La mano de Dios es tan buena que da miedo volver a verla.
¿Cuántas cosas serían hoy tanto, pero tanto mejor de habernos pasado una sola vez?
“Solamente una vez / amé en la vida”, cantan todavía los tríos en las casas de las abuelas. Tríos de hombres enternados, armados con guitarras y requintos y voces sepia. La abuela viuda suspira por su marido muerto hace veintiséis años, ya mismo llora. La abuela solterona canta, nadie sabe muy bien por qué, o por quién, quizás canta por y para nadie. En la habitación hay tres mujeres más, la menor tiene 29 años y la mayor 67.
No hay hombres, sólo mujeres.
Se acompañan. Muchas veces se ríen.
Esto para decir que la cinta de Paolo Sorrentino, conquista una ilusión primera del arte: habla con verdad. Me consta. No hay que vivir en Italia ni ver todo Fellini para aceptar como real, y cierto, lo que un director cuenta con estricto rigor sentimental, editando su memoria para estar en paz con ella o capaz sólo para poder sostenerle la mirada después del largo silencio que, lo sabemos, corresponde a cada larga conversación. (Uno vuelve a pensar que la única manera de aceptar el pasado es adaptándolo desde el presente). Sorrentino, apegado a su época y a su cuerpo, contradice la tendencia de “dejar ir”, más bien escoge con qué quedarse y dónde ponerlo para que se vea desde todas partes.
Lo que conté arriba, lo de las abuelas, también me consta. Quisiera que Sorrentino lo filme. Quisiera, digamos, encargarle ese recuerdo, porque en La mano de Dios un director que nació maduro corona el oficio de la manera más sabia: la estética como esclava y vehículo del sentimiento.
Y sí, muy tangencialmente, esta es una Maradona Story (¿cuántas se podrían hacer?, ¿quién más se apunta?), pero renunciar a ella por lo que sugiere su título, como han hecho varios, sería cobarde: el miedo se alimenta de miedo y se engorda con miedo y crece para ser y seguir siendo miedo.
El título es en sí mismo un salto de fe y entiende claramente sus responsabilidades: contiene a la película toda y se sostiene, más o menos fijo, hasta el final.
“A Maradona sólo se lo puede entender desde lo divino”, dice el director en un corto documental adjunto. Lo dice mientras sostiene la figura de un santo entre sus manos: Diego con la camiseta del Nápoles. Ese gesto, tan cosmopolita y provinciano, da cuenta de otra verdad, el arte sirve más para mostrarse que para esconderse y no es obligación llevarle la contraria.
Queda dicho: uno puede contar su verdad desde lo divino y puede filmarla y proyectarla como si no hubiera nadie más en la sala. Se vale hacerlo en honor a esas películas que nos salvaron.
Por eso quiero que lo de las abuelas lo filme Sorrentino, para verlo como es: divino.
Qué miedo ver La mano de Dios otra vez y que no sea tan buena. También, unas ganas irracionales de no verla nunca más porque prefiero recordarla. Que la vean los demás. Que la vea todo el mundo.
Algo más, el final, casi: si todas las familias son felices, cómo será el resto.
Y el final-final: La abuela viuda no dice “Así es la vida”. Ella editó la frase, capaz la adaptó. “Es la vida”, dice ella, sin compararla con nada.
@pescadoandrade