De última hora, nos acabamos de enterar y estamos con todo.
Este viernes primero de octubre Los Pescados abren el concierto de la banda uruguaya El Cuarteto de Nos en Kill City. Será en La Finta (Km. 1,5 vía Samborondón) y las entradas están YA a la venta en el Bier Jaus (C.C. Las Terrazas, Samborondón).
Increíble tocar con una banda que escuchamos y admiramos justo saliendo del estudio de grabación.
Hoy llevamos todos los juguetes al estudio de La Increíble Sociedad, en Quito. Hoy empezamos a grabar lo que será nuestro tercer disco: por la boca muere el Pez. Hoy, entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, somos una banda otra vez y, como siempre, no sabemos hasta cuándo ni hasta dónde. Hoy hacemos canciones que jamás podríamos haber imaginado hacer, canciones imposibles para Los Pescados que fundaron la banda, canciones que son la consecuencia del tiempo y de las horas de ensayo que le hemos robado a la vida y al trabajo, canciones escritas en la mesa de la cocina. Hoy aún podemos sorprendernos y eso nos mantiene con vida.
El productor del disco es Re Toño Cepeda, cantante y bajista de Biorn Borg. Los discos anteriores fueron producidos por Carlos Terán, quien hizo un estupendo trabajo que él mismo ha calificado sabiamente como documental. Terán tiene razón, El año del Pescado (2007) y No somos siameses (2010) son el registro de una banda tocando en vivo lo mejor que pudo, y en esas condiciones, con prisas y sin muchas tomas de donde escoger las mejores partes, son un justo reflejo. Por ese lado, si los anteriores fueron discos documentales, este será un disco ficción: tiene guión, una cierta estructura orgánica, un estado de ánimo bastante definido (esa especie de celebración y de funeral que tienen las cosas que tal vez ocurran por última vez), y tendrá un cuidadoso proceso de post producción en el que nos permitiremos lujos que antes estaban fuera de nuestro alcance y de nuestro propósito. Hoy el pescado tiene más escamas, más carne fresca.
En el estudio no habrán sólo músicos y peces, Daniel Llanos y Michael Aguirre, amigos de siempre, estarán mirándolo todo cámara en mano y ya veremos qué sucede con eso. La idea es registrar este momento, esta sensación, y estamos muy al principio de todo como para definir formatos o categorías. Lo que sí podemos anunciar es que el disco viene, en siamés o en paralelo, con un respaldo audiovisual: el making of de un álbum entero, el cómo se hizo de una parte de nuestras vidas.
El plan es lanzar por la boca muere el Pez antes de que se acabe al año. Empezamos cuenta regresiva.
Lo primero que hay que hacer es leer El genio que perdió el camino, la crónica biográfica que el argentino Pablo Perantuono escribió sobre uno de sus compatriotas más célebres y extremos, el escritor-monologuista-dealer-periodista-convicto-rocker-genio-junky-filósifo-loco Enrique Symns. La crónica se publicó originalmente en la revista Gatopardo y se puede encontrar en la tercera entrega de sus greatest hits: Crónicas de otro planeta. Este libro se consigue en Ecuador y vale lo que cuesta. Una vez leída la crónica, la verdad es que pueden hacer lo que quieran, igual, lo más probable es que no puedan hacer nada, que se queden ahí, pausados, tiesos en el pensamiento.
Enrique Symns no es un nombre que suene mucho fuera de la Argentina, quizás donde más se lo recuerda es donde más se lo odia, en Chile, donde fundó la revista satírica The Clinic y escribió (junto a otra periodista mítica, Vera Land) La última canción, una biografía de Los Tres que los mismos miembros de la banda declararon “no oficial” y prácticamente prohibieron (en amazon.com, por ejemplo, hay solo un ejemplar, es usado y cuesta $39.99), esto puede ser porque está cubierta por un tupido velo de mentiras o porque sufre una incandescente sobredosis de verdad, habría que ver. En todo caso, a Symns no lo invitan a las ferias del libro ni a los festivales de la palabra ni a los encuentros de periodistas cuando, a todas luces, se merece eso y tal vez se merezca un congreso internacional organizado en su nombre para festejarlo. Si se llegara a dar un congreso, Symns debería dividir sus charlas en dos grandes categorías: escribir y vivir. Él ha tenido que hacer lo uno para poder hacer lo otro, pero después de leerlo se entiende que su vida nunca, jamás, podrá ser superada por unos párrafos que intenten contarla. Después de una infancia analfabeta y silvestre, partió al mundo como una hoja que flota en el viento, fue el confidente de un violador de niñas en una celda brasilera y vendedor de combis VW en una avenida de Amsterdam. Symns existe, luego piensa y finalmente escribe. En su país fundó la ahora revista de culto Cerdos & Peces, una mezcla entre crónica roja y literatura de alta definición, dedicada a contar historias de personajes marginales y peligrosos a los que la sociedad tolera sólo si están encerrados: asesinos, traficantes, “gente mala”. La revista tuvo una vida intermitente, muy parecida a la de su creador y director. Así como Symns pasaba de abrirle con un monólogo a Los Redonditos de Ricota (que le dedicaron el tema Héroe del whisky) a un camerino con champán y adolescentes para terminar en la calle muerto de frío y crudo, su revista pasaba de la euforia de la cultura alternativa al olvido auspiciado por la bancarrota oficial. Esa historia, parte de esa historia o la parte de esa historia que Symns recuerda, está en El señor de los venenos (2004), un libro autobiográfico que te intoxica, te marea y te revuelve hasta convertirte en adicto.
Durante unas semanas, anduve como un pastor evangélico con El señor de los venenos bajo mi brazo. Estaba como loco, odioso, cargoso, leyendo capítulos aquí y allá, en voz alta, a manera de respuesta cada vez que un amigo me preguntaba cualquier cosa, cada vez que me sentía débil. Sigo un poco colgado en ese libro, lo tengo cerca, por si acaso. Symns tal vez no sea mi escritor, tal vez sea demasiado violento y demasiado barroco y demasiado triste y demasiado romántico, pero puedo verlo, escucharlo, querer a ese personaje intenso que no deja espacio libre en el cuerpo a la persona.
Era un niño solitario que espiaba la calle desde los portones de mi casa, que me separaban del misterioso mundo… Entretanto, los demás niños empezaban el día y continuaban la tarde marchando ordenadamente, encerrados entre paredes de horarios, en donde repartían una miserable porción de exquisito recreo en un menú donde lo que primaba eran las cazuelas de historia y geografía o las tortillas de botánica.
Mi desconfianza por los libros se debe más que nada a que la mayor parte de ellos se convirtieron en el museo de la inteligencia y la capacidad der contar robándole a las conversaciones la posibilidad de que la magia se esfume junto a la saliva. Las reflexiones más asombrosas, las frases más poderosas que iluminan las conversaciones como los rayos en un bosque, los encuentros más densos y las frases poéticas que no son interceptadas por las cadenas asociativas nacen del entramado vital de las charlas de todos los hombres del planeta en cada momento. Digo: es diez mil veces más interesante hablar que pensar, cantar que escribir.
Un indio cagando en posición casi zen en medio de la selva paraguaya es una pintura vital que ningún cuadro de Van Gogh podría siquiera emular. Sé que un cuadro no existe cuando veo pasar a un gato frente a una pintura de Picasso sin prestarle la menor atención. No hay nada dentro del libro Crimen y Castigo que pueda si quiera compararse con los pasos de un asesino caminando hacia su víctima.
El consumo de drogas, muy especialmente de cocaína, fusiona individuos, clases sociales, fenómenos culturales y roles. En un recital de los Redonditos de Ricota, en Buenos Aires, podías estar bailando con la novia de un diputado o compartiendo un saque en el baño con el diputado.
…El mejor argumento para defenestrarla lo ha aportado la casta médica de cierto estado del gran país del Norte: ¡muchos médicos recomiendan la marihuana como remedio para casi todos los males! Se trata del suicidio de una planta mágica. El té de los chinos es una clara demostración: de aquella poderosa fiera alucinógena ha quedado ese gatito ensobrado que tomamos cuando nos duele la panza.
Un domingo descubrí que mi enamorada era una niña de 14 años, con curvas descomunales y una boca gigantesca, que había comenzado recientemente a ejercer el oficio de prostituta. Cuando se metió en mi cama, la atrapé y no la dejé partir durante todo el fin de semana. Bastaba con introducir su mano en mi bombacha para que se mojara, y como me negaba a usar condones (jamás usé un condón), no me permitía eyacular en su vagina. Tuve con ella innumerables orgasmos mientras consumíamos cachaza y anfetaminas. Cuando me metía en su boca, podía quedarme allí adentro sin que mi enamorada se quejara o advirtiera en ello una forma de explotación. La obsesión de que tragaran mi semen desapareció gracias a ella. Era como coger con un animal, es decir, con una hembra despojada de atributos intelectuales y morales, de todo concepto del pudor y la repugnancia.
Es de rufián acostarse con las amigas de tu mujer, pero es de caballero acostarse con la mujer de tu amigo. Por fin, podés abandonar esa trampa que colocó Dios sobre tu paladar y tu estómago, ya no tenés hambre, y el apetito es algo que se esfuma en la memoria de tu aparato digestivo. No dependés de la ingestión de groseras moléculas de fideo o asado. Solo la digna sed te acompaña. La sed, todos lo sabemos, es mucho más hermosa y estética que el hambre.
¿Y quién le ha dicho a usted que el trabajo tiene más derecho a obtener más ventajas que el placer de escuchar música a todo volumen?
Siempre he amado a mis amigos y amigas con más creatividad y expectativa que a mis novias.
Todo lo que la pasión construye, el conocimiento lo destruye.
Siempre supe que el verdadero viaje del enamoramiento y el erotismo eran las aventuras circunstanciales, los encontronazos sorpresivos e irremediables con mujeres desconocidas, los amores de un día, los combates nómadas del deseo, los aprendizajes desesperados a la luz de una única oportunidad.
¿Cómo contarle que todo lo que había obtenido en mi vida se había ido escurriendo mientras lo disfrutaba?... La paraguaya, casi sin escucharme, se inclinó entre mis piernas y me desabrochó las calzas. Antes de hundirse en aquel hueco oscuro, dijo, casi disculpándose: - No te preocupés, podés pensar en lo que quieras… Y se tragó los vientos de mi desesperación.
En los departamentos, tres dictadores, la mesa, la silla y la cama, deciden los movimientos del animal atrapado. El complot entre la mesa y la silla dobla el cuerpo del mamífero para luego insertarlo entre ambos mobiliarios y la cama, quizá la enemiga más siniestra de nuestra especie, que agarra al hombre, lo horizontaliza hundiéndolo en las viscosidades de su inconsciente, mimetizándolo con la forma de tu opresora.
Creo que desde principios de la década de los 90 hasta estos días una zona de mi alma jamás me ha dejado de doler. En ocasiones trato de recordar la ausencia del dolor y recibo la confusa información de que no existen registros de tal estado.
…Y me puse a comer fideos y a tomar agua mineral, y a hacer esos trotes de mierda que hacen todos los boludos del mundo, no corriendo como un negro keniata para escaparse de un león o cazar un venado, sino solamente para vivir un poco más. Y corrí, y leí libros y puse el cable y vi televisión sin parar y me dediqué durante todo un año a hacer las malditas imbecilidades en que consiste la vida. Por suerte, un par de años después, aquel plan se echó a perder y empecé a drogarme de nuevo. Nunca podré estar seguro de si esa suerte fue mala o buena.
Safe, una película escrita y dirigida por Todd Haynes, se estrenó originalmente en 1995. Verla ahora, es decir, quince años después, resulta medio profético, te mueve el piso. La cinta está ambientada en 1987 y es la historia de Carol (Julianne Moore en total dominio de su oficio), ama de casa de clase alta en el Valle de San Fernando, California. Carol es una de esas personas que, en teoría, “lo tienen todo”. No necesita trabajar, llena sus días haciendo gimnasia, recogiendo la ropa del dry cleaning, escogiendo muebles nuevos para la sala, haciéndose la permanente en la peluquería, tomando té y postre con sus amigas. Todo bien, todo mal. Está enferma, ha desarrollado una alergia crónica al siglo XX. Y esa enfermedad inexplicable para la ciencia la está matando.
El sudor de la civilización está ahogando a Carol, al principio, ella no lo nota, pero Haynes sí. El director de la monumental I’m Not There filma esa cotidianidad ochentera, bien planchada y decadente, como si fuese una película de terror. La banda sonora, que llenaría de orgullo al mismo Hitchcock, es una pieza de noise capaz de acorralarte y herirte. Los planos, largos y amplios, se van cerrando de a poco, que muestran lo necesario y esconden lo crucial, como preparándonos para una verdad que tal vez no podamos enfrentar ni manejar. De un día para el otro, Carol no tolera los gases que emiten los autos en la autopista, le falta el aire, se ahoga. La situación empeora en cada cuadro, el humo de los cigarrillos la derrota y el perfume que usan sus amigas la repele. En su momento de crisis, desde la cama de un hospital, ve un comercial en televisión: una especie de centro de rehabilitación para quien se sienta agobiado por el mundo en el que vive, un lugar en medio del desierto que no es ningún lugar en realidad. Carol, por supuesto, se interna. Allí dentro empieza la verdadera perturbación mental. Este sitio está administrado por una especie de secta (muy sonriente, como es costumbre) cuyo líder es autor de una serie de best-sellers de autoayuda. La teoría es que Carol es la enfermedad de Carol, la paciente no puede con el mundo que le tocó y se ha auto convencido de que está enferma para tener una excusa y escapar al exilio. Pero claro, como en una película de Polanski, todas las puertas están abiertas: quizás es un plan maquiavélico de la secta, quizás alguien quiere deshacerse de Carol, quizás es un caso no diagnosticado de depresión crónica, quizás Carol sí está enferma y sí está loca y se quedará para siempre atrapada en los síntomas que inventó para sí misma.
Imagino que todos los creadores, o por lo menos su gran mayoría, sienten en algún momento la necesidad (¿o será la obligación?) de hablar sobre su país, Safe, sin duda, es la cuota de Haynes a ese género-tendencia: el americana en todo su esplendor es el american esplendor que conduce al ocaso de los dioses. Carol pierde peso, color y actitud ante los reflejos del sueño americano. Cuando se interna, vive en una burbuja hecha de miedo y disfrazada de fe. Safe prevé el momento en que el mundo soñado, ágil, cómodo y eficaz, es simplemente demasiado.