2.28.2011

Juguetes


Por fin puedo hablar de algo que me llena de orgullo. Este proyecto arrancó a mediados del año pasado y empieza a ver la luz, a existir, con las primeras descargas del 2011. Se trata de “Todos los juguetes”, un libro de cuentos firmado por varios autores y publicado por Dinediciones. Tuve el honor de ser el editor de este mix tape y el resultado no podría tenerme más contento. Esta es nuestra apuesta para el futuro.

El libro ya está a la venta y al parecer se lee y conecta. Bien.

Pueden pedirlo directamente en la web de la editorial,
www.dinediciones.com, o llamando a las oficinas en UIO y GKILL. Eligen su forma de pago y ya, se los llevan a la casa. Caso contrario, lo encuentran en Mr. Books, Libresa y Libroexpress.

Acá les dejo el prólogo. Enjoy.


Intro: cómo hacer juguetes.

Ocurrió hace cuatro o cinco años. Luis Borja y yo teníamos un plan, reunir una banda de autores (de amigos, en realidad) y armar una especie de álbum para estrenar lo que, según nosotros, era la literatura 2.0 que sucedía en el Ecuador del siglo XXI y permanecía, en su mayoría, inédita. Mirando para atrás, capto que no nos sentíamos representados y queríamos escribir nuestra parte de la historia, nuestro pedazo de realidad. Hicimos una convocatoria vía mail y al cabo de meses tuvimos un anillado titulado Pura lámpara y firmado por Los Pistolas. El material pasó por algunas editoriales importantes, hubo reuniones, almuerzos de negocios, informes de lectura y correcciones, pero jamás se publicó. ¿Las razones?, no hay razones, ¿quién necesita razones para negarse a publicar una antología de jóvenes y desconocidos autores ecuatorianos?

A pesar de la derrota, la idea siguió pegada a mi cabeza, escrita a mano sobre un post it amarillo que debía levantar cada tanto para poder pasar a otras cosas y seguir con mi vida. Hasta que llegaron el momento y los aliados precisos.

Empecé a trabajar en Dinediciones a finales del 2006. Una de mis misiones, la más importante o la que tomé más en serio, fue pescar nuevas firmas para las revistas Mundo Diners y SoHo. “Nadie quiere ser periodista, todos queremos ser escritores”, dice el novelista británico Martin Amis. Aunque esta “ley” no sea del todo verdadera (mucho menos ahora que la crónica latinoamericana vive lo que tal vez sea su mejor momento), tampoco es, del todo, falsa. De pronto tuvimos una serie de colaboradores despachando temas periodísticos con el único afán de financiar, entre otros, su vicio literario. Las revistas nos pusieron en vitrina, nos enfrentaron al público, a la crítica, a la calle, a la gente, y son la plataforma desde donde despega este libro. Todavía somos jóvenes y desconocidos, pero tenemos kilometraje, horas de vuelo y, lo más importante, algo que contar.

El primer paso fue reunir a los sospechosos de siempre a manera de greatest hits: María Fernanda Ampuero, Luis Borja, Jorge Izquierdo (otro Pistola original), Marcela Noriega y Elías Urdánigo. Todos ellos han publicado en las revistas de Dinediciones y sus cuentos son tan power como sus crónicas, capaz hasta sean la misma señal pero en alta definición. Si las revistas fueron el gimnasio, lo que viene a continuación es el cuadrilátero. Luego empezó un proceso tan largo, engorroso y agotador al que sólo puedo llamar trabajo. Lo ideal hubiese sido hacer un casting nacional en tiempo real. Es decir, viajar, leer y buscar hasta encontrar escritores de todas las provincias del país. Por cuestiones de tiempo y presupuesto, aquello fue imposible. Pensé en hacer una convocatoria abierta pero sin un filtro de por medio me habría enterrado vivo en documentos de Word adjuntos. Así que me encomendé a las librerías, al boca a boca, a los amigos de los amigos y a los conocidos de los amigos de esos amigos.

Tardé seis meses en encontrar el resto de juguetes. En ese tiempo leí no sé cuántos cuentos, pero fueron muchos, hartos, demasiados. Leí cosas que no están en este libro porque merecen o más turnos de trabajo o un espacio más sintonizado con sus propuestas. Como todos los libros recopilatorios, éste no está escrito en piedra sino en papel, no es una verdad absoluta, es una versión de los hechos.

Al final, en una selección conjunta con Dinediciones, dimos con las piezas que faltaban. No son firmas de las revistas, no son, en estricto rigor, “nuestra gente”, aunque a partir de este momento sí lo sean. María Balladares (otra Pistola original), Miguel Antonio Chávez, Diego Falconí, Esteban Mayorga y Solange Rodríguez son gente de y con oficio, cuyos cuentos nos mataron desde la primera línea. El último en llegar fue Juan Miguel Marín, diseñador ecuatoriano radicado desde hace tiempo en los Estados Unidos, a él le debemos el rostro que nos une y las articulaciones gráficas que nos mueven. Lo que empezó como una banda de garaje ahora podría llamarse orquesta o anunciarse como un grupo de solistas que tourean, por una vez en la vida, en el mismo bus. Todos los juguetes, en vivo, tour 2011. Hola Ecuador.

Las reglas son simples: escritores nacidos alrededor de 1980 (el año más distante a la fecha estándar es 1976, todo bien, prueba superada), tema libre. Cuentos que muestran una nueva generación, sí, pero no cuentos privados ni exclusivos ni excluyentes. Cuentos escritos entre los murales del Facebook y la cartelera del YouTube, sí, pero no cuentos que se demoran en bajar o de plano se cuelgan. Cuentos ecuatorianos, sí, pero no cuentos folk onda suvenir de aeropuerto. Cuentos en los que creemos. Cuentos que nos hacen creer. Cuentos que ponemos sobre la mesa como otros ponen su dinero, o sus armas.

Algunos de estos autores vienen de la academia, coleccionan maestrías, doctorados, y ejercen con la precisión de un cirujano plástico en Hollywood. Otros lo han aprendido todo en la calle, a pulso, leyendo lo que han sentido cercano, escribiendo desde la tripa y procesando desde el cerebro. Pero los diez tienen algo en común: son profesionales, publican, existen. Existían antes de esta banda sonora y existirán después, aparte, en sus propios libros, como corresponde. Yo no estoy en el libro sino detrás de él (o al frente, como esta Intro), donde me siento por demás cómodo. Ahora empieza el after party que es, como sabemos, la verdadera fiesta. Caigan, estamos embalados, a full, tenemos Todos los juguetes.

Juan Fernando Andrade
Editor

2.21.2011

Diners True Kill City Story


Los que pasamos de la niñez a la adolescencia pasando de los 80 a los 90 tuvimos, todos, alguna vez el mismo apellido: Vera. Quien niegue a Mis Adorables Entenados sería capaz de negar a su propia madre o, aún peor, a nuestra querida Lupita. Hasta que se me hizo y pude contar la historia (o parte de) de la mejor serie de comedia que ha tenido la televisión ecuatoriana. Gracias a mis editores en Mundo Diners por ponerla al aire.

Las siguientes fotos son de Omar Sotomayor.


La Familia Vera (una biografía)

Por Juan Fernando Andrade

Richard Barker no contesta llamadas de números desconocidos, sólo mensajes. Intercambiamos textos cortos que van al grano y fijamos una cita. Al día siguiente nos encontramos en una cafetería de Urdesa Central, en Guayaquil. Es un hombre grande, agarrado, tuco. Tiene la cabeza rasurada y lleva unas gafas oscuras que le cubren casi la mitad del rostro. Cuando se las quita, todavía se puede ver una cara familiar, parecida a la de Stacy Vera, el personaje de la serie Mis Adorables Entenados que lo hizo famoso hace veinte años. ¿La mejor comedia de la televisión ecuatoriana?, le pregunto. Sin querer ofender a nadie, diría que es la mejor comedia de todos los tiempos, me responde. Lo dice en serio. Sabe que exagera pero también sabe que no exagera tanto. Para varias generaciones de ecuatorianos, Los entenados son lo más cercano que tenemos a El Chavo del Ocho. Y esta es su historia.

En 1985, el grupo de teatro La Mueca salió de gira con su versión de Maestra Vida, la ópera salsa, escrita originalmente por Rubén Blades y producida por Willie Colón para el emblemático sello discográfico Fania Records. Esa gira pasó por Perú, Chile y Argentina con buenas críticas y un éxito moderado. El montaje fue dirigido por la argentina Tati Interllige y contó, entre el elenco, con los actores Oswaldo Segura, Richard Barker y los hermanos Héctor y Andrés Garzón. Cuando regresaron al Ecuador, las cosas no habían cambiado mucho, en realidad, no habían cambiado nada, la vida del actor seguía siendo una tragicomedia en la que toca seguirla, buscarla como sea. Mientras recogían ideas para una nueva obra, Segura, miembro fundador del grupo, fue contratado para estelarizar un comercial de Lotería Nacional. Su personaje era un chofer de buseta que, detenido bajo un semáforo, se daba cuenta de que había ganado treinta millones de sucres y salía corriendo y gritando “me la gané, por dios santo, me la gané”, mientras todo Guayaquil se unía a su euforia y llenaba como un desfile las calles del centro. El comercial salió al aire en 1986 y el eslogan se convirtió de inmediato en parte de la cultura popular. Esa propaganda había detonado algo en el pueblo y los integrantes de La Mueca lo sabían.

Oswaldo Segura baja de un taxi, tiene puesta ropa de gimnasia pegada al cuerpo. Me dice perdón, hermano, casi me olvido de la entrevista, y me hace pasar a su oficina en la casa contigua al Teatro del Ángel, en Urdesa, donde La Mueca actual sigue presentando sus obras. “El comercial fue muy premiado, tuvo un éxito rotundo. A partir de eso quisimos hacer algo con el tema de la lotería en nuestro país, porque entre más pobreza hay, más sueños existen. Y enfocamos la historia en una familia de clase media-baja-tirando-a-subterránea, como diría Felipe”. Al escucharlo decir esa frase insigne venida de Los entenados, una parte de mí se mueve, adentro, entre el pecho y la espalda. Fueron muchas las veces que, de niño, dije esa frase tratando de imitar a ese mismo Felipe, el personaje de Segura.


Me la gané por diosito santo, la obra de teatro, se estrenó en 1987. Primero fueron las funciones abarrotadas de público en el desaparecido teatro Candilejas que había en el Unicentro, luego, una serie de presentaciones en varias ciudades del país. Me la gané… fue el primer acercamiento del Ecuador a la familia más popular en la historia de la televisión nacional: los Vera. Basado en su propia historia, Segura propuso construir un hogar de hijastros, una casa atípica pero bastante conocida en una sociedad como la nuestra, donde la gente se acomoda como mejor puede, uno sobre el otro si hace falta. A partir de ahí, los actores empezaron a desarrollar personajes que, conscientemente o no, resultaron el retrato fiel del Ecuador que vive día a día, sin tiempo para preocuparse del mañana ni dinero que invertir en el futuro.

Héctor Garzón, que había abandonado la carrera de medicina para dedicarse al teatro a tiempo completo, se transformó en Rosendo, el eterno estudiante de medicina de la Universidad Central que jamás se graduará, ya sea porque no le alcanza para los libros, porque los profesores están en paro o porque no tuvo qué desayunar y se durmió sobre la hoja de examen. Andrés Garzón, el menor del elenco, se transformó en Pablo, el mayor de los Vera, el clásico hermano mal genio que fuma e intenta echarse la familia al hombro pero no puede mantener un trabajo por más de dos semanas. Richard Barker, apenas un adolescente salido del Cristo del Consuelo (un barrio ubicado al oeste de Guayaquil, clasificado como zona roja), se transformó en Stacy, el Vera rural que migra desde la Esmeraldas profunda a la gran ciudad y camina por la Avenida Nueve de Octubre con un sombrero de paja, botas de caucho y un machete en la mano. Oswaldo Segura, el más “blanquito”, se transformó en Felipe, el guayaco chiro tirado a guayaco aniñado que tiene amigos de la high, novia de la high, pero no tiene en qué caerse muerto y hace todo lo humanamente posible para evitar ser visto en público junto a su familia. Los cuatro hermanos tienen, cada uno, su propia madre, pero comparten el ADN de Ángel Vera, un chofer de buseta que brilla por su ausencia en el hogar y se los ha encargado a Lupe, su esposa (por lo civil y por lo eclesiástico, ojo), una ama de casa abnegada que no es la madre de ninguno pero, claro, es la madre de todos.

La obra estuvo en cartelera más de un año y el éxito de los Vera llegó a oídos de Xavier Alvarado Roca, uno de los fundadores de la cadena nacional de televisión Ecuavisa, quien decidió ir al teatro y averiguar por sí mismo a qué se debía tanto alboroto. Una sola función bastó para convertir al ejecutivo en un hombre de fe. Alvarado Roca le propuso a la directora Tati Interllige grabar la obra y transmitirla como un especial del canal. La respuesta de Interllige fue categórica: especial no, serie sí.


En un principio, Ecuavisa quiso conservar a Segura en el papel de Felipe pero reemplazar al resto del elenco por lo que podríamos llamar “rostros más aptos para la pantalla chica”. Héctor Garzón me lo cuenta antes de entrar a un ensayo de La gata sobre el tejado caliente, la adaptación del clásico de Tennessee Williams que se presentó en Guayaquil y Quito a finales del año pasado. Tiene el pelo largo y un bigote que baja por ambos lados, no se parece mucho al Rosendo que anunciaba su llegada a casa diciendo “llegó la alegría del hogar”, pero la sonrisa lo delata, el mismo gesto ingenuo y bondadoso del Vera que nunca pudo ser doctor. “Primero sacaron a la Lupita del teatro (Cecilia Caicedo) porque su edad no daba para representar a la madrastra de los entenados. Por suerte, Tati y Oswaldo se mantuvieron firmes en su posición de mantener al resto de los actores originales para que la serie pudiera caminar. Entonces entramos los cholos a la televisión. Eso marcó un momento: antes de los cholos y después de los cholos”. Mientras el grupo La Mueca ensayaba a doble jornada para su debut televisivo, Ecuavisa hacía un casting para buscar a la nueva Lupita. Una de las convocadas fue Amparo Guillén, que por entonces era una actriz a medio tiempo y había trabajado en Por amor propio, la primera telenovela producida en Guayaquil, a principios de los ochenta.

Nos sentamos en la tercera fila de asientos del Teatro del Ángel. Amparo tiene los ojos bien abiertos, llenos de esperanza, y la sonrisa de una niña tímida pero tremenda que acaba de cometer una travesura. Inspira ternura y dan ganas de abrazarla. “Yo estaba trabajando en la Comisión de Tránsito cuando me llamaron y me dijeron tú vas a ser Lupita, la mamá. Pensé que se trataba de una broma porque hice el casting sin haber visto nunca la obra. Entonces mi vida cambió totalmente, de un día para el otro. Era una locura, el programa se pasaba los sábados a las nueve de la noche y nadie te iba a una fiesta o a una discoteca, primero te veían Entenados y luego se iban. Rompimos con los ratings, con todos los esquemas. Nunca necesitamos una mala palabra, cosas de doble sentido, ni peladitas con los senotes y las nalgotototas. Éramos una familia, éramos pueblo y la gente se identificó con nosotros.”




El primer capítulo se transmitió en marzo de 1989 y el nombre escogido para la serie fue Mis Adorables Entenados, una parodia de Mis adorables sobrinos, título con el que se emitió en Latinoamérica el programa Family Affair, una comedia de los sesentas producida por la cadena CBS de Estados Unidos. Una semana después del estreno, el grupo La Mueca (Amparo Guillén incluida) estaba en Huaquillas, presentando la obra original en la frontera con Perú. Llegaron pasado el medio día embarcados en una furgoneta, dieron una vuelta de reconocimiento por el lugar donde se presentarían y buscaron un sitio para almorzar. Esperaban la sopa cuando el interior del comedor se oscureció de repente, como si el sol hubiese decidido caer de improviso. Levantaron sus cabezas en un movimiento coreográfico y vieron a la gente que los miraba. Se hizo un silencio seguido de risas nerviosas y sudor. Hasta que alguien se atrevió, dio el primer paso y se acercó a “Felipe” con un papel y una pluma en la mano. ¿Me da su autógrafo? Segura miró a sus compañeros, levantó los hombros y puso su firma en el papel. Fue como aplastar un botón. En ese momento las personas que esperaban oprimidas bajo el umbral de la puerta inundaron el comedor y los rodearon. Era oficial, el Ecuador se había enamorado de la familia Vera a primera vista.


“Nadie se esperaba el fenómeno entenados”, me dice Jorge Toledo en su oficina, dentro de las instalaciones de Gama TV en el puerto principal, él trabajó en la serie primero como asistente de producción, luego como guionista y, casi diez años más tarde, fue uno de los creadores de otro fenómeno televisivo: Ni en vivo ni en directo. “El tener tantos personajes viviendo en una casa refleja al Ecuador como es, variado, geográfico, universal. En ese tiempo la producción nacional era escasa, para estar en televisión necesitabas ser primo de alguien, tener una palanca o ser coloradito y guapito, pero eso no representaba realmente lo que es nuestra identidad. De repente salen estos chicos que sí nos representan, eso tiene mérito. La serie hizo que los canales empezaran a confiar en el talento nacional, a partir de ellos hay un auge en la televisión de nuestro país. Mis adorables… cumplió con todo, fue una historia perfecta, un grupo de actores perfecto, un planteamiento perfecto y un momento histórico perfecto.” Toledo también estuvo en varias presentaciones realizadas en provincias. “Con todas las diferencias del caso, lo puedo comparar con los conciertos que tu ves de Michael Jackson. La gente corría detrás del carro para tocar a los actores, gritaban sus nombres, cada vez que Oswaldo aparecía en algún lugar las muchachas gritaban. Fíjate que Ni en vivo… tuvo muchísimo éxito, pero no había ese apasionamiento por los actores. La gente corría como si fueran detrás del Papa.”


Andrés Garzón, que por entonces tenía veinte años y hacia el papel de un hombre de treinta y cinco, recuerda entre risas detalles de la entenados-manía, luce mucho más tranquilo y amable que la imagen que guardo de Pablo, su personaje. “Una vez, en Esmeraldas, tuvimos que pedir refuerzos policiales para poder salir del estadio donde nos presentamos. Te pellizcaban, te jalaban el pelo, querían quedarse con algo tuyo, lo que fuera. Esa efervescencia se repetía de ciudad en ciudad. Pero logramos decir tranquilos, esto es parte del trabajo, nada más. El éxito no nos mareó, sólo nos hizo ver que había posibilidades dentro del medio y que había que arriesgarse y hacerlas.” Por su parte, Oswaldo Segura dice que lo que los salvó del precio de la fama fue su formación sobre las tablas. “El actor de teatro es una persona consciente de la realidad del país. Tiene que luchar, sudar, esforzarse. Si te llega la fama te llega y si no te llega no te llega, el que no esté acostumbrado a eso es un modelo de pasarela. Pensábamos que la obra sería una más, pero Mis adorables… descolló. Hubo excesos, tampoco somos santos, ojo, la gente por ahí se desbandó”. Amparo Guillén define los días de vino y rosas con serenidad, me parece escuchar un poco de arrepentimiento, acaso también algo de vergüenza, pero no me consta. “La verdad es que nos encantaba el trago. Yo nunca he cogido droga, pero por lo menos a Oswaldo, Richard y la que te habla nos encantaba beber. Nunca lo hicimos en el set, siempre fue después de trabajar. Íbamos a la Cali Salsoteca, a la fiesta que hubiera o nos reuníamos y nos tomábamos un alguito. En la disco nos trataban con mucho cariño, no éramos aniñados, éramos de arrocito con pollo, todavía somos así.” Pero no todos salieron ilesos.



Richard Barker habla de su pasado en voz alta, como si en cada capítulo tuviese que volver a repetirse las lecciones que aprendió a la fuerza. “Yo tenía que madrugar y trabajar para mantener a mis ocho hermanos y pagarme los estudios. Ayudaba a descargar los camiones de fruta, después pelaba los productos, salía a vender por la tarde y en los ratos libres recogía juguetes de la basura.” Barker hace una pausa y mira los autos que transitan la Víctor Emilio Estrada, no muy lejos de las lunas oscuras de sus gafas. “Fue muy duro salir del Cristo del Consuelo. Fui cangrejero, recogía cangrejo, jaibas, camarones. Fui albañil. Fui asistente de albañil. Cuando entré en los Entenados yo trabajaba en pintura y enderezada de carros, en la Portete y la Trece.” Antes de continuar bebe un sorbo del expreso doble que tiene en frente. “Salir en televisión fue una locura, como un sueño. Al segundo capítulo me alquilé un departamento aquí en Urdesa, Bálsamos y Ficus” Viniendo de donde viene, su mudanza puede considerarse un viaje intergaláctico. “Me compré una moto, me compré un auto, no sabes lo que fue, mi familia creía que yo era su banco. Yo nunca había visto luces como las de la discoteca: ahí encuentras alcohol y drogas. Muchos del grupo tenían problemas con X o Y sustancia, pero en realidad el que se enganchó fui yo. Al principio fue manejable, después insoportable. Una vez les entré a robo, llegué de madrugada, quería consumir, rompí la puerta del teatro y me les llevé la grabadora. Me les llevé todo. Pasaron quince días y me dijeron Richard, si vas a seguir así es mejor que te vayas. Dije me largo y me fui con los paquetes en alto. Me fui a fumar.”


La serie tuvo tres temporadas en Ecuavisa, un total de treinta y seis gloriosos capítulos entre 1989 y 1991, y hasta una presentación exprés en el teatro Natives de Queens, Nueva York. “Al irse Richard, la familia se desmembró y quedó el vacío. Yo sé que nadie es imprescindible, pero en esa época sí éramos todos irremplazables.”, me dice Amparo Guillén, y su voz viene cargada de nostalgia, ese tipo de pena que puede mostrarse en sociedad. El grupo La Mueca trató de prolongar la vida de la serie en otros canales, a ratos con diferentes actores, nuevos personajes e incluso ensayando una desafortunada variación en la historia: Mis Adorables Entenados, pero con billete. Los esfuerzos fueron inútiles, ninguna de las propuestas se acercó si quiera a la maravilla original que devino de aquel comercial de lotería.


Veinte años después del primer capítulo de la serie, los miembros de la familia Vera andan cada cual por su lado. Segura sigue montando obras en el Teatro del Ángel y es uno de los conductores de Vamos Con Todo, algo así como el germen de la prensa rosa en Ecuador. Los hermanos Héctor y Andrés Garzón actúan tanto en teatro como en televisión, y prácticamente no hay serie que se produzca en el país sin que uno de ellos aparezca en el reparto. Richard Barker, que en su momento dejó el colegio para dedicarse a la actuación, se graduó de bachiller en 2007 y ahora estudia Marketing en una universidad privada: lleva sobrio más de diez años. Y Amparo Guillén, después de una larga y ardua lucha con el alcohol, dejó de beber y maneja una fundación que lleva su nombre y ayuda a pacientes con problemas de adicción.


Ecuavisa y los creadores de la serie nunca han llegado a un acuerdo económico que permita transmitir los capítulos clásicos, que aguardan congelados en cintas archivadas sobre una repisa. Hoy por hoy, lo único que se puede ver de la serie más famosa de la televisión nacional son un par de episodios en YouTube y en baja resolución. A este paso, las nuevas generaciones oirán hablar de la familia Vera como si se tratara de una civilización ancestral que dominó al mundo y luego se perdió entre el sonido y la furia. Sabrán que la gente los veía y pensaba: si ellos pueden, nosotros también. Sabrán que en ese hogar de dos habitaciones, una para Lupita y otra para los cuatro hermanos, vivimos millones de ecuatorianos. Sabrán que fueron los Vera los que miraron para adentro y nos mostraron con orgullo una parte del Ecuador que antes nos daba vergüenza. Y nos hicieron reír. Dios, cómo nos reíamos.

(Mundo Diners 345, febrero-2011)

2.15.2011

Ecuador 1 / Texaco 0


La noticia se hizo oficial el pasado lunes 14 de febrero a través de la Asamblea de Afectados por Texaco. El comunicado difundido empieza así, "La sentencia más esperada de los últimos 17 años acaba de hacerse pública. Nicolás Zambrano, juez de la Corte de Nueva Loja, reconoció que la compañía norteamericana Chevron-Texaco es culpable de la contaminación que dejó en la Amazonía ecuatoriana durante sus 26 años de operación.", más adelante dice, "El Juez dictaminó que la Chevron debe pagar 8 mil millones de dólares por los daños causados y adicionalmente debe pagar el 10% que impone la Ley de Gestión Ambiental", y antes de llegar al final aclara, "En la sentencia además el juez Zambrano dictamina que la transnacional norteamericana debe pedir disculpas públicas a las víctimas de la Amazonía ecuatoriana por el crimen cometido. Si Chevron se niega debe pagar el 100% más del monto económico establecido; es decir, que la cifra económica puede ascender a más de 16 mil millones de dólares."

Gran noticia para el Ecuador y para los más de 30.000 ecuatorianos (en su mayoría campesinos e indígenas del oriente) que constan como demandantes. Gran día para el abogado Pablo Fajardo y su equipo que, teniendo todo en contra, se lanzaron a pelear por algo que parecía imposible. La justicia, al parecer, sí existe y esta vez nos tocó a nosotros ser alumbrados por su resplandor.


Conocí la historia de cerca, entrevisté a Fajardo varias veces y desde su historia fui comprendiendo la magnitud del "Caso Texaco", por qué esta pelea era de todos y para todos. El resultado fue una crónica llamada "La lucha compartida" que se publicó en la revista Terra Incógnita, recibió un premio de Conservación Internacional y resultó una de las seis finalistas latinoamericanas en los premios periodísticos concedidos por la UICN (Union Internacional para la Consrvación de la Naturaleza). Acá va, a manera de homenaje y celebración.



La lucha compartida

Por Juan Fernando Andrade

La demanda de 30 mil indígenas y campesinos del Oriente ecuatoriano contra Chevron-Texaco arrancó en 1993, en una corte de Nueva York, y tardó diez años en llegar al Ecuador. Es la primera vez que una petrolera norteamericana debe responder a las leyes de otro país. El proceso ha sido largo y podría extenderse durante varios años más. En teoría, para 2009 habrá un veredicto. Sea cual sea la decisión del juez, la parte que se vea afectada apelará con uñas y con dientes. Mientras tanto, la gente sigue ahí, alerta, recordando a sus muertos, consolando a sus enfermos, cuidando la esperanza que les queda como si estuviese hecha de oro puro. No es para menos. De muchas maneras, es lo único que tienen. “Los héroes reales de esta batalla son las personas que viven con cáncer, que pelean día a día contra sus enfermedades y las de sus hijos. Los héroes son los que han gastado todo su dinero yendo a visitas médicas”, dice Pablo Fajardo, abogado de los demandantes, cuando alguien pretende otorgarle todo el crédito.

Pablo nació en El Carmen, provincia de Manabí, “el 8 de julio del 72, pero en mis documentos consta el 8 de marzo del 73.” Nunca ha tenido tiempo para corregir el dato formalmente, pero le tiene sin cuidado. “Éramos diez hermanos, nueve varones y una mujer. Mis padres, agricultores los dos, vivían en condiciones económicas deplorables. Pasábamos de un lugar a otro, escapando de la sequía. Llegamos al Oriente cuando yo estaba en primer curso. Durante el día trabajaba en una empresa llamada Palmeras del Ecuador. De seis de la tarde a doce y media de la noche iba al colegio. Así estuve cuatro años y me gradué de bachiller en ciencias sociales”.

A Pablo lo echaron de Palmeras del Ecuador por reclamar mejores condiciones de trabajo y un alza de sueldos para los obreros. “Trabajábamos con productos químicos, sin protección y ganando una miseria. Hubo gente, espías, que nos perseguían a ver si estábamos armando un sindicato”. De las palmas, Pablo pasó a una empresa petrolera. “Hacía trabajos de recolección cuando había derrames. Limpiaba las líneas de flujo con machete, pico y pala. Me di cuenta que los derrames producían mucha contaminación ambiental, reclamé por eso, para que nos protegieran del petróleo en la piel y nos pagaran mejor. Me botaron de nuevo. No es muy bueno reclamar, parece”, sentencia sonriendo.

A los diecisiete años, junto a un grupo de jóvenes y campesinos, fundó el Comité de Derechos Humanos de Shushufindi. Al terminar la secundaria, estudió lo único que se podía estudiar en su pueblo. “Me metí en un instituto de sistemas porque no había más. Ahora por lo menos me sirve para escribir en mi computadora”. En 1996, sin trabajo en la petrolera, casado y apoyando económicamente a sus hermanos menores para que estudiasen, Pablo se daba el lujo de dedicarle todo su tiempo al Comité de Derechos Humanos. “El problema era el sueldo. Ganaba unos 300 mil sucres al mes, y cuando nos pasamos al dólar, mi sueldo pasó a ser de 45 dólares. La iglesia católica me buscó una beca para estudiar, a distancia, la carrera de ciencias jurídicas y derecho en la Universidad Técnica Particular de Loja. Ellos pagaban la matrícula y los libros. El resto de mis gastos los cubrían mis amigos del comité, haciendo la vaca”. Y como si eso no fuera suficiente, Fajardo fundó y dirigió durante sus primeros años una escuela para adultos analfabetos. Por esos días, las jornadas de Pablo eran maratónicas en toda la extensión de la palabra. “Me levantaba a las 03h30 de la mañana para estudiar, hasta las 07h00. Estaba en la oficina del Comité desde las 08h00 hasta las 12h00. De 12h00 a 13h00, trabajaba dando noticias en una radio, ahí aprovechaba para almorzar. A las 14h00 estaba de vuelta en la oficina, me quedaba hasta las 17h00 y luego preparaba las clases que daba en la escuela por las noches, de 19h00 a 22h00”. Así hasta el 2004, cuando terminó la carrera y empezó su tesis. Su año de práctica lo hizo como abogado del Frente de Defensa de la Amazonía, en 2003, y desde mayo de ese año, el mes exacto en que la demanda se trasladó a nuestro país, se sumó a los abogados de los demandantes. Para el récord: se graduó de abogado en el 2006. El proceso contra Texaco, la demanda ambiental más grande en la historia de este planeta, es su primer caso. El monto estimado que la compañía demandada tendría que pagar por gastos de remediación ambiental, social y desarrollo de programas de salud, oscila entre 7 y 16 mil millones de dólares.

Pablo forma parte de un equipo de abogados ecuatorianos y norteamericanos que trabaja con el apoyo de un bufete jurídico de Filadelfia. Un equipo pequeño de presupuesto recatado. En la otra esquina, está un prestigioso aparato de juristas especializados en Quito y Washington D.C., una alineación legal que, como todas aquellas relacionadas a las petroleras multinacionales, junta recibe millones de dólares al año.


En 1972, el mismo año en el que nació Pablo Fajardo, Texaco sacó del suelo el primer barril de crudo ecuatoriano y no se detuvo sino hasta después de dos décadas. Texaco admite haber echado más de 18 mil millones de galones de desechos tóxicos en tierra ecuatoriana mientras estuvo en el país. También reconoce que el suelo que absorbió los peligrosos residuos era el hogar de seis nacionalidades indígenas. Hablar del suelo es hablar de los desechos tóxicos filtrándose por la tierra, llegando a ríos, lagos y esteros en los que beben animales que se mueren y gente que vive enferma, que usa esa agua para bañarse y para cocinar porque no les queda de otra.

Mediante un proceso legal llamado Discovery, que exige al demandado entregar al demandante todos los documentos que guarden relación con el sujeto del litigio, los abogados del Frente de Defensa de la Amazonía tuvieron acceso a ciertos archivos de Chevron-Texaco donde se detalla, explícitamente, cómo se tenía que “ofrecer sobornos a los auditores” manejando informes “separadamente”. Existe un documento de 1972 en el que se explica a los empleados en Ecuador qué incidentes ambientales deben reportarse y cuáles no. Las indicaciones son, literalmente, “reportar los incidentes ambientales únicamente cuando estos sean conocidos por la prensa o el gobierno”, caso contrario “no registrar el incidente” y “destruir los reportes que ya existan”. Apartados como estos constan en documentos que Fajardo ha enviado a la corte, para que el juez conozca la naturaleza de ciertas prácticas de Texaco.

En diciembre de 2007, Pablo fue uno de los seis ganadores, de entre 7 mil participantes de 93 países, del premio Héroes de la cadena CNN. Ganó en la categoría Luchando por la justicia. Horas después de publicada la noticia, Chevron envió un comunicado de prensa a varios medios de comunicación. El boletín empieza así: “El reconocimiento a Pablo Fajardo por parte de CNN no es más que otro desafortunado ejemplo del ‘Fraude del Siglo’, en este caso perpetrado en los medios de comunicación por Fajardo y por sus compañeros abogados y activistas. Chevron no ve nada heroico en obstruir la justicia, fabricar y falsificar evidencias y ejercer una presión indebida sobre la Corte al instigar la interferencia por parte de funcionarios del Gobierno ecuatoriano en el juicio contra Chevron en Ecuador.” Lo leo en voz alta y Pablo, con una de esas risas que soltamos cuando no sabemos qué más soltar, dice, “¿te das cuenta?, ahora están diciendo que yo controlo a CNN”.

Acompañamos a Pablo y a Luis Yanza, coordinador de la Asamblea de Afectados por Texaco, durante un breve toxic tour, una visita guiada por las zonas afectadas por la actividad petrolera. Y vimos con nuestros propios ojos la huella: una laguna negra y espesa en medio del monte verde. Entonces escuchamos venir, en fade in, la lluvia. Nos guardamos en una camioneta doble cabina, empezamos a sudar, sobre nosotros un furioso aguacero que no pasó del cuarto de hora. Al salir, el sol insobornable caía sobre la laguna de petróleo, calentándola hasta el punto de cocción. La volvió un caldo que desprendía humo y olor a gasolina. Tuvimos que irnos porque el olor marea y produce náuseas. Nosotros pudimos escapar, quienes viven en los alrededores, no.

En Lago Agrio, Pablo va de su oficina a la corte montando en una bicicleta montañera a la que ya le están pesando los años y las horas de vuelo. En Shushufindi, “mi pueblo”, lo hace a pie, deteniéndose cada cinco minutos para recibir saludos, felicitaciones, abrazos, besos. “Pablito, ¿verdad que vamos a ganar?”, le preguntan. Fajardo no tiene ninguna duda. La gente le cree. Pablo no es un extraño que vive en Quito y viaja al Oriente de vez en cuando. Pablo es uno de ellos. En 2003 fue asesinado Freddy Valverde, “mi mejor amigo”, con quien fundó el Comité de Derechos Humanos de Sushufindi y la escuela para adultos analfabetos. Un año después, Wilson Fajardo, uno de sus hermanos menores, fue encontrado muerto y con el rostro desfigurado. Ninguno de los casos ha sido resuelto. Pablo y su familia recibieron amenazas de muerte cuando trataron de llegar al fondo del asunto. “Decían que iban a matar a nuestros hijos y a violar a nuestras mujeres”, me cuenta José, hermano mayor de Pablo y actual presidente del Frente de Defensa de la Amazonía. Tras el asesinato de Wilson la familia se desintegró; cada cual, incluidos los hijos de Pablo y su madre, cogió para su lado, por protección. Pase lo que pase, nada, nunca, volverá a ser como era.

Pablo dice que no le desea su juventud a nadie, “eso de no descansar jamás, de tener que sacarse la madre para poder estudiar. Que los jóvenes tengan tiempo para ellos, que bailen, que jueguen fútbol.” Lo que más le pesa es ver a sus hijos una vez cada quince días durante tres o cuatro horas, no más. “Estoy en deuda con ellos, y espero poder pagarles algún día, ojalá no sea muy tarde”. La causa de Pablo, que es la de los 30 mil ecuatorianos que defiende, se ha hecho carne en él y a veces parece que en ese cuerpo no entraran hombre y lucha.

El 14 de abril pasado, Pablo Fajardo y Luis Yanza fueron a San Francisco, California, para recibir el premio Goldman al mérito en la lucha ambiental. El Goldman es conocido como el “Nobel verde”; no se puede llegar más alto que eso. El galardón se entrega todos los años. Lo reciben héroes populares en cada una de las seis regiones habitadas del mundo. Antes de ir a la Casa de la Ópera, dar su discurso y recibir cada uno un ouroboros (la serpiente que se come su propia cola) de bronce, Pablo Fajardo y Luis Yanza dieron una conferencia de prensa en el hotel Fairmont, en el 950 de la calle Mason. A pocos metros de ellos, en otra sala de conferencias, David Samsom, vocero de Chevron, le decía a un grupo de periodistas que la compañía petrolera trató de ponerse en contacto con la fundación Goldman, pero “…a nadie le importó escuchar nuestro lado de la historia.” El martes 15 de abril, el diario San Francisco Chronicle puso en portada a los dos ecuatorianos y, en el interior, una página entera titulada “Cuando un ecologista no es amigo de la ecología”, pagada por Chevron y destinada a refutar el reconocimiento a Fajardo, Yanza y compañía.

Pablo nunca la ha tenido fácil. Se ha despedido, a la fuerza, de seres queridos. Ha tenido que quitarle horas al sueño y morderle pedazos a la vida para seguir en pie. “Me dedicaré a este tipo de luchas hasta que pueda respirar, de ahí, ya no sé”. No son pocos, ni débiles, los que quisieran cortarle el oxígeno a Fajardo. Según Michael Isikoff, de Newsweek, el influyente equipo de relacionadores de Chevron en Washington está presionando a la administración Bush para que retire las preferencias arancelarias al Ecuador en caso de una eventual condena a la petrolera. Esto quiere decir que el estado ecuatoriano tendría que ponerse del lado de la multinacional o asumir las consecuencias.

Supe del premio Goldman por Guadalupe de Heredia, de la Asamblea de Afectados por Texaco. Me lo contó muy emocionada y yo, acaso tanto como ella, le dije felicitaciones. Guadalupe me corrigió de inmediato: felicitémonos todos, este es un triunfo para el Ecuador.

Nota del autor: Mi primer acercamiento a este caso fue a través de Pablo Fajardo. Meses después, traté de entrevistar a los abogados de Chevron-Texaco, pero fue imposible. Al conocer mi relación con Pablo me creyeron parcializado. No los culpo por sospechar. Mantengo mi intención de entrevistarlos algún día, tal vez cuando sea público el primer veredicto.

2.14.2011

Como lo vio en TV


Gracias a la gente de Cocoa TV (USFQ), puedo poner acá el ROCK EN LA PLAZA completo. Los que estuvieron allí saben que fue una gran jornada de música y los que no pues ya lo verán. De nuevo, gracias a la Fundación Teatro Nacional Sucre y a los hermanos de las otras bandas. Qué bueno estuvo...

Nuestro repertorio: Intro, Negocio, Todo el día, Transparente, Aquellos fabulosos 90's, Noticias, Propagandas, Cuenca, El amor se va, Virus, Descompuesto.


Watch live video from COCOA TV on Justin.tv


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2.08.2011

ROCK EN LA PLAZA: 12 y 13 de febrero.


Back in UIO después de un año de tocadas fuera del distrito metropolitano. ¿O será más de un año?, ¿qué pasó? El caso es que Los Pescados vuelven a la capital para la primera edición (primera de muchas, espero) del Rock en La Plaza, un festival que desde ya se convierte en la casa del rock ecuatoriano en el centro colonial. Gracias a la gran Fabiola Pazmiño, productora del evento y true rock believer por incluirnos y por jugársela trayendo a Franny Glass, la banda uruguaya que viene trepando desde el sur a paso firme.


El cartel:

Sábado 12
Los Pescados (15h00)
Franny Glass (16h00)
Biorn Borg (17h00)

Domingo 13
Niñosaurios (15h00)
Los Nietos (16h00)
Mamá Vudú (17h00)



Un pequeño entremés, la canción que sin querer se convirtió en algo así como nuestra marca registrada: Virus en vivo, del último concierto del año pasado. Guayaquil, 30/12/10


2.07.2011

Ballet Dark


Sigo pensando que La red social es lo mejor del año pasado, entre otras cosas, porque logra la misma intensidad que El cisne negro sin esforzarse tanto o sin evidenciar tanto ese esfuerzo. Digamos que El cisne... vendría a ser Natalie Portman, demasiado preocupada por alcanzar la perfección, y La red... vendría a ser Mila Kunis, un talento natural. Dicho esto, la nueva película de Aronofsky, que a ratos parece El luchador fully loaded, me dejó un buen sabor de boca. Acá lo que despaché para el periódico sobre ella.

EL CISNE NEGRO (o escribir después del shock)

Es media noche. Estoy en casa y ya me siento mejor, más tranquilo. Hace media hora sentía un ardor incontrolable en el pecho, una cueva profunda en el estómago, y estaba temblando. Los últimos treinta minutos de “El cisne negro” te sacuden hasta el último de los huesos, te hacen perder el control, te desnudan, te llevan hasta lo más alto y luego te lanzan al vacío. “Lo sentí, fue perfecto”, dice una Natalie Portman que se merece el Oscar por rozar la anorexia y la demencia al mismo tiempo y sin darse cuenta. Pero no fue perfecto. La película se demora en arrancar, pasa mucho tiempo calentando. Lo que sí tiene “El cisne negro”, y de sobra, es una posición, una mirada y un discurso sobre el arte que además de estar bien enfocado devuelve la creación y la belleza al lugar de donde vinieron y del que nunca, jamás, deberían alejarse: las tripas. “Déjate ir, no pienses todo lo que haces, ni siquiera lo intentes”, dice Vincent Cassel en un papel tan francés que se siente afrancesado, pero vale, juega. “El cisne…” logra aquello que su personaje trata de intentar, se va lejos y por cuenta propia, se libera de cuanto cuestionamiento pudiese caerle encima, se libra de sí misma y triunfa cuando pierde la cordura, cuando deja de luchar por reconocimientos y premios que no necesita, cuando se sorprende como película en vez de querer sorprender al público. Aronofsky, un director que ha aprendido de sus errores (quizás “El cisne…” no vuelva a ser lo que es la primera vez, pero desde ya tiene asegurada una vejez más digna que “Requiem por un sueño”), ha vuelto a confiar en una historia simple y mil veces contada, pero al contrario de esa gran telenovela para gente con sentimientos formados que es “El luchador”, esta vez la llenó de trampas, de espejos que se quiebran y al romperse se llevan algo de la persona que reflejan. Y aunque acertó en una carga sexual dañada (que ganas de dejarse comer por Mila Kunis, lejos, el personaje más redondo y humano de todo el ballet), se le fue la mano con el terror físico, con las mutaciones obvias y forzadas que, si se me permite la siguiente contradicción, lo acercan al Polanski sobregirado de “Repulsión” y “El inquilino”. Una cosa más, Natalie Portman reemplazando a Wynona Rider, en esta película, en el cine, en la vida. Siempre hablamos de esto pero Aronofky lo hizo y eso es lo que cuenta. Me quedo con Wynona, furiosa y derrotada: clavándose una lima de uñas en la cara, no puede ser más valiente ni más hermosa. Al final, lo único que uno puede dar es la vida.

El Diario (06/02/11)