Cuando llegué a Quito, en 1999, se celebraba el centenario de Borges con una serie de actos sin duda menores pero significativos. Recuerdo, en particular, dos.
Primero, ir a la Casa de la Cultura acompañado de mi familia en pleno (supongo que habían viajado conmigo para ayudarme a instalarme) a ver una entrevista que Borges había grabado para la televisión, quizás la que le dio a Soler Serrano en 1980, esa en la que dice “tengo apenas 80 años” y, refiriéndose con una aplicación borgeana de la vanidad al Premio Cervantes que acababa de obtener, “yo no merezco este premio ni ningún otro, pero me alegra saber que he sido leído por quienes dominan la lengua castellana”.
Segundo, ir al Café Libro que por esos días era muy pequeño y estaba en la Diego de Almagro, pedir alguna bebida que no me gustó para parecer mayor y sentarme a escuchar a Pedro Saad hablar de la única visita de Borges al Ecuador. Intuyo que fue el poder de una imagen en particular la que me hace comprimir esa charla casi a un sola anécdota, “Borges, que ya estaba ciego”, dijo Saad mencionando esa famosa niebla amarilla que acompañó al escritor argentino hasta el final de sus días en Suiza, “se dirigía al parlante desde donde le llegaban las preguntas para dar sus respuestas”.
Para mí Borges era un ejemplo, una señal. Más que un escritor propiamente dicho, era la prueba de que se podía ser escritor, de que se podía amar y vivir la literatura al mismo tiempo. Borges no era político ni tenía por encima o por debajo de su obra una agenda social (esto se lo reclamaron tanto y fue quizás la causa por la que jamás le dieron el Nobel). Borges era escritor y aunque eso al parecer no fue suficiente para muchos de sus colegas, lo fue para él y, a la larga, resultó mucho más escritor que la mayoría.
Meses antes de empezar mi vida quiteña había estado en Boston estudiando inglés. Al principio, cuando no tenía amigos, quemaba las horas libres caminando y encontrando parques para sentarme a leer, justamente, cuentos de Borges. “El hecho ocurrió en el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí” Recuerdo estas líneas en particular, que son el comienzo de esa maravilla llamada El otro y abren El libro de arena. Recuerdo haber pensando que nada de lo que me estaba pasando era coincidencia, que estaba en Boston por algo, que había elegido un lugar al azar pero que esa elección nada tenía que ver con el azar.
Borges me ayudó a atravesar esa soledad que viene con el oficio y que, al principio, es tan dura como una roca que te cae en la cabeza. Nunca entendí Tlön, Uqbar, Orbis Tertius pero en la universidad decía que era uno de mis cuentos favoritos, y lo creía. Me tomó mucho, quizá años enteros, entender el final de La muerte y la brújula pero lo releía sin parar, casi seguro de que más allá del desenlace, en ese cuento había una clave, un secreto milenario, acaso una fórmula para escribir.
Borges prefirió la literatura a la vida y cayó en cuenta de su error ya tarde, al descubrir esa versión del amor que fue María Kodama. Sin embargo escribió y vivió como ningún otro. Hoy, a 25 años de su muerte, su vida es una fiesta.
6 comentarios:
..si no recuerdo mal, hace años en gamavisión pasaron esta entrevista de Borges y todo un ciclo de entrevista a escritores hechas por Soler Serrano...JFA hace años leo este blog...primera vez hago un comentario...felicitaciones y adelante.
Gran anécdota, no la conocía! Salud por Borges, desde el jardín de los senderos que se bifurcan!
nunca habia escuchado sobre Borges menos leido algo suyo pero como tus recomendaciones me han sido buenasvos a buscar algo para empezar
Juan Fernando:
Leer tus recuerdos de Borges me ha permitido reconciliar un antiguo como inútil y absurdo resentimiento familiar con la literatura latinoamericana.
No viene al caso explayarme en detalles sobre lo anterior. Rescato, sin embargo, la dimensión de Borges en cuanto escritor sin agenda política por debajo. Un escritor que disfruta, que vive de ser escritor, que no medra de otros intereses.
Un escritor metido a político se me vuelve dudoso, y la duda, desde los tiempos del jardín del Edén, es arma de doble filo.
Un abrazo,
Pablo
personal,
como decía Bolaño, a Borges hay q volver siempre... gracias x seguir pasando x aquí!
saludes
y volveremos otra vez...
Publicar un comentario