Estoy muy feliz por Tony Stark. Al final, el hombre lo logró: se liberó. El playboy multimillonario que tenía problemas para concebir el sueño ahora duerme como un bebé, fuera de su armadura y en brazos de su hermosa esposa. El héroe que solía excederse con la bebida y con las mujeres ahora se controla en todos los sentidos y manda regalos a niños pobres. Muy noble. Sobre todo estoy feliz por mí, porque ya no tendré más falsas expectativas ni más decepciones. Aunque no me lo crea y me cueste decirlo, estoy feliz porque ya no tendré que ver otra película de Iron Man.
Al principio Tony Stark era
un duro, no sólo volvió de la muerte convertido en un hombre de acero sino que,
con armadura o sin ella, cumplió con estilo y con arrogancia todas las
ambiciones masculinas; es más, ahora que lo pienso, ¿por qué no sacaron un
perfume?, ¿existe un eau de toilette pour
homme marca Stark?, funcionaría mil veces mejor que el desodorante AXE,
¿no? Luego, en la segunda parte, menos espectacular aún con la presencia de
Mickey Rourke, Stark cobró algo de valor humano, tuvo una crisis existencial
macerada en alcohol, cometió errores y aunque la trama palideció el personaje agarró
color. Es decir que íbamos bien o más o menos bien hasta que apareció The Avengers, una cinta que por lo menos
a mí me divirtió mucho pero de la que Iron Man, al parecer, no ha podido
recuperarse.
En esta tercera parte, el
nombre clave de The Avengers es Nueva
York. Cada vez que alguien menciona el nombre de la Gran Manzana, Tony Stark
sufre una crisis de ansiedad que le corta el oxígeno y lo paraliza: esto me
recuerda a las cientos de películas protagonizadas por boinas verdes que volvían
de Vietnam profundamente perturbados. ¿Qué le pasa?, francamente no lo
entiendo, hasta donde recuerdo, él la pasó bien y se burló harto –algo que siempre le
agradeceré– del Capitán América. El asunto es que sus enemigos no tenían
que haberse esforzado tanto inventando primero un alternador de ADN y segundo una
versión más estética de bin Laden (eso sí, Beng Kingsley está genial aunque su
personaje se desinfle), bastaba con que encerraran a Star en un cuarto y le
dijeran “Nueva York, Nueva York, Nueva York” hasta que al pobre se le
recalentara el radiador que tenían en el pecho.
El caso es que Iron Man ha
llegado a su fin convertido en una broma, sobre todo cuando pretende defenderse
sin tecnología y es una mezcla de MacGyver y Mi Pobre Angelito, disparando chistes cuando lo que queríamos era
que dispare proyectiles (hace años que no tenía tantas ganas de que el bueno
acabe con todos los malos). Queda claro que la intención era alejarlo de su
armadura, pero ya que eso tenía que
pasar nos hubieran dado, cuando menos, tres o cuatro buenas secuencias de
acción antes de destruir los trajes en los que Tony Stark invirtió tantas horas
de productivo insomnio: los fuegos artificiales no son recompensa suficiente. Y
quizás lo peor sea que, después de todo, ya lo verán, volver a la “normalidad” jamás
fue tan difícil para el buen Tony, bastaba con una cirugía, pero claro, tenían
que pasar tres películas antes de eso.
(El Diario)