La comediante australiana Hannah Gadsby
tenía diez años de carrera cuando, a solas y en su casa, empezó a escribir un
monólogo para despedirse del stand-up. Estaba
decidida, por un lado, a dejar de menospreciarse para hacer reír a los demás,
que es lo que pasaba en su rutina; y, por otro, a dejar de bromear sobre cosas
que según ella no merecen ser tratadas a la ligera. Quería escribir un libro,
quizá una serie, hacer algo distinto, pero la realidad se encargó de corregir
sus planes: el show, llamado Nanette
en honor a una anciana que la vio mal en un bar, se mantuvo en cartelera por
casi un año en Australia, donde ganó premios en los festivales de comedia de
Edimburgo y Melbourne, y luego se mudó a Nueva York, donde Gadsby pensaba hacer
una temporada corta para un público modesto pero se sostuvo por más de cuatro
meses, hasta el pasado julio, y se volvió contagioso, masivo, incontrolable. La
voz de esta mujer, que como la mayoría de comediantes basa su acto en
alteraciones de su biografía, suena alto y fuerte y llega donde pensábamos que
no se podía llegar.
Antes de ser comediante, Hannah Gadsby
trabajaba plantando árboles en una granja en la isla de Tasmania, al sur de
Australia, donde nació. Tasmania, que a nosotros nos suena a dibujos animados o
al fin del mundo, es un lugar pequeño y cerrado donde, por ejemplo, la
homosexualidad fue criminalizada hasta 1997. Un día, Gadsby se lastimó la
muñeca mientras enterraba semillas en la tierra y, sin mucho más que hacer, se
dedicó a conversar con sus amigos de todo y de nada; fueron ellos los que le
dijeron que tenía que expandir su
audiencia y fueron ellos los que la inscribieron, casi con sarcasmo, en un show
para comediantes amateurs que terminaría siendo la plataforma de su carrera.
Gadsby partió hablando desde su diferencia, es gay, de aspecto acaso masculino,
de costumbres autistas (como no darle abrazos a desconocidos o dejar que
invadan su espacio personal), y así, poco a poco, fue integrando a su set todas esas cosas que ella pensaba
que estaban mal consigo misma pero que realmente reflejan el peor lado del
mundo.
Hannah Gadsby tiene la teoría –acertada,
por cierto– de que si puedes hacer reír a la gente ésta se abre, se desarma, se
vuelve vulnerable y se dispone a escuchar, y en su show eso es exactamente lo
que pasa. Nanette dura poco más de
una hora y está claramente dividido en dos partes: en la primera, Gadsby parece
relajada, incluso contenta, y dispara rayos de ironía refinada y hasta se burla
del arte moderno; en la segunda, en cambio, grita cosas que no todos quieren
escuchar. En uno de los momentos claves de Nanette,
en los que no se sabe quién se va a quebrar primero, si Gadsby o el público, la
comediante cuenta porqué está pensando en dejar la comedia, y dice esto: Una vez mi madre me dijo: De lo único de lo
que me arrepiento es de haberte criado como si fueras heterosexual. Lo siento,
no conocía otra manera de hacerlo. Yo sabía, antes que tú, que tu vida sería
muy difícil, y lo que más quería en el mundo es que no fuera así. Pero lo hice
aún peor: quería que tú cambiaras porque sabía que el mundo no lo haría.
Mucho cuidado con esa frase: quería que tú cambiaras porque sabía que el
mundo no lo haría. Esto es algo que mucha gente, acaso la mayoría, acepta
sin protestar, algo a lo que nos acostumbramos tan pronto nos asignan un rol en
la vida porque, se sabe, es más fácil ser esclavo que ser libre. Este es un
principio que Hannah Gadsby destroza en la segunda parte Nanette de muchas formas, entre ellas, con esta historia: Estaba en la parada del bus, vi una chica
muy linda y empecé a coquetear con ella, pero su novio se puso furioso y me
dijo ‘te golpearía, pero yo no golpeo mujeres’, qué caballero, ¿no? Hasta
aquí la gente se ríe y bien podría seguir con otra broma, pero no. La verdad continúa, como suele pasar ¿Quieren saber el final de la historia?,
pregunta Gadsby, Pues bien, el novio
celoso regresó y me dijo ‘ahora entiendo, eres una de esas mujeres marimachas,
y sí que puedo golpearte. Y me golpeó. Me partió la cara. Y la gente se acercó
a ver pero nadie lo detuvo. Yo tenía diecisiete años, pero ni lo denuncié con
la policía ni fui a un hospital porque creía que eso era justamente lo que me
merecía. Insisto: quería que tú
cambiaras porque sabía que el mundo no lo haría
Para este punto, ya bien entrada la
segunda mitad de Nanette, uno
entiende que la obra de Gadsby no se sostiene solamente con bromas o que mejor
dicho lo que ella quiere es hablar de lo que nadie habla para cambiar eso de que
nada se puede cambiar. Tengo que contar
mi historia correctamente, dice, para
que se escuche, para que se sepa, para entender qué me pasó. Y un poco más
adelante, como retando a su audiencia, dice esto: No odio a los hombres, pero me pregunto cómo sería un hombre si hubiera
vivido mi vida. Me asusta estar en un cuarto lleno de hombres porque fue un
hombre el que abusó de mí cuando era pequeña, fue un hombre el que me golpeó a
los diecisiete, fueron dos hombres los que me violaron cuando apenas entraba a
los veintes. Cuando ella dice esto, el público, que no sabe bien cómo
reaccionar, se queda en silencio y por un momento en ese silencio caben los
resentimientos y las culpas, las heridas y las cicatrices, y de pronto sabemos
que las historias que contamos o escuchamos pueden cambiar la historia en la
que vivimos.
Las críticas que recibió Hannah Gadsby desde el estreno de Nanette en Nueva York han sido
sorprendentes hasta para los que hemos visto el show y sabemos que se lo
merece. La han llamado Innovadora,
Memorable, la revista Rolling Stone dijo que había llegado para cambiar las reglas del juego y el New York Times la reconoce como la nueva gran voz de la comedia. Aún
así, Hannah Gadsby se siente agotada y quiere parar, quiere cumplir con su
promesa de retirarse del stand-up
para dedicarse a otras cosas; después de todo, lleva más de un año y medio
mostrando las tripas al aire todas las noches. Ahora, dice, le quedan dos
caminos: ser una tonta por retirarse en el mejor momento de su carrera, o ser
una hipócrita por continuar con el show. Y bueno, una promesa es una promesa,
pero hey, cualquiera se puede arrepentir.
(Mundo Diners)