4.21.2014

Desvenlafaxina, Olanzapina y Clonazepam


¿Podré volver a levantarme temprano? ¿Podré abrir los ojos y salir de la cama? ¿Podré volver algún día al supermercado a comprar cosas para el desayuno? ¿Podré ponerme algo que no sea una pijama? ¿Podré volver a andar en bicicleta todas las mañanas? ¿Podré darme una ducha, almorzar y seguir trabajando? ¿Podré sentarme en el escritorio en vez de escribir en la cama con la computadora echada sobre los muslos? ¿Podré volver a ver una película de principio a fin sin perderme en la mitad del argumento?

¿Podrán los amigos cuyas llamadas no he contestado volver a hablar conmigo? ¿Podrán las fiestas a las que no he ido volver a mi? ¿Podrá mi familia aceptar mi silencio y suponer que todo esto es parte de una etapa y tiene poco que ver con ellos? ¿Podrán mis compañeros de trabajo funcionar al ritmo de mis atrasos sin que eso les cueste el ritmo del suyo? ¿Podré escribir mecánicamente cuando tenga que hacerlo porque alguien tiene que hacerlo? ¿Podré romperme a llorar un día durante horas y horas y no llorar nunca más? ¿Podría una sola gota salvar mi vida?

¿Podrán las pastillas hacer lo que no han podido hacer ni los tragos ni las drogas? ¿Quién es peor, el que bebe o se mete algo todos los días o el que necesita un antipsicótico a las ocho y media de la noche para amarrar sus pensamientos? ¿Quién más está tomando antipsicóticos, la profesora que enseña literatura en la universidad, algún asambleísta que le dice a sus amigos que lo que toma son vitaminas para aguantar la jornada, el psicólogo que dice que debes curarlo todo con meditación? ¿Cómo sería el mundo si todos, al mismo tiempo, dejáramos de tomar nuestras medicinas?

¿Podré volver a asombrarme con tanta facilidad como antes? ¿Serán los otros hombres y mujeres misterios que esté dispuesto a resolver? ¿Bajaré de peso? ¿Tendré pensamientos originales en mi cabeza? ¿Puede una persona que nunca he visto en mi vida echarse a hablar conmigo un domingo por la noche y salvarme de un domingo por la noche? ¿Qué es lo que busco en otras personas?, ¿lo que me hace falta?, ¿lo que me sobra?, ¿que me digan que el único truco es seguir adelante? ¿Podré ir hacia delante o el camino no tiene más remedio que doblarse en algún momento?

¿Podré reconocer que no sé cuándo salga de esta pero que saldré y entonces seré otro? ¿Cómo será ese otro? ¿Más fuerte o más frágil? ¿Más seguro de sí mismo o más nervioso? ¿Más duro o más vulnerable? ¿Ese otro me reconocerá? ¿Seré capaz de reconocer a ese otro por la calle, mirarlo a la cara, sacudirlo y decirle que somos el mismo y que desde este momento ocuparemos la misma piel? ¿Por qué estoy poniendo mis esperanzas en transformarme en algo que no soy? ¿No debería fijarme en las cosas buenas que tengo y agarrarme a ellas? ¿Tengo cosas buenas?

¿Podré decirte algún día todo lo que no te dije cuando nuestros días eran los mismos días? ¿Sirve de algo hablar del pasado cuando ya ninguno de los dos estará en el futuro del otro? ¿Podré volver a convencerme de que alguien como yo puede estar con alguien como tú? ¿Quién eres tú? ¿Eres lo que vi antes o lo que vi después de que cayeran todos los muros? ¿Eres la que estaba pendiente de todos mis movimientos o la que bostezaba por teléfono y decía que ya tenía que dormir? ¿Eres varias personas? ¿Lo sabías?  

¿Podré hacer mañana lo que dije que haría hoy? ¿Podré olvidar todo lo que quiero olvidar? ¿Me pasaran cosas nuevas y gente nueva y países nuevos? ¿Será pronto? ¿Volveré a este lugar desde el que escribo esto? ¿Volveré a sentirme como me siento ahora? ¿Podré dejar de hacerme tantas preguntas? 

(SoHo) 

4.01.2014

Angustia (fragmento para copiar a Barthes)



Para ser franco, debería estar escribiendo otra cosa. Otras cosas. Muchas otras cosas. Pero no puedo. Algo me lo impide. Algo me paraliza. Envié un mensaje de texto hace casi tres horas y aún no he recibido respuesta. Y eso es lo que me pasa. Eso es todo lo que me pasa. Pero es mucho. Me supera. Me atropella. Me aplasta. Siento, en el estómago, cómo una colonia de miles, quizás millones de pequeños insectos se pasean por mis intestinos clavando sus patas, clavando sus aguijones, clavando sus dientes, sus dos filas de dientes, en mis entrañas. También siento un dolor en los huesos, sobre todo en el húmero, en el radio, en el cúbito, en todas y cada una de mis costillas, en el pelvis, en el fémur, en la tibia y en el peroné. O sea, en todas partes. Y es un dolor, una especie de dolor, que transita los huesos por dentro, un malestar parecido al que antecede a la gripe y a la fiebre, pero es peor: no sé si el dolor es real o me lo estoy inventando. Y siento, sobre la boca del estómago, un inmenso agujero. Creo que si alguien mete la mano en ese agujero ya no saldría por mi espalda, esquivando mi desviada columna vertebral, no, siento que si alguien pudiera meter, meterse en ese inmenso agujero que siento ahora mismo sobre la boca del estómago ya no volvería a salir, nunca, jamás; como si yo fuera un agujero negro capaz de transportar personas hacia otra dimensión: ese es el tamaño del vacío que siento ahora mismo sobre la boca del estómago. Y no puedo hacer más que esto: escribir. Escribir sobre lo que siento. Escribir como si esta angustia que me posee me estuviera dictando lo que ustedes están leyendo. Escribir porque escribiendo y sólo escribiendo puedo dejar de sentir y desconectarme. Pero, ojo, dejar de sentir no es, bueno, dejar de sentir. Es concentrarse por unos pocos segundos en los dedos golpeando las teclas del computador y no en el dolor. Poner aquí y ahora una letra tras otra sólo para escapar a la sensación de que más temprano que tarde se abrirá una grieta en la tierra y me tragará con todo y silla y computadora y parlantes y música. (Quizás, muy probablemente, no me refiero a escribir sino a tipiar, a golpear las teclas y golpear las letras como si fueran tambores a ver si ese ruido, este ruido que ustedes no escuchan pero yo sí, puede sonar más alto y más fuerte que las voces que ahora mismo se pelean a gritos los pensamientos que produce mi cabeza) Escribir, entonces, es como sudar. Hay gente que siente esto que estoy sintiendo y se pone a correr sobre una banda que cuando está en movimiento se convierte en un suelo infinito como el universo; esa gente corre y corre y corre hasta que sus músculos tiemblan y ese temblor es más poderoso que cualquier otro sentimiento que puedan segregar. Yo escribo. Y estoy temblando y mientras escribo siento frío en las palmas de las manos, como si la mismísima muerte estuviera jugando a las manitas calientes conmigo, solo que, claro, sus manos son frías, heladas. Escribir es el ansiolítico que he decidido usar hoy para evitar el ansiolítico que he estado tomando desde hace un mes. Escribir puede salvarte. Quizás. Tal vez no. Son muchos, demasiados, los escritores que han pensado que podían salvarse escribiendo y que al final del día no se salvaron. Escribir es respirar. Seguir respirando. Abrir los bronquios con la manos, a la fuerza, y llegar hasta los pulmones y sacudirlos hasta que vuelvan a funcionar. Escribir para no pensar funciona si mientras escribes no haces otra cosa que escribir. El problema es que estás escribiendo y llega un mensaje al celular y tienes que dejar de escribir para verlo.

(SoHo)