10.14.2019

Bromas



It's a joke
It's all a joke
- The Comedian - 

Cuando Joker ganó el León de Oro en Venecia, hace sólo unos meses, leí en redes que alguien decía ha ganado el enemigo. Y me alegré. Que una cinta pop o sobre un ícono pop se impusiera en un festival de cine-arte me pareció una señal de progreso democrático. Pero enseguida empecé a sospechar: si ganó, pensé, si tranzaron, alguien tuvo que ceder; o Todd Phillips hizo una cinta arrogante, insoportable, aburrida, o el jurado de Venecia se dio cuenta de que el viejo truco de premiar lo que nadie entiende ya no está dando los mismos resultados. Cabía, es cierto, una tercera opción, que Joker hubiera alcanzado la misma estatura que The Dark Knight, es decir, que hubiera convertido un producto pop en una obra de arte sin traicionar su esencia, sin venderse, pero no, Joker es una película vendida.

Un amigo me dice: me parece más real que la gente sucumba ante el caos (Ecuador lo acaba de demostrar) a que sea todo tan bueno y utópico como pasa en Dark Knight, donde la gente no se hace mala ni porque están bajo presión en los barcos. Yo respondo: el Ecuador acaba de demostrar que la mayoría no sucumbe.

Al principio, Arthur Fleck me compró con esta frase: lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras. Cuánta razón, cuánta verdad. Ve y dile a alguien que está sufriendo un ataque de ansiedad que se calme a ver si funciona; ve y dile a alguien que padece de insomnio crónico que basta con madrugar y hacer ejercicio físico para poder dormir por las noches a ver si no te quema vivo. Pensé que la cinta iría por ahí, que el conflicto central sería cómo lidiar con la enfermedad mental en carne propia, y tuve esperanzas, pero Fleck ni siquiera lo intenta, es sólo-y-todo-el-tiempo una víctima (de los poderosos, de los fuertes, del sistema, vaya novedad) y es imposible empatizar con él porque su falta de voluntad no levanta nada de admiración o afecto.

Los freaks también tienen que ser encantadores de alguna manera, tienen que ganarnos y ponernos de su lado. Pensemos, para quedarnos en este mismo universo, en la confianza arrebatadora que tenía el guasón de Jack Nicholson en sí mismo (no entendía que Kim Basinger no quisiera estar con él); o en el misterio de Heat Ledger, cuyo gran súper poder era no tener más motor que ver al mundo en llamas. Este guasón justifica al que se vuelve malo porque no tiene otro recurso, porque la sociedad lo empuja, porque lo golpean y lo golpean hasta que explota: quiere ser El ladrón de bicicletas, pero para eso necesitaría tener valores que perder y, claro, un alma.  

Quizás si la cinta hubiese arrancado antes, cuando era chico (las referencias a una infancia supuestamente llena de abusos no bastan), hubiésemos podido acompañarlo, conocerlo mejor, tomarle cariño y comprenderlo y hasta apoyarlo en su decisión de abrir fuego. Pero no, cuando lo conocemos ya es lo que será y está tan divorciado de la realidad que es imposible tocarlo o sentirlo. Lo único que alcanzamos a ver, y esto sí muy de cerca, es un desmesurado y desesperado intento de Joaquin Phoenix por ganar el Óscar: ¿era necesario bailar tanto?, no; ¿era necesario convertirse en un contorsionista?, no; ¿era necesario dejar salir la risa incontenible tantas veces?, no. Lo peor de este Phoenix es que su trabajo se nota, se evidencia, lo intenta demasiado y eso, lejos de conmover, cansa.  

Lo dijo A. O. Scott en su reseña para el NYT: Esto no es chistoso, y no puede tomarse en serio, ¿es esa la broma? Lo dijo Fuguet en su columna de LaTercera: Que quede claro: esto es una cinta de superhéroes disfrazada de cine-arte rumano y no al revés. Yo agregaría que es una película políticamente correcta y conservadora, donde el malo, presentado como un oprimido, es romantizado y por fin, después de tantos años de injusticia, gana.  

Otro amigo, en el que confío mucho, me dice: hay una cosa que me ha sorprendido, la gente está encantada, no pueden más. Yo respondo: es que Phillips, que no por nada ha hecho películas taquilleras antes, ha unido a dos grandes públicos: los que ven pop piensan que están viendo arte y se sienten mejor consigo mismos; y los que ven arte piensan que la industria por fin les está dando la razón, que ahora Warner entiende lo que es el cine de verdad. Horas después, mientras trato de escribir esto y capto que al final es una carta de desamor, que me duele que no me haya gustado y que todo este asunto se siente como una traición, me fijo en los comentarios que varios lectores dejan en distintos medios que a su vez han publicado artículos (sobre todo de opinión) sobre la película: para una mayoría el personaje representa al hombre de a pie, al que se mueve en transporte público, al que trabaja en algo que odia, al que esperaba otra cosa para su vida. Quizás, pienso, la gente está encantada porque al fin alguien se cabreó de verdad y mandó todo a la mierda.

***

Le pregunto a mi amigo, al segundo, al que me dijo eso de la gente está encantada, cuál es, para él, la broma de la que se ríe Arthur Fleck segundos antes de que se termine la película. Me dice que en este momento, en alguna parte del planeta, Todd Phillips y Joaquin Phoenix están tomando whisky caro, contando billetes y cagándose de risa porque han hecho que todo el mundo crea que vio una película seria. Para solventar su argumento, me cruza una entrevista que dio el director a Vanity Fair, en la que dice que ya no hace comedias porque ahora el público se ofende con cualquier cosa. Ahora se burla de nosotros, me dice mi informante. El Guasón siempre ríe al último.     

1 comentario:

Anónimo dijo...

es una historia para apretar la glándula del público heterosexual. la broma que usted refiere al final del filme señala un algo disparejo, agotamiento de regresar a ver. el mal tiene sus propios guardianes, bromistas que mueren para resucitar y morir de nuevo y lázaros nuevamente, que persiguen y se dejan perseguir. la broma de reir contigo, no de ti