Ok. No eres el tipo de persona que suele
pensar en estas cosas. Pero lo estás pensando, no te hagas. Estás pensando que después
de todo tú también eres morboso, amarillista, sensacionalista. Te sientes,
incluso, un poco culpable. Ni siquiera es medio día y tu ya estás metido en un
cine, en una sala de los Bow Tie Cinemas de Chelsea, mirando Amy en pantalla grande. En rigor,
quieres el chisme, saber qué pasó, qué le pasó a una de las mejores cantantes
que has escuchado en tu vida. Le pasó lo mismo que a mucha de la gente que te
gusta y te atrae y a veces hasta te consuela. No pudo. El peso fue demasiado y
se derrumbó.
Ya con Senna, el gran e indispensable documental sobre la leyenda brasileña
de la Fórmula Uno, había quedado más que demostrado que el director Asif
Kapadia, el productor James Gay-Rees y el editor Chris King, el trío fantástico
británico, son dueños de una narrativa propia y que son capaces de filmar con
la rigurosidad investigativa que exige el periodismo y con el ritmo dramático
que demanda el cine. En muchas cosas, en varios momentos, Amy parece la continuación lógica de Senna, ambas películas son igual de sólidas, pero Amy toma riesgos mayores. Por ejemplo,
involucra al padre de la cantante en la muerte de su hija casi como una especie
de autor intelectual, y hace que la audiencia cargue con su parte de culpa.
¿Es esto lo mismo que sintieron los que
lloraron a la princesa Diana en 1997? O sea, ¿qué mal que mal ellos, los que
compraban los diarios y querían saber todos su movimientos, fueron en parte
cómplices del accidente que acabó con su vida en el Túnel de l’Alma en París? Quizás,
aunque no tanto. Tú recuerdas esa muerte como algo lejano, algo que golpeó a
tus padres, quizás, pero no era asunto tuyo, no era tu tema. Lo de Senna te
golpeó cuando viste la película porque descubriste a la persona detrás del
volante y sentiste cosas. Amy, en
cambio, es una tragedia cercana, casi familiar. Te acuerdas del artículo que
escribiste meses antes de su muerte, ese en el que al final decías que se iba a
salvar o algo así. Te acuerdas, sobre todo, de Back to Black, ese disco que sentiste como propio.
Amy
es el tipo de cinta en
la que uno sabe lo que va a pasar y dan ganas de saltar a la pantalla para
impedirlo. Pero esas emociones, esos espasmos de intensidad, no serían posibles
sin una puesta en escena táctica, que se concentra en traficar emociones a
través de la música y la poesía. El diseño de sonido, que mezcla demos caseros
con ensayos en el estudio y con presentaciones en vivo y con el material ya pulido
de los discos, es perfecto, o casi, el testimonio de una artista disciplinada y
convencida de que no hay otro camino que el trabajo. Y esos versos, esas
líneas, muchas pero nunca las suficientes, que aparecen en pantalla y son como
pequeños y rasgados retratos de una escritora irónica y sentimental, dan para
una antología.
Te das cuenta de que la obra de Amy
Winehouse es tan o más autobiográfica de lo que creías. De una. Sin filtros. Me
pasa. Lo escribo. Lo canto. ¿Se me pasa? No. Ojalá. Ojalá se nos pasara a
todos. Eso te asusta porque siempre has creído que escribir las cosas, las
cosas tal como son, sirve para liberarse, para dejar un peso atrás y seguir,
pero no siempre. Ella no pudo. Se mostró, se desnudó, se abrió y dejó que todos
la viéramos y quizás pensó que así podía zafar de su propia piel. Pero la piel
no se va, sólo se arruga o se extiende o se te pega a los huesos, como le pasó
a ella. Esa anorexia alcohólica y drogadicta que habías visto tantas veces antes
ahora te hace daño.
Tal vez la escena más escalofriante de Amy es cuando ella y un par de amigos se
retiran a una playa para descansar. Demasiados conciertos, demasiados viajes, demasiadas
ventanas indiscretas. Y a los pocos días aparece Mitch, su padre, con un crew de televisión tipo reality show
para seguir exprimiendo a su hija. A estas alturas, ya hemos visto cómo el
padre estiraba los calendarios de su hija mucho más allá del agotamiento y la
fatiga crónica. Mitch abusó del cariño
de su hija, que por otro lado sufría de un caso severo del síndrome de Electra:
nunca pudo hacerlo a un lado, mantenerlo a una distancia prudente, no quererlo
tanto o no necesitar tanto de su aprobación. Dicen que la soledad puede secar
el alma de un ser humano, pero el cariño desenfrenado la hace vulnerable. El
amor provoca otro síndrome, el de abstinencia, y esos temblores y esas
alucinaciones afectivas pueden ser fatales.
¿Cuántos novios tuvo Amy Winehouse en tan
poco tiempo? El dato te parece clave. Se nota que necesitaba estar acompañada o
por lo menos no estar sola, algo que puede ser bastante destructivo. ¿Será por
eso que igual soportó tanto las cámaras? ¿porque de alguna forma le hacían
compañía? Nos soportó a todos ¿Por qué no se guardó en la distancia del
silencio como lo hicieron Nina Simone o Leonard Coen o Bob Dylan o los mismos
Beatles cuando lo sintieron necesario? Sólo tenía que decir no: más
precisamente, decirle no al papá. Siempre dijo que no quería ser una estrella,
pero claramente se prestó para el juego y eso la convierte en una especie de suicida
en defensa propia.
2 comentarios:
Excelente comentario. Felicitaciones
Recomendadisima tú lectura de la pelicula. Saludos.
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