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Jonah Hill, mejor conocido por sus
papeles cómicos (desde la clásica Superbad)
y por haberse convertido, en pocos años, en uno de los mejores secundarios de Hollywood, se arriesga
como director y guionista con Mid90s.
La cinta le sigue los pasos a su
personaje principal, Stevie, un adolescente que como cualquier otro anda
buscando su lugar en el mundo, que tiene muchas, acaso demasiadas, ganas de pertenecer
a algo, de encontrar su manada y seguirla guiado por el instinto de supervivencia.
Pero poco después de partir con la historia comprendemos que, como ocurre en
los mejores casos, más que un destino, lo que a Mid90s le interesa contar es el camino hacia él: digamos que no es
una novela sino un cuento o un episodio. Y en este caso lo que a nosotros nos
corresponde es acompañar al personaje y estar con él en las buenas y en las
malas, compartir los momentos de felicidad absoluta que a veces le intoxican el
cuerpo, los descubrimientos que a su edad parecen y son definitivos, y bajar la
cabeza y ponerle el pecho al dolor para resistirlo.
Stevie es pequeño en todo sentido, bajo
de estatura y flaco, lo único que tiene, lo que le da onda y personalidad y
acaso define su moral frente a la vida, es el pelo largo y un par de ojos que
parecen estar viendo cosas que nadie más puede ver. Vive con su madre, que
todavía lo considera un niño indefenso y sobre todo inofensivo; y con su
hermano mayor, una mezcla de héroe y villano al que Stevie ve como referente
(se fija en sus discos, en sus revistas, en sus zapatos Air Jordan) y como
enemigo: su relación se establece en las peleas que el hermano mayor siempre gana, en las que Stevie
se defiende como un animal salvaje siempre contra el piso, en esas batallas
casi a muerte en las que se golpean como sólo dos hermanos pueden golpearse. Entonces
sí, Stevie es pequeño, pero no es eso lo que quiere ser, y como nos pasa a
todos, en vez de mirar hacia atrás, de agarrase con las uñas a los últimos
momentos dorados de su niñez (cuando sonríe se nota claramente que aún es un pelado), corre desesperado hacia la
adolescencia, como si se le fuera a escapar.
La vida que Stevie quiere está en la
calle, en las pistas de skateboard,
en esa gente que parece libre y se defiende y protege endogámicamente, como una
tribu. Se junta con chicos mayores que él, comienza a fumar cigarrillos
mentolados (comienza a toser) y a tomar cerveza para luego, antes de llegar a
casa, lavarse la boca con jabón, literalmente. Uno de sus grandes momentos,
cuando los otros empiezan a verlo realmente como uno de ellos, sucede en una
escena que podríamos llamar de iniciación. Están todos en un techo, saltando
con sus patinetas sobre un vacío; Stevie apenas patina, se balancea sobre la
tabla y se impulsa con el pie, no mucho más, pero igual lo intenta; sus amigos
lo previenen, le dicen que no lo haga, pero él lo hace; Stevie toma impulso, se
acerca al vacío, alguien grita tienes que
ir más rápido, pero ese grito llega demasiado tarde; Stevie salta de un
extremo del techo, cae antes de llegar al otro y su cuerpo queda derramado
sobre una mesa. Ese salto es la gran prueba de carácter, de que Stevie se las
trae y de que con él las cosas van en serio. Intentarlo es mucho más importante
que lograrlo, porque ahí, en el intento, en el salto, en la tentación del
fracaso, está la realización del valor y el coraje.
Como director, Jonah Hill ha logrado burlar
la reputación de cómico escandaloso que lo precede, aunque últimamente sus
papeles están más cercanos al drama que al humor (véanlo en la serie Maniac, estrenada en Netflix el año
pasado). Mid90s está filmada con
cautela, con calma, quizás con los nervios propios del principiante, y hasta
podría pasar por una película contemplativa de no ser por las emociones que
chocan y rebotan entre las paredes de la pantalla. Hill, que tiene a sus
personajes muy cerca por una cuestión generacional y, también, se nota, de
hermandad cósmica, ha decidido verlos de lejos, con planos fijos, y así se ha permitido
crear el espacio suficiente para que ellos se muevan con soltura y tomen sus
propias decisiones (muchas de las escenas se resolvieron con improvisaciones
sobre la marcha), un espacio que también nos pertenece a nosotros, que a ratos
lo vemos todo desde adentro o desde el centro, como si estuviéramos atrapados
en un remolino de patinetas y empezáramos de repente a girar como ruedas contra
el asfalto.
Pero el verdadero logro de Jonah Hill es la
manipulación de la nostalgia, la veracidad del recuerdo. Todos los elementos de
la película, físicos y emocionales, corresponden a una época que todavía nos
resuena en la cabeza. Los peinados, el vestuario, las locaciones, la obligación
de huir de todo lo que fuera popular y llenarse con lo alternativo, y ese tipo
de lenguaje en clave sólo para iniciados, son lo que podríamos llamar hechos de la vida real. Y es ahí, cuando
uno dice yo hacia lo mismo, a mí también me pegaron, mis amigos eran más
importantes que mi familia, cuando la película triunfa porque nos vuelve
parte de ella, nos demuestra que el cine de verdad se siente propio y
autobiográfico. Hay una escena en la que Stevie se ve aún más pequeño que en las
demás, está en una fiesta, hablando con una chica mayor que él,
sorprendentemente seguro de sí mismo y hasta coqueto; ella le pregunta si ha
estado con una chica antes, él responde que sí pero se le nota la mentira; de todos
modos ella se lo lleva a un cuarto. Cuando Stevie sale, cuando le cuenta a sus
amigos lo que acaba de pasar (porque si no lo cuentas no existe), su rostro es
el mismo de alguien que ha visto por primera vez el sol.
Quizá esa sea la clave para procesar Mid90s hasta apropiarnos de ella por
completo: verla como una película sobre las primeras veces. No se trata de
cometer errores y aprender de ellos, al contrario, se trata de cometer errores
hasta que no hayan más errores que cometer, y de encontrar en esos errores la
luz de la verdad. Los golpes que damos y que nos damos, tanto como los que recibimos,
nos van acomodando el esqueleto dentro de una armadura tan sólida y fuerte como
el peso de nuestros recuerdos, de las cosas que decidimos hacer sabiendo que era
mejor no hacerlas.
Al final de Mid90s uno se queda tranquilo: Stevie va a estar bien. A veces se
llenara de miedo y ese mismo miedo le dará el coraje para vencerlo; a veces se
llenará de rabia pero esa misma rabia le bastará para salir de cualquier jaula;
a veces se llenará de lágrimas, y esas mismas lágrimas le lavarán la cara.
(El Comercio)
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