5.28.2009

Las primeras veces


Pocas cosas tan grandes en la vida como enseñarle algo especial a alguien especial. Ayer tuve uno de estos episodios y la emoción me dura hasta hoy y no creo que se me vaya por un buen rato, después de todo, estuve presente mientras una persona escuchaba por primera vez, por primera vez en sus casi tres décadas de vida, la música de Tom Waits. De pronto me sentí pastor, apóstol, supe que el mensaje que traigo me supera por completo pero no por eso voy a dejar de divulgarlo. Escuchen a Waits y encontrarán la salvación.



Ahí estábamos, rodando a través de la noche quiteña que cada vez es más fría. Antes de empezar el recorrido no sabía qué poner. Esa primera canción de la noche, vayas donde vayas y por más corto que sea el trayecto, es clave, fundamental y, a veces, mortal. Íbamos a vernos con amigos, a beber y a celebrar un cumpleaños de alguien que se merecía un buen festejo, así que Finalmente me decidí por la estupenda versión de Jockey Full of Bourbon (que acompaña inolvidablemente la secuencia inicial de Dowm By Law, de Jim Jarmusch) que llevan a cabo Los Lobos en su EP de covers titulado Ride This. Me dijo te gustan Los Lobos, vaya, no sabía. Dije es una canción de Tom Waits y esta versión es increíble. Silencio. Mirada. Curiosidad y desubicación. ¿Nunca has escuchado a Tom Waits? Su cabeza se movió de izquierda a derecha. ¿No sabes quién es Tom Waits? Su cabeza se movió de derecha a izquierda y luego se estacionó de vuelta sobre el centro de su cuello. Hay gente a la que, por más cruel y snob que suene, es mejor dejar morir de inanición en el eterno desierto de la ignorancia. No era el caso. Este era un caso, ya lo he dicho, especial.



Aproveché la pausa obligatoria del rojo de un semáforo para correr hacia Waits, correr con el pulgar sobre la rueda mágica del iPod. Lo primero que puse, obvio, fue la versión original de Jockey y dejé que el viejo Tom haga lo suyo, lo que mejor sabe hacer: impresionar. A eso le siguió Tango Till They’re Sore, mi tema del disco Rain Dogs (1985). Al llegar a nuestro destino final, supe que quería quedarme en el auto toda la noche, que habría sido perfectamente capaz de cancelar el festejo en grupo por un trago y una sesión de Waits allí mismo, en el parqueadero de un centro comercial, viendo a la gente pasar. Supongo que esto de crecer significa no obedecer del todo a los instintos, a los impulsos, y pensar en el bien común, en que los otros nos esperan y confían en nosotros y nos quieren. Ok, tenemos que bajar, de ley es lo correcto. Pero antes, Just The Right Bullets, del Black Rider (1993), la música que Waits inventó a partir de una obra de teatro escrita por William Burroughs. Y eso fue lo que tuve, lo que tengo, las balas correctas. Sus ojos se abrieron como se abre el horizonte al amanecer y su silencio fue tan elocuente que no pude sino compartirlo, unirme y juntar mis fuerzas a las suyas.



La noche, aunque estuvo de lo mejor, no dio para más Waits. Y me alegro. Eso significa que tenemos todo por delante, un largo camino trazado por canciones, videos, poemas, películas y momentos en los que Tom Waits nos tendrá que acompañar lo quiera o no. La idea de una carretera donde los anuncios anuncien trombones hechos con peces espada me sobrecoge. Tal vez nuestra nueva meta deba ser ver a Waits en vivo a toda costa, a cualquier precio y en cualquier esquina del mundo donde se le ocurra pararse a tocar o a contar una de sus historias de cervezas calientes y mujeres frías. En Mallorca fundaron en 2001 el festival Waiting For Waits, donde músicos más bien poco conocidos se presentan todos los años y cierran su set con una canción de Thomas Alan Waits. La idea es que algún día el homenajeado aparezca y cierre la jornada como los grandes. Yo también espero y sueño con ir a tocar en el festival el día que llegue la bendición. Mientras tanto, me sostengo con estos momentos apasionados. Estoy firme.



5.25.2009

Salsa Blondie



Cada vez encuentro más gente interesada en la vida, obra, pasión y muerte del colombiano Andrés Caicedo. El dato Caicedo se esparce en el Ecuador a paso firme. Antes éramos sólo unos cuantos que mirábamos al cielo agradecidos cada vez que nos encontrábamos a un nuevo miembro del grupo. Ahora somos más y hablamos más duro y de vez en cuando atacamos todos al tiempo, en manada, en gajo.


Mucho tiene que ver en esto el hecho de que editorial Norma tenga una colección Caicedo y la esté distribuyendo con la presteza con que la está distribuyendo. Las obras de Caicedo ya están al alcance de la mano, a buen a precio y en buena calidad. Entiendo que lo mismo ha pasado en México, Argentina, Perú y Chile. Entiendo que este movimiento, aunque no es bolivariano ni guevarista sino más bien rockero y cinéfilo, está formando una especie de unión regional Latinoamericana. Sí, Caicedo está de moda de moda y qué bueno que así sea. De entre todo lo que anda pasando en librerías últimamente, esto es de lo mejor, lo rescatable, lo que sobrevivirá al momento. Gente de cine, es decir, gente que ve, hace, lee, estudia, enseña y aprende cine está hablando de Caicedo con admiración, respeto y afecto, como se habla de un amigo. Los escritores en entrenamiento también lo están haciendo. El otro día escuché que si en algún momento no entiendes lo que está pasando en ¡Que viva la música!, la novela ícono de Caicedo, debes leerla en voz alta porque lo que el man quiso fue escribir una canción de doscientas páginas. No lo logró por completo, pero se acercó bastante más de lo que sospechamos. Algunos párrafos del libro podrían cantarse a viva voz sobre el colchón de cuero de las percusiones. Aunque la novela cuenta la historia de una caleña bien que pierde lo que le queda de inocencia cuando se pasa del rock a la salsa y sale de su barrio residencial to take a walk on the wild side, a mi me suena un montón A Day in the Life, de los Beatles. Sobre todo cuando las cuerdas de la orquesta se doblan hasta la destrucción. Calle, pepas. Calle, hongos. Calle, violencia. Calle, sexo. Calle, rumba. Calle, reflexión en off. Cállense y dejen que suene la música que es la que tiene razón.


Ayer le regalé Mi cuerpo es una celda (la autobiografía de Caicedo dirigida y montada por Alberto Fuguet) a un gran amigo y me di cuenta de que si tuviera las posibilidades se la regalaría a todos los amigos que tengo, a toda la gente que conozco y a un par de personas que no conozco pero me dan buena vibra. Se la regalaría, sobre todo, a los panas que no leen porque se les hace nerd y aburrido. También, hace unos días, le presté mi ejemplar de Celda a una gran amiga que hasta hace poco vivía en Canadá y no sabía nada de Caicedo. Hablé con ella al día siguiente y me dijo que estaba movida, atrapada, que no podía dejar de leer el libro porque la onda del man la tiene mal, pero para bien. Tal vez Celda sea la mejor forma de entrar a Calicalabozo, como un Caicedo 101 intensivo, fuerte, para que no te queden dudas del lugar al que vas y de eso a lo que te estás metiendo. Yo releo ¡Que viva la música! para terminar un mes de relecturas adolescentes que empezaron con The Cather in the Rye. Tengo la edición argentina de tapa groovy y prólogo de Fabián Casas. Caicedo 2.0 para la inmensa minoría que lentamente se va tomando el mundo. De pronto pienso en Pixies, en todos los años que tuvieron que pasar para que Frank Black y compañía tuvieran el reconocimiento que se merecen. Me doy cuenta de que, cual película de Hollywood, Andrés Caicedo vivía, sigue viviendo, en el futuro, en las cosas de él que todavía no he leído y en los amigos que lo encontrarán algún día y no lo soltarán jamás.




Soy Rubia. Rubísima. Soy tan rubia que me dicen: “Mona, no es sino que aletee ese pelo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa”. No era sombra sino muerte lo que le cruzaba la cara y me dio miedo perder mi brillo.

Entonces sacó su agenda, de la agenda el sobrecito blanco, de mi mesita de noche un libro: Los de abajo, y encima desparramó el polvito y se puso a observarlo, olvidándome. Cocaína era la cosa que traía. Me estremecí, como maluca y con ansia, pero “No”, pensé, “es la excitación que trae todo cambio”. Yo había soñado con ella, con un polvito blanco (eróticas, aunque referidas a una raquítica acción de fuerzas, me sonaban estas palabras) en un fondo azul, y luego con el polo Sur, y por allí navegando una barca de muertos. Luego vendría a saber que soñaba era una carátula de un disco de John Lennon, con un polvo de verdad en el extremo inferior izquierdo, “ja, ja, ja”, me reía de ver al Miserable Ricardito tan serio, y pensé: “Ni siquiera me pregunta que si quiero. ¿Así seré de cuerva?”. Había sacado un par de pitillos de la agenda y ya me ofrecía el más corto. Cuando lo recibí le dije: “Gracias”, pensándolo muy conscientemente porque me había arreglado ese horrible día, y él se incendió de la dicha ante el halago y después le di su beso, espontánea, sincera y superficialmente.

Yo estoy ante una cosa y pienso en miles. La música es la solución a lo que yo no enfrento, mientras pierdo el tiempo mirando la cosa: un libro (en los que ya no puedo avanzar dons páginas), el sesgo de una falda, de una reja. La música es también, recobrado, el tiempo que yo pierdo.

Yo pensé: “Voy a ser la primera niña bien en Cali que se va de la casa a vivir con el novio. La gente comprenderá que esto es lo común en Estados Unidos”.

El sufrir dignifica, así que démonos otro pase. Metamos hasta que reventemos. “¿Qué vas a hacer hoy?” “Nada”. “Entonces meto”.

Pedro Miguel Fernández ya había envenenado a las hermanas, cosas así hacen que uno, por más joven que sea, se vaya volviendo creyente de todo y devoto de nada.

…empiezo a hablar y no me paran, y no hago otra cosa que repetir letras, porque primero que yo existió un músico, alguien más duro y más amable que concede el que uno cante su letra sin ninguna responsabilidad, que una mañana se le pegue y la repita todo el día como una especie de marca para cada uno de los actos tristes, uno de esos días en los que me propongo la acción más triste de todas…

No, me gustan las cosas que me atan con grilletes a esta dura realidad, no las que me saquen de aquí para meterme a otro hueco.

Entonces, qué cansancio, comprendí: la violencia progresaba si la belleza la conducía. Y puro picado de violencia seca, de la que no alivia nada. Eso me aterró fugazmente, pero me preparé a permitir que todo sucediera. Sí, hagamos equilibrio encimita del infierno. Si resbala es porque se ha llenado toda de remordimientos.

Además nunca he servido para coleccionar nada, me falta disciplina, seguro habría terminado prestando todos los discos, y además pensé: “Si junto discos me va a dar por oírlos aquí dentro. Me voy a volver una sombra de melancolía, y de allí al tango no hay sino un paso.

Sé que soy pionera, exploradora única y algún día, a mi pesar, sacaré la teoría de que el libro miente, el cine agota, quémenlos ambos, no dejen sino música. Si voy pallá es que pallá vamos.

Que nadie sepa tu nombre y que nadie amparo te dé. Que no accedas a los tejemanejes de la celebridad. Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos.

5.22.2009

Bajo cero


En alguna película de Kusturica, de cuyo nombre no puedo acordarme, un personaje le dice a otro: los problemas que no se solucionan con dinero, se solucionan con mucho dinero. Cierto, pero no definitivo ni, mucho menos, infalible. El dinero, el exceso de dinero, trae problemas. Dicen que los lujos son las necesidades que se crean cuando se acaban las necesidades, y no mienten. Pero luego de eso, ¿qué? ¿Qué haces cuando lo tienes todo? ¿Cómo sigues adelante si de entrada te dan todo eso que se supone hace la felicidad? Tal vez ya no sigues adelante, tal vez te vas para atrás. Tocas el techo con las manos y anhelas el suelo. Ya no creas, destruyes y, por supuesto, como no puede ser de otra manera, te destruyes, te dañas. Todo esto con el afán de sentirte vivo.


Bret Easton Ellis alcanzó la fama muy joven, acaso demasiado joven como para saber manejarla. Nació en el 64 y en el 85, con tan solo 21 años, se convirtió en un autor best seller que se hizo millonario con su primera novela: Less Than Zero. El libro le movió el piso a un país entero, se convirtió en película, en objeto/motivo de culto y en los cimientos de la Generación X. La decadencia de un grupo de jóvenes adinerados de Los Ángeles conmovió a miles de lectores y desató la ira encarnizada de algunos críticos. Hubo gente que abrazó el libro con pasión, que se encontró en sus páginas, lo asumió como la verdad y quizás cambió (para bien y para mal) después de leerlo. También hubo gente que le dio duro, que lo acabó sin piedad y que tachó a BEE de superficial, vacío e insolente. En un país con una tradición literaria tan gruesa, que tan bien ha sabido sacar al sol los trapos sucios de su sociedad y exprimirlos hasta lo imposible, la novela de un chico fanático de Zeppelin puso en jaque la perspectiva nacional ochentera. Less Than Zero es, en rigor, un libro sobre la superficialidad, sobre sus causas, sus efectos y, más que nada, sobre cómo se lucha contra ella, sobre cómo se escapa o se trata de escapar del glamour que absorbe y enceguece al portador. Todo lo que quieren los personajes de Less Than Zero es encontrar algo que importe, que les importe lo suficiente como para posponer una sesión de drogas, sexo, comida chatarra y rock ochentero. Quieren salvarse aunque no sepan muy bien qué es eso que no solamente les pasa sino que los atraviesa, los parte y los reparte en pequeños pedazos que ruedan a la deriva, empujados por el viento de una ciudad que, se supone, le pertenece a los ángeles. A esta gente le falta sentido, norte, algún tipo de camino por recorrer, un par de certezas que despierten en ellos interés por el futuro. Son jóvenes, se ven bien y tienen los bolsillos llenos de pasta. Son un grupo de gente linda, cool y perdida.


Los niños ricos de BEE están en problemas, serios problemas. Pasan los días como uno pasaba las clases del colegio, sin mirar al frente, esperando que se acaben, esperando no volver. Viven en casas inmensas donde sólo transitan las empleadas domésticas. Gastan el tiempo en fiestas y el dinero en gramos. Se revuelcan entre ellos y la cosa no pasa del placer medio forzado y escurridizo. Saben que algún día van a morir y esperan que ese momento los encuentre lejos, idos, bajo la influencia de alguna cosa u otra. He vuelto a Less Than Zero y estoy tan impresionado como la primera vez. Clay, el personaje principal y narrador, que en su cuarto tiene un poster de Elvis Costello que me permite confiar en él de inmediato, le da vueltas a su rutina una y otra vez hasta que consigue meterte dentro de ella y arrastrarte bajo el sol infame de Beverly Hills. Entonces el libro deja de ser un libro y se convierte en una instalación, un espacio físico que viene con estado mental incluido. Los personajes a los que no les importa nada te empiezan a importar. Te desesperas porque no reaccionan, porque al parecer ya están muertos. Se forman lazos de afecto. Sientes cosas.




What are the two biggest lies? I’ll pay you back and I won’t come in your mouth.

The alarm goes off at eleven. A song called “Artificial Insemination” is playing on the radio and I wait until it’s over to open my eyes and get up. Sun is flooding the room through the venetian blinds and when I look in the mirror it gives the impression that I have this wild, cracked grin. I walk into the closet and look at my face and body in the mirror; flex my muscles a couple of times, wonder if I should get a haircut, decide I do need a tan. Turn away and open the envelope, also hid beneath the sweaters. I cut myself two lines of the coke I bought from Rip last night and do them and feel better. I’m still wearing my jockey shorts as I walk downstairs. Even though it’s eleven, I don’t think anyone is up yet and I notice that my mother’s door is closed, probably locked. I walk outside and dive into the pool and do twenty quick laps and then get out, towel myself dry as I walk into the kitchen. Take an orange from the refrigerator and peel it as I walk into the kitchen. I eat the orange before I get into the shower and realize that I don’t have time for weights. Then I go into my room and turn on MTV really loud and cut myself another line and then drive to meet my father for lunch.

My mother presses a button that closes the gate and I try to wish her a Merry Christmas, but the words just don’t come out and I leave her sitting in the car.

The man comes out of the bathroom and tells me, “No. No music. I want you to hear it all. Everything.” He switches the stereo off. I ask the man if I can use the bathroom. Julian takes off his underwear. The man smiles for some reason and says yes and I walk into the bathroom and lock the door and turn on both faucets in the sink and flush the toilet repeatedly as I try to throw up, but I don’t. I wipe my mouth and then come back into the room. The sun’s shifting, shadows stretching across the walls, and Julian’s trying to smile. The man’s smiling back, the shadows stretching across his face.
I light a cigarette.
The man rolls Julian over.
Wonder if he’s for sale.
I don’t close my eyes.
You can disappear here without knowing it.

A few miles from Rancho Mirage, there was a house that belonged to a friend of one of my cousin’s. He was blond and good-looking and was going to go to Standford in the fall and he came from a good family from San Francisco. He would come down to Palm Springs on weekends and have these parties in the house on the desert. Kids from L.A. and San Francisco and Sacramento would come down for the weekend and stay for the party. One night, near the end of summer, there was, there was a party that somehow got out of hand. A young girl from San Diego who had been at the party had been found the next morning, her wrist and ankles tied together. She also had been strangled and her throat had been slit and her breast had been cut off and someone had stuck candles where they used to be. Her body had been found and the Sun Air Drive-In hanging upside down from the swing set that lay near the corner of the parking lot. And the friend of my cousin’s disappeared. Some say he went to Mexico, though. The mother was put in an institution and the house lay empty for two years. Then one night it burned down and a lot of people say that the guy came back from Mexico, or London, or Canada, and burned it down.

5.18.2009

Simón Brauer, fotógrafo


Este jueves 21 de mayo, a las 19h30 en la Galería Lazzarini (Av. González Suárez E31-13 [175] Ed. Torres del Este), se inaugura la exposición fotográfica “Tierra”, compuesta por 16 fotografías divididas en 3 series: Rodeo de caballos de Yanahurco, Geo Aéreo (sobrevuelo por la cordillera central del Ecuador) y Rostros de la sierra ecuatoriana (documental). Todas las fotos son del gran fotógrafo ecuatoriano Simón Brauer.


Conocí al flaco Brauer hace una década, creo. Estaba en mi primer año de universidad y no la tenía muy clara. Tenía miedo. Miedo a estudiar algo que no me llevara directo a un trabajo bien remunerado. Miedo a la pobreza. Miedo al fracaso. Miedo a tener que vérmelas con la verdad un día de estos y no tener nada qué decirle. En ese momento, el flaco fue clave. No recuerdo exactamente cómo, cuándo ni por qué, pero Brauer, de a poco, fue uno de los que me convencieron de estudiar cine y no mirar atrás sino adelante, siempre hacia delante. Brauer nunca lo dudó, ni por un segundo: el cine era la salida, la entrada, la salvación. Ahora capto que esa certeza, basada en el azar y en el generoso amparo del santo que protege a los que abusan de la noche, es lo único real, lo único en que uno debe y puede confiar sin reservas.


El tiempo pasa y, de hecho, nos pasa. Años más tarde y fuera de la universidad, mientras dividía mi tiempo entre el cine, el rock y el periodismo, me reencontré con Simón Brauer y de alguna forma fue como si ambos hubiésemos vuelto a la vida. No estábamos muertos ni andábamos de parranda. Estábamos trabajando cada cual por su lado y había llegado el momento de, por fin, hacer algo juntos. Conocía poco de lo que había estado haciendo durante ese tiempo y que, en su mayoría, eran trabajos de foto fija, no necesariamente periodística. Eso me animó, la posibilidad de ilustrar una crónica con una mirada lejana a la crónica pero de personalidad sumamente crónica. Brauer, aparte de ser un gran amigo, un gran esposo y un gran padre de familia, es un gran, gran fotógrafo. Tiene visión de rayos X, puede ver a través de las cosas y retratarte los huesos. Pero lo que más me gusta es su afán descabellado y altanero por distorsionar la realidad. Simón Brauer no sólo encuadra y dispara. Simón Brauer interviene. En sus fotos hay algo de realidad virtual, la seria aparición de un mundo paralelo y funcional que no tiene nada que pedirle al nuestro. Hay ganas de llegar hasta donde ningún hombre ha llegado jamás. Si el espacio es la frontera final, Brauer ya está camino hacia allá.



El timing es perfecto. La familia Brauer Cordero (la fotógrafa Lorena Cordero, su esposa, es acaso más talentosa y arriesgada que él) está creciendo y la exposición en Quito coincide con una en Madrid-España llamada “La energía necesaria”, organizada por la prestigiosa galería La Fábrica y ensamblada a partir del trabajo de varios fotógrafos latinoamericanos. Allá, el flaco está mostrando un trabajo sobre las comunidades indígenas del Ecuador. Él dice que son fotos más bien realistas, pero yo no le creo. Aunque quién sabe, eso que él cataloga como real puede ser algo que nadie más ha visto o siquiera imaginado, algo que no nos esperamos y que, sin embargo, a él le parece lo más normal del mundo, de su mundo, claro está. Por su parte, las fotos que crecen en la “Tierra” de Brauer han recibido menciones de honor en los International Photography Awards en 2007 y 2008. La exposición estará en pie durante 10 días, hasta el 31 de mayo. Simón Brauer, fotógrafo, estará en pie durante mucho, muchísimo más.

thediafragmaclub.blogspot.com

www.neuronadigital.net.

simonbrauerphoto.aminus3.com

5.14.2009

Estrellas invitadas

Los estadounidenses Ross McElwee y Jay Rosenblatt han sido las estrellas de los EDOC 09.


Rosenblatt hace películas cortas, breves, de poco metraje pero mucho, mucho contenido. Me asombra la cantidad de información, de atmósfera y de sentimientos que este director puede meter en cinco minutos o menos. Rosenblatt es medio experimental, experimental para bien. Estoy harto de la gente que cree que catalogando algo de experimental se puede salir con la suya. Una historia que no se cuenta, que no se entiende o que simplemente no funciona porque no tiene pies ni cabeza no es experimental, es una pérdida de tiempo, del tiempo de los otros. Porque una cosa es hacer algo por puro placer, salir de paseo sin brújula y filmar y filmar y filmar sin pensar en un producto final definido e intencionado, menos aún en la posible existencia de un público. Eso lo respeto. Pero otra cosa es mandarse un pajazo mental/visual y esperar que la gente te aplauda por lo “loco” que estás y por lo “raro” que eres. Los de Rosenblatt suenan a pajazos e incluso se ven como tales en ciertas partes. Pero aquello es sólo una ilusión óptica, un truco, un filtro. Con todo tipo de imágenes de archivo (del archivo nacional y familiar), el realizador va armando sus impresiones del mundo así como sus reflexiones de combate. El acto parece simple: agarrar lo que ya existe y transformarlo en otra cosa. Pero detrás de este modus operandi hay mucho más que un montaje, hay una mirada, una voz, una personalidad que se va formando a través de la creación.


Por su lado, Ross McElwee hace películas autobiográficas y en primera persona que funcionan como espejos: ver tú reflejo, poner pausa, detenerte en los detalles y empezar a cachar, de a poco, quién es ese man que te mira y te mira como si le debieras algo. Me vendieron a McElwee, un profesor universitario con pinta de físico, como el Woody Allen de los documentales. Hicieron bien. Dieron justo en el clavo. He visto apenas dos de las seis películas que componen la retrospectiva McElwee y ya estoy enganchado. Sherman’s March es como una High Fidelity Verité en formato Killing Yourself to Live (la gran crónica rockera y novelada de Chuck Klosterman). El viaje físico, mental y sentimental de un hombre que busca una mujer que quiera estar con él y, lejos de encontrar al amor de su vida, encuentra una serie de mujeres que no quieren estar con él por una serie de circunstancias en particular. Y Bright Leaves, que comienza con una anécdota familiar que podría o no ser la base para una súper producción de Hollywood, se transforma en una película anti tabaco que lejos de sonar moralista a lo SOLCA, consigue explicar la relación entre los seres humanos y nuestros vicios. Los vicios son necesarios y por eso hay que tener todo el cuidado del mundo a la hora de escogerlos. Todos los vicios son malos pero pueden ser el camino hacia el bien.



Anoche, tras la proyección de Bright Leaves, Ross McElwee respondió preguntas y elaboró alrededor de su obra. Tomé apuntes a mano, cual reportero en los cuarenta, old school. Hoy los chequeo y me doy cuenta de que la mayoría no son sobre los documentales/novelas de McElwee sino sobre mí, sobre las cosas que me preocupan y que mucho me temo tendré que superar de una forma u otra. McElwee lo logra, te hace mirar hacia dentro, tocar eso que has obviado por años con la esperanza de que se solucione solo. No desvíes la mirada. Aprieta la herida y observa cómo la pus se drena a través de la infección. Hasta sanar.

5.11.2009

Documentos


La semana pasada arrancó en Quito la octava edición del EDOC (encuentros del otro cine, festival internacional de cine documental). Antes que nada, hay que aplaudir de pie a los organizadores (la gente de Cinememoria) porque llegar hasta donde han llegado no ha sido nada fácil. En el Ecuador, donde a veces hasta los blockbusters tienen problemas para llenar salas, un festival de cine documental que convoca como convoca el EDOC es más que un logro cultural o social, es, de verdad, algo revolucionario.

Estuve en la inauguración. No había donde poner un pie. Pasaron “Crudo” de Joe Berlinger (el mismo que dirigió la gran Metallica: Some Kind of Monster), el documental sobre la batalla legal que 30.000 ecuatorianos, entre campesinos e indígenas de la Amazonía, mantienen contra la gigante multinacional Chevron-Texaco por daños al medio ambiente y a la salud de los nativos. La película es un must. Además de contar algo que nos incumbe o debería incumbirnos a todos, lo hace bien, con ritmo y las cuotas necesarias de drama, tensión, humor, bondad y manipulación. Al final de la proyección habló el director e invitó al escenario a los protagonistas de la película. El teatro de la Universidad Central del Ecuador casi se viene debajo de tanto aplauso. El último en subir al estrado fue el abogado Pablo Fajardo, quien de alguna manera es el personaje principal del juicio y de la película. Su entrada fue perfecta, parecía parte de un montaje, de los extras en el DVD. Apareció al final y como no estaba en las primeras filas tuvo que recorrer un trecho más o menos largo, que sirvió para que la gente se pusiera de pie, volteara a verlo emocionada y aplaudiera. Muy bien. Muy Hollywood, también.

Me molesta mucho escuchar a la gente decir que el cine documental es el cine “de verdad” o “de la verdad” No hay tal cosa. Los documentales se filman, se narran y se editan con un fin en particular, con una intención narrativa que no puede prescindir de una trama en constante estado de evolución. Los documentales no cuentan todo lo que ven sino aquello que les sirve para elaborar o definir un punto de opinión. A su manera, los documentales son columnas editoriales. Lo que sí es verdad es que, en el mejor de los casos, un documental va en busca de la verdad. Pero como la verdad no es toda la verdad, y acaso toda la verdad es demasiado, toca esconder ciertas aristas para subrayar otras y poder sentenciar con autoridad.

En fin, otro año para el EDOC y para el público ecuatoriano. EDOC 09 se presenta en Quito, Guayaquil, Cuenca, Ibarra, Manta y Portoviejo (we’ll always have Portoviejo). Otra oportunidad para ver y para que el extenso catálogo del festival se siga puliendo. Creo que se pasan más películas de las que deberían, que en ese afán por mostrarlo todo se muestran cosas que le serían más útiles a la humanidad guardadas en el fondo de un cajón. Creo que deberían ser menos películas y más funciones. Pero sea como sea, el EDOC ha ido creciendo, madurando, y nos ha obligado a madurar con él. Le debemos una que tal vez sean varias. Le debemos una semana al año en la que se pueden ver, en pantalla grande y en la perfecta oscuridad de una sala, cosas que el entretenimiento oficial nos niega rotundamente y que han encontrado su lugar, su espacio y su círculo de amistades en este festival.

Toda la info que necesitan en: www.festivaledoc.org

5.07.2009

Otras complicaciones


Escucho Further Complications, el nuevo álbum de Jarvis Cocker, una y otra vez, sin parar. Me siento, y estoy, afectado. Su primer disco como solista, oportunamente titulado Jarvis, me gustó mucho y hasta escribí un cuento-corto basado en uno de los tracks. Jarvis, the record, es más bien suave, elegante, pausado, medio indie medio brit pop. Further Complications parece haber sido hecho por otra persona, un Jarvis furioso y feroz, más preocupado por transmitir y expresar emociones fuertes que por no salirse de tiempo ni de tono. Solo puedo imaginar las cosas que han pasado entre una grabación y otra, pero lo que sí sé es que la mano del productor Steve Albini ha sido clave, se nota.


Albini es toda una celebridad B. Entre otras joyas de la familia, produjo el Surfer Rosa (1987) de los Pixies, el álbum debut de Jon Spencer Blues Explosion (1992), el Rid Of Me de la gran PJ Harvey y el épico y emblemático In Utero de Nirvana, los dos últimos lanzados al mercado en 1993. Pero lo mejor de Steve Albini no es su oído sino su filosofía, su moral. Trabaja con muchos pero su tiempo y su dedicación toman valor de acuerdo a la banda. Es decir, si la banda es honesta, tiene onda y rockea, Albini cobra sólo por las horas invertidas y deja que utilicen sus equipos gratis, además, cobra poco, o lo justo, digamos que el man se pone la camiseta. Si, por otro lado, la banda de turno está más preocupada de su look que de su música, se manejan como rock stars 24/7 y vienen auspiciados por una disquera que hace miles de dólares diarios, Steve Albini les saca la cabeza sin compasión alguna y escupe sus ojos para luego aplastarlos. Cero huevadas. Este productor, cantante, compositor, guitarrista (su banda actual se llama Shellac) y periodista-muscial tiene su dato muy bien definido y, a su manera, pulido. El sonido Albini es fuerte y claro, directo, in your face: guitarras, bajo, batería y muy de vez en cuando algún instrumento invitado. Albini no llena su estudio de cables y pedales, a veces pareciera que las guitarras simplemente están conectadas a un amplificador que, de tan alto que está, distorsiona. Albini goes to eleven. Le gusta trabajar rápido, por poca plata y, lo más importante, no le teme al vacío. La mayoría de bandas que llegan a un estudio se preocupan demasiado por sonar demasiado, enteros, sin huecos. Albini se para en el otro lado y dice fuck it, just play what you feel. Después de todo, los sentimientos tienen sus baches, sus fallas. Further Complications tiene un feeling devastador, uno lo escucha y piensa que Jarvis y su banda están tocando en la sala de la casa, ahí, cerca, tan cerca.


Lo que voy a escribir ahora, de alguna manera, contradice a lo de arriba, pero es cierto, muy cierto. La canción que más me gusta del Further Complications se llama I Never Said I Was Deep y es, por así decirlo, la más Pulp de todas, claro que un Pulp pasado por Albini es, en serio, pulpa. En el tema, un hombre/niño le dice a una mujer: “Nunca dije que era profundo, pero soy profundamente superficial. Mi falta de conocimiento es basta y mis horizontes son estrechos. Nunca dije que era grande. Nunca dije que era ingenioso. Y si estás esperando saber qué es lo pasa en mi cabeza, podrías quedarte esperando para siempre” Toda la razón. En parte, el tema es una especie de confesión. Jarvis se agarra de los defectos de su personaje principal y aunque no los justifica, los defiende, los valora. La advertencia está hecha, no vayan a regresar llorando, diciendo que nadie les avisó.







5.04.2009

Una semana en los ochenta


Martes 9 de septiembre de 1980, noche. Matías Vicuña entra en el City Hotel, calle Compañía, centro de Santiago de Chile. Su plan no era entrar, pero el letrero de neón rojo empotrado verticalmente en un edificio lo sedujo por completo, le hizo pensar que estaba en otro sitio y eso era precisamente lo que necesitaba. En recepción lo atiende un tipo gordo con pinta de trasnochado pero cara de buena persona. ¿Nombre? Caulfield, Holden Caulfield. El chico no tiene pasaporte ni equipaje. El empleado pone cara de sospecha y duda, duda seriamente. Matías acaba confesando que es chileno y que necesita un lugar para pasar la noche. No puede volver a su casa, tiene problemas con sus viejos. De hecho, tiene problemas con todo el mundo.



Matías Vicuña vino al mundo con diecisiete años en 1991. Es el protagonista/narrador de Mala Onda, la primera novela de Alberto Fuguet. Un chico de clase alta que está harto. Harto de lo que lo rodea, cansado, aburrido, deprimido y, sobre todo, decepcionado. Ese momento es horrible. De pronto nada te causa la menor gracia, nada te anima, como que todos los cromos son repetidos: imágenes que ya conoces, capítulos que ya leíste, episodios que ya viste y que sin importar cuánto se repitan, jamás van a cambiar. Y tú ahí, en medio de la nada, cabreado y sin poder echarle la culpa a nadie, eso es lo peor. Necesitas placeres inmediatos. Sales de tu casa y te pegas los tragos, los chafos, los pases y tal vez algo que nunca habías probado antes porque, cabe recalcar, tienes la esperanza de sentir algo que nunca habías sentido antes, algo nuevo, cualquier cosa, da lo mismo si terminas arriba o abajo. Pero nada, terminas en las mismas, o peor. Se puede farrear por alegría y farrear por tristeza. Si tu condición es la segunda estás mal y prepárate, porque no lo sabrás hasta el final, hasta que acabes intoxicado y tembleque sobre sábanas húmedas y apestosas. Matías está en esas y le está cayendo mal a todos sus allegados. Sus compañeros de colegio ya no lo soportan y su familia, que no cacha qué onda, lo confronta como a un niño, creyendo que se le va a pasar tras unas horas de encierro en su habitación. La cosa es al revés, Matías está creciendo y eso duele. La noche en que llega al City Hotel es una noche que lo acompañará largo. Viene de su casa, de huir de su casa tras haberle robado billetes, cheques y gramos a su viejo.


En su momento, Mala Onda fue polémica. Las aventuras de un niño rico durante una semana clave para Chile, en la que se aprobaba o no una década entera con Pinochet en el poder, perturbaron a varios sectores. La derecha acusaba a Matías de decadencia, malos modales y permanentes ataques a la moral y la imagen del chileno ejemplar. Por su parte, la izquierda lo acusaba de gringo, de odiar a Violeta Parra, de no reconocer el rostro del Che Guevara en una camiseta y de una superficialidad macabra que no lleva a nada bueno. Ahora bien, para criticar hay que leer, así que de que el libro se vendía, se vendía. Bombardeado de críticas radicales, Fuguet hizo lo mejor que se puede hacer en esos casos y le pidió a la editorial que adjuntara las críticas a los ejemplares en vitrinas. O sea que Mala Onda se vendía con una cinta de papel al frente en la que decían cosas tipo “el peor libro que se ha publicado en Chile” y “el personaje más repelente de la historia”. Buena. Gran jugada. Usar a los enemigos para ganar amigos.

Han pasado los años y creo que Mala Onda es lectura obligatoria en algunos colegios chilenos, no me consta. A mí, Matías Vicuña me cae bien. Un adolecente que se anda buscando pero no se regala ni se acomoda donde le ordenan merece mi respeto.



A la Cassia le gusta Ipanema y esa plaza donde los hippies venden artesanía, recuerdos, pinzas para joints, aros, las mismas cosas que venden los artesa a la entrada de la Quinta Vergara en Viña, excepto, claro, las típicas chombas chilotas o esos espantosos posters de la Violeta Parra. Aquí he conocido cierta gente, amigos de la Cassia, onda universitaria, humanista, izquierdosa, que se junta a tomar cachaza con jugo de maracuyá y a escuchar unos casettes de la Mercedes Sosa o la Joan Baez, que es como peor. La Cassia les dijo que yo era chileno y los tipos dieron un salto, animándose: y que Pinochet y la dictadura, y que compañero-hermano, yo conocí a unos chilenos de Conce, exiliados, y luego uno o dos poemas de Neruda en Portugués, que Figueiredo, o estos milicos hijos de puta que jodieron a todo el continente… Yo callado, jugándome al tipo buena onda, claro, de acuerdo, tudo bem, legal.
Me apesta este tipo de conversaciones. Los tipos parecían californianos pero pensaban como rusos y eso era sospechoso. Uno de ellos, polera Che Guevara (yo, saco de huevas, pregunté quién era), nos invitó a todos a Niteroi a escuchar a un panameño sedicioso que tocaba canciones de Silvio Rodríguez. La empleada de mi casa, que está por el NO en el plebiscito, escucha Ojalá y otras canciones en castellano; intuí, por lo tanto, lo que me podía esperar.


Mi madre, que algo sabe de manipulación, me ha enseñado que cuando desee cagarme a alguien, no deje de utilizar el método de “la-mirada-que-mata”: una mirada fija, penetrante, sin pestañear, bastante maricona, que siempre funciona. Inhibe al enemigo, lo pone nervioso, lo convierte en presa fácil. Funciona. La vieja de mierda, intrínsecamente chilena, de ésas que se casan tarde y parecen abuelas pronto, compra la botella y me la pasa.

- Fumaste marihuna, ¿no es cierto?
- Sí, que horror, ¿no? Ma-ri-hua-na. Maconha. Esta juventud chilena está en decadencia, no hay nada que hacer.
- ¿Te queda algo?
- Hey, cálmate. Un poco tarde como para ponerse al día. Lo pasaste como las huevas, lo entiendo, pero no exageremos. Además, se me acabó.
- Te gusta caer mal, Matías, lo haces a propósito.
- Cada uno hace lo que puede.

Como si, de puro volado, hubiera apretado record en vez de play y después cachara que mi cassette favorito se borró para siempre: quedan los recuerdos, seguro; hasta me sé la letra, pero nunca más volveré a escucharlo. Cagué. Estoy de vuelta, estoy en Chile.

Mi padre apaga el Cassette y pone la radio. Yo pienso en él. Tiene minas por kilos. No son inventos, sino reales, con harta cadera, harta teta. Culea de lo lindo, me consta. Jamás podré superarlo. Soy un romántico. O un tímido. Más bien un huevón.

Tu deberías pegarte un viaje de de verdad, que duela, que te sirva para cachar las cosas como son. No con tu profesora ni con esos pernos de tus compañeros. Hay que ir solo. Recorrer USA en Greyhound, por ejemplo. Quedarse en pana en Wichita, comer un taco frente a El Alamo, dormir en un hotelucho lleno de vagos en Tulsa, Oklahoma. O ir a Nueva York, huevón; meterse al CBGB, cachar a la Patti Smith en vivo. Ésa es vida, pendejo, no esto. Un día en Manhattan equivale a seis meses en Santiago. Regresar a Chile, loco, a este puterío rasca, bomb, con los milicos por todos lados y la repre, las mentes chatas, es más que heavy. Es hard core. Si basta escuchar la radio para cachar lo mal que estamos, Matías. ¿Cuándo van a tocar aquí algo de The Ramones, algo de los Pistols? Hazme caso, huevón, y lárgate: go west, my son, go west.

Era como si no pudiera estar acá. Había algo de miedo, un ruido ausente, como cuando uno de estos milicos dispara un arma vacía; algo de asco, de cansancio, una desconfianza que me estaba haciendo daño, que no me dejaba tranquilo. Pero no era solo eso: era mi familia, quizás; los amigos, la ausencia de las minas, la onda, la falta de onda, la mala onda que lo está dominando todo de una manera tan sutil que los hace a todos creer que nada puede estar mejor, sin darse ni cuenta, sin darnos ni cuenta aunque tratemos.

¿Por qué, si es tu familia la que está enferma, eres tú el que caga? Es como un partido de fútbol. Todos juegan y patean y diseñan pases pero el arquero eres tú… Eres el mejor arquero de todos, es verdad, pero también el más huevón. Lo que a ti te conviene, amigo, es que te metan un gol.
O abandonar el partido.

El día está perfecto, tanto que la estúpida de mi hermana Pilar no puede evitar el comentar que esto solo prueba la existencia de Dios y que al Felipe simplemente lo espera lo mejor. El día, la verdad, está increíble, pero no por eso va uno a dejar sus convicciones de lado.
…Y me doy cuenta de que sí, quizás es verdad, quizás Holden, o su voz, o su forma de ser, sí pueden ser llevados a la práctica. Eso es lo raro. Nunca me había pasado algo así con un libro ni una película, ni siquiera con un disco. O con una persona.