HD llega a Cuenca, una ciudad a la que siempre quiero volver y en la que siempre me quiero quedar. Nunca antes he ido como escritor. He ido como Pescado, he tocado en un par de lugares, la he pasado bomba y he encontrado la clase de personal que te hace sentir en casa a los cinco segundos de haber llegado. Aún así, ésta es como una primera vez, otra vez. Como tiene que ser. Como es.
El miércoles 24, a las 16h30, estaré en la Sala de uso múltiple de la Universidad del Azuay, conversando (sin hablar demasiado, espero) con Ángeles Martínez y Juan Carlos Astudillo. Una reunión generacional que ya veremos en qué (y cómo se) degenera.
Acá una entrevista que salió en El Universo cuando HD estuvo en Gkill. “Tenemos miedo a ser ecuatorianos”, dice el titular. Y sí, lo dije. Alguna gente se lo tomó mal, lo sacó de contexto y trató de convertirlo en un insulto. Nada, pero nada que ver. Lo dije cuando me preguntaron por qué en la era de la globalización yo escribía una novela tan local. No sé si sea local, se que es la historia de un tipo que está perdido y termina encontrando su camino o, al menos, buscándolo. Es una historia que podría pasar en cualquier parte del mundo, ¿por qué no en Ecuador?
Miércoles 03 de marzo del 2010 Arte y cultura
Juan Fernando Andrade: ‘Tenemos miedo a ser ecuatorianos’
Clara Medina
Entrevista: Escritor manabita.
Tan manabita como la sal prieta. Tan de Ecuador como el sombrero Montecristi. Así es la novela Hablas demasiado, de Juan Fernando Andrade, un escritor nacido en 1981 en Portoviejo y radicado en Quito. Pero al igual que la sal prieta, o el sombrero, la obra de este autor, que ya ha publicado dos libros de cuentos y coescribió el guión para la próxima película del cineasta Sebastián Cordero, puede ser acogida en otros lugares. Quizá en otras geografías.
Editado por Alfaguara, el libro de Andrade llega esta noche a Guayaquil. Su presentación es en el bar Diva Nicotina, en un acto que se realiza a las 20:00 y que se ha estructurado como una conversación entre amigos. El escritor dialoga de su libro con Francisco Santana. La música, el cine, la televisión, los quiteñismos, el costeñismo, y la apatía por la realidad y por las obligaciones, conviven en esta obra, que tiene como protagonista a un portovejense que vive en Quito y que se llama Miguel.
El escritor chileno Alberto Fuguet, en la contraportada de Hablas demasiado dice que usted escribe desde la voz de un provinciano conectado. ¿Por qué escogió narrar desde la localidad cuando ahora lo que muchos buscan, más bien, es expandir fronteras? ¿Cuál fue su apuesta con esta novela? Uno tiene que hablar de lo que sabe y a mí siempre me ha interesado el tema de ser extranjero en el Ecuador, porque un guayaquileño en Quito igual es un extranjero. Y un manabita en Quito tal vez un poco menos. Los manabitas tenemos la ventaja de que estamos neutrales, no estamos metidos en ese lío Guayaquil-Quito. Nosotros le caemos bien a todo el mundo, porque piensan que somos como inofensivos, porque ser manabita y saber leer al mismo tiempo es como !guau¡ Me interesaba ser extranjero en Quito y decidí hacerlo por ahí. Y lo que dice Fuguet de estar conectado es cierto. Hay gente que solo encuentra sus verdaderos amigos en foros de internet. Y Miguel es un poco así. No está conectado con la realidad, pero está conectado con su realidad. Eso me interesaba, el mundo privado, que se confronta con esta realidad, la no virtual, que es ser de Portoviejo y vivir en Quito. Ser un tipo solitario, de provincia, pero no necesariamente silvestre. Miguel tiene referencias, es más o menos un tipo culto. Yo decidí apostar a eso porque lo siento cerca, porque es mi situación, porque sabía de lo que estaba hablando y porque yo disfruto mucho de las cosas que se sienten sinceras. Yo no vivo en Nueva York. Vivo en Quito y soy de Portoviejo. Dije voy a hacer una novela no solo ecuatoriana, sino costeña, y no solo costeña, sino manabita.
¿Y no le asusta encapsularse demasiado? ¿Escribir de ese modo no equivale a cerrarle posibilidades a su libro? A mí me gusta. Si uno ve las películas de Woody Allen son muy engrupidas, solo que él vive en Manhattan, yo vivo en Quito. Tal vez me habría dado miedo si la hubiera escrito a los 22 años, pero yo ya tengo 28 y varios años publicando. Al publicar una novela me expongo a las críticas de todos, sí, pero no iba a hacer una novela sin pasaporte. A mí no me interesa la obra neutra para nada. A mí me parece, por ejemplo, que una novela chilena debe estar cargada de chilenismos y que entre más tenga, mejor. También son herramientas narrativas. El boludo de Argentina es como el cojudo del Ecuador. Pero yo soy ecuatoriano y no voy a escribir boludeces. Como que le tenemos miedo a ser ecuatorianos. ¿Por qué? A mí me parece que es maravilloso y terrible el Ecuador, pero vivimos aquí.
¿Cree usted que la suya es una novela generacional, que representa a esa generación que ahora está por llegar a los treinta años?No podría decir eso. Creo que es demasiado. Si la gente se siente representada, enhorabuena. Yo quería hablar de la generación que creció un poco en los noventa, del grounge, que era la música que escuchábamos. Y también de una generación que no está dispuesta a entrar a un sistema que lo ha traicionado. Yo no sé si siempre fue así, pero cuando uno va creciendo se da cuenta de que casi nadie hace lo que le gusta. Eso es lo raro. Eso está mal. Normalmente, diariamente, la gente se frustra y se amarga en su trabajo. Y la generación de Miguel y de Castor se rebela contra eso.
Al final del libro, como en una especie de agradecimiento, usted habla de cuatro novelas: Mala onda, de Alberto Fuguet; El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger; ¡Qué viva la música!, de Andrés Caicedo; y Less Than Zero, de Brett Easton Ellis. Señala que estas obras le dieron el valor. ¿Qué tipo de valor le proporcionaron estos libros y estos autores?Son novelas que han tenido mucha influencia en mí. Son novelas cercanas y cercanas entre sí. Las cuatro son novelas contadas por adolescentes, las cuatro son primeras novelas. Las cuatro son novelas contadas en primera persona y las cuatro comparten esa lucha que tiene Miguel por no entrar en el mundo de los adultos, muy entre comillas, porque hay otra forma de ser adulto. Y esos cuatro libros se rebelan contra un sistema. Son libros que yo siento que me acompañaron y me hablaron a mí. Y yo quiero que mi novela sea así. Creo que mi novela está muy, muy distante de estas cuatro novelas que son geniales, de repente es como una primita, chiquita, pobre, fea, que nunca nadie va a ver, pero yo quería que los vínculos sanguíneos se hicieran por ese lado. Quería sentirme acompañado. Son novelas universales que no se escribieron con ese propósito. Son novelas que yo sentí que me iban a hacer barra, como que ellas estaban en la primera fila y yo estaba en el cuadrilátero. Son las mejores amigas, la influencia que yo quería que mi novela tuviera. Es como que si yo tuviera una hija y le hubiera dicho: “Conoce a estas cuatro chicas, que son fabulosas. Ojalá se te pegue algo”.
La novela, aunque en primer momento parece que narra sobre una juventud desubicada, perdida, en el fondo habla de una gente que decide ser como es, sin mentir. Me gusta que lo ponga así. La novela de lo que se trata, al fin y al cabo, es de un tipo que decide tomar las riendas de su vida, tal vez un poco tarde, pero mejor tarde que nunca. Habla de una generación, por decirlo de alguna manera, que sale del clóset. Que descubre su camino y no tiene vergüenza. Pero es su camino de verdad, no el que quieren sus padres. Es una obra sobre gente que está perdida, pero que halla el rumbo. No es una generación perdedora, pero sí como una generación que abre una brecha, un camino, en un bosque que no le pertenece.