Así que por fin te asustaste. Ya era hora,
maricón. ¿Qué pasó?, ¿nunca habías vomitado sangre? Creíste que te ibas a
morir, ¿no? Todos nos vamos a morir, broder. ¿Cómo sabes que no estás muerto? Pero
ya, hablando la plena, nunca te había visto temblar así, llorar así, nunca te
había visto tan pálido. Uno cree que lo peor ya pasó y después pum, tu cuerpo se dobla y apenas
alcanzas a arrastrarte hasta el filo de la cama para seguir vomitando. Pum. Y caes otra vez desmayado sobre las
sábanas sucias, apestosas, puercas. Y agarra tu huevada.
Los fantasmas son unos espíritus cobardes que aparecen cuando no tengo fuerzas para combatirlos. Es como si me estuvieran esperando o estuvieran esperando a que me derrumbe. Maricones. Nunca se me paran cuando estoy bien, contento, feliz. Esperan en silencio. Me ven hablar con gente,
conocer gente, enamorarme de gente. Me ven llenarme de energía, de esperanzas,
de luz. Llenarme con el alma y el amor de los otros. Los fantasmas me miran y
guardan silencio porque saben que pronto voy a caer, que esto no va a durar para
siempre: esto nunca dura mucho, pero a veces parece que fuera suficiente y a
veces hasta creo que me voy a salvar.
¿Te das cuenta de lo que acaba de pasar?,
¿escuchaste lo que acabas de decir? Te lo voy a repetir para que no lo olvides:
te levantaste de la cama, te miraste en el espejo y fuiste al baño. El agua
caliente te cayó encima y tú sentiste que te tumbaba, que te jalaba para abajo,
que te aplastaba. Te quedaste un rato arrodillado dentro de la tina, un buen
rato: arrodillado, sometido, derrotado. Te lavaste bien la cabeza y te
restregaste todo el cuerpo con jabón. Después te guardaste en una toalla,
miraste tu reflejo en el espejo y dijiste: para que encuentren un cuerpo
limpio. Patético.
Los fantasmas llegan siempre en grupo y
son una manada miserable. No los veo. Nunca los he visto. No los puedo ver. Sólo
los escucho. Escucho sus voces que son como miles de rumores de los que se van
desprendiendo unas frases malditas que se meten en mis oídos como gusanos y
trepan y me comen el cerebro y me comen la cabeza. Los fantasmas se apoderan de
todos mis pensamientos. Lo peor de los fantasmas es que se esconden detrás de
mi lengua y al comienzo de mi garganta y allí los hijos de puta me roban la voz
y me hacen creer que soy yo el que está diciendo estas cosas.
¿Qué vas a decir ahora?, ¿a quién le vas
a echar la culpa?, ¿con quién te vas a quejar? Ya nadie te cree. Ni tú mismo te
crees. Mírate, escribiendo sobre nosotros un domingo de noche. Das pena. Van a
creer que estás loco. Van a leer esta huevada que estás escribiendo y van a
decir, ¿viste?, yo te dije que ese man se había vuelto loco. Se van a parar al borde de tu
mirada, al filo de tus ojos, en la punta de tu nariz, y vas a ver cómo se
alejan, despacio, despacito, sin que te des cuenta hasta que ya sea demasiado
tarde y no sirva de nada que te des cuenta. Qué turro es darte cuenta cuando ya
qué chucha. Date cuenta.
Los fantasmas se organizan, se levantan
todos al mismo tiempo del piso y rodean mi cama y tapan la luz. ¿Qué vas a
hacer?, me preguntan. ¿Qué vas a hacer?, me preguntan y se ríen. ¿Qué vas a hacer?,
preguntan esas miles de criaturas con sus bocas de gusanos y sus voces que
nadie nunca ha escuchado jamás. Escribir, les digo. Levantarme y escribir. Seguir
escribiendo. Y se ríen. Escribir, repito. Y se cagan de risa. Empiezo a gritar
fantasmas hijos de puta fantasmas hijos de puta fantasmas hijos de puta. Los
fantasmas salen corriendo y los pasillos de mi casa se llenan con esas risas y
con esas sombras que traspasan las paredes. Mi voz los alcanza, los atrapa,
los tumba y los agarra por el cuello pero no puede apretarlos porque los
fantasmas no se aprietan y entonces mi voz grita hasta que se ahoga y esto, esto
que rebota en mis labios, son los restos de mi voz que repiten fantasmas hijos
de puta fantasmas hijos de puta fantasmas hijos de puta.
Esa noche le inyectaron tres
sueros para hidratarlo, lo mandaron a tomar antibióticos y le dijeron que tenía
una infección gastro-intestinal. Que se fuera a la casa, a descansar. Que
comiera sólo cosas sanas. Que volviera si se sentía mal otra vez. Al día
siguiente se sentó frente a la computadora y escribió un título: fantasmas.