8.27.2009

Reporte climático


Jack White tiene nueva banda, se llama The Dead Weather y el nombre del álbum debut es Horehound. Además de White, que es como de la familia por el lado White Stripes y The Raconteurs, están Alison Mosshart (con ese apellido parecido a Mozart y su historial de voz y guitarra en The Kills), Dean Fertita (de los Queens of The Stone Age) y Jack Lawrence (bajista en The Greenhornes y The Raconteurs). Ya se habla de The Dead Weather como un “súper grupo” de rock alternativo, pero después de la experiencia con Audioslave (que tiene hartos seguidores y es algo que respeto pero no comparto) y Velvet Revolver (algo que simplemente no entiendo), prefiero saltarme esa categoría. En todo caso, damas y caballeros, con ustedes: The Dead Weather.



Dentro de poco se estrenará en cines It Might Get Loud (dirigido por Davis Guggenheim, el mismo de An Inconvenient Truth) un documental sobre el rock y sobre la guitarra eléctrica en el que Jimmy Page, The Edge y Jack White tratan de explicar qué onda, cómo así, cómo se llega hasta donde ellos han llegado: ponerle música a tres momentos clave en la historia del mundo. Que Jack White este ahí (no soy fan de The Edge pero cacho porqué está entre los tres finalistas y de ley se lo merece) significa mucho, para él y para los que lo descubrimos cuando, tras el mandato de Britney Spears y Limp Bizkit, en lo que por suerte fue una oscura pero corta noche neo-decadente, pensamos que todo estaba perdido. A Jack White, está claro, no le basta con aparecer en películas ni con haber pasado de trabajar en un taller de muebles a ser un rockstar-héroe-de-la-patria. No. El man ya pasó por esa etapa en la que creía que nunca lo lograría y ahora que lo ha logrado no piensa aflojar, ni en broma. The Dead Weather, entonces, es un grupo de rock casi post moderno con momentos bluseros y fugas hacia algo que podría ser noise pero no lo es del todo. Jack White toca batería (tuvo el acierto, el buen gusto de escoger la Ludwig Fab Four, la batería de Ringo) y canta junto a Alison Mosshart (qué mujer, qué parada), lo que resulta curioso porque ambas voces se parecen y a veces se confunden en un solo grito agudo que se pone por encima de todo. Mientras tanto la música, que tiene sus golpes fuertes y su discurso claro, es más atmosférica que definida, o sea, como si se tratara de poner un colchón sobre el cual todos pueden saltar hasta tocar el techo. Un grupo de músicos se reúnen a tocar, a ninguno le interesa ser el líder ni destacar haciendo solos de veinte minutos, en eso se parecen un poco a The Band, en la actitud, la cosa es tocar, respirar, dar chance y que todos suenen como uno.





Mi canción favorita, so far, es I Cut Like a Buffalo, que tiene algo de hip-hop blanco y una letra que a veces parece un puñado de frases sueltas que riman y también un poema fríamente calculado. Pero son Hang You From The Heavens y Treat Me Like Your Mother las que la están rompiendo, dos singles poderosos y de fácil acceso que sirven para entrar al disco con todo, sin reservas. En Horehound los teclados están distorsionados y las guitarras saturan, tanto, que a ratos hay sombras industriales sobre algunos temas. Todo pasa por algo, nada es gratis. Jack White ha dicho que tiene tres grupos: The White Stripes, The Raconteurs y The Dead Weather. Así que el futuro no es incierto sino más bien poli funcional. Algunos tratan de llevar su banda de paseo por diferentes caminos a ver qué sale, otros hacen más bandas y más canciones. No hay que cuidarse del clima, hay que vivirlo.




8.24.2009

Salir de casa


Cada vez que compro películas hago una lista mental previa. Salgo de casa con un plan y espero cumplirlo. A veces lo logro y otras veces fracaso miserablemente y regreso con las manos vacías y con ganas de vivir en otro país. Pero también están esos días en los que, por ejemplo, simplemente caigo donde algún dealer porque estaba cerca o porque me sobró algo de tiempo con el que no contaba. Entro, miro qué hay, descubro algo que andaba buscando desde hace mucho o algo de lo que no sé nada y me siento extrañamente atraído y obligado. Algo como Elling, una película noruega del 2001, en su momento nominada al Oscar a mejor película extranjera. El plot me conquistó: dos cuarentones que llevan un buen tiempo en una institución mental, son “dados de alta” y deben vivir en un apartamento en el centro de Oslo y tratar de adaptarse al mundo real. Listo. Allá voy.


Elling es el nombre del personaje principal, que narra parte de la historia en voz en off y se define como un hijo de mamá sin mayores ambiciones más allá que conservar su estatus. De hecho, Elling no conoce más que la casa de su madre, que murió hace poco, y el instituto en el que se hizo amigo de Kjell Bjarne, su compañero de cuarto. Elling y Kjell Bjarme se tienen el uno al otro y no tienen nada más. De pronto tienen quesalir de casa y hacer compras y hasta contestar el teléfono, tareas exóticas y peligrosas para ellos. Elling no quiere salir de casa, le basta con leer, escuchar música y darle a los juegos de mesa. Kjell Bjarne, en cambio, está obsesionado con las mujeres y con la comida y quiere conocer gente, algo que Elling considera simplemente inútil. A su manera, Elling es una mezcla de pareja dispareja y problemas mentales, o sea que fácilmente podría transformarse en una película que hemos visto un millón de veces, pero no, Elling tiene personalidad y ni busca misericordia ni se hace la víctima para que otros se compadezcan de ella. El director Patter Naess respeta y quiere a sus personajes (salidos de la novela de Ingvar Ambjornsen, cuyas historias, al parecer, son un éxito cuando de llevarlas al cine se trata), se las pone dura, sí, pero les desea lo mejor y los recompensa con un final feliz que se siente merecido porque es transitorio. Elling y Kjell Bjarne tienen un arduo camino por delante, aun no imaginan los peligros del mundo ni las complicaciones de una vida adulta y responsable. Pero por lo menos han perdido el miedo, el miedo a salir de casa y rozarse con otros seres humanos. Y eso es mucho. El miedo domina, contamina, nos hace creer que ni siquiera vale la pena intentarlo y que es mejor ver a tocar.


No sé si sea una fantasía común, ni siquiera sé si cuente como fantasía, pero conozco varias personas que sueñan con vivir aisladas, sin tener que decir una palabra ni mucho menos estrechar la mano del prójimo. Esto es extremo y medio enfermo y para nada saludable, pero sucede y da curiosidad. Nos necesitamos, es verdad, pero también nos repelemos, nos hacemos daño, nos cagamos. Tal vez no seamos tan malos y merezcamos el beneficio de la duda y la oportunidad de una oportunidad. Elling, que acaba de descubrir que es poeta y distribuye su obra en paquetes de chucrut, y Kjell Bjarne, que es mecánico y se ha enamorado de una vecina que está embarazada y ebria, nos están dando una oportunidad.




La conseguí en Moviezone. C.C. Espiral. UIO-Ecuador.

8.21.2009

Intimidad brutal


En algún punto del camino tus amigos, tus panas, se empiezan a casar. Se van de caza y regresan casados. Algunos lo hacen por las razones incorrectas, porque se supone que es lo correcto, lo que hay que hacer, porque no pueden zafar. Otros se casan con el amor de su vida que a estas alturas es tu gran amiga, tu hermana, y se ven felices. Nadie sabe exactamente cuánto durará ni cómo será el futuro, aun así juran amarse hasta que la muerte los separe, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Son palabras mayores, promesas difíciles de cumplir, pero se dicen y se hacen igual.


Leo Intimacy de Hanif Kureishi, una novela tan corta como brillante, una novela sobre darle chance al error, al factor humano, sobre asumirse como mala persona y saber que no eres el peor. La culpa se comparte, no hay inocentes. Empieza la noche en que un hombre decide abandonar a su mujer y a sus hijos porque piensa que es lo mejor. Lo mejor para él, lo mejor para todos. Va contando su historia como si se la hubiese estado tragando durante años, desesperado. No está tratando de justificarse, está tratando de entender, de darse fuerzas. Está convencido de que ya no hay marcha atrás, este es el final y esta vez es en serio. No puede ver a su mujer, ni olerla. Piensa en otra. Durante sus varios años de casado, ha sido infiel muchas veces, incluso celebró con otra el nacimiento de su primer hijo, tomando una botella de champaña que le regalaron sus suegros. Este hombre ha mentido, ha engañado, ya no puede más. No es el bueno de la película ni mucho menos, ni siquiera tiene los huevos suficientes para hablar con su mujer, su plan es escribir una nota y marcharse. Es cobarde y hasta sucio. Por eso uno lo siente cercano, íntimo, un tipo lleno de defectos, de ego. Nos acercamos a las personas por sus virtudes y nos quedamos con ellas por sus defectos, como dicen en Hellboy. Lo que más le duele, como a tantos, es saber que dejar a su esposa es dejar a sus hijos y eso le traerá consecuencias. Sus hijos dudarán de él, lo juzgaran, tal vez se pongan del lado de su madre y aprendan a querer a otro y simplemente excluyan de sus vidas a su padre. Pero el tiene que hacerlo, quedarse sería aceptar el infierno, cambiar la verdad por las apariencias. 


A mi edad conozco demasiada gente divorciada, mucha más de la que quisiera conocer, y a veces esas cifras me deprimen. Pero lo entiendo, cacho, así es. Toma mucho valor decir estamos mal y hacer algo al respecto. Lo fácil es la resignación, la costumbre, la reunión familiar y la foto y el brindis en navidad. Dejar pasar el tiempo hasta convencerse de que no fue tan malo, de que pudo ser peor porque, mal que mal, siempre hay alguien a quien le va peor que a uno. Lo fácil es el engaño. Lo difícil es la verdad. En Intimacy hay verdad. 




It is the saddest night, for I am leaving and not coming back. 

Hurting someone is an act of reluctant intimacy. 

I have been trying to convince myself that leaving someone isn’t the worst thing you can do to them. Sombre it my be, but it doesn’t have to be a tragedy. If you never left anything or anyone there World be no room for the new. Naturraly, to move on is an infidelity – to others, to the past, to old notions of oneself. Perhaps everyday should contain at least one essential infedelity or necesary betrayal. It World be an optimistic, hopeful act, guaranteeing belief in the future – a declaration that things can be not only different but better. 

… I appreciate a good story, particularly if I’ve heard it before. 

You see, she accuses me of being silent with her. If only she know how I stammer within. 

I can’t be in a room with her for too long without feeling that there is something I must do to stop her being so angry. But I never know what I should do, and soon I feel as if she is shoving me against the wall and battering me. 

How much time have my numerous depressions wasted over all? Three years, at least. Longer than all my sexual pleasure put together, I should imagine. 

Also I used women to protect me from other people. Wherever I might be, if I were huddled up with a whispering woman who wanted me, I could keep the world outside my skin. At the same time I liked to keep my options open; desiring other women kept me from the exposure and susceptibility of living just one. There are perils in deep knowledge. 

…ambition without imagination is always clumsy. 

My anger, usually contained, can be cruel and vengeful. I would willingly spill my intentions at a time like this, to achieve an easy satisfaction. 

…My internal life is too busy. I should add: I have enough voices to attend to, within. 

When did it start going wrong with Susan? When I oponed my eyes; when I decided I wanted to see. 

I Hill be needing pens and paper on my journey. I won’t want to forfeit any important emotion. I will pursue my feelings like a detective, looking for clues to the crime, writing as I read myself within. I want and absolute honesty that doesn’t merely involve saying how awful one is. How do I like to write? With a soft pencil and a hard dick – not the other way round. 

Dear God, teach me to be careless. 

8.17.2009

Metal On Metal


La semana pasada salieron de imprenta los afiches para promocionar el próximo concierto de Los Pescados en Portoviejo, Sweet Home Portoviejo. Los vi, me emocioné un montón y me pareció gran plan salir a pegarlos por la ciudad, cual adolescente. Do it yourself, que le llaman. Mis viejos también los vieron. El diseño les gustó, pero cuando se enteraron de que saldríamos a empapelar el pueblo, dijeron algo así como “no pues, muchacho, ya no estás para eso”. No se referían a que Los Pescados ya no están para pegar sus afiches. No. Se referían a que estando en la segunda mitad de los veinte, desde donde ya se ven claramente los treinta, hay cosas que, se supone, ya no deberían hacerse.


Ayer vi Anvil y quedé curado de todo mal. El tráiler oficial debe ser uno de los mejores de la historia (emocionante, conmovedor, decidor) y la película le hace justicia. Anvil es una banda de Heavy Metal, acaso la puerta por la que todos los niños de los ochenta entramos al rock and roll, que durante el verano de 1984 se fue de tour a Japón con gente de la calaña de Scorpions, Whitesnake y Bon Jovi. En teoría, Anvil era uno de los mejores actos de la década, o por lo menos eso dicen amigos de la infancia como Slash, Lars Ulrich y Lemmy. Anvil jugó en ligas mayores y se suponía que conquistarían el mundo de un día para el otro. Aquello nunca sucedió. Un cuarto de siglo después de sus quince minutos de fama, Sacha Gervasi, fan de la banda y, oh sorpresa, co-guionista de The Terminal (la de Spielberg), los encuentra en su natal Canadá y les da alcance en formato documental. Entonces empieza una historia que se sale del Heavy Metal para entrar, profunda y contundente, en la voluntad humana. Han pasado treinta años desde que Steve “Lips” Kudlow (guitarra y voz) y Robb Reiner (batería) fundaron la banda. Lips y Rob son mejores amigos, hermanos, maridos, y están por los cincuenta. Han grabado una docena de discos pero sólo llenan bares pequeños en Toronto. No viven de la música. Tienen trabajos comunes y hasta medio deprimentes, carentes de todo glamour. Está claro que ninguno de los dos está dispuesto a invertir su energía en nada que no sea Anvil, aunque para muchos la banda no sea más que un recuerdo lejano o un chiste que ya les contaron. “Robb y yo empezamos cuando tenía catorce años y dijimos que lo haríamos hasta que fuésemos hombres viejos, y lo dijimos en serio”, dice Lips. Y así es. Contra todo pronóstico, contra toda recomendación, contra familia y amigos, a veces contra toda lógica, Anvil sigue tocando y grabando.



Anvil es sobre pasarte la vida tratando de hacer realidad un sueño. Anvil es sobre crecer y no adaptarse ni convertirse en un adulto convencional, funcional, serio. Anvil es sobre lo que se siente tocar para cinco personas cuando esperabas trescientas. Anvil es sobre no claudicar. Anvil es sobre dos tipos que se quieren mucho y jamás se abandonarán. Anvil es sobre no abandonar tus principios así tengas que hipotecar tu casa. Anvil es sobre pedirle a tu hermana mayor veinte mil dólares para grabar un disco que crees te llevará de vuelta a la cima. Anvil es sobre no conseguir disquera para tu disco y distribuirlo personalmente, concierto a concierto, mano a mano. Anvil es sobre pasar el sexo y las drogas y quedarse en el rock, la razón de todo. Anvil es sobre esa noche que pasaste en vela pensando en todos los años que se han quemado mientras sigues pensando que ya, que ya mismo, que en cualquier momento te descubrirán y serás un rockstar con todos los juguetes y todos los fierros. Anvil es sobre darse cuenta de que no se trata del destino sino del camino. Anvil es sobre tener cincuenta años y no ser ni los Stones ni The Who pero llegar a Japón y tocar frente a miles de personas que te adoran antes del medio día. Anvil es sobre el amor, vivir por amor, morir de amor. Anvil. Anvil. ¡Anvil!


8.13.2009

Siamese Tour


Por fin está listo No somos siameses, el nuevo EP de Los Pescados, el power dúo de rock manabita que no rompe corazones pero sí la rompe. Seis temas recién salidos del horno. Hay que ir con cuidado porque todavía están calientes y podrían quemarte la punta de la lengua. Tres de ellos, Transparente, Carne Fresca y Ese no soy yo, han sido ejecutados en los últimos conciertos, así que algunos ya los conocen. Pero ahora se presentan en sociedad en versión estudio, curados, editados, aptos para el consumo humano. Una canción, lo hemos aprendido a la brava, necesita, más que horas de ensayo y sano juicio, horas de vuelo. Una canción se hace tuya cuando la tocas en vivo y la vas ajustando de tocada en tocada. Una canción, nos ha quedado claro, debería grabarse después de haberse tocado mil veces en mil lugares distintos. Grabar, debería ser el último paso y no el primero, como suele pasar. Las mejores versiones de las canciones, creo, terminan siendo en vivo, una vez que han madurado y se han hecho carne en ti. NSS va por ahí, es el registro oficial de algo que venía sucediendo hace rato.

La grabación se hizo en El Acuario, una casa en Pomasqui (norte muy norte de Quito) en la que nos instalamos durante dos semanas. Esos días fueron absolutamente musicales y tal vez se nos fue la mano con el encierro y el aislamiento, pero no había otra forma, si de verdad quieren saberlo. Despertarse, bañarse, desayunar, tocar, tocar, tocar, almorzar, tocar, tocar, tocar, preparar gin tonics para recibir la noche, tocar, tocar, tocar. Is the only way. De pronto creces y hay que pagar cuentas y hay que alquilar micrófonos y pedestales y cables y hay que pagar, pagar, pagar. Pagar piso. Pero como bien dicta la irreprochable sabiduría popular: sarna con gusto no pica. NSS casi no se hace. O sea, estuvo en planes mucho tiempo, pero no se concretaba por cuestiones de logística. No nos habíamos visto en meses, ni siquiera habíamos ensayado, y el único espacio que teníamos en la vida eran esas semanas en las que teníamos que grabar todo lo que se alcanzara a grabar. Tocar o morir, casi. Terminamos agotados, sordos y sucios, pero satisfechos. NSS está ahí, existe, el resto será, más pronto que tarde, historia.


El primer concierto es este sábado 15 de agosto en el Pobre Diablo, UIO, a las 2200. La semana próxima tocamos en Gkill, en Diva Nicotina, el viernes 21, el calentamiento estará a cargo de Cadáver Exquisito, show de media noche. El sábado 22, junto a Guardarraya de UIO, volvemos con todo a la tierra que nos vio nacer: Los Pescados en vivo en La Fábrica Pub, Portoviejo Rock City (sospecho que será el show más largo y sudado). Y el sábado 28, en el MAAC cine de Manta, cerramos nuestro agosto con una tocada gratuita pasado el atardecer. Luego, se supone, en teoría, ojalá, vamos a Cuenca (a por más pecho amarillo) y de nuevo a UIO, todo eso en septiembre, y más.

Eso.

Bien.

Listo.

Con hambre.

Un-dos-tres-cuatro. Toca, loco, toca.

Como adelanto, subimos dos temas nuevos al My Space. Transparente y Noticias, de lo mejorcito que ha dado la mata este año. Enjoy. Nos veremos, en un momenTO.


www.myspace.com/lospescados
www.myspace.com/cadaverexquisitomusic
http://www.guardarraya.com/

8.11.2009

Deja que entren

Oskar tiene doce años y está solo. A los doce la soledad no parece tan grave ni pesa tanto, pero existe y puede crecer. Los doce son, más o menos, el fin de la infancia (y, obvio, el fin de una era que no volverá porque no se nos está permitido volver a ella). A esa edad uno no sabe de qué lado está. Sigue creyendo en cosas que no existen pero deberían existir y siente también que su cuerpo está cambiando y que sus deseos íntimos, sus necesidades y sus preguntas, no son las mismas de antes. Oskar, por ejemplo, está enamorado o piensa que está enamorado o cree poder saber que eso que está sintiendo es amor. No puede estar seguro, pero se ilusiona igual porque las dudas no le sirven de nada. La chica se llama Eli y también tiene doce años. De hecho, Eli ha tenido doce años durante largo tiempo y asegura no ser una chica. Eli es un vampiro.


Let The Right One In es la película sueca que por apodo lleva la leyenda: la mejor película de vampiros de todos los tiempos. No sé si sea la mejor, no creo, pero tampoco soy un verdadero conocedor de la materia. Lo que sí sé es que me sorprendió por su manera de ser y porque a pesar de las escenas de sangre y horror que no le podían faltar (porque una película de horror, por más intelectual que sea, debe hacerte saltar por lo menos tres veces), nunca pierde el norte, nunca descuida a sus personajes ni deja que su género supere su identidad. Let The Right One In es una película en la que sale un vampiro, sí, pero no es una película sobre vampiros ni una película que se hizo con el único fin de asustar al espectador mostrándole a un vampiro. Es una historia de amor entre dos niños que no pueden ni saben cómo amarse pero sienten el impulso de hacerlo. Sienten algo y eso es mucho. Sentir. Hay que sentir.


A primera vista, Oskar es una víctima, sus compañeros de la escuela lo maltratan, lo golpean y aprovechan cada oportunidad que tienen para ponerlo en ridículo. Cuando se lo cuenta a Eli, ella le dice: golpéalos de vuelta, duro. Oskar empieza a darse cuenta de que hay otra forma de vivir y esa es enfrentar, levantar los brazos y proteger la otra mejilla antes de que llegue el rasguño. Oskar cambia y Eli se convierte entonces en su ángel guardián. Un ángel guardián que no mide sus fuerzas porque aquello sería medir su cariño y que no tiene malas intenciones pero es lo que es y para seguir siéndolo necesita sangre.

Let The Right One In sorprende por muchas cosas, la dirección de fotografía es impecable y el diseño de sonido amplifica desde la sencillez y con precisión todas las emociones que provoca. Y aunque a ratos ocurren coincidencias demasiado oportunas a favor de la trama, es un buen cuento. Al final te quedas junto a los personajes, conviviendo con ellos. Al final te importan. Al final te duele. Al final el bien y el mal se confunden porque tomas parte.



Disponible en Moviezone. C.C. Espiral, UIO-Ecuador.


8.07.2009

La Cadena Nacional del Rock


Charly García tiene nuevo tema. Es verdad. Es cierto. No estoy jugando (con Charly no se juega, ni en broma, aunque él sea un experto en jugar consigo mismo y con los demás). La canción se llama Deberías saber porqué y como pasa con casi todas sus canciones, apenas la escuchas sientes que las escuchado un montón de veces y que, más que una canción nueva, es un tema que no habías escuchado en un buen tiempo y que ahora ha vuelto con todo.

La nota apareció en la Rolling-Argentina y en una serie de medios de comunicación de habla hispana. El estreno, entiendo, es para toda Latinoamérica y España. (Charly, se me ocurre, hizo lo que Bolívar quiso hacer y no pudo, o no alcanzó, es a él a quién deberían invitar a las cumbres de mandatarios) El tema tiene una onda Sinfonías para adolescentes: melodía simple y clara, letra directa e íntima, como un amigo que ha decidido decirte algo con una canción y frente a todo el mundo. Charly le habla a sus fans, a quienes lo siguen hasta la destrucción, y les advierte que no deberían andar a tientas. Deberías… ya tiene su polémica. Charly asegura que la hizo en rehab durante los días que pasó en la quinta de Palito Ortega, mientras otros aseguran que la había tocado en conciertos anteriores a su crisis. Whatever, dude. Estando donde estamos, la fecha de elaboración del producto es una pequeñez que carece de importancia. Qué importa cuándo la hizo, lo que importa es que la hizo y que la sigue haciendo. Say No More.




Deberías saber porqué

Che
Si en verdad me tomás en serio
Deberías saber porqué
En el fondo no es un misterio
Deberías saber porqué
Te vas, ahí nomás
Todos van, hasta ahí nomás
Ahí nomás

Che
Si te pones la camiseta
Deberías saber porqué
Aunque digas que no me meta
Deberías saber porqué
Te vas, ahí nomás
Todos van, hasta ahí nomás
Ahí nomás

Andando
Preguntando
Discurriendo
Caminando
Y esquivando tu manera de ser
Gritando
Discutiendo
Corrompiendo
Agonizando
Hasta el día que te volveré a ver

Che
Si es que entraste a mi apartamento
Deberías saber porqué
Es muy fácil decir lo siento
Es muy fácil sentirse bien, igual
Bien, igual

Che
Si en verdad me tomás en serio
Deberías saber porqué

La nota en la Rolling, donde se puede escuchar el tema entero:

8.05.2009

La niña que no tuvo


El mejor cuento que he leído últimamente se llama La Niña que no tuve. Es del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa y consta en su libro Ningún lugar sagrado (1998). Aunque su título afirme lo contrario, el libro es un lugar considerado como sagrado o, por lo menos, de cierto culto. Rey Rosa es uno de esos escritores que le encantan a otros escritores y eso a ratos es motivo de sospecha y recelo (como los discos que les gustan mucho a los músicos y las películas que les gustan mucho a los cineastas. A veces creo que sólo se puede confiar en los lectores de corazón, que no son ni críticos ni ensayistas, y en los soul rockers).

Ningún lugar sagrado es una colección de relatos cortos que ocurren en Nueva York, donde el autor pasó varios años estudiando cine. De hecho, Rey Rosa hizo una película llamada Lo que soñó Sebastián, basada en su novela homónima, que ahora se estrena para su libre descarga en
www.cinepata.com, la distribuidora cinematográfica virtual que montó Alberto Fuguet hace poco. Agarré el libro a manera de calentamiento y preparación para la película, y me lo leí de un tirón (que buenos son esos días en los que empiezas y terminas y repites ciertas partes de un libro). Son nueve cuentos, todos buenos, pero claro, siempre hay uno superior a otro o, mejor dicho, uno que te llega más que otro o de manera distinta y más puntual que otro. Por eso quiero hablarles del cuento y contarles el cuento (transcribirlo fue un placer enorme).


La niña que no tuve, como su nombre lo indica, es sobre una niña. Más bien, es la historia de una niña enferma y su padre. Es la historia de una pérdida que dejará su huella y dejará a alguien perdido.


Desde la primera línea sabemos que la niña se va a morir pronto, que está condenada, y sentimos pena. Pero no esa pena forzada y supuestamente correcta que deberíamos sentir al enterarnos que una pequeña va a morir, sino pena de verdad, dolor. Esto se logra con sobriedad, porque Rey Rosa sabe que no puede hacerse la víctima y echarse a llorar esperando consuelo, sino ser barón y bancársela cabrón. Nosotros también lo sabemos, por eso, sin dudarlo, nos ponemos de su lado al instante, y guardamos respetuoso silencio. El cuento transcurre de un día para el otro. El padre/narrador, que se siente joven y más o menos gente como uno (de cualquier manera, se siente buena gente), cuenta cómo fue el día en que un médico le dijo que su hija iba a morir pronto. El padre vuelve al departamento que comparte con la pequeña y se ve en la obligación moral de contarle la noticia. Se lo cuenta sin mayor drama, eso sí, tratando de inyectarle algo de esperanza. La niña, acaso un personaje superior al padre, no se quiere andar por las ramas, no es ninguna tonta, sabe que tiene los días contados y que más le vale crecer un poco aunque sea así, a la fuerza. Para el padre todo es más difícil. La niña sabe lo que le espera mientras que él apenas comprende lo que le está pasando y ni hablar de lo que le va a pasar.
Al día siguiente van de paseo a Times Square sólo para darse cuenta de que han perdido el tiempo.

La niña que no tuve tiene todo para fracasar y sin embargo triunfa (se me ocurre que si fuese más largo sería insoportable). Podría ser, gracias a sus elementos, un melodrama empalagoso, pero se desarrolla con tal elegancia y tal mesura que a uno le dan ganas de llorar y de decirle al padre todo bien y de comprarle cosas lindas a la niña.



La niña que no tuve


A los ocho años, había sido condenada a muerte. Una extraña enfermedad, cuyo nombre no quiero repetir, la disolvería en menos de ciento veinte días, según varios doctores. El médico que me dio las malas nuevas lo hizo cuan humanamente pudo, pero eso no bastó. Tuvo que ser cruel, con la crueldad particular que se desarrolla en esa profesión. Le pedí que describiera las etapas de la enfermedad, y él precisó punto por punto – “con un margen de dos o tres semanas” – la descomposición de mi niña. Como, terminada la descripción, él añadió: “Me temo que no hay nada más que nosotros podamos hacer”, le dije que si lo que aseguraba no era cierto, yo lo maldecía.

Llegué a casa con pensamientos fúnebres mezclados con accesos de esperanza: pero la niña estaba tendida en su camita, pálida y temblorosa, pues era la hora de los ataques.

La niñera salió del cuarto en silencio, y yo me arrodillé al lado de la niña.

- ¿Cómo te sientes? – le pregunté, y le besé la frente.
- Mal – dijo, y agregó -: Voy a morirme, ¿verdad?

Por un descuido mío, una semana antes ella había leído una carta del doctor, acerca de la posibilidad de su muerte.

- No creo – le dije -. De niño yo también estuve muy enfermo varias veces y sobreviví.
- Yo también quiero sobrevivir – dijo con una seriedad conmovedora -. Pero papi, si voy a morirme, si los doctores piensan que me voy a morir, dímelo, no me engañes.

Me miraba fija, intensamente, y no pude mentir.

- Según el doctor que ha estado viéndote, podrías morirte dentro de cuatro meses. Pero yo no le creo.
- ¿Cuatro meses? –se puso a contar, primero mentalmente y luego, para asegurarse, con los dedos-. Eso sería en febrero.

Asentí con la cabeza. Tomé su mano, sudorosa, y la apreté. Y ella se quedó dormida, o, con su delicadeza, fingió que se dormía.

Al día siguiente me levanté temprano, le hice el desayuno y le preparé el baño. Por la mañana, parecía una niña sana, y por un momento olvidé que había sido condenada. Salí de compras. Era una esplendorosa mañana de noviembre, de modo que al volver a casa, le propuse que saliéramos a pasear después de comer.

- ¿A dónde quieres ir? – me preguntó.
- A donde tú quieras.
Dijo inmediatamente:
- A un lugar al que nunca hayamos ido.

Eran tantos los lugares a los que habíamos ido, pensé. Había sido un error que yo la concibiera, yo, que siempre tuve miedo a la descendencia. Pero no me opuse a los deseos de su madre con suficiente determinación, y la niña nació.

Su madre me abandonó hace tres años, y aquí estamos.

Cuando salíamos, al cruzar la doble puerta del vestíbulo, un hombre alto y pálido que aguardaba la ocasión, se introdujo furtivamente en el corredor.

- Un drogadicto – dijo ella, y el hombre pudo oírla.
- Tal vez – dije.
En la calle, me recriminó.
- Claro que era un drogadicto. Por qué dices tal vez.
- Tal vez te oyó.
- Y qué, es la verdad.
- A la gente no le gusta oír lo que uno piensa de ella.
Me miró, entre decepcionada y comprensiva, y dijo:
- Supongo que no.

En la esquina del Bowery y la octava, me tiró de la mano.

- ¿Por qué no vamos a Times Square?

Tomamos el subterráneo en Astor Place, con su telón de fondo kitsch. Abajo, en el andén, una bandada de poetas daba un tono intelectual y hasta elegante a ese agujero del grand gruyére. La cosa sería evacuar la ciudad, demolerla por completo de una sola vez, darle la espalda al sitio y reintegrarse a la realidad.

Subimos al tren, ingresamos en el túnel. El carro dio un bandazo, y los pasajeros que estaban de pie fueron lanzados unos contra otros, pero los cuerpos con caras grises se mantuvieron de pie, con un movimiento pendular, como si colgaran de sus ganchos en un matadero prolongado. Cadáveres de todas las edades.

El cemento era tan duro en la Calle 42 y el aire helado hería de la misma manera que diez años atrás, cuando caminé por primera vez en esta ciudad, pero el lugar había cambiado.

En la antesala de la muerte, hubiera sido de esperar que cada quien buscara el placer del prójimo como el suyo propio, pero suele ocurrir lo contrario. Así, en lugar de un jardín de delicias de fin de siglo, la ciudad era una morgue suprema.

Dimos una vuelta por Times Square. Y así, entre aquel torbellino de gente muerta y en ejército de criaturas de Walt Disney, perdimos una de las ciento veinte tardes que le quedaban a mi niña.

Volvimos a casa decaídos al atardecer. Llegué al séptimo piso como siempre, sin aliento. Las luces de un pequeño rascacielos entraban, en lugar de la luz de las primeras estrellas, por un ventanastro en el otro extremo de nuestro apartamento. Me acerqué a la ventana. Era como arena erizada al lomo de un imán, aquel paisaje.

Preparamos juntos la comida y cuando nos sentamos a comer ella dijo:

- Perdimos el tiempo esta tarde. Debí quedarme leyendo o estudiando. No tengo tiempo que perder.
- Pero linda, hacía un día hermoso.
- Sí, lo sé. Sé que tratas de hacerme feliz porque tengo poco tiempo. Pero no trates demasiado, ¿está bien?

Me quedé callado un momento, mientras ella miraba por la ventana el pequeño rascacielos.

- Claro, preciosa –dije después-. Perdona, pero nadie es perfecto. – Me encogí de hombros, y creo que, si hubiera tenido rabo, lo habría escondido entre las piernas.

Ella cerró los ojos, y luego me miró de una manera extraña. Me atemorizó.

- Papi – me dijo -, antes de morirme, quiero saber lo que es el sexo.

Levanté las cejas y tragué saliva y se me cortó la respiración. Habría oído algo en la escuela, pensé, era lo natural. Me pregunté fugazmente si no habría fantasmas pornográficos flotando todavía por la Calle 42. Recordé al ratón Mickey, a Pluto, a Carabela.

- Sí, mi niña – dije con una sonrisa confundida-, un día de estos te lo explicaré.
- ¿Me lo prometes?
Asentí con la cabeza.
- No – insistió-, quiero que lo digas.

Dije que se lo explicaría. Miré el reloj que estaba sobre el televisor.

- ¿Cuándo?- preguntó.
- Ya son las siete, cómo corre el tiempo- le dije-. Desde luego, hoy no.
Hizo una mueca.
- Sí- dijo, ya lo sé, comienzo a sentir los temblores.

La acompañé a su cuarto, le puse el pijama y la acosté. Le di a tomar sus medicinas: tantas gotas de esto, tantas de aquello, tantas de lo otro.

- La luz- dijo.

Apagué la luz, y nos quedamos juntos en la penumbra esperando los ataques.

8.02.2009

The U.S. VS. Roman Polanski

Roman Polanski aprendió muy temprano que la vida es un puente frágil que puede desgarrarse en cualquier momento. Nació en Paris y a los pocos años se trasladó a Polonia con su familia. Durante la Segunda Guerra Mundial, su madre murió en una cámara de gas y su padre fue recluido en un campo de concentración por varios años. Ese tipo de cosas no solo te pasan, te marcan. Desde entonces Polanski se ha aferrado a la vida con todas sus fuerzas, incluso cuando no ha tenido de dónde agarrarse.


Knife Under Water (1962), su primer largometraje, fue nominado al Oscar como mejor película extranjera y lo puso en la mira. A mediados de los sesenta se mudó a Londres y aunque no hablaba una palabra de inglés, hizo Repulsion (1965) con Catherine Deneuve y los británicos le abrieron las puertas y lo trataron como familia. De un día para el otro, se codeó con la gente correcta. Era amigo de los Beatles y de los Stones, por ejemplo. Luego se fue a Hollywood e impuso su moral y su visión por encima de las de la Industria. Rosemary’s Baby (1968), la misma película que nos mostró a una Mia Farrow que jamás volveríamos a ver, lo colocó en la cima del mundo, de donde más duele caer. En 1969, mientras transcurría lo que él llamaba “el periodo más feliz de mi vida”, la familia Manson entró a la mansión de Polanski en Los Ángeles y asesinó a su esposa, la modelo y actriz Sharon Tate, que estaba embarazada de ocho meses. El asesinato se perpetró al estilo secta satánica y parte de la prensa dijo que Polanski lo tenía merecido por abusar de la oscuridad que ilumina su trabajo. Aquí, Polanski se hunde. Irónicamente, combate el dolor con felicidad, yendo de fiesta con sus amigos y tratando de nunca, bajo ninguna circunstancia, estar solo. En 1971 vuelve con su versión personal de Macbeht, innegablemente ligada a su propia tragedia. Y en 1974 se estrena la que se supone es su mejor película hasta la fecha: Chinatown.


Aunque Chinatown lo devolvió al primer plano, Polanski no pudo seguir haciendo de las suyas en Hollywood y se fue a rodar a Francia, donde en 1976 se estrenó la que a mi parecer es su película más valiente (y mi favorita): The Tenant. Al año siguiente volvió a California contratado por la revista Vogue para tomar fotos a niñas hermosas alrededor del mundo. Polanski era conocido por su afición a las mujeres jóvenes y había mantenido, entre otros, un romance con Nastassja Kinski cuando la modelo y actriz alemana tenía quince años. Una tarde, Roman Polanski y la niña modelo Samantha Gailey, de trece años, fueron a la casa de Jack Nicholson en Mulholland Drive para hacer unas fotos. No había suficiente luz así que decidieron cortar la sesión al poco tiempo de iniciada y pasar al plano social. Polanski abrió una botella de champaña mientras Samantha se acomodada en el jacuzzi. Le hizo un par de fotos más, por el mero gusto de retratarla. Una vez cubierto el lente de la cámara, bebieron un poco y tomaron pastillas de metacualona (sedante hipnótico). Decir que lo que hicieron después fue el amor sería hablar sin saber, pero hubo sexo. El caso terminó en la corte, Polanski reconoció haber tenido relaciones con una menor de edad que no era su esposa, pero también dijo que la chica no opuso resistencia y que por lo tanto no se lo podía acusar de violador. Samantha Gailey alegó que jamás estuvo de acuerdo y que todo lo que pasó ocurrió en contra de su voluntad.


Roman Polanski: Wanted and Desired (2008), es un documental que se concentra en una de las batallas legales más comentadas de la historia. Construido a partir de los testimonios de los involucrados (abogados, investigadores, etc) y valiosas imágenes de archivo, trata de revelar qué fue lo que realmente sucedió en el juicio, y vaya que hay tela que cortar. Laurence J. Rittenband, el juez que se hizo cargo del caso, es un personaje más oscuro y bizarro que todos los que aparecen en las películas de Polanski juntos. Su señoría, especializado en casos relacionados a la farándula (el divorcio de Elvis y Priscilla Presley, la pelea por la custodia de los hijos de Marlon Brando, entre otros) era un mujeriego insaciable, amigo de los ricos y el tipo de persona que guarda en un álbum todos los recortes de periódico donde se mencione su nombre. A Rittenband, como a Polanski, le gustaba dirigir las acciones de otros y estar en control de la situación. La diferencia es que el cineasta impartía su ley en los rodajes, donde mal que mal es limitado el daño que se le puede hacer a los otros, mientras que entre las manos del juez se escurre la vida real. Como lo expone el documental, Rittenband se tomó el caso Polanski como algo personal, se picó, manipuló e hizo trampa. Polanski, sabiendo que podía terminar en la cárcel por algo que él no consideraba un crimen y que había sido engorrosamente procesado, salió de Estados Unidos el primero de febrero de 1978. Y todavía no ha vuelto. De hacerlo, seguramente sería privado de su libertad. Se radicó en Francia, país que dentro de lo legal se negó a extraditarlo cuando la ley estadounidense lo solicitó.


Wanted and Desired expone un caso de soberbia, corrupción y mala sangre contra alguien que, por supuesto, no es del todo inocente, pero que pudo salir bien librado y por eso se apegó a las reglas del juego, sólo para descubrir que las reglas no dependen del juego sino de los jugadores.




Este documental, por lo menos en UIO, se consigue allá donde usted sabe.