7.27.2009

Un tipo de aventura


Adventureland se hizo esperar y ahora que ha llegado el recibimiento ha sido más bien frío. Todos queríamos ver la nueva película de Greg Mottola porque, mal que mal, se trata del director de Superbad, lo que demuestra que el hombre sabe hacer lo que hace. Aunque, claro, Superbad es acaso más de los guionistas Seth Rogen y Evan Goldberg que del mismo Mottola, pero igual, el director siempre es el director.


A mí me gustó. Creo que tiene, por así decirlo, menos cine que Superbad, pero es justo dentro de esa sencillez donde está radicado su encanto. Es más indie, más humilde y más discreta. Creo que Jesse Eisenberg (The Squid and the Whale) se está convirtiendo en uno de los grandes actores de su generación pero, al mismo tiempo, está en peligro de ser ese actor que hace siempre el mismo papel. Dicho esto, me encantaría ver a Eisenberg en una peli de Woody Allen haciendo de Woody Allen (también, si se daña un poco, podría ser Paul Westerberg en una biopic sobre The Replacements, se le parece harto). Creo que la Kristen Stewart (que sí, viene de Twilight y eso le quita puntos) de Adventureland es simplemente irresistible, una especie de Wild Thing con corazón: tiene maldad pero no quiere hacerle mal a nadie y carga con el peso de sus propios errores. Creo que una película sobre misfits, aunque en este caso sean más cerrados-por-convicción que misfits, siempre valdrá la pena. Creo que Mottola ha hecho una película con moral ochentera que si bien pudo ir más lejos, avanzó bastante. Y, sobre todo creo, estoy seguro, de que Adventureland tiene un soundtrack digno de aplausos, homenaje y celebración.





Acá la columna que le dediqué en Montaje, el espacio que tengo los domingos en El Diario (de la República Independiente de Manabí).


ADVENTURELAND (o las cosas que nos pasan)

Había estado esperando “Adventureland” con hambre y algo de temor. Greg Mottola, director y guionista, es el mismo director de “Supercool”, la comedia que le devolvió el sentido al existencialismo en la edad del burro. Así que fui temprano, con tiempo, me senté al centro y esperé en la oscuridad. Esos segundos anteriores a la proyección son una mezcla de emoción y vértigo. De pronto, antes de que los créditos aparecieran, empezó a sonar “Bastards Of Young”, de The Replacements. Respiré tranquilo. Cualquier cosa que empiece con esa canción, no puede terminar mal.

“Adventureland” no es “Supercool” ni pretende serlo, es simplemente cool y con eso le alcanza. Estamos en 1987, un grupo de jóvenes obsesionados con Lou Reed y David Bowie (estos chicos tienen criterio) pasa el verano trabajando en un parque de diversiones que, por lo rústico, se parece demasiado a nuestro querido Play Land Park (quien niegue al PLP es un hereje capaz de negar a su propia madre). Aunque trabajan en un lugar lleno de distracciones, se mueren del aburrimiento y se atiborran de peligrosas salchichas. Los días son largos y la única esperanza son el trago y la hierba que se van a meter cuando acabe su turno. Algunos tenemos ese defecto: en vez de concentrarnos en lo que ocurre mientras está ocurriendo, pensamos en un futuro que no ha llegado y en cosas que tal vez jamás sucedan. Como suele pasar cuando varias personas se ven obligadas a compartir muchas horas juntas, entre el personal de Adventurland se empiezan a formar lazos y empiezan a pasar cosas que no estaban planeadas. La vida, para bien y para mal, está llena de capítulos que ni siquiera imaginábamos. En medio de una banda sonora realmente admirable (que incluye The Velvet Underground, The Cure y hasta Poison), pantalones Guess, cerquillos y chicle bomba, estos chicos empiezan a crecer y a darse cuenta que, si no se despiertan y se ponen pilas, van a bajar del carrusel con la piel arrugada sólo para darse cuenta de que han estado marchando en círculos.

Se supone que “Adventureland” es producto de una experiencia personal de su director. Tal vez por eso, por el respeto y el cariño que uno le tiene a sus datos biográficos, la película se mueve despacio y se preocupa más por decir su verdad que por montar un espectáculo. Los momentos importantes pueden pasar donde sea y cuando sea, sobre todo cuando no estamos mirando. “Adventureland” se siente como el chisme que te cuenta un pana cuando vuelves de las vacaciones: te lo cuenta como si nada, pero es todo.


7.23.2009

White Bird


Durante aquellos fabulosos noventas, una banda llamada Squirrel Nut Zipper se filtró entre los grupos alternativos que por entonces eran mayoría con una onda retro de verdad. No me refiero a sonar flower power ni setentero punk. No. SNZ es una cosa salida de una entretenida película de gangsters tipo 1930. Música llena de color venida de una época que se transmitió en blanco y negro. La banda no la pegó del todo pero sí la rompió momentáneamente con Hell, un single de esos imposibles de olvidar que todavía emocionan cuando, sin avisar, salen de alguna parte y uno dice yo he escuchado esto, ¿qué era?, ¡de ley, loco, esta huevada es increíble!


En rigor, SNZ se formó como un sexteto, pero a menudo la banda requería de manos extras aquí y allá para cristalizar sus propósitos. Uno de los usuales invitados a la mesa era Andrew Bird, violinista. Bird no aparece en los videos y, me da la impresión, tampoco los acompañaba mucho que digamos cuando tocaban en vivo. Todo indica que Bird tenía agenda propia. Lo que no me queda claro es si siempre quiso hacer su música o si, como les pasa a muchos, se las tuvo que fajar solo porque nadie lo quiso acolitar. Sea como sea, Bird tiene una carrera de solista que acabo de descubrir y me tiene gratamente sorprendido. Entiendo que sus primeros discos son casi instrumentales-experimentales y que no rodaron mucho. Se supone que Bird, que creía poderlo todo con el violín, tuvo que aprender a tocar guitarra para que sus canciones fuesen un chance más fáciles de seguir. Tal vez. Es una posibilidad. Esto no significa venderse sino adaptarse, ceder sin rendirse y tratar de entenderse con la gente que nos rodea.


Evidentemente, no estoy del todo listo para escribir sobre Andrew Bird. Apenas lo conozco y aunque por estos días lo escucho harto todavía no lo cacho bien bien. Pero nada, esto no es una ciencia exacta y como acá lo que importa es la música, vamos ahí. Puedo decir que su voz y su manera de cantar me recuerdan a Stephen Malkmus (vocalista-guitarrista de esa cosa inmensa llamada Pavement), que el dato del violín tiene momentos Django Reinhart y momentos Tom Waits y escalofriantes momentos banda sonora, que en vivo toca con un baterista-pianista que es un genio y casi nunca levanta la cabeza, que su modus operandi involucra grabarse a sí mismo en cada presentación y tocar sobre los tracks que va creando sobre la marcha (a lo Radiohead, más o menos), que usa muchos pedales pero casi no se nota y eso quiere decir que los usa bien, que silba como los dioses y debe ser por eso que se puso el apellido Bird (quizás es fan de Charlie Parker, o de Larry Bird, ¡ja!) que acaba de lanzar un disco llamado Noble Beast y es el noveno en su haber, que su público es el de los festivales y que sus videos son tan sencillos y creativos que dan envidia.

Eso. El resto queda de deber para la casa.






7.20.2009

La cancha


Mi abuelo materno murió cuando yo tenía quince años. Nos conocimos bien y nos quisimos mucho. El hombre era de esos que querían con todo, sin restricciones ni condiciones. En rigor, mi abuelo conoció bien y quiso mucho a sus tres nietos. Me dan ganas de escribir que fui su nieto favorito pero no sería ni justo ni correcto. En todo caso, estoy seguro de que ambos teníamos, entre muchísimos otros, un vínculo que compartíamos en plena exclusividad: el fútbol.


Como cualquier niño con dos dedos de frente y actitud emprendedora yo quería ser futbolista profesional. Quería jugar en el Club Sport Emelec (la sangre azul fue un regalo de mi madre) y luego en la selección y, obvio, ganar la copa del mundo. Mi abuelo fue futbolista durante sus años de universidad y eso para mí lo convertía en un héroe, o, más bien, en un superhéroe. Al lado de sus horas en la cancha, poco importaban las extremas dificultades que tuvo que sortear durante su desfinanciada infancia, su doctorado en leyes, sus honrosas incursiones en la vida política del Ecuador y hasta perdía brillo el mayor de sus logros: haber logrado que la chica más linda de Bahía de Caráquez, casi veinte años menor, lo aceptara como esposo. Solo el fútbol importaba porque lo otro como que no existía.


Mi abuelo era barcelonista. Veíamos los clásicos del astillero juntos y a menos que el partido terminara empatado, el uno podía restregar la victoria de su equipo en la cara del otro con la debida prepotencia. Cero drama. Cosa de caballeros. Había, eso sí, un equipo que nos unía a veces más que nuestro compromiso sanguíneo: Liga Deportiva Universitaria de Portoviejo, alias “La Capira” (capiro, para quienes no dominan el dialecto ancestral llamado ManabO, significa del campo, montubio, cholo). Todos los fines de semana que Liga jugaba en casa, ya fuesen partidos de la A o de la B, mi abuelo y yo íbamos sin falta al Estadio Reales Tamarindos y nos la jugábamos en las gradas los noventa minutos enteros. Corríamos toda la cancha con los ojos y nos parábamos y nos abrazábamos para festejar los goles. Eran momentos en los que se vivía más y mejor. Sin importar cuán bien jugara Liga mi abuelo siempre decía “todavía no tenemos cuadro.” Aunque yo no tenía el valor de contradecirlo verbalmente, pensaba que su pesimismo era exagerado y que La Capira llegaría pronto a la gloria. Cosa que, evidentemente, todavía no sucede.


Dejé de jugar y de preocuparme por el fútbol cuando se atravesaron frente a mí dos cosas, dos eventos, que me marcaron para siempre: la adolescencia y la batería. De pronto, ser futbolista me parecía algo menor y hasta pedestre. Los noventas estaban comenzando y era claro que había que dedicarse en cuerpo y alma al grunge. Abandoné poco a poco la cancha y si bien jamás abandonaré a mi abuelo ciertamente lo vi menos. Luego enfermó y el proceso, afortunadamente, fue rápido y digno. Mi abuelo bebió muy poco en sus ochenta y tres años de vida pero una complicación relacionada al hígado lo acabó. Así es el fútbol, supongo. Cuando se fue supe que no volvería al Reales Tamarindos en mucho tiempo y hasta llegué a pensar que no volvería jamás. Hasta la semana pasada.

El sábado 18 de julio de 2009 volví a la cancha. Era un día especial porque tú estabas conmigo. La Capira enfrentó al Barcelona y lo superó con un trabajado 2 a 0 que me llenó de emoción. El arquero de Barcelona, hay que mencionarlo, es un duro. Compré una camiseta verde y blanco en la calle y la vestí orgulloso. Recordé mi infancia y mi transición existencial al Teen Spirit. Recordé, claro, a mi abuelo, que dicho sea de paso fue parte del primer directorio de Liga de Portoviejo (1969) y la persona más maravillosa que la faz de la tierra haya tenido el placer de sostener. Los primeros pasos fueron difíciles y creo que sentí escalofríos y quizá temblé un poco, no me consta. Entré al estadio, subí las gradas y de pronto la cancha estaba ahí, en plano general, en visión panorámica, inmensa y cubierta por la intriga. Y lo supe. Supe que había vuelto y que tal vez nunca me había ido. La gente clave, y algunas sensaciones, no desaparecen, van contigo.


7.18.2009

Más pesado que el cielo


Del libro Heavier Than Heaven, A Biography of Kurt Cobain, de Charles R. Cross. Un gran trabajo.

The band still had a long way to go. The day after Lamefest, the group stepped in as a last-minute replacement for Cat Butt for a gig in Portland. Along for the ride was eighteen-year-old Rob Kader, a fan who was at every one of their shows, and Kader let the band in joyously singing the theme song from “The Brady Bunch” on the van ride down. But when they arrived at the gig, only twelve people had purchased tickets, all of them Cat Butt fans. Kurt made a last-minute decision to forgo a set list and announced to Kader: “We’re just going to ask you what you want to hear, and then we’ll play that.” As each tune wound down, Kurt would walk to the edge of the stage and point at Kader, who would shout out the next number. Other than Kader –who was in his glory- the rest of the audience gave the band a cold response, except on one KISS song, “Do You Love Me?,” which Nirvana had recently recorded for a covers album, and which Kader wisely requested.

7.13.2009

Niñovideosaurio


He compartido escenario con Niñosaurios varias veces y en varias ciudades. Lo volvería a hacer encantado, las veces que sea necesario y hasta más. Es lo mismo un placer y una oportunidad de aprender. Nunca he salido decepcionado y, muy al contrario, creo que cada vez que tocan lo hacen mejor, como si las horas de vuelo acumuladas durante estos años se hubieran unido para formar un zepelín que se alimenta de música y, justo por eso, vuela alto y sin parar.


Al principio, debo confesarlo, la banda de Gkill me parecía sospechosa. Más acordes que rock. Más pretensión creativa que realidad creada. Más precisión de relojero que onda. Era el principio y al principio uno nunca sabe pero se lanza igual porque si no para qué. Los Niñosaurios, pensaba, están demasiado preocupados por no equivocarse, tanto, que a ratos se olvidan de tocar y se dedican exclusivamente a interpretarse a sí mismos. Mucha madurez puesta en marcha. Mucha adultez, poco adulterio. Seguramente estaba equivocado entonces. Pero ahora las cosas han cambiado. El que no cambia muere, dicen.


De un tiempo a esta parte, Niñosaurios no sólo le ha subido el volumen a sus intenciones sino que ha ganado cancha, cuerpo. Se nota que se conocen (que no es lo mismo a saberse de memoria) y que pueden perder el control y regresar a buen puerto en cada show. Se los escucha más seguros y en confianza, sin nada que temer y todo por ganar. Esto no es cuestión de tocar más duro que el resto y pensar menos, con la intención de que el ruido tape los baches (aunque nos gustaría, no todos podemos ser Hendrix o The Who y, además, eso de subirle a toda madre no siempre juega a favor). Todo lo contrario: toca pensar más duro. Víctor Andrade (guitarra, teclados y voz), Ricardo Pita (bajo y voz) y Aldo Macchiavello (batería, de hecho, el baterista más ocupado de Gkill) han logrado que su sistema funcione y, aún más importante, haga funcionar lo que los rodea.


Hoy es un día especial. Tengo el honor de presentar el primer video de Niñosaurios y me siento honrado. No es una presentación oficial ni mucho menos. El video ya ha sido exhibido y lo que estoy haciendo no es más que divulgar la imagen. Pero sea como sea, se siente bien, muy bien. La canción se llama Tonto pero de tonta no tiene ni un pelo ni una nota. Mucho oído a la fórmula aplicada: guitarra y batería más bien tranqui, mientras que el bajo no deja de moverse y, de a poco, se van sumando arreglos discretos formando el carácter del tema en cuestión. Niñosaurios siempre tiene algo de grunge (harto Stone Temple Pilots) y algo de rock argentino de corte intelectual (pilas con la construcción de las melodías y las variaciones que no son pocas). La letra dice A todos nos gusta pensar que nos quieren… Sé que he sido un tonto, te diré. Me gustan la honestidad y la ironía aplicadas en dosis similares. El tema podría sonar llorón y nada que ver. Pero ni si quiera suena a disculpa. Suena a verdad, a reconocer las cosas como son y a no tenerle miedo a las costuras que se nos ven cuando levantamos los brazos.

Ojalá pueda ver a Niñosaurios pronto. En su natal y explosiva Gkill o en donde sea. Quiero saber en qué andan, cómo suenan sus temas nuevos, qué cosas han descubierto y cómo las están poniendo en práctica. Una banda que te deja con ganas de más es siempre una banda que triunfa por sobre la bulla pasajera. Damas y caballeros, niños y niñas, saurios y pescados, con ustedes Tonto, de Niñosaurios. Enjoy.

7.09.2009

El poder del silencio


Al principio hay una habitación que parece vacía. Los créditos aparecen y desaparecen en ciertos rincones de un cuarto frío, austero y gris. De pronto, una nube de humo se levanta a la derecha del cuadro y nos damos cuenta de que hay una cama y de que ese elemento indefinido es un hombre que fuma. Hay una habitación que parece vacía pero no lo está. De hecho, hay una película que parece vacía pero ni lo es ni lo está.


Jean-Pierre Melville, pieza clave de la Nueva Ola francesa, hizo El Samurái pensando en varias cosas que marcaron su vida, el tipo de cosas que te ayudan a construirte. Pensó en el cine de Hollywood (fue uno de esos directores que, básicamente, se educaron viendo una cantidad absurda de películas por día), en las películas de gánsteres y en que un hombre duro, por más duro que sea, debe mostrar alguna costura y admitir la fragilidad que les permita a otros hombres identificarse con él. Pensó, claro, en que un asesino a sueldo es, sobre todas las cosas, un hombre solitario que ha decidido vivir para adentro, mostrando nada o casi nada, un hombre que, más bien, ha decidido existir sólo cuando sea absolutamente necesario. Pensó en el tiempo que le tocó vivir, en el jazz como lo más cool del mundo y en París como un escenario sin fin que se presta para todo y no para cualquier cosa.


A simple vista, El Samurái (1967) es una película sobre un tipo con buena puntería que se gana la vida apretando el gatillo justo a tiempo. A simple vista todo es simple. Pero entre el hombre común y el asesino a sueldo hay un lazo sólido, casi una relación de amigos que no se hablan o parientes lejanos que no se ven. De alguna forma, los “criminales” nos representan porque son capaces de ejecutar con frialdad actos que no son remotos, imposibles. Eso los transforma en seres cercanos y, en el mejor de los casos, queridos. Mucho más cuando tienen la parada y la actitud de Alain Delon (cuyo papel en esta cinta lo ayudó a salirse del rol de chico guapo), que camina siempre con ambas manos en los bolsillos, el cuello del gabán levantado y el ala del sombrero cubriéndole los ojos (tal cual Pedro Navaja, ahora que lo pienso). Un hombre sin rostro, más o menos. El Samurái va por las calles de París como un gato, sin que se escuchen sus pisadas. No pronuncia palabra a menos que sea cuestión de vida o muerte y aún así se nota que le cuesta comunicarse verbalmente. Antes de llegar donde tiene que ir, visita a una mujer y arma cuidadosamente su coartada. Luego cumple con el encargo por el cual le han pagado, pero deja un rastro más o menos visible y entonces empieza una persecución que dura lo que dura la película.



En El Samurái hay casi demasiado cine, como si Melville hubiese querido demostrar que un montaje totalmente artificial y fantástico puede moverte y sacudirte de la misma forma que lo haría, por ejemplo, una enfermedad terminal depositada en el cuerpo de un familiar. Jef Costello (Delon) es casi un dibujo puesto en movimiento, parco y tieso, casi un robot venido del futuro. Pero tiene algo que nos deja verlo porque Costello tiene mirada, opinión, postura, y no por ser lo que es va a dejar que jueguen con sus principios ni que lo manipulen una torre de billetes. Costello sabe que no podrá seguir así para siempre. Lo sabe bien. Por eso busca una redención noble y fina, que sin cambiarlo de bando le permita irse tranquilo.



7.06.2009

Todo para todos


Semanas atrás me invitaron a la Universidad Católica (en UIO) para hablar de blogs. La gran pregunta, a menos que haya entendido mal, fue: ¿Son los blogs medios de comunicación? Yo creo que sí. ¿Es una noticia menos noticia por aparecer en un blog antes que en un canal de televisión o en periódico? ¿Necesita un suceso el aval de un medio “convencional” para convertirse en noticia? No. Ya no. Para nada.

Si bien es cierto que los rumores se van confirmando de a poco (la muerte de Michael Jackson fue el ejemplo perfecto) y que en este momento que nos tocó vivir hay que chequear todo dos veces, se puede confiar en los blogs o, por lo menos, en ciertos blogs. Claro que todo el mundo tiene un blog (de eso se trata) y que algunos (¿la mayoría?) no pasan de meras bitácoras personales sin oficio ni beneficio (¿necesitan ser más que eso?). Claro, por supuesto. Pero también están las relaciones de blog que uno va entablando con la gente que no quiere informar sino compartir. Informar y compartir no es lo mismo, pero de alguna manera conlleva las mismas responsabilidades. La información, para el tema que hoy nos ocupa, está ligada a círculos oficiales. La información no son chismes, son hechos, y deben decirse claramente y con precisión, evitando las posibles malas interpretaciones y el amarillismo. Ahora bien, cuando de compartir se trata, y me refiero a compartir datos, historias y demás, uno debe ser tan profesional como cualquier periodista que se respete.



Si veo una noticia en la tele espero la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Así mismo, cuando entro a un blog y descubro, por ejemplo, una buena banda, espero que el blogger no me esté viendo las huevas. Espero que los datos biográficos sean acertados, que las recomendaciones valgan la pena y que las canciones se acerquen en algo a las descripciones del redactor. Esto pasa mucho y se debe, creo, a que el trabajo de un blogger viene de eso que llaman “la república del cariño” y que en ese lugar, aunque a veces se nos va la mano con halagos, no existen las mentiras.

Puede que los blogs no sean medios de comunicación, pero de que comunican, comunican un montón. Los blogs transmiten, enlazan, conectan. Alguien dijo que no se puede vivir de los blogs (lo mismo dicen del amor, ¿no?) y que por eso jamás podrán ser ni rentables ni cien por ciento fiables. Lo dudo seriamente. A mí me parece que la cosa es al revés, que justo porque en la mayoría de casos hablamos de empresas sin fines de lucro, los blogs son al final del día las únicas fuentes de información independiente y desinteresada.



Yo no vivo del blog, pero hace un buen rato que decidí intentar vivir de lo que escribo y, salvo contadas excepciones casi siempre ligadas al arte, no puedo permitirme el lujo de escribir gratis. Por este blog no me pagan una fortuna ni mucho menos, pero me pagan. ¿Soy un vendido? Espero que no. Cuando llegó mi turno de hablar, dije que para mí lo más importante es apostarle a la hermandad cósmica, a esa gente que es tu gente pero que no sabes dónde está ni cómo se ve. Sin embargo sabes algo y lo sabes bien: sabes cómo se siente esa gente, qué la mueve, qué la deja fría. Sabes que eres uno de ellos y que no puedes estafarlos.

Prefiero los blogs que hablan de gustos personales a los que comentan, una y otra vez buscando el análisis definitivo, hechos sociales o de actualidad. Prefiero los primeros porque cuando se habla de lo que se quiere se busca que otros lo quieran también. Los blogs hacen eso, dan la mano y ayudan a subir.