11.21.2011

El Inquilino en UIO


Este jueves 24 de noviembre, a las 18h30 en Mr. Books de Mall El Jardín, se presenta la novela El Inquilino del colombiano Guido Tamayo. El poeta Antonio Correa y yo tendremos el placer de hablar con Guido sobre su personaje, un colombiano radicado en Barcelona que se va muriendo de varios males, pero sobre todo de uno: no lograr convertirse en un escritor Latinoamericano que triunfa en Europa.

Quedan tod@s cordialmente invitados.

"...La escritura de Guido Tamayo proyectada sobre una Barcelona sombría de la que doy plena fe. La historia de una educación sentimental en su fase terminal. La verdad sobre los exilios literarios en la Barcelona que exageró su luz. La generación que pasó de pensar en la guerrilla a soñar en la gloria de ser escritor en Europa... El mundo de los mitómanos profesionales, charlatanes con hambre. La sensación de abandono, soledad y libertad que se siente en una ciudad que no te quiere, que no piensa quererte nunca. Un libro sobre un cierto y no tan lejano malentendido. Aquella Barcelona de la que oísteis hablar y que en realidad - Tamayo os lo dice- nunca existió."

Enrique Vila-Matas.

Acá pueden ver al propio Guido hablando sobre su novela.

11.17.2011

Celda 211


Un joven funcionario llamado Juan Oliver (Alberto Ammann) queda atrapado en una revuelta carcelaria; para salvar su vida, decide hacerse pasar por uno de los presos. El líder del motín, a quien sólo conocemos como Malamadre (Luis Tosar), es tosco pero nada tondo, enseguida se da cuenta de que el nuevo interno es más educado que el promedio y, a pesar del riesgo implícito en un desconocido o quizás por esa misma razón, lo convierte en su mano derecha.

Celda 211 está basada en la novela escrita por el periodista Francisco Pérez Gandul, y si bien nunca se especifica que el libro haya sido inspirado en eventos reales, queda claro que el tema de su autor es la España contemporánea. Los presos no exigen que los dejen escapar como si nada o que reduzcan sus sentencias, la mayoría carga con cadena perpetua y todo lo que quieren es un trato más humanitario dentro de la prisión en la que, de cualquier manera, van a morir tarde o temprano. Para negociar sus demandas, Malamadre y compañía amenazan con asesinar a tres internos que pertenecen al grupo terrorista ETA. Consientes del posible desastre que esto podría ocasionar, las autoridades intentan dialogar con los prisioneros revelados, pero las cosas se salen de control muy pronto y la situación se vuelve extrema. Mientras tanto, en su calidad de infiltrado, Juan Oliver trata de jugar para ambos lados, piensa en su esposa embarazada, en su futuro hijo, y se queda del lado de la razón hasta que las circunstancias lo empujan y se lo traga el caos. Pero esta película no se sostiene por su tema social –de hecho se permite lugares comunes, ¿hacía falta el embarazo?– sino por la relación entre Oliver y Malamadre, el primero con todo por delante y el segundo ya sin nada que perder. El trabajo de Alberto Ammann es notable, fuerte cuando tiene que serlo y jugado hasta el delirio cuando su moral se derrumba. Y Luis Tosar es mejor aún, desde la transformación física que lo hice musculoso y una aparente parsimonia mental, enfrenta las limitaciones intelectuales de Malamadre con instinto de supervivencia, con encanto callejero, y aunque va muy en serio se permite el humor, la solidaridad con sus “colegas” y la responsabilidad del poder, “de mi no se ríe ni Dios”, dice Malamadre.

Celda 211 ganó ocho premios Goya (el Oscar español) en 2010, al año siguiente de su estreno, incluyendo mejor película, mejor director, mejor actor (Tosar) y mejor actor revelación (Ammann). Con tanto mérito es curioso que haya tardado más de dos años en llegar al Ecuador, pero mejor tarde que nunca.

(El Diario, 13/11/11)


11.14.2011

Luces que se prenden y se apagan

Como todas las novelas que hablan sobre la muerte, La luz difícil del colombiano Tomás González habla en realidad sobre la vida, sobre cómo la vida sólo sirve para una cosa o sólo debería servir para una cosa: ver la belleza del mundo.

David, el personaje principal, es un pintor entrado en años que puede intuir sin rodeos y sin temores la cercanía del final. Ha dejado de tensar los óleos porque está ciego y pasa los días escribiendo sus memorias en letra gigante y redonda, la única que puede leer. Parte con el recuerdo de su hijo Jacobo, quien sufrió un accidente y, tras años de insoportables dolores, eligió tomar el camino de la eutanasia. La familia estuvo a su lado siempre, nadie lo cuestionó y apenas llegaron a decirle que en su decisión había espacio para el arrepentimiento. Jacobo murió, pero esta, aunque no parezca, no es la historia de los que se van sino de los que encuentran razones para quedarse.

David se quedó por Sara, su mujer, porque “encontraba consuelo en su belleza” y porque siendo una Sara fue todas las mujeres de su vida. Se quedó por sus hijos, que son versiones de él y sean quizás lo más cercano a la sobreestimada eternidad. Se quedó por Ángela, la señora que cuida de él en sus años frágiles y lo educa con su sabiduría rural. Se quedó para ver y pintar las formas de la espuma en el agua, para ver y pintar la presencia de los árboles en los parques, para ver y pintar las huellas de cangrejos y caracoles en las playas. David se quedó porque pudo descifrar la razón de sus movimientos, el destino de sus afectos y el peso de su gato Cristóbal al acostarse sobre sus piernas, “pesado como una paca de algodón”. Todo eso le pareció más que suficiente.

La luz difícil es corta, intensa, y en su brevedad se permite el atrevimiento de volver a decir lo que, a estas alturas, suena gastado, ingenuo, turro: lo único que vale la pena es pasar la mayor parte del tiempo con la gente que uno quiere y, con suerte, dedicar el resto a ejercer el oficio de la pasión por lo que uno hace. Y da rabia que siendo tan simple la solución sea tan complicado librarnos del problema.

(El Comercio, 13/11/11)