5.14.2018

Quiero ser tu perro



I

Las paredes de nuestros cuartos estaban cubiertas con posters de rockeros. Eran afiches grandes que comprábamos en tiendas de música, páginas de revistas que conseguíamos en algún viaje y que buscábamos sólo para arrancarles las fotos, y hasta recortes de periódicos que se ponían amarillentos. Todo se valía. Esa gente nos representaba. Esa gente hablaba por nosotros porque nosotros todavía no sabíamos qué decir pero sí qué escuchar y los escuchábamos a ellos. Esa gente nos prometía una vida con la que escapar de nuestra propia vida, un mundo fuera de este mundo. Porque al menos eso lo teníamos claro: queríamos salir corriendo, correr sin parar, correr y llegar hasta cualquier lugar que quedara lejos de donde estábamos. Queríamos ser como ellos, transformarnos, convertirnos en algo así. Pero estábamos encerrados, atrapados, presos: teníamos que ir al colegio y vivir con nuestros padres aunque no quisiéramos hacer ninguna de las dos cosas. Y lo único que nos quedaba era ver esas fotos como si detrás de ellas estuviera el sol.

II

SHOT! es un documental dedicado a la vida de Mick Rock, el fotógrafo británico conocido como el hombre que capturó los setentas, íntimo colaborador de piezas clave en la historia del rock and roll, como David Bowie, Lou Reed e Iggy Pop. Aunque no lo supiéramos antes, el trabajo de Rock, que se inauguró con la portada del primer álbum del mítico Syd Barret, ha estado presente en nuestras vidas desde hace mucho, ligado a nosotros por un vínculo sentimental a veces desesperado, a veces rabioso, siempre comprometido, y quizá en algún momento hasta nos marcó y señaló nuestro camino: a él le debemos las portadas de varios discos que llegaron para salvarnos cuando todo parecía perdido, discos que también nos entraron por los ojos y que nos sacudieron hasta despertarnos. Rock, graduado de la Universidad de Cambridge y obsesionado con la poesía, lector de Baudelaire y Rimbaud, de Kerouac y Ginsberg, vio en los músicos de su generación a los líderes de una revolución libre y fue detrás de ese grito eléctrico.     

III

Nada era suficiente. Si tú tenías un poster que yo quería era capaz de venderte mi alma por él o hasta de robártelo aunque luego tuviera que guardarlo y mirarlo solamente a escondidas, cuando nadie más pudiera verlo ni verme a mí. El que más tenía, al que no le quedaban rincones libres en el cuarto porque lo había forrado todo, era el más bacán. Los negociábamos como cromos y traficábamos con ellos y abusábamos del poder cuando sabíamos que teníamos uno que todo el mundo andaba buscando. Los pegábamos y los despegábamos, los cambiábamos de lugar a ver dónde quedaban mejor, dónde significaban más, o reuníamos todos los de una misma banda y hacíamos un altar pagano y sagrado al que le rezábamos día y noche pidiéndole que los espíritus nos poseyeran de una vez y para siempre. La música sonaba alto, fuerte, duro. Nosotros temblábamos con los ojos cerrados, aullando como si estuviéramos heridos o perdidos y quisiéramos que alguien nos encontrara. Y nos parábamos frente a esas fotos como si fueran espejos.

IV

La vida de Mick Rock parece la de un rockero arrojado contra su propio talento, traicionado por su propio destino, envuelto en su propia maldición. Empezó trabajando por muy poco dinero, luego se hizo conocido –casi famoso– y los músicos que estaban definiendo la época comenzaron a buscarlo y a confiar en su mirada, una especie de amplificador de la personalidad que los hacía verse como querían verse y como querían que otros los vieran: en un momento del documental se escucha a David Bowie diciendo que los ídolos como él son fantasmas, falsos profetas, dioses imaginarios, y que Rock había creado sus efigies. Después, radicado en Nueva York, donde vive hasta ahora, el fotógrafo se volvió el cronista oficial de la escena, hizo portadas para los Ramones y Talking Heads, para Blondie y Joan Jett. Y de pronto todo lo que le pasaba fue demasiado: demasiadas fiestas, demasiados amigos, demasiadas mujeres, demasiadas noches sin dormir, demasiado trabajo, demasiadas fotos, demasiada cocaína. Mick Rock iba tan rápido que sólo podía estrellarse.      

V

Nos vestíamos como ellos, con jeans rotos y botas y camisas-manga-larga de franela, aunque hiciera un calor mortal. Pero la verdad es que a nadie le salía. Éramos muy gordos o muy flacos o muy altos o muy bajos, y ninguno tenía el pelo largo porque en la casa no nos dejaban y en el colegio tampoco. Nada de eso importaba, queríamos parecernos a las fotos que teníamos pegadas en las paredes de nuestros cuartos y actuábamos como si alguien nos hubiera estado persiguiendo con una cámara. Teníamos una banda y tocábamos todo lo que nos gustaba aunque no le gustara a nadie más y nuestros pocos conciertos estuvieran siempre vacíos. Subíamos a los escenarios y tratábamos de movernos como ellos, de explotar, de estar vivos entre los cadáveres que nos cercaban y querían ahogarnos, y peleábamos contra el miedo que a veces nos paralizaba y nos dejaba tiesos como estatuas. Al final, acostados boca arriba, rodeados de esas fotos y de esa gente que nos devolvía la mirada, sabíamos que habíamos encontrado la verdad.    

VI

A principios de los 90’s, Mick Rock estaba consumido por sus vicios, su carrera se había extinguido por completo y lo único que hacía era intercambiar copias de sus fotos más famosas por los gramos de cocaína que pudiera conseguir. El gran fotógrafo del rock era sólo una leyenda y más tarde, en 1996, cuando tenía casi cincuenta años y seguía paseándose por el lado salvaje, sufrió una serie de ataques cardiacos que casi lo desintegran. Pensando en ese momento, y recordando el aliento de la muerte sobre su cara, Rock hace una declaración de principios que quizá sea lo mejor del documental: dice que podría haber evitado todo lo que le pasó, pero que entonces aquella no sería su vida. Nada más rockero que eso. Ahí está, si se quiere, el genio de Mick Rock, un hombre que se arriesgó a descubrir su historia y aguantó los giros que el destino le tenía reservados. No todos se atreven. No todos pueden. No todos lo hacen. Él lo hizo y supongo que por eso sus fotos transpiran un espíritu desenfrenado.  

Mick Rock volvió de la muerte y sigue trabajando, ahora con músicos como The Black Keys, Pharrell y Daft Punk, controlando con sus ojos los sonidos de otro siglo, y sus fotos son exhibidas en museos alrededor del mundo. Al final de SHOT!, este sabueso del rock dice que ellos, que querían ser rebeldes, terminaron convirtiéndose en la cultura oficial, y que quizá eso signifique que perdieron. Pero no: ganamos.

(El Comercio)