and those who can't teach, teach gym.
... of course, those who couldn't do anything,
were assigned to our school.
- Alvy Singer -
Por favor, lloren. ¡Ja!
- Charly García -
1. En la octava temporada de Seinfeld, ahora de vuelta en la televisión gracias al canal Warner, hay un episodio llamado El paciente inglés. Como Seinfeld tiene tanto de Chéjov como de Kafka, el episodio en cuestión incluye una especie de pesadilla cómica que persigue y tortura a uno de los personajes. Elaine Benes, que se burla constantemente de sus amigos por machistas y homofóbicos (el feminismo no nació ayer, la homosexualidad tampoco), por cursis y superficiales siendo ella misma la reina de lo vacuo, va al cine a ver la ya mencionada película: y la odia. Esto trae consecuencias: su novio la deja por insensible, su jefe la obliga a verla de nuevo. Ya en la sala, Elaine pierde el control, le ruega a su jefe que se marchen, ambos discuten y cuando la gente les pide que guarden silencio ella comienza a gritar, ¡Esta película apesta! Yo sí te creo, hermana.
2. Ya decía yo, la película del pulpo le gusta demasiado al mundillo. Y lo decía porque con el paso de los años uno aprende a sospechar de lo que conquista a las masas intelectuales y sensibles; masas que, por otro lado, se creen élites y se victimizan por incomprendidas. Cuando uno es joven y tonto, persigue películas que ganan premios en festivales europeos o asiáticos, películas latinoamericanas financiadas por la intelligentsia del primer mundo, carteles sobrepoblados de laureles, y también películas bendecidas por la Academia. Por suerte, el tiempo pasa y uno se vuelve viejo y sigue tonto pero al menos es capaz de identificar lo que le gusta y lo que no le gusta, aquello que lo alimenta y aquello que lo desnutre. Y después de My Octopus Teacher lo que corresponde es recuperar la energía perdida con proteínas animales, ojalá a la parrilla.
3. Un detalle antes de entrar en materia. En 1969, mientras navegaba el Mediterráneo en el yate de Peter Sellers, Ringo Starr encontró un momento para charlar con el capitán de la embarcación (o quizás fue al revés, no lo sé, en esa ocasión no pude acompañarlos). El profesional del timón le habló entonces al rey de los tambores sobre la maravillosa y sorprendente vida que llevan los pulpos en las profundidades. De vuelta en tierra firme, Ringo compuso una pieza capitular: Octopus’s Garden (Jardín de pulpos, digamos), incluida en el álbum Abbey Road y sin duda uno de los trabajos mejor logrados no sólo de Ringo sino y sobre todo de George Harrison, que se apersonó de la canción y la decoró con arreglos de guitarra que se sostienen hasta hoy. El tema dura menos de tres minutos y me parece mucho más conmovedor y hasta más animal-lover (¿o será animal-print?) que el documental del que hablaremos a continuación.
4. A comienzos de año visité a una amiga cuyo hijo ha decidido, como yo en algún momento, estudiar cine. Verlo me llenó de ternura: flaco como un palo, el pelo largo cubriéndole parte del rostro, la ropa alternativa pero tan cool, las opiniones arrogantes propias de su edad y de su momento, una belleza. Esa tarde el chico estaba haciendo una tarea para su primer curso de fotografía, capturar escenas de la cotidianeidad, y en algún momento dispuso varios elementos sobre la mesa de la terraza con gloriosa vista a los valles: un plato, una taza con café, un vaso medio lleno de Güitig, una cucharita plateada y brillante. Quería, si mal no recuerdo, que la luz se filtrara por el agua mineral y se reflejara en la superficie del café, algo así. Cero cotidianeidad o cotidianeidad my ass, puras patrañas, pero para eso está joven y para eso está en la universidad. Los que parece que nunca estudiaron o aprendieron a capturar la cotidianeidad son los directores de My Octopus Teacher, la estética de la cinta es tan estancada como prístina, y uno no sabe si está viendo el comercial de un exclusivo resort que promete turismo de aventuras, o el comercial de una tarjeta de crédito que sugiere invertir plata y persona en el turismo de aventuras y se ha montado con tomas hechas por drones. Es como la versión ecológica de la aparatosa e inútil Avatar de James Cameron, o como la versión animada de una cuenta de Instagram. Empezamos mal, me dije, y no me equivoqué.
5. Los directores del documental, un hombre y una mujer como para que nadie se queje, gastaron una década (desde el 2010) persiguiendo esta quimera que ahora suma a su cartel el dibujito dorado de la estatuilla del Óscar; espero, al menos, que de aquí en adelante sepan aprovechar el prestigio y hagan algo de dinero y capaz una película que se llame En busca del tiempo perdido debajo del mar. La historia, porque eso dicen, “es que esta película tiene historia” (¿nunca habían visto una?), versa sobre otro cineasta, un sudafricano con complejo de Jacques Cousteau pero de nombre más bien tejano, Craig Foster, que en plena crisis de la mediana edad, deprimido y exhausto, sin saber qué rumbo tomar o qué hacer con su familia, evade la realidad metiéndose al mar y buscando a Nemo pero encontrando a una señora pulpa. Este Craig Foster parece el alemán que se casó con esa compañera del colegio con la que pensaste que nadie nunca se iba a casar, el que no bebe o tiene mala borrachera, el que reniega de verdaderos logros de la humanidad como el agua caliente o la Whopper de Burger King, el que anda diciendo que la Pilsener es mejor que la Heineken y que Dios se aparece no cuando suena Bach sino cuando ponen Sopa de caracol, en fin, una persona horrible. Pero íbamos a hablar de la historia: un plagio de ET o de la también ochentera e injustamente olvidada Enemigo mío, que tenía la garra del cine B que tanto le falta a estos ñoños y tenía también un alien que parecía molusco.
6. La cultura de la cancelación nos hace miedosos y estúpidos; miedosos porque de pronto importa más el qué dirán y el quién lo dirá que el qué pienso o quién soy; estúpidos porque perdemos el tiempo aclarando que nuestras opiniones son eso, opiniones, y que podemos estar de acuerdo en no estar de acuerdo. Pero yo también he cancelado. Cancelé a Bill Cosby, a quien alguna vez le creí más que a mi propio padre y ahora he optado por no ver o no volver a ver. Dicho esto, y separando al hombre de la obra, como un adulto (O), recuerdo una de las mejores bromas que he escuchado sobre la cocaína, obra del abstemio pero intoxicante Cosby: Un amigo me dijo, “tomo cocaína porque potencia mi personalidad”, yo le dije, “¿y qué pasa si eres un asno?” Eso mismo le diría yo a los que decidieron filmar el calvario submarino de Craig Foster: se trata de un sujeto al que más vale dejar quieto porque nos puede hacer quedar mal a todos. Foster ignora cosas básicas de la misma naturaleza a la que dice amar con toda su alma, como el hecho de que a las lagartijas también les vuelve a crecer la cola; así como ignora que en el documental, como en la ficción, se vale consultar a profesionales, que no se ve nada inteligente ni atrevido googleando como un niño en vez de entrevistar a un biólogo marino que lo saque de las aburridas dudas que mantiene durante hora y media de película (y no se sabe cuántas de vida). Este Foster, además, es de una candidez pálido-rojiza y sospechosa; tiene más de cincuenta años, lo que quiere decir que cuando empezó el proyecto pasaba de los cuarenta, pero recién ahora y gracias a la señora pulpa piensa en su propia mortalidad. Nunca leyó a Thomas Mann o a Camus, no conoce la Confesión de Tolstói ni las conversaciones que mantenían Sófocles y compañía; nunca fue al velorio de un familiar o del hijo de un amigo y llegó a la conclusión de que, como canta Héctor Lavoe, todo tiene su final y nada dura para siempre. Es más, hay un filósofo sudafricano, David Benatar, paisano suyo, que en 2006 publicó un libro llamado Mejor sería nunca haber nacido, pero a este Foster le da pereza googlear esas cosas, está muy ocupado encendiendo su cámara en vez de ocuparse en encender o cambiar los focos de las luces en su cabeza. ¡Ah!, esto es buenísimo: Foster es llorón y de hecho llora frente a la cámara y lejos de conmover o emocionar lo que logra es causar vergüenza ajena. Ahí estaba yo, cual quiteña que estudió en Buenos Aires cuando se devaluó el peso y nosotros nos dolarizamos, preguntándole a la pantalla con mi falsetto argentino, ¿Me estás jodiendo?
8. Ok, sigamos. ¿Se puede decir algo bueno de My Octopus Teacher? Parecería que no, pero sí. Yo diría dos cosas buenas. A) Dato Wiki: Este Foster fundó, en 2012, el Sea Change Project, una organización sin fines de lucro con dos metas específicas: proteger la vida marina y crear conciencia sobre la conservación del bosque de quelpos en Sudáfrica, donde se registró el documental. ¿Cuántos pueden decir Mi película está ayudando al mar? B) Cuando uno está triste, realmente triste, así como cuando se recorre cualquier emoción con intensidad, se verá reflejado en todas las cosas, en todas las historias, pues todas serán la suya, la única. Pero esto no quiere decir que uno escoja siempre la mejor historia para contar y contarse.
9. Me dicen que, por otro lado, la ahora conocida como “La que debió ganar”, Collective, vale muchísimo la pena y que el tiempo sabrá recocerla con su justo lugar en la Historia. La trama es suficiente para un poema demoledor. En Rumanía, en una disco de metalcore de Bucarest / hubo en el 2015 un incendio / acabó con la vida de 64 personas e hirió a otras 146 / varias de estas personas murieron de maneras no esclarecidas / semanas después de abandonar los hospitales en los que fueron atendidas / El caso fue cubierto por un diario / deportivo / y le siguió el rastro a una crisis sanitaria que llevó ciudadanos a las calles / y derrocó un gobierno.
10. Un amigo en cuyo criterio confío me habló muy bien de My Octopus Teacher hace ya varias semanas, hoy le contesté esto: Anoche vi la película del pulpo en Netflix, espero, de todo corazón, y por el bien de las generaciones venideras, que no se te ocurra volver a pisar un aula en calidad de profesor. Me canceló. ¿Cómo se llama la película? Hay que tener la piel ancha.
@pescadoandrade / @mundodiners
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