El anarquismo enseñó que
al mismo tiempo de luchar por la liberación
había que luchar por la cultura.
- Osvaldo Bayer -
I. La música, esa música. Esa música que ahora escucho de pie y con la mano en el corazón frente a la pantalla; esa música que cada siempre alumbra mi cuarto; esa música que suena como un himno instrumental (todos deberían serlo), el himno que me contiene y que contiene a los hermanos que tengo regados por toda la galaxia pero que nunca he visto. Algunos ya están muertos, pero la música, esa música, sigue sonando. Fuerte y claro.
II. Una pequeña nave espacial en la que viaja, junto a una tripulación de rebeldes (más de esto, enseguida), una joven y hermosa y valiente y fajada princesa; perseguida por una nave más grande, mucho más grande, enorme, porque todo indica que los malos tienen más presupuesto.
Rebelde es una palabra no menor. Mi mamá, La Doctora, me dice que soy rebelde. Le pregunto por qué. Me lo explica con lujo de detalles y pies de página y audios y videos filtrados en los que, con mucho orgullo, me reconozco; aunque los rebeldes de esa pequeña nave mueran en la primera escena.
Los rebeldes son carne de cañón.
III. Más música: La Marcha Imperial. Que no es nada menos que eso: un ejército de uniformes y cascos blancos que marchan sin preguntar dónde van, dónde vamos, y que en silencio pero en perfecta asimetría avanza con las armas en el pecho porque, se sabe, un ejército sin armas no es más que una legión de desempleados.
Un personaje que respira con dificultad, que lleva una máscara, y que viste todo de negro y que no habla con sus enemigos: los toma del cuello, los levanta del piso, los asfixia entre sus dedos, y que aún así necesita de ese ejército, de esa coreografía esclava de su propio ritmo, porque al parecer el poder no es suficiente. Hay que intimidar, disparar, matar.
IV. Dos androides en un desierto. Uno alto y esbelto, dorado y políglota, diplomático y sabelotodo, en fin, insoportable, pero cuyo corazón (un atado de cables) está en el lugar correcto: todos tenemos un amigo así, y por eso lo queremos; no lo toleramos, lo queremos. El otro es bajito, gordito, chistoso, confiable; y aunque no dice mucho vaya que comunica harto y responde a todas las preguntas con le método socrático, otra pregunta: ¿quién dijo miedo?
V. No sé cuántos años tenía la primera vez que la vi, capaz ni había nacido, capaz la vi dentro de la panza hinchada de La Doctora, que ahora me reclama porque nunca la llamo y cuando ella me llama yo no contesto. Ya no estás en edad de ser un rebelde, dice mi madre, pero yo prefiero envejecer que crecer. Y seguro no pensé en esto aquella primera o segunda o decimoquinta vez que la vi, pero en la adolescencia me quedó claro, entendí, capté, que Luke vive en un pueblo, como yo; que es agricultor, no como yo, pero sí como la mayoría de gente que (sobre)vive en mi provincia. Y que es demasiado joven para ser agricultor. Y que sueña con otra vida, con un destino que no conoce pero que lleva, literalmente, siglos esperando por él. Y Luke lo sabe. Y quiere irse de ese pueblo y unirse a los rebeldes y pelear contra los malos. Como corresponde. Luke tiene teenage angst. Porque, lo dijo Kurt Cobain, cuando uno crece, los huesos duelen.
VI. El granjero-adolescente-angustiado-frustrado tiene un juguete, una nave, y la mueve como yo movía, cuando era niño, los aviones de los GI Joe: imaginándose a sí mismo dentro de esa miniatura que esquiva enemigos y estrellas al comienzo o al final de un espacio infinito. Y entonces el holograma, la princesa, y este nombre: Obi-Wan Kenobi.
VII. El tío de Luke, un agricultor curtido por dos soles y bien intencionado, un tipo que lo quiere, le dice que Obi-Wan Kenobi murió al mismo tiempo que su padre. ¿Conocía a mi padre? La tía: tiene mucho de su padre. El tío: eso es lo que me temo. Y Luke mirando esos dos soles al mismo tiempo y otra vez esa música que anuncia la gran aventura de la vida o al menos el comienzo de una vida verdadera, propia, intransferible.
VIII. Unas criaturas a las que Luke llama The Sand People, que no me parecen delincuentes sino más bien salvajes; porque se ponen por delante y por encima de los demás. Y un hombre que lleva una capa, una capucha, una especie de manto: una especie de monje. ¿Obi-Wan Kenobi?, ese es un nombre que no escuchaba hace mucho tiempo, dice. ¿Lo conoce? ¿Está vivo? Claro que está vivo, dice el hombre de pelo blanco y barba blanca y ojos azules: soy yo.
IX. El sable laser de tu padre, el arma de un Caballero Jedi, no tan torpe como cualquier arma de fuego: un arma elegante para una era más civilizada. Repito: un arma elegante para una era más civilizada. Y añado: la mejor arma que la ciencia ficción y el cine en general hayan podido concebir jamás. La única arma que me gustaría tener. No para defenderme ni, mucho menos, para atacar; sólo para recordar que hubo una era más civilizada que ésta, digna de un arma elegante. Y que quizás podamos habitar otra.
X. Orden y paz antes del Imperio. Gracias a esta cinta, entendí los afanes de un Imperio: establecer como única una línea de pensamiento en la que nadie piensa y que, además, debe imponerse y sostenerse por la fuerza, porque los que no piensan no encuentran otra forma, y cuyo ejército (esto lo supe mucho después, casi 20 años después) está conformado por clones que no piensan ni cuestionan, sólo obedecen órdenes. Y si la orden es matar, pues matan.
XI. La Fuerza: un campo de energía creado por todas las cosas vivientes, nos rodea, nos penetra, y mantiene a la galaxia unida. Medio esotérico, ok, pero bastante más racional que un hombre invisible que, en nombre de Dios, penetra a una virgen para, 33 años después, ver a su propio hijo clavado en una cruz, líneas de sangre bajando de la corona de espinas. La última vez que hablé con una mujer por la que perdí la cabeza y casi pierdo la vida, me dijo, me voy a casar este sábado. Pude haberle dicho, como Carver: Adiós, mi amor, y que Dios te bendiga. Debí haberle dicho, como en esa canción tan vieja: El mar crecerá con mis lágrimas. Pero no. Lo que le dije fue esto: que La Fuerza te acompañe, siempre.
XII. La misión: llevar al androide bajito y gordito (#meidentifico) a la base rebelde, pues él tiene los planos de un arma mortal, un arma total, una estación espacial del tamaño de la luna y capaz de desintegrar con una mirada a todo un planeta. (Un arma total que, curiosamente, tiene una especie de alcantarilla o tubería abierta o tuvo de escape no vigilado por el que pueden entrar perfectamente dos cañonazos y destruirla por completo) Los imperios, ahora se sabe y se ve y se comparte, caen y se derrumban por las mismas razones que una pareja: un mensaje de WhatsApp, una foto que nadie borró porque se suponía que nadie la iba a ver, una conversación con un tercero que nunca debió haber existido. Detalles, diría Roberto Carlos. Los poderosos se olvidan de los detalles que no importan y son esos detalles que no importan los que los separan del poder.
(Y, sí, otro paréntesis: Al Pacino en El Padrino II explicándole a sus amigos, dueños de casinos y cabarets en La Habana de 1959, por qué los rebeldes van a ganar: porque a ellos nadie les está pagando)
XIII. Cualquier ataque de los rebeldes a esta estación sería un gesto inútil. Me imagino que esto piensan los que dicen que no están prohibidas las manifestaciones, pero sí las aglomeraciones; los que dicen que si esas aglomeraciones causan un rebrote del virus, esos aglomerados tendrán que someterse a la ley, a los clones, a los malos. Y el malo-malísimo diciendo, mientras estrangula a la distancia a un general que cuestiona el poder de La Fuerza: su falta de fe me perturba. Repito: su falta de fe. El mal necesita dogma. El mal necesita creerse divino e invencible porque, de otra forma, frágil, vulnerable o sensible, no encontraría el valor para existir.
XIV. Los clones incineran a los tíos granjeros y pacíficos de Luke (creo que fueron los primeros esqueletos que vi en mi vida). Ahora no puede escapar a su destino. Nadie puede escapar a su destino. Para bien y para mal.
XV. Una ciudad que parece Marruecos pero está poblada por toda clase de criaturas animales, vegetales, biónicas, electrónicas; una ciudad cosmopolita vigilada por los clones que no piensan y que andan buscando a nuestros androides y los dejan pasar frente a sus narices-no-visibles porque, se sabe, La Fuerza puede tener una gran influencia en las mentes débiles.
XVI. La cantina. La música de la cantina. Una cantina donde se reúne, diría mi madre, la gente de lo último, de lo last. Pero hay gente de varios planetas y colores y razas y costumbres y orígenes y situaciones socio-económicas que, fuera de ser en su mayoría delincuentes, no encuentran en sus diferencias físicas razón suficiente para aniquilarse. Y quien lo intenta, el único racista que, claro, se va contra Luke, termina con un brazo menos.
XVII. Han Solo, un tipo que capaz ni terminó el colegio porque le tocó trabajar pero sabe mucho de la vida y, lo realmente importante, sabe cómo mantenerse con vida, cómo seguir vivo en medio de la carroña a la que pertenece. ¿Sería Han Solo un mejor piloto si hubiese ido a la universidad? (más de esto luego) Chewbacca, el mejor amigo del hombre (cuanto más conozco a los hombres, más quiero a Chewbacca), que tiene que ser así de grande como es porque de otra forma no habría espacio en su interior para el pedazo de corazón que se maneja.
XVIII. El Halcón Milenario, la nave más rápida e icónica y Bauhaus de la galaxia. Punto.
XIX. Alderaan, un planeta pacífico, donde no se fabrican ni utilizan ni trafican armas, el planeta donde nació Nuestra Princesa, borrado del cosmos porque un burócrata decidió obedecer una orden absurda que vino de arriba, de muy arriba, de lo más alto. Porque, pensamos sin pensar, si alguien está más arriba que yo, debo hacer lo que me dice para ser quien un día esté más arriba que otro.
XX. Frases clave de Obi-Wan: La Fuerza conduce tus acciones parcialmente, pero también obedece tus órdenes. Deja a ir al yo-consciente, actúa por instinto. Tus ojos pueden engañarte, no confíes en ellos.
XXI. Y Luke no cree lo que está viendo en este momento: donde debería estar Alderaan, cae una lluvia de meteoritos que son los restos ya inanimados pero todavía flotantes de la geografía de la patria. Y, más allá, como el móvil que cuelga sobre la cuna de un bebé en la oscuridad tranquila de su sueño, La Estrella de la Muerte.
XXII. Los clones, que son muchos pero no piensan, allanan los interiores del El Halcón Milenario y se dejan engañar por un piloto que no terminó el colegio, un agricultor adolescente que ha salido de su pueblo por primera vez y ya está rescatando una princesa, el mejor amigo del hombre, dos androides y un adulto mayor en edad de riesgo.
XXIII. Suerte de últimas (aunque sean en verdad las primeras) palabras de Obi-Wan a Luke: Tu destino tiene un sendero distinto al mío. Y es como si, en la canción del Noble y Nobel, fueran los padres quienes se dijeran a sí mismos: Vengan, padres y madres que habitan la tierra / Y no critiquen lo que no entienden / Sus hijos y sus hijas, están más allá de su comando / Su camino viejo está envejeciendo muy rápidamente / Salgan del camino nuevo si no pueden darnos una mano / Porque los tiempos están cambiando.
Y la primera vez que escucho esta frase que ahora es tan poderosa como una bendición de mi abuela Bella: Que La Fuerza te acompañe, siempre.
XXIV. ¡Ella está aquí!, ¡Ella está aquí!, repite, en medio de convulsiones, el androide bajito y gordito pero nunca ahuevado. Tenemos que rescatarla, dice el granjero-adolescente. Ni verga, dice Han Solo. Es rica, dice Luke, si la rescatamos, la recompensa será mucho más de lo que puedas imaginar. Puedo imaginar mucho, dice Han Solo quien, evidentemente, terminará no sólo doblegado ante la autoridad de una princesa sino también desintegrado por su encanto y enamorado de su coraje; y que 38 años después formará parte de una monarquía republicana siempre en rebeldía y de una familia disfuncional como todas (ver Episodio VII)
XXV. La mujer más bella de la galaxia y la frase más sexy de la galaxia: ¿No eres algo pequeño para ser un soldado? Ojalá fuera cuestión de altura, mi amada Princesa; pero no, al contrario, es cuestión de bajeza.
XXVI. El malo-malísimo que insiste sin miramientos: No subestimes el poder de La Fuerza.
XXVII. Alguien tiene que salvarnos el pellejo, dice La Princesa con un arma en la mano y varios clones al frente. Alguien tiene que salvarnos y quién mejor que una mujer. Según la BBC, los 7 países que mejor reaccionaron a la pandemia están conducidos por mujeres. (Las siguientes cifras fueron publicadas el pasado 16 abril)
1) Nombre: Mette Frederiksen / País: Dinamarca / Número de fallecidos por CV19: 309
2) Nombre: Katrín Jakobsdóttir / País: Islandia / Número de fallecidos por CV19: 8
3) Nombre: Sanna Marin / País: Finlandia / Número de fallecidos por CV19: 72
4) Nombre: Angela Merkel / País: Alemania / Número de fallecidos por CV19: 3.804
5) Nombre: Jacinda Ardern / País: Nueva Zelanda / Número de fallecidos por CV19: 9
6) Nombre: Erna Solberg / País: Noruega / Número de fallecidos por CV19: 150
7) Nombre: Tsai Ing-wen / País: Taiwán / Número de fallecidos por CV19: 6
XXVIII. Quienes salvan a nuestros rebeldes de, literalmente, un poso séptico de paredes movedizas, son los androides; es decir, la tecnología; es decir, la tecnología al servicio del hombre, no al revés (es hora de entenderlo: no al revés)
XXIX. Dicho sea de paso: los clones, como suele pasar, no se han dado cuenta de que los androides rebeldes caminan frente a sus narices y dentro de su propia casa y hackean los sistemas de, ya se dijo, el arma más poderosa del poder.
XXX. Han Solo (a La Princesa): recibo órdenes de una sola persona, yo. La Princesa: es un milagro que sigas con vida. La Princesa (refiriéndose a Chewbacca, que, como el caballero que es, no le responde) alguien por favor aparte a esta alfombra con patas de mi camino. Han Solo: Ninguna recompensa vale esto.
Cuánto romance, compañeritos. Cuánto beso inevitable aún no acontecido. Cuán equivocado está el piloto que no terminó el colegio.
Lo vale, vaya que lo vale.
Clint Eastwood en Gran Torino: estuve casado con la mujer más hermosa del mundo, y me costó mucho trabajo.
XXXI. La Princesa, Mi Princesa, Nuestra Princesa, le da un beso en la mejilla a Luke para desearle buena suerte cuando ella, prendida a él, se lanza y se balancea con los ojos cerrados, como lo hacemos algunos en las montañas rusas, sobre un vacío corto pero profundo. (En tres años dirán que fue incesto, pero no estoy de acuerdo, no se conocían, no sabían que compartían, además del mismo ADN, el mismo software y la misma historia de origen)
XXXII. Lo que todos estábamos esperando, el malo-malísimo VS Obi-Wan. El malo-malísimo: Cuando te dejé, no era mucho más que un aprendiz, ahora soy el maestro. Sólo un malo-malísimo se puede referir a sí mismo como El Maestro, primero, porque hablar bien de uno mismo es de un mal gusto terrible; segundo, porque el mal necesita aprobación, confirmación, constancia; mientras que el bien, es decir, Obi-Wan, viejo y sabio y más tranqui que un millón de budas y jugándosela toda, dice: Eres sólo un maestro del mal (y del odio y del resentimiento y del auto-desprecio). Si me derrumbas ahora, seré más poderoso de lo que puedas imaginar. Es cierto. Muere el hombre, nace el mito. Muere el hombre, viven las ideas y viven otros hombres y mujeres y todo tipo de criaturas que ahora llevan esas ideas, esos ideales, como bandera y lanza y escudo, gente más elegante que construirá con esos ideales una era más civilizada. Que no sabe si podrá lograrlo. Pero no por eso va a dejar de intentarlo.
XXXIII. Esa especie de última mirada (aunque en verdad sea la primera, la definitiva, el verdadero comienzo de este mito) que Obi-Wan dirige a Luke, esa sonrisa de victoria ya conseguida porque para que Luke exista, Obi-Wan debe dejar de exisitir, es lo justo, lo que corresponde, lo dramático y romántico y emocionante y traumático. Y esa paz, esa paz que es en sí misma una resolución ante la muerte, y que quiere decir fue un placer, han sido ustedes un público maravilloso, y bueno, muchachos, ahora les toca a ustedes.
Y Obi-Wan no cae seco y pesado como el cuerpo de un rebelde en una protesta o manifestación (o aglomeración, si quieren cumplir con la ley; cosa que, en este momento, no guarda ninguna relación con la lógica), se desintegra, se evapora, se desaparece. Se eleva.
XXXIV. La secuencia en que El Halcón Milenario escapa (para volver; más de esto luego) de La Estrella de la Muerte trenzado en una pelea no hombro a hombro pero sí cañón a cañón contra los cazas del imperio. Y, con esto, la invención de los videojuegos-indoors que, siete años después, en 1984, la compañía Atari comercializará con muchísimo éxito y con el nombre, no tan plagiado, pero casi, de Space Invaders. Y qué ganas de jugar ese juego. No en casa comiendo pizza y tomando Hawaiian Punch; qué ganas de jugarse la vida por esa princesa que en vez de orejas tiene dos rollos de canela muy bien sujetos y completamente apetecibles.
XXXV. La Misión Imposible: destruir con una tropa de naves la estación espacial más grande y poderosa de la galaxia que, ya se dijo, tiene esa alcantarilla que nadie tapó y que les costará no sólo el puesto sino la vida a cientos o miles de burócratas y clones y generales porque la muerte, al contrario de la vida, es justa, y nos iguala y nos une y nos hermana mejor que cualquier sindicato.
XXXVI. Han Solo empaca el dinero de la recompensa con una frase para el bronce: ¿De qué sirve una recompensa si no estás aquí para disfrutarla?, y se despide de Luke y hasta le ofrece que abandone la causa y se una a él, porque si uno se pone a pensar lo más racional es pelear por el bienestar propio, no por el bienestar común, pero, de nuevo, otra vez, esto no significa que vayamos a dejar de luchar dispuestos a morir en el intento. Y, esto es clave, Han Solo, que se engaña a sí mismo pensando que no volverá a ver a Luke, dice, sinceramente: Que La Fuerza te acompañe. Esto no significa que entró a Cristo (o a Bob Dylan) y lo aceptó como su señor y salvador; esto significa que entiende que si existe la remota posibilidad de que algo cercano a La Fuerza puede existir, debería cuidar y preservar a gente como Luke, porque quizás no lo merecemos, pero vaya que lo necesitamos. Alguien que crea, acaso ingenuamente, que sí se puede.
XXXVII. En 1968, Stanley Kubrick filmó el espacio exterior como si éste se desplegara sobre las tablas de El Teatro de la Ópera de Viena, con esa elegancia y esa finura y ese conocimiento de causa y esa mirada omnipresente. Pero esto, la batalla final del episodio IV de Star Wars, que, nada es coincidencia, se llama Una nueva esperanza, es un concierto de rock con partes de rave o delirios propios de Coachella con piruetas del Cirque du Soleil con pasajes de atracción de Disney con segundos de simulador de vuelo pero, sobreto todo, con una lección que es preferible aprender temprano y no tarde: todos vamos a luchar por la libertad, pero, aunque todos vamos a volver libres de esa lucha, no todos vamos a vivir para contarlo. Es mejor saberlo desde ya.
XXXVIII. Qué bella es una X-wing con sus alas abiertas y sus cañones calientes y el androide bajito y gordito en llamas y en pleno cortocircuito con sobredosis de adrenalina.
XXXIX. Luke escucha, en off, la voz de Obi-Wan Kenobi, que le dice, de nuevo, otra vez, Usa La Fuerza, y desactiva su computadora, es decir, desenchufa la mira electrónica, la tecnología, y se enfrenta al punto de quiebre en su vida de forma manual, como corresponde, sin Wi-Fi.
XL. Mientras los generales comandan la destrucción de la base rebelde desde su palco de operaciones, el malo-malísimo, que confía en la tecnología que nunca falla pero sin duda miente y se cuelga y a veces hasta nos abandona sin despedirse ni tener la delicadeza de avisarnos cuándo volverá, dice: Te tengo (sin saber, todavía, a quién tiene en la mira; van a ver lo que pasa al final del siguiente episodio) Y esto nos indica dos cosas. 1) El Imperio es inepto, porque si el mejor de sus filas tiene que dejar su escritorio y pilotear una nave para aniquilar a un granjero-adolescente que hasta hace unos pocos días ni siquiera conocía el espacio, es que algo no anda bien con la administración ni con las políticas internas de la empresa. 2) Nadie contaba con el regreso de los refuerzos, de la caballería, de Han Solo y Chewbacca y el Halcón Milenario salvando no sólo el día sino también el culo de Luke que es el culo de todos. Porque la bondad y el coraje y la pureza de espíritu no se espera, pero sucede. Es cuestión de tiempo.
Y La Estrella de la Muerte vuela en mil pedazos como voló en mil pedazos el planeta Alderaan.
XLI. El androide grodito y bajito, que se llama Arturito, está chamuscado y lastimado y herido pero listo para la siguiente batalla, porque, ya lo preguntó él mismo, ¿Quién dijo miedo?
XLII. Y La Princesa más hermosa que hayamos visto en cualquier rincón del espacio infinito coloca medallas doradas sobre el pecho de los héroes, que no las necesitan reconocimiento alguno para seguir siendo lo que ya eran.
XLIII. Y el final que es el comienzo porque ésta guerra de las galaxias recién comienza pero la buena noticia es que no estamos solos, que nunca más volveremos a estar solos, porque ya nos tenemos.
XLIV. Y, de nuevo, otra vez, esa música, que es la verdadera recompensa porque en ella se escucha la esperanza, mi única esperanza.
*
Hoy, 35 años después de verla por primera vez, capto que si no soy un delincuente común o un delincuente de cuello blanco o un delincuente con mascarillas y guantes y bolsas de cadáveres en una avioneta que se cayó, acaso, porque no la piloteaban ni Luke ni Han Solo y porque su misión no era noble ni mucho menos rebelde, es por dos razones fundamentales. 1) Nunca me han faltado ni un plato de comida, ni un libro. 2) Porque una vez vi una película que articuló mi engranaje moral.
Esto pasó hace mucho, mucho tiempo, y en una galaxia muy, muy lejana. Pero hoy, junio del 2020, en Ecuador queremos recortar el presupuesto de las universidades y despreciamos a las facultades de arte; la facultad donde me enseñaron que George Lucas veía y plagiaba y financiaba a Akira Kurosawa y leía al profesor de literatura norteamericano Joseph Campbell que, entre cosas, dijo: La causa secreta de todo sufrimiento, es la mortalidad, que es a su vez la única condición de la existencia, y que no puede ser negada si pretendemos afirmar la vida. Donde me enseñaron que lo que vi durante tantos años y seguiré viendo por los años que me queden en esta galaxia, no es exactamente una película, sino una teoría que Joseph Campbell desarrolló a partir de las conclusiones filosóficas y psicoanalíticas de Carl Jung, y que ahora se conoce como El viaje del héroe: nuestra travesía de aprendizaje por la vida.
Pregunto, ¿queremos viajar?
Grito, como Ozzy en el prólogo de Crazy Train: ¡Todos a bordo!
Pero no.
El Estado (¿El Imperio?) desfalca a las universidades.
Y supongo que hacen esto porque la educación nos hace libres y rebeldes y no a mucha gente le conviene que seamos libres y rebeldes.
Bonus Track
A comienzos de esta semana, el Instituto Jenner de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, anunció que está probando la vacuna que desarrolló contra el CV19 en seres humanos. Calculan que podría estar lista en agosto y, con suerte, llegar a Latinoamérica a finales de año, como regalo de navidad, digamos.
Todo parece indicar que la vacuna, la tan desesperadamente esperada vacuna, vendrá de una Universidad; no de un laboratorio en Wuhan ni de la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota. No. La vacuna vendrá de una Universidad.
@pescadoandrade
1 comentario:
Los guardias de naboo parecen samurais. Los gungangs gogoteros de los años 70. Tatooine como el farwest, tierra de bandoleros. Alderaan ecológico. Endor salvaje e inocente. Los jedis una especie de curas franciscanos místicos. En fin, una ensalada antropológica. Creo que Lucas era antropólogo aparte de cineasta. Gracias Juan.
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