9.10.2018

Algo sobre Hannah Gadsby



La comediante australiana Hannah Gadsby tenía diez años de carrera cuando, a solas y en su casa, empezó a escribir un monólogo para despedirse del stand-up. Estaba decidida, por un lado, a dejar de menospreciarse para hacer reír a los demás, que es lo que pasaba en su rutina; y, por otro, a dejar de bromear sobre cosas que según ella no merecen ser tratadas a la ligera. Quería escribir un libro, quizá una serie, hacer algo distinto, pero la realidad se encargó de corregir sus planes: el show, llamado Nanette en honor a una anciana que la vio mal en un bar, se mantuvo en cartelera por casi un año en Australia, donde ganó premios en los festivales de comedia de Edimburgo y Melbourne, y luego se mudó a Nueva York, donde Gadsby pensaba hacer una temporada corta para un público modesto pero se sostuvo por más de cuatro meses, hasta el pasado julio, y se volvió contagioso, masivo, incontrolable. La voz de esta mujer, que como la mayoría de comediantes basa su acto en alteraciones de su biografía, suena alto y fuerte y llega donde pensábamos que no se podía llegar.

Antes de ser comediante, Hannah Gadsby trabajaba plantando árboles en una granja en la isla de Tasmania, al sur de Australia, donde nació. Tasmania, que a nosotros nos suena a dibujos animados o al fin del mundo, es un lugar pequeño y cerrado donde, por ejemplo, la homosexualidad fue criminalizada hasta 1997. Un día, Gadsby se lastimó la muñeca mientras enterraba semillas en la tierra y, sin mucho más que hacer, se dedicó a conversar con sus amigos de todo y de nada; fueron ellos los que le dijeron que tenía que expandir su audiencia y fueron ellos los que la inscribieron, casi con sarcasmo, en un show para comediantes amateurs que terminaría siendo la plataforma de su carrera. Gadsby partió hablando desde su diferencia, es gay, de aspecto acaso masculino, de costumbres autistas (como no darle abrazos a desconocidos o dejar que invadan su espacio personal), y así, poco a poco, fue integrando a su set todas esas cosas que ella pensaba que estaban mal consigo misma pero que realmente reflejan el peor lado del mundo.

Hannah Gadsby tiene la teoría –acertada, por cierto– de que si puedes hacer reír a la gente ésta se abre, se desarma, se vuelve vulnerable y se dispone a escuchar, y en su show eso es exactamente lo que pasa. Nanette dura poco más de una hora y está claramente dividido en dos partes: en la primera, Gadsby parece relajada, incluso contenta, y dispara rayos de ironía refinada y hasta se burla del arte moderno; en la segunda, en cambio, grita cosas que no todos quieren escuchar. En uno de los momentos claves de Nanette, en los que no se sabe quién se va a quebrar primero, si Gadsby o el público, la comediante cuenta porqué está pensando en dejar la comedia, y dice esto: Una vez mi madre me dijo: De lo único de lo que me arrepiento es de haberte criado como si fueras heterosexual. Lo siento, no conocía otra manera de hacerlo. Yo sabía, antes que tú, que tu vida sería muy difícil, y lo que más quería en el mundo es que no fuera así. Pero lo hice aún peor: quería que tú cambiaras porque sabía que el mundo no lo haría.  

Mucho cuidado con esa frase: quería que tú cambiaras porque sabía que el mundo no lo haría. Esto es algo que mucha gente, acaso la mayoría, acepta sin protestar, algo a lo que nos acostumbramos tan pronto nos asignan un rol en la vida porque, se sabe, es más fácil ser esclavo que ser libre. Este es un principio que Hannah Gadsby destroza en la segunda parte Nanette de muchas formas, entre ellas, con esta historia: Estaba en la parada del bus, vi una chica muy linda y empecé a coquetear con ella, pero su novio se puso furioso y me dijo ‘te golpearía, pero yo no golpeo mujeres’, qué caballero, ¿no? Hasta aquí la gente se ríe y bien podría seguir con otra broma, pero no. La verdad continúa, como suele pasar ¿Quieren saber el final de la historia?, pregunta Gadsby, Pues bien, el novio celoso regresó y me dijo ‘ahora entiendo, eres una de esas mujeres marimachas, y sí que puedo golpearte. Y me golpeó. Me partió la cara. Y la gente se acercó a ver pero nadie lo detuvo. Yo tenía diecisiete años, pero ni lo denuncié con la policía ni fui a un hospital porque creía que eso era justamente lo que me merecía. Insisto: quería que tú cambiaras porque sabía que el mundo no lo haría     

Para este punto, ya bien entrada la segunda mitad de Nanette, uno entiende que la obra de Gadsby no se sostiene solamente con bromas o que mejor dicho lo que ella quiere es hablar de lo que nadie habla para cambiar eso de que nada se puede cambiar. Tengo que contar mi historia correctamente, dice, para que se escuche, para que se sepa, para entender qué me pasó. Y un poco más adelante, como retando a su audiencia, dice esto: No odio a los hombres, pero me pregunto cómo sería un hombre si hubiera vivido mi vida. Me asusta estar en un cuarto lleno de hombres porque fue un hombre el que abusó de mí cuando era pequeña, fue un hombre el que me golpeó a los diecisiete, fueron dos hombres los que me violaron cuando apenas entraba a los veintes. Cuando ella dice esto, el público, que no sabe bien cómo reaccionar, se queda en silencio y por un momento en ese silencio caben los resentimientos y las culpas, las heridas y las cicatrices, y de pronto sabemos que las historias que contamos o escuchamos pueden cambiar la historia en la que vivimos.

Las críticas que recibió Hannah Gadsby desde el estreno de Nanette en Nueva York han sido sorprendentes hasta para los que hemos visto el show y sabemos que se lo merece. La han llamado Innovadora, Memorable, la revista Rolling Stone dijo que había llegado para cambiar las reglas del juego y el New York Times la reconoce como la nueva gran voz de la comedia. Aún así, Hannah Gadsby se siente agotada y quiere parar, quiere cumplir con su promesa de retirarse del stand-up para dedicarse a otras cosas; después de todo, lleva más de un año y medio mostrando las tripas al aire todas las noches. Ahora, dice, le quedan dos caminos: ser una tonta por retirarse en el mejor momento de su carrera, o ser una hipócrita por continuar con el show. Y bueno, una promesa es una promesa, pero hey, cualquiera se puede arrepentir. 

(Mundo Diners)