Los que pasamos de la niñez a la adolescencia pasando de los 80 a los 90 tuvimos, todos, alguna vez el mismo apellido: Vera. Quien niegue a Mis Adorables Entenados sería capaz de negar a su propia madre o, aún peor, a nuestra querida Lupita. Hasta que se me hizo y pude contar la historia (o parte de) de la mejor serie de comedia que ha tenido la televisión ecuatoriana. Gracias a mis editores en Mundo Diners por ponerla al aire.
Las siguientes fotos son de Omar Sotomayor.
La Familia Vera (una biografía)
Por Juan Fernando Andrade
Richard Barker no contesta llamadas de números desconocidos, sólo mensajes. Intercambiamos textos cortos que van al grano y fijamos una cita. Al día siguiente nos encontramos en una cafetería de Urdesa Central, en Guayaquil. Es un hombre grande, agarrado, tuco. Tiene la cabeza rasurada y lleva unas gafas oscuras que le cubren casi la mitad del rostro. Cuando se las quita, todavía se puede ver una cara familiar, parecida a la de Stacy Vera, el personaje de la serie Mis Adorables Entenados que lo hizo famoso hace veinte años. ¿La mejor comedia de la televisión ecuatoriana?, le pregunto. Sin querer ofender a nadie, diría que es la mejor comedia de todos los tiempos, me responde. Lo dice en serio. Sabe que exagera pero también sabe que no exagera tanto. Para varias generaciones de ecuatorianos, Los entenados son lo más cercano que tenemos a El Chavo del Ocho. Y esta es su historia.
En 1985, el grupo de teatro La Mueca salió de gira con su versión de Maestra Vida, la ópera salsa, escrita originalmente por Rubén Blades y producida por Willie Colón para el emblemático sello discográfico Fania Records. Esa gira pasó por Perú, Chile y Argentina con buenas críticas y un éxito moderado. El montaje fue dirigido por la argentina Tati Interllige y contó, entre el elenco, con los actores Oswaldo Segura, Richard Barker y los hermanos Héctor y Andrés Garzón. Cuando regresaron al Ecuador, las cosas no habían cambiado mucho, en realidad, no habían cambiado nada, la vida del actor seguía siendo una tragicomedia en la que toca seguirla, buscarla como sea. Mientras recogían ideas para una nueva obra, Segura, miembro fundador del grupo, fue contratado para estelarizar un comercial de Lotería Nacional. Su personaje era un chofer de buseta que, detenido bajo un semáforo, se daba cuenta de que había ganado treinta millones de sucres y salía corriendo y gritando “me la gané, por dios santo, me la gané”, mientras todo Guayaquil se unía a su euforia y llenaba como un desfile las calles del centro. El comercial salió al aire en 1986 y el eslogan se convirtió de inmediato en parte de la cultura popular. Esa propaganda había detonado algo en el pueblo y los integrantes de La Mueca lo sabían.
Oswaldo Segura baja de un taxi, tiene puesta ropa de gimnasia pegada al cuerpo. Me dice perdón, hermano, casi me olvido de la entrevista, y me hace pasar a su oficina en la casa contigua al Teatro del Ángel, en Urdesa, donde La Mueca actual sigue presentando sus obras. “El comercial fue muy premiado, tuvo un éxito rotundo. A partir de eso quisimos hacer algo con el tema de la lotería en nuestro país, porque entre más pobreza hay, más sueños existen. Y enfocamos la historia en una familia de clase media-baja-tirando-a-subterránea, como diría Felipe”. Al escucharlo decir esa frase insigne venida de Los entenados, una parte de mí se mueve, adentro, entre el pecho y la espalda. Fueron muchas las veces que, de niño, dije esa frase tratando de imitar a ese mismo Felipe, el personaje de Segura.
Me la gané por diosito santo, la obra de teatro, se estrenó en 1987. Primero fueron las funciones abarrotadas de público en el desaparecido teatro Candilejas que había en el Unicentro, luego, una serie de presentaciones en varias ciudades del país. Me la gané… fue el primer acercamiento del Ecuador a la familia más popular en la historia de la televisión nacional: los Vera. Basado en su propia historia, Segura propuso construir un hogar de hijastros, una casa atípica pero bastante conocida en una sociedad como la nuestra, donde la gente se acomoda como mejor puede, uno sobre el otro si hace falta. A partir de ahí, los actores empezaron a desarrollar personajes que, conscientemente o no, resultaron el retrato fiel del Ecuador que vive día a día, sin tiempo para preocuparse del mañana ni dinero que invertir en el futuro.
Héctor Garzón, que había abandonado la carrera de medicina para dedicarse al teatro a tiempo completo, se transformó en Rosendo, el eterno estudiante de medicina de la Universidad Central que jamás se graduará, ya sea porque no le alcanza para los libros, porque los profesores están en paro o porque no tuvo qué desayunar y se durmió sobre la hoja de examen. Andrés Garzón, el menor del elenco, se transformó en Pablo, el mayor de los Vera, el clásico hermano mal genio que fuma e intenta echarse la familia al hombro pero no puede mantener un trabajo por más de dos semanas. Richard Barker, apenas un adolescente salido del Cristo del Consuelo (un barrio ubicado al oeste de Guayaquil, clasificado como zona roja), se transformó en Stacy, el Vera rural que migra desde la Esmeraldas profunda a la gran ciudad y camina por la Avenida Nueve de Octubre con un sombrero de paja, botas de caucho y un machete en la mano. Oswaldo Segura, el más “blanquito”, se transformó en Felipe, el guayaco chiro tirado a guayaco aniñado que tiene amigos de la high, novia de la high, pero no tiene en qué caerse muerto y hace todo lo humanamente posible para evitar ser visto en público junto a su familia. Los cuatro hermanos tienen, cada uno, su propia madre, pero comparten el ADN de Ángel Vera, un chofer de buseta que brilla por su ausencia en el hogar y se los ha encargado a Lupe, su esposa (por lo civil y por lo eclesiástico, ojo), una ama de casa abnegada que no es la madre de ninguno pero, claro, es la madre de todos.
La obra estuvo en cartelera más de un año y el éxito de los Vera llegó a oídos de Xavier Alvarado Roca, uno de los fundadores de la cadena nacional de televisión Ecuavisa, quien decidió ir al teatro y averiguar por sí mismo a qué se debía tanto alboroto. Una sola función bastó para convertir al ejecutivo en un hombre de fe. Alvarado Roca le propuso a la directora Tati Interllige grabar la obra y transmitirla como un especial del canal. La respuesta de Interllige fue categórica: especial no, serie sí.
En un principio, Ecuavisa quiso conservar a Segura en el papel de Felipe pero reemplazar al resto del elenco por lo que podríamos llamar “rostros más aptos para la pantalla chica”. Héctor Garzón me lo cuenta antes de entrar a un ensayo de La gata sobre el tejado caliente, la adaptación del clásico de Tennessee Williams que se presentó en Guayaquil y Quito a finales del año pasado. Tiene el pelo largo y un bigote que baja por ambos lados, no se parece mucho al Rosendo que anunciaba su llegada a casa diciendo “llegó la alegría del hogar”, pero la sonrisa lo delata, el mismo gesto ingenuo y bondadoso del Vera que nunca pudo ser doctor. “Primero sacaron a la Lupita del teatro (Cecilia Caicedo) porque su edad no daba para representar a la madrastra de los entenados. Por suerte, Tati y Oswaldo se mantuvieron firmes en su posición de mantener al resto de los actores originales para que la serie pudiera caminar. Entonces entramos los cholos a la televisión. Eso marcó un momento: antes de los cholos y después de los cholos”. Mientras el grupo La Mueca ensayaba a doble jornada para su debut televisivo, Ecuavisa hacía un casting para buscar a la nueva Lupita. Una de las convocadas fue Amparo Guillén, que por entonces era una actriz a medio tiempo y había trabajado en Por amor propio, la primera telenovela producida en Guayaquil, a principios de los ochenta.
Nos sentamos en la tercera fila de asientos del Teatro del Ángel. Amparo tiene los ojos bien abiertos, llenos de esperanza, y la sonrisa de una niña tímida pero tremenda que acaba de cometer una travesura. Inspira ternura y dan ganas de abrazarla. “Yo estaba trabajando en la Comisión de Tránsito cuando me llamaron y me dijeron tú vas a ser Lupita, la mamá. Pensé que se trataba de una broma porque hice el casting sin haber visto nunca la obra. Entonces mi vida cambió totalmente, de un día para el otro. Era una locura, el programa se pasaba los sábados a las nueve de la noche y nadie te iba a una fiesta o a una discoteca, primero te veían Entenados y luego se iban. Rompimos con los ratings, con todos los esquemas. Nunca necesitamos una mala palabra, cosas de doble sentido, ni peladitas con los senotes y las nalgotototas. Éramos una familia, éramos pueblo y la gente se identificó con nosotros.”
El primer capítulo se transmitió en marzo de 1989 y el nombre escogido para la serie fue Mis Adorables Entenados, una parodia de Mis adorables sobrinos, título con el que se emitió en Latinoamérica el programa Family Affair, una comedia de los sesentas producida por la cadena CBS de Estados Unidos. Una semana después del estreno, el grupo La Mueca (Amparo Guillén incluida) estaba en Huaquillas, presentando la obra original en la frontera con Perú. Llegaron pasado el medio día embarcados en una furgoneta, dieron una vuelta de reconocimiento por el lugar donde se presentarían y buscaron un sitio para almorzar. Esperaban la sopa cuando el interior del comedor se oscureció de repente, como si el sol hubiese decidido caer de improviso. Levantaron sus cabezas en un movimiento coreográfico y vieron a la gente que los miraba. Se hizo un silencio seguido de risas nerviosas y sudor. Hasta que alguien se atrevió, dio el primer paso y se acercó a “Felipe” con un papel y una pluma en la mano. ¿Me da su autógrafo? Segura miró a sus compañeros, levantó los hombros y puso su firma en el papel. Fue como aplastar un botón. En ese momento las personas que esperaban oprimidas bajo el umbral de la puerta inundaron el comedor y los rodearon. Era oficial, el Ecuador se había enamorado de la familia Vera a primera vista.
“Nadie se esperaba el fenómeno entenados”, me dice Jorge Toledo en su oficina, dentro de las instalaciones de Gama TV en el puerto principal, él trabajó en la serie primero como asistente de producción, luego como guionista y, casi diez años más tarde, fue uno de los creadores de otro fenómeno televisivo: Ni en vivo ni en directo. “El tener tantos personajes viviendo en una casa refleja al Ecuador como es, variado, geográfico, universal. En ese tiempo la producción nacional era escasa, para estar en televisión necesitabas ser primo de alguien, tener una palanca o ser coloradito y guapito, pero eso no representaba realmente lo que es nuestra identidad. De repente salen estos chicos que sí nos representan, eso tiene mérito. La serie hizo que los canales empezaran a confiar en el talento nacional, a partir de ellos hay un auge en la televisión de nuestro país. Mis adorables… cumplió con todo, fue una historia perfecta, un grupo de actores perfecto, un planteamiento perfecto y un momento histórico perfecto.” Toledo también estuvo en varias presentaciones realizadas en provincias. “Con todas las diferencias del caso, lo puedo comparar con los conciertos que tu ves de Michael Jackson. La gente corría detrás del carro para tocar a los actores, gritaban sus nombres, cada vez que Oswaldo aparecía en algún lugar las muchachas gritaban. Fíjate que Ni en vivo… tuvo muchísimo éxito, pero no había ese apasionamiento por los actores. La gente corría como si fueran detrás del Papa.”
Andrés Garzón, que por entonces tenía veinte años y hacia el papel de un hombre de treinta y cinco, recuerda entre risas detalles de la entenados-manía, luce mucho más tranquilo y amable que la imagen que guardo de Pablo, su personaje. “Una vez, en Esmeraldas, tuvimos que pedir refuerzos policiales para poder salir del estadio donde nos presentamos. Te pellizcaban, te jalaban el pelo, querían quedarse con algo tuyo, lo que fuera. Esa efervescencia se repetía de ciudad en ciudad. Pero logramos decir tranquilos, esto es parte del trabajo, nada más. El éxito no nos mareó, sólo nos hizo ver que había posibilidades dentro del medio y que había que arriesgarse y hacerlas.” Por su parte, Oswaldo Segura dice que lo que los salvó del precio de la fama fue su formación sobre las tablas. “El actor de teatro es una persona consciente de la realidad del país. Tiene que luchar, sudar, esforzarse. Si te llega la fama te llega y si no te llega no te llega, el que no esté acostumbrado a eso es un modelo de pasarela. Pensábamos que la obra sería una más, pero Mis adorables… descolló. Hubo excesos, tampoco somos santos, ojo, la gente por ahí se desbandó”. Amparo Guillén define los días de vino y rosas con serenidad, me parece escuchar un poco de arrepentimiento, acaso también algo de vergüenza, pero no me consta. “La verdad es que nos encantaba el trago. Yo nunca he cogido droga, pero por lo menos a Oswaldo, Richard y la que te habla nos encantaba beber. Nunca lo hicimos en el set, siempre fue después de trabajar. Íbamos a la Cali Salsoteca, a la fiesta que hubiera o nos reuníamos y nos tomábamos un alguito. En la disco nos trataban con mucho cariño, no éramos aniñados, éramos de arrocito con pollo, todavía somos así.” Pero no todos salieron ilesos.
Richard Barker habla de su pasado en voz alta, como si en cada capítulo tuviese que volver a repetirse las lecciones que aprendió a la fuerza. “Yo tenía que madrugar y trabajar para mantener a mis ocho hermanos y pagarme los estudios. Ayudaba a descargar los camiones de fruta, después pelaba los productos, salía a vender por la tarde y en los ratos libres recogía juguetes de la basura.” Barker hace una pausa y mira los autos que transitan la Víctor Emilio Estrada, no muy lejos de las lunas oscuras de sus gafas. “Fue muy duro salir del Cristo del Consuelo. Fui cangrejero, recogía cangrejo, jaibas, camarones. Fui albañil. Fui asistente de albañil. Cuando entré en los Entenados yo trabajaba en pintura y enderezada de carros, en la Portete y la Trece.” Antes de continuar bebe un sorbo del expreso doble que tiene en frente. “Salir en televisión fue una locura, como un sueño. Al segundo capítulo me alquilé un departamento aquí en Urdesa, Bálsamos y Ficus” Viniendo de donde viene, su mudanza puede considerarse un viaje intergaláctico. “Me compré una moto, me compré un auto, no sabes lo que fue, mi familia creía que yo era su banco. Yo nunca había visto luces como las de la discoteca: ahí encuentras alcohol y drogas. Muchos del grupo tenían problemas con X o Y sustancia, pero en realidad el que se enganchó fui yo. Al principio fue manejable, después insoportable. Una vez les entré a robo, llegué de madrugada, quería consumir, rompí la puerta del teatro y me les llevé la grabadora. Me les llevé todo. Pasaron quince días y me dijeron Richard, si vas a seguir así es mejor que te vayas. Dije me largo y me fui con los paquetes en alto. Me fui a fumar.”
La serie tuvo tres temporadas en Ecuavisa, un total de treinta y seis gloriosos capítulos entre 1989 y 1991, y hasta una presentación exprés en el teatro Natives de Queens, Nueva York. “Al irse Richard, la familia se desmembró y quedó el vacío. Yo sé que nadie es imprescindible, pero en esa época sí éramos todos irremplazables.”, me dice Amparo Guillén, y su voz viene cargada de nostalgia, ese tipo de pena que puede mostrarse en sociedad. El grupo La Mueca trató de prolongar la vida de la serie en otros canales, a ratos con diferentes actores, nuevos personajes e incluso ensayando una desafortunada variación en la historia: Mis Adorables Entenados, pero con billete. Los esfuerzos fueron inútiles, ninguna de las propuestas se acercó si quiera a la maravilla original que devino de aquel comercial de lotería.
Veinte años después del primer capítulo de la serie, los miembros de la familia Vera andan cada cual por su lado. Segura sigue montando obras en el Teatro del Ángel y es uno de los conductores de Vamos Con Todo, algo así como el germen de la prensa rosa en Ecuador. Los hermanos Héctor y Andrés Garzón actúan tanto en teatro como en televisión, y prácticamente no hay serie que se produzca en el país sin que uno de ellos aparezca en el reparto. Richard Barker, que en su momento dejó el colegio para dedicarse a la actuación, se graduó de bachiller en 2007 y ahora estudia Marketing en una universidad privada: lleva sobrio más de diez años. Y Amparo Guillén, después de una larga y ardua lucha con el alcohol, dejó de beber y maneja una fundación que lleva su nombre y ayuda a pacientes con problemas de adicción.
Ecuavisa y los creadores de la serie nunca han llegado a un acuerdo económico que permita transmitir los capítulos clásicos, que aguardan congelados en cintas archivadas sobre una repisa. Hoy por hoy, lo único que se puede ver de la serie más famosa de la televisión nacional son un par de episodios en YouTube y en baja resolución. A este paso, las nuevas generaciones oirán hablar de la familia Vera como si se tratara de una civilización ancestral que dominó al mundo y luego se perdió entre el sonido y la furia. Sabrán que la gente los veía y pensaba: si ellos pueden, nosotros también. Sabrán que en ese hogar de dos habitaciones, una para Lupita y otra para los cuatro hermanos, vivimos millones de ecuatorianos. Sabrán que fueron los Vera los que miraron para adentro y nos mostraron con orgullo una parte del Ecuador que antes nos daba vergüenza. Y nos hicieron reír. Dios, cómo nos reíamos.
(Mundo Diners 345, febrero-2011)