Dicen
que las cosas que a uno le gustan –libros, películas, discos– terminan siendo
material de autoayuda. Quizás. Sí, de ley. Esas cosas te dan ganas de hacer
otras cosas. Otros libros, otras películas, otros discos. Te dan ganas de crear,
ganas de creer cuando todo lo demás, lo que te rodea y a ratos te corta la
respiración, falla. Eso, creer, volver a creer, fue lo que me pasó viendo el
documental Jiro Dreams of Sushi.
Jiro
Ono pasa de los ochenta y cinco años y es el mejor chef de sushi del mundo. Su
restaurante, Sukiyabashi Jiro, poco más
que una barra elegante en la que caben apenas diez comensales, estratégicamente
ubicado en el sótano de un edificio de oficinas, junto a una estación del metro
de Tokyo, ha recibido tres estrellas Michelin: lo que equivale a, digamos,
ganar tres oscares por la misma película. Su secreto, “hacer lo mismo todos los
días”.
El
joven director neoyorquino David Gelb, que se estrena en formato largometraje con
esta cinta, se puso la cámara al hombro y captó lo mejor de la cultura asiática,
el respeto, la distancia a la que tiene derecho el otro, el peso del silencio,
la sentencia de una mirada transversal, el humor casi involuntario y el honor de
los siglos. Cuando Gelb muestra el arroz en manos de Jiro, cuando lo mira como
otros miran cordilleras, la preparación de sushi parece lo que debería parecer
siempre: un acto sagrado.
Y
no es sólo que, según el crítico gastronómico más exigente del Japón, “cuando Jiro
ya no pueda cocinar, cuando pase lo inevitable, tal vez el sushi nunca vuelva a
alcanzar este nivel”, ni que Yoshikazu, su hijo mayor, tenga la responsabilidad
y la maldición de sucederlo y la película sea, también, la historia de un chico
cincuentón que no podrá ser hombre hasta que muera su padre. Lo que cuenta, lo
que parece mentira, es que un hombre tenga la fortuna o la condena de un solo
oficio.
Hacer
lo mismo todos los días. Sin mirar atrás ni a los lados. Mirando hacia delante.
Sin misterios. Sin esperar pero con esperanza. Sin pensar que podrías tener
otra vida, en otro lugar, con otra gente. Eso es lo fácil. Eso es lo difícil.
Eso es. Hacer. Hacer. Hacer. El arte de la repetición. Repetir hasta que se
convierta en arte. Jiro es un artista.
(El Comercio, 03/06/12)