2.27.2017

La vida real


En una entrevista con Carmen Aristegui para CNN en Español, el escritor mexicano Guillermo Arriaga dijo que El Salvaje, su novela más reciente, se trata sobre un muchacho de catorce años cuyo hermano mayor es asesinado por un grupo de fanáticos religiosos. Pero no es tan simple, nada lo es. En esa entrevista también dijo que pasó cinco años y medio (el 10% de su vida) escribiéndola, trabajando un promedio de trece horas diarias, sin descanso, sin vacaciones, como un monje que se ha convertido en parte de la religión. Y se nota. Palabra a palabra, piedra sobre piedra. Uno se mete al libro y tiene la sensación de haber entrado a una catedral. El protagonista, concluyó Arriaga, se queda con dos disyuntivas: ¿cómo sobrevivo a este dolor?, y ¿busco justicia o busco venganza? Entre los signos de interrogación de esas dos preguntas cabemos todos.       

El protagonista se llama Juan Guillermo y pierde a su hermano y pierde a toda su familia, se queda solo en este mundo. Esto lo sabemos de entrada porque Arriaga tiene la costumbre de narrar las cosas a destiempo. Muestra primero la sangre, luego la herida, después el arma que causó esa herida, la mano que sostiene el arma y finalmente el cuerpo que late entero por culpa de esa herida. Así funcionan los guiones que lo hicieron famoso en todas partes, Amores Perros, 21 Gramos y Babel (Amores Perros es la mejor, largo; las otras se sienten como sucursales lejanas), y así funciona la estructura de El Salvaje, con una diferencia: las películas flaquean cuando pretenden superarse la una a la otra, ir siempre más lejos, y terminan marchando sobre su propio terreno; pero en esta novela Arriaga aprieta todo lo que abarca y se va tan lejos como puede sólo para encontrarse consigo mismo. Sus viejos trucos parecen nuevos o quizás ahora recién le salen como él quería.  

Ahora bien, tal vez deberían saber esto: el libro tiene casi 700 páginas, involucra un compromiso y demanda espacio. Cuando parece que Juan Guillermo ha exprimido sus heridas hasta quedarse seco por dentro, con los huesos a flor de piel, faltan todavía 500 páginas de recorrido. Falta que nos cuente cómo fue ir a una escuela de niños bien siendo él una especie de niño mal, enfermito de Jimi Hendrix. Falta que nos cuente cómo Carlos, su hermano, logró venderle morfina a toda una generación de universitarios a los que congregaba en un cine donde pasaba películas de ciencia ficción tipo B. Falta que nos cuente cómo se enamoró de Chelo (cómo es el amor, en general), cómo se murió en vida de los celos cuando supo que ella se acostaba con muchos más, cómo se sentía cuando ella abría las piernas y él le metía los dedos. Cómo se le fue muriendo toda su gente.    

El Salvaje tiene algo-mucho de Amores Perros, sobre todo de ese capítulo protagonizado por Gael García Bernal que sucede en un México marginal, violento, sin escapatoria y muchas veces sin sentido. La adolescencia, queda claro, es un tema clave para Arriaga y al leerlo da la impresión de que las cosas importantes, las que marcan tu camino, las que definen tu personalidad, te pasan y te atraviesan justo en esos años, mientras el esqueleto crece desordenadamente y la piel empieza a rozarse con otras pieles. Ah, por si acaso, El Salvaje incluye una historia paralela que gira alrededor de un cazador llamado Amaruq y un lobo llamado Nujuaqtutuq, ambos conviviendo en el extremo norte y frío de Canadá (me dicen que Arriaga se ha ganado varios enemigos por defender el derecho a la caza de animales, no me consta, pero en todo caso los animales aparecen siempre en su narrativa como criaturas sagradas). Esa historia también va sobre crecer, pero de una manera más lógica, sin tanto cuestionamiento humano; crecer, digamos, como crece un árbol.

Guillermo Arriaga ha crecido. Ya en una novela muy anterior, El búfalo de la noche, publicada originalmente en 1999, era evidente la presencia de un autor con voz y mirada y un mundo propio, fragmentado pero soberano. Ese mundo, que consiguió visibilidad tras las incursiones del escritor en el cine, alcanzó un clímax en Los tres entierros de Melquiades Estrada, una película dirigida por Tommy Lee Jones y estrenada en el 2005 que cuenta con el mejor Arriaga que se haya leído en pantalla hasta la fecha (en serio, si no la han visto, dejen lo que sea que estén haciendo y corran a verla), y ahora ese mismo mundo llega a una confirmación en El Salvaje. El camino ha sido largo y no ha estado libre de peligros, desvíos y momentos de completo silencio, pero al final entendemos que Guillermo Arriaga se fue para regresar con fuerza.   

Qué busco, qué buscamos, ¿justicia o venganza? El protagonista se lo pregunta porque su hermano fue asesinado por un grupo de fanáticos religiosos, sí, pero en complot con la policía, que quería quedarse con un porcentaje de las ganancias de la morfina y las funciones de cine. La lección podría ser que es imposible abrirse camino en la vida real sin coimar a alguien muy de vez en cuando, que madurar y moverse en la vida real implica corromper a los demás pero no corromperse a uno mismo, o que la persona que amas puede desaparecer pero lo que no puede desaparecer es ese impulso irracional de habitar la vida real. ¿Justicia o venganza?, ¿qué es lo que te haría feliz?, ¿que la gente que te hizo sufrir pase por lo mismo que tú pasaste o que ya nadie tenga que pasar por algo como eso? El Salvaje se toma 700 páginas para meditar sobre estas cosas y aún así parece un trueno. 

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(El Comercio)
        

2 comentarios:

CST52 dijo...

no queda de otra, a conseguirse la novela

asíquehoracia. dijo...

buscar el libro.