuelva a ser una de esas mujeres a
las que uno quiere proteger sabiendo de antemano que si alguien va a salvarnos
pues esa será ella.
The Duffer Brothers no son los hermanos
Coen, no indagan en el folk más extraño de su país para poder contarlo o
inventarlo o entenderlo desde ahí, al contrario, los Duffer se enorgullecen de
los lugares comunes y de los clichés y filman su cultura con patriotismo: como
diciendo somos de esa generación que se educó frente a la televisión y esto fue
lo que aprendimos. Desde la secuencia de créditos, que tiene esa onda
terror-de-pueblo-chico a lo Twin Peaks mezclado con las bandas sonoras
compuestas por John Carpenter, uno sabe que está entrando a uno de esos sitios
donde todos se conocen, donde los niños andan sueltos por las calles, donde
siempre hay la posibilidad de encontrarte con la amiga de tu mamá en el lugar
menos conveniente, donde la chica linda sale con el chico lindo, ese tipo de
lugar en el que suceden cosas extrañas y aún más extrañas. Me recuerda a una
serie que si no es de culto pues debería serlo, Eerie, Indiana, justo con dos niños al centro del elenco que
capítulo a capítulo iban descubriendo que el pequeño pueblo donde vivían era en
verdad un universo profundo poblado por gente loca. Digamos que Stranger Things es de eso una versión
sofisticada y para adultos que crecieron emparentados por la misma cultura pop:
desde He - Man hasta El señor de los anillos, desde Tiburón hasta La guerra de las galaxias. Seamos Goonies otra vez, ¿por qué no?
Aquí un apartado especial para la música.
Si la serie se hubiese estrenado en 1983 los productores jamás hubiesen
conseguido que bandas como Television, Joy Division o The Smiths sonaran en una
gran producción como ésta, hubiese sido imposible porque ninguna de esas
bandas, que ahora son legendarias, tenía en ese momento la teleaudiencia
necesaria (bueno, The Clash, pero no mucho más). El caso es que la banda sonora
cumple con el anhelo imposible de cualquier viaje en el tiempo: enmendar los
errores del pasado.
Y algo más. Cuando su hijo le diga que él
y sus compañeros han descubierto un portal que conduce a otra dimensión y que
esa dimensión está justo debajo de sus pies, que usted camina todos los días
por el techo de esa otra dimensión, créale. Porque sí: hay otro mundo debajo
del nuestro.
(El Comercio)
1 comentario:
Esta serie ha sido un descubrimiento increible. Como bien señalas todo ese revival ochentero conecta con los que crecimos en esa época.
Yo destaco a "El" es increíble como logra transmitir el miedo y la tristeza sin apenas hablar. Muy contenida. Su historia es de sufrimiento constante.
La banda sonora es una joya, la tengo en loop en Spotify desde hace unos días.
Voy a ver la serie nuevamente, me sabe a demasiado poco esos ocho episodios.
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