It’s all in the game.
– The Wire –
B.
Me dices que vas a dejar de cuestionar al
gobierno en Twitter porque estás cansado de la mala onda, de las amenazas, que
ya no quieres esa energía sobre tus hombros. Unos tragos después, me dices que no
quieres que tus hijos lean como el presidente te dice “tonto” y te acusa de “mentiroso”.
Varios tragos más adelante, me dices que estás cabreado: que se vayan todos a
la mierda, más claro. Y me dices, también, que la decisión está tomada, que no
habrá más tweets, que lo que sigue es
el silencio, tú silencio.
¿Sabes lo que va a pasar? Esta gente te
va a poner como ejemplo. Van a decir, “¿se dieron cuenta?, B. se quedó
calladito, no jodió más”, y van a creer que perseguir públicamente a los
ciudadanos es, de hecho, un método efectivo de represión y control. Van a creer
que ganaron, que te ganaron, que nos
ganaron. Van a buscar a otros como tú y les van a aplicar la misma ley porque si
funcionó contigo, que eras tan “bravito”, seguro funciona con los demás. Los
otros, nosotros, somos aparentemente
el enemigo, la amenaza, el elemento desestabilizador.
Te digo que, siendo francos, a Correa le
han dicho cosas mucho peores que “tonto” o “mentiroso” y se las han dicho todos
los días y a todas horas y en todas partes; claro que tú no puedes encarcelar o
amenazar a alguien por eso y él sí, pero estas son cosas que sus hijos también
han tenido y tendrán que leer, cosas que ningún hijo debería leer sobre su
padre. Te pregunto si en Twitter tienes la opción de enviar mensajes privados,
me respondes que sí, y entonces te pregunto por qué no le enviaste mensajes
privados al presidente si lo que querías en verdad era ayudarlo. Me dices que
te sentías traicionado por haberlo apoyado tanto en un principio.
Lo siento, pero caíste en la trampa. De
Correa puede esperarse cualquier cosa, eso ya lo sabemos, y aunque me parece un
tipo bastante torpe a la hora de defenderse en público (tengo la sensación de
que sus argumentos, sábado a sábado, marchan en fila muy lenta y ruidosamente
hacia la demencia), es muy agresivo y tiene un ejército asalariado a cuestas,
era obvio que no iba a guardar silencio ante tus reclamos ni, mucho menos,
aceptar que quizás podría hacer una o dos o un millón de cosas de manera
distinta. Si lo cuestionaste abiertamente, delante de todo el mundo, el hombre
tiene derecho a responder. Eso fue lo que hizo. Y ese es el juego.
Hay cosas en las que estoy de acuerdo con
los incorruptibles fanáticos que ahora te atacan acusándote de haber cambiado
de bando (recuerdo cuando te referías a Correa como “El número uno”). Correa ha
hecho obra, su trabajo en educación y salud y desarrollo vial es incuestionable,
meritorio, y ojalá el trabajo –no el proyecto, no la mafia– siga adelante en el
siguiente gobierno, con el siguiente mandatario, en un país que reconozca y
cuestione. Pero, ¿no es precisamente ese el trabajo de un presidente?,
¿trabajar?, ¿por qué tenemos que adorarlo como si fuera una fuente inagotable
de milagros?, ¿por qué hay que compararlo siempre con sus ineptos antecesores?,
¿por qué no podemos pensar en alguien mejor?, ¿por qué tenemos que mirar hacia
otro lado cuando el gobierno falla?
Me han dicho, hasta el cansancio, que
este gobierno le devolvió la dignidad al país. Yo creo que lo que hicimos fue
intercambiar dignidad por infraestructura. No me parece digno, por ejemplo, que
cualquier pensamiento contrario al establecido sea de inmediato identificado
como tumor golpista. No me parece digno, por ejemplo, que vivamos en un país
donde sea “normal” que un disidente tenga que acostumbrarse a abrir una nueva cuenta
en redes sociales cada vez que es misteriosamente bloqueado por una fuerza incontenible
y no identificada. No me parece digno, por ejemplo, que un empleado público
esté en la obligación de salir a marchar y apoyar al Estado de la boca para
afuera si quiere conservar su puesto de trabajo. Piensa en eso, mucha gente no
defiende una ideología sino un salario. Mucha gente defiende el revolucionario
y militante viaje a Disney con sus hijos que antes no podía permitirse. Comprensible,
¿no?
Y no me parece digno que tengas que
callar por miedo al peso de la infraestructura. Las escuelas, los hospitales y
las carreteras son eso: escuelas, hospitales y carreteras. No son lápidas.
En El
Padrino II hay una escena en la que Michael Corleone pasea por La Habana.
De pronto, el auto en el que viaja tiene que detenerse: en la calle hay un
enfrentamiento entre los militares de Batista y los revolucionarios. Tras unos
segundos de silenciosa observación, Michael Corleone le dice a sus
acompañantes: ellos van a ganar. Se refiere, por supuesto, a los revolucionarios.
Cuando le preguntan por qué, él responde lo siguiente: porque nadie les está
pagando. A ti nadie te paga por decir lo que dices, así que tienes la ventaja.
Yo también voté por Correa la primera vez
(estaba, y sigo, asqueado de todos los demás). Ahora, con la vuelta de los
años, puedo citar casi textualmente a Michael Corleone en la misma película: sé
que fuiste tú… rompiste mi corazón.
Pero ya lo dijo Bob Dylan: antes era más
viejo, ahora soy mucho más joven.