Escribo sentado en el bus que me lleva desde Washington DC a NYC. Mi laptop descansa sobre mis piernas y su respiración me calienta los muslos. Estuve en DC apenas unos días, justo para la celebración de acción de gracias. Este día (que fue ayer), me dicen, es más importante que navidad o, por lo menos, acá se lo toman mucho más en serio. La gente desaparece, todos se van a sus casas, vuelven con sus familias. Ayer, DC era una ciudad desolada, perfecta para una película de zombis.
DC es un sitio peculiar que de tan bonito resulta extraño y sospechoso. Para empezar, tiene el tamaño del vaticano, es una ciudad (en rigor, un distrito) inventada, hecha a la medida y colocada entre los estados de Maryland y Virginia. Todo es perfecto, limpio, ordenado, diplomático. La gente anda de traje, tiene el pelo corto, las uñas limpias, y paga todo con tarjeta. Todo está donde debe estar. Todo funciona Hay una ordenanza que no permite construir edificios más altos que el Capitolio y esa uniformidad, esa aplicación tan precisa de la geometría, me dio la impresión de estar dentro de una maqueta construida en tamaño real.
Raro detenerse frente a la Casa Blanca en un momento como este. En la calle, los optimistas dicen que a Obama solo le queda trabajar, desde ya, en su campaña de reelección y apostarle todo a un próximo periodo que, después del reciente comeback republicano, va a tener que pelear con toda su artillería moral. Hace unas semanas, en Miami, vi una camiseta que tenía impreso el sello demócrata y debajo la frase So far, he sucks. Todo el asunto me deprimió. La presencia de Obama en la Casa Blanca tiene un significado simbólico que se ha ido evaporando sobre el fuego de la frustración económica. Pero hay esperanza. Quizás este sea ese momento de la película en que el protagonista tiene la cara pegada al suelo, justo antes de levantarse.
Las luces de la ciudad aparecen de a poco por las ventanas del bus. Gotta go. De vuelta al caos newyorquino, un lugar donde me siento seguro. El mundo real se parece más a un sucio vagón de subway que a las calles pulcras de DC.
DC es un sitio peculiar que de tan bonito resulta extraño y sospechoso. Para empezar, tiene el tamaño del vaticano, es una ciudad (en rigor, un distrito) inventada, hecha a la medida y colocada entre los estados de Maryland y Virginia. Todo es perfecto, limpio, ordenado, diplomático. La gente anda de traje, tiene el pelo corto, las uñas limpias, y paga todo con tarjeta. Todo está donde debe estar. Todo funciona Hay una ordenanza que no permite construir edificios más altos que el Capitolio y esa uniformidad, esa aplicación tan precisa de la geometría, me dio la impresión de estar dentro de una maqueta construida en tamaño real.
Raro detenerse frente a la Casa Blanca en un momento como este. En la calle, los optimistas dicen que a Obama solo le queda trabajar, desde ya, en su campaña de reelección y apostarle todo a un próximo periodo que, después del reciente comeback republicano, va a tener que pelear con toda su artillería moral. Hace unas semanas, en Miami, vi una camiseta que tenía impreso el sello demócrata y debajo la frase So far, he sucks. Todo el asunto me deprimió. La presencia de Obama en la Casa Blanca tiene un significado simbólico que se ha ido evaporando sobre el fuego de la frustración económica. Pero hay esperanza. Quizás este sea ese momento de la película en que el protagonista tiene la cara pegada al suelo, justo antes de levantarse.
Las luces de la ciudad aparecen de a poco por las ventanas del bus. Gotta go. De vuelta al caos newyorquino, un lugar donde me siento seguro. El mundo real se parece más a un sucio vagón de subway que a las calles pulcras de DC.
2 comentarios:
"Quizás este sea ese momento de la película en que el protagonista tiene la cara pegada al suelo, justo antes de levantarse."
EPICO!!!!!!!!
vamo'ahí
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