4.07.2011

Temple de acero (o el nuevo viejo oeste)


Cuando Cameron Crowe dirigió “Vanilla Sky”, basada en una película del español Alejandro Amenábar, se refirió a ella no como un remake sino como un cover, es decir, lo que hizo Nat King Cole al cantar su versión de “Cachito mío”. El mismo término podría usarse en este caso, pues “Temple de acero”, versión hermanos Coen, no pretende rehacer “Valor de ley”, la cinta que en 1969 le diera a John Wayne su primer y último Oscar, sino revisitarla como si fuese una obra de teatro: misma trama, mismos personajes, distinto proceso de concepción y gestación.

Debido a sus antecedentes bipolares, resulta imposible saber si los Coen hicieron esta película porque aman u odian la original. Le que sí se nota, a leguas, es que aman el género. En una época que echa de menos los westerns de antaño, “Temple de acero” podría ser proyectada en un museo de Bellas Artes como parte de su colección permanente, es preciosa en sus ambiciones estéticas (el trabajo fotográfico de Roger Deakins, por ejemplo, transmite absoluto dominio técnico y capital emocional de sobra), elegante en su desarrollo y arriesgada en sus consecuencias. La joven Hailee Steinfeld hace que su personaje, una niña que creció a la fuerza y quiere dar caza al asesino de su padre, sea entrañable por su ingenioso encanto como por su testaruda y caprichosa virtud adolescente. Jeff Bridges, por su parte, vuelve a brillar tomándole la posta a John Wayne, brilla porque se apodera de un personaje que se presto a lugares comunes (viejo, alcohólico y dependiente de glorias pasadas) y lo lleva a rincones oscuros de su propio inconsciente, brilla porque hace, justamente, un cover de Wayne y no un vulgar copy-paste, sabiendo que lo que buscamos en estos casos es la esencia del tema original al servicio de las posibilidades artísticas del nuevo intérprete; Bridges, que también es músico, lo vio por ese lado, confió en su instinto y triunfó. Así se templa el acero, damas y caballeros.

Aquí debo hacer una confesión. La primera vez que vi “No es país para viejos” (¿por qué los traductores deciden hacer su trabajo al pie de la letra cuando, en este caso, debieron inventar algo mejor?), no entendía por qué tanto alboroto, no me pareció la gran cosa ni mucho menos la mejor película de los Coen. Tuve que volver a verla para entender su verdadero valor y ponerme a rezar. Con “Temple de acero” me pasó algo parecido, salí del cine más bien tibio y adormecido, pero ahora, cumpliendo con regar la palabra, me siento como un pastor que fue visitado por el espíritu santo. Quiero volver a verla ya, ahora mismo.


(El Diario, 03/04/11)

2 comentarios:

Autómata dijo...

Muy buena película, lo de las citas bíblicas me hace pensar que los Coen hacen sus obras desde una especie de "punto de vista de dios" donde no hay realmente buenos o malos sino una mirada selectiva del accionar de los personajes en función a la historia, siguen viviendo cuando acaba la pelicula.

Saludos JF, siempre es bueno pasar por aquí

Jose Antonio Garces dijo...

Es curioso, pero me pasó lo mismo cuando vi "No country for old men".....me sentí un poco decepcionado despues de haber visto "Fargo" o mi gran favorita "Big Lebowski"....pero despues de verla por segunda ocasión, no dejo de repetirla cada cierto tiempo....es una de esas peliculas a las que simplemente no estamos preparados para cachar de primera