3.10.2015

El alma no es otra cosa que información


A la vuelta de seis años y tres películas, el director y guionista sudafricano Neill Blomkamp (1979) se está convirtiendo en un cada vez más interesante y divertido y dispuesto al ridículo referente de la nouvelle vague del cine de ciencia ficción.

Su primera cinta, Distrito 9 (2009), apadrinada por el vitalicio señor de los anillos Peter Jackson, nos tomó por sorpresa, nos mostró Johannesburgo como una locación en la que podría pasar cualquier cosa y dejó claro que estábamos lidiando con un cineasta con mundo privado y voz propia: un tanto ligero en los diálogos y acaso promiscuo con el uso de artillería pesada, quizás, pero, sin duda, un tipo con convicción y mirada. Elysium (2013), su segunda película y el resultado de su –ojalá breve– paso por Hollywood, fue acartonada y tal vez hasta fallida; era evidente que Blomkamp estaba tratando de complacer a mucha gente al mismo tiempo, que se trepó a una moda (la de cómo será la vida cuando la tierra se haya convertido en un gueto salvaje) de la que no es exactamente parte y, sobre todo, que no estaba listo para manipular las reglas del juego en las grandes ligas: los riesgos de filmar con plata ajena. Pero ahora, de vuelta en su tierra y como amo de sus dominios, se lanza con Chappie y logra algo no menor: una cinta de acción con contenido emocional y vanguardia tecnológica, una película dramática, chistosa y tierna, acaso sobregirada, pero en este caso los excesos funcionan mejor que la austeridad.

Digamos que Chappie es la adolescencia nunca vista de E.T. y su enfrentamiento con el mundo real. Fuera de la comodidad estéril de los suburbios californianos, este personaje, un robot que piensa, razona y es capaz de expresar y atravesar sentimientos, es expuesto al peligro inmediato de las calles de Johannesburgo y se ve obligado a saltarse la infancia y entrar de lleno a la adolescencia, esa edad en la que todos somos discos duros pero más o menos vacíos y en la que nuestra inteligencia es, literalmente, artificial. Chappie madura o se ve obligado a crecer a la fuerza entre una banda de delincuentes (que, en la vida real, es una banda de rap-rave, también sudafricana, llamada Die Antwood) y, aquí otro acierto de Blomkamp, lo hace con humor y violencia en partes iguales, sin saltarse la manipulación de los adultos ni la bendita, justa y necesaria teenage angst. Como E.T., Chappie genera empatía instantánea, es más, quizás hasta se le vaya la mano. Me explico: cuando pretende demostrar la humanidad escondida en criaturas que no son seres humanos, Blomkamp se parece al peor Spielberg, ese director empalagoso que quiere conquistar al público a cualquier precio, incluso si eso involucra quitarle páginas de dignidad a sus casi-siempre-eficientes guiones; pero, por otro lado, cuando quiere divertirse y exprimir y explotar no sin sarcasmo un género que obviamente adora (la ciencia ficción recubierta de pólvora que, dicho sea de paso, tiene ya como regla no escrita la cábala de castear a Sigourney Weaver y la misión más que asumida de redimirla y darle, en cada papel, lo que Hollywood le quitó con su larga indiferencia), Chappie es una película que puede compararse al John Carpenter más pandillero y gamín, ese genio del cine B cuyo legado incluye, entre muchas otras, joyas del calibre de Escape de Nueva York. Chappie, cuando quiere, logra ser dañada y malosa: todo bien.

Además, el guión incluye una nunca-mejor-dicho vuelta de tuerca que quizás no sea del todo original pero que aquí, en este caso y tal vez por un hecho de mera coyuntura cronológica, resulta más cercana que nunca: la posibilidad de transformar la conciencia de un ser humano en información, en datos, en data, y así poder traspasarla a otro cuerpo en caso de que la envoltura de carne que nos recubre se vea, como pasa varias veces en Chappie, agrietada por una ráfaga de balazos. En la realidad de Chappie, el alma no es otra cosa que información. Queda comprobado, entonces, que el alma no pesa 21 Gramos sino la cantidad de teras que tengas disponibles.        

Y, para terminar, una advertencia. Para disfrutar Chappie en su totalidad hay que permitirse más de una licencia: dejar a un lado los reclamos de la lógica, la necesidad de una coherencia sostenida, perdonar los acaramelados excesos del afecto y bajar la cabeza para evitar ser el blanco de alguna bala perdida. Luego, asumiendo que la cinta tiene sus propias reglas y que Johannesburgo es y ojalá siga siendo la nueva Los Ángeles, sólo hay una cosa que hacer: gozar. 

(El Diario)


1 comentario:

Paul dijo...

No se hace cuanto no visitaba este blog que tanto disfruto. Es maravilloso como funciona el cerebro y las conexiones que hace, pues en el iPod empezó a sonar Missing Cleveland de Scott Weiland y recordé esa reseña de Happy in Galoshes que escribiste y que fue de las primeras que lei aquí.

Este blog es un lugar familiar que me hace sentir muy a gusto. Leerte es como conversar con un viejo amigo con el que tienes muchas cosas en común y que no hace falta cercanía para siempre disfrutar los encuentros.

Fue bueno volver y espero pasarme por aquí más a menudo.

Y Chappie, Chappie me mató, me dejé llevar sin cuidado, y salí con el corazón y los ojos hinchados del cine. De esas películas que atesoraré siempre