Sólo hay una vida: Reseña de Pescador.
“Inspirar” es un verbo extraño, particular. Es un verbo del que hay que huir cuando se trata de Arjona o de otras formas de poesía barata. Es un verbo que utiliza gente que asume a la creación como un acto divino, y así se disminuye el proceso y se lo convierte en algo que existe porque “las musas lo prodigan: se niega el compromiso y el esfuerzo. En el diccionario hay muchas acepciones de la palabra, entre ellas una ligada a la fisiología de la respiración y otro a la sugerencia de temas o ideas para crear obras. “Pescador”, de Sebastián Cordero, carga con una pequeña frase bajo su título: “inspirada en hechos reales”. No dice “basada”. No. Se escapa de ese recurso barato de mercadeo, y nos muestra cine. No deja de ser creación, ficción, y al mismo tiempo nos lanza la bomba de que actos inauditos, como los que generan el conflicto de la película, son posibles en una país sudamericano como Ecuador.
Pero eso no es lo que importa. Lo que realmente interesa es la confección de ese universo que resulta incompleto para Blanquito, el personaje principal. Un pescador de los que ya no quiere pescar, de los que recibe oportunidades porque la gente que lo conoce solo puede ayudarlo. Blanquito quiere algo más y está decidido. Es valiente, afronta la cosas, es claro, directo, práctico. 1 + 1 = 2. Y nada más. Blanquito tiene el corazón roto y no soporta que una vez más alguien lo desprecie. No está en lo suyo. Quiere ir a Guayaquil a encarar a su padre biológico que no lo ha reconocido, y quiere abrir un negocio que lo saque de El Matal, puerto pesquero donde vive. Quiere labrarse su camino y reconoce la manera en los ladrillos de clorhidrato de cocaína que llegan a la costa, en cajas. Blanquito no puede más y decide irse.
“Pescador” apela a esa sensación tan primaria y necesaria como la de cambiar nuestras condiciones y vidas. El deseo humano por excelencia, pero lo hace apelando a un guión escrito por Cordero y Juan Fernando Andrade que construye situaciones en las que Blanquito aparece, de golpe, sin quererlo, y ante las que debe revelarse como lo que es en realidad: el tipo con coraje y sin malicia, obligado a enfrentar eso que desconoce con la misma practicidad del pescador. Levantarse temprano, ir a la costa y pescar.
Es en la simpleza de Blanquito que encontramos la fortaleza de una road movie en la que su personaje principal no cambia, precisamente. Blanquito entiende y brilla por eso. Sigue siendo el mismo, pero en otro contexto. Esa es la belleza de una buena película en la que tenemos un director que es capaz de darle forma a una historia y huye de ese metódico error al que está sometido el cine ecuatoriano: querer decir algo por encima de contar algo.
Sebastián Cordero dice mucho sobre la condición humana en “Pescador”, pero la historia es lo importante. No hay discurso por encima de la narración. No es mérito: Cordero hace cine como se hace en todo sitio.
No explica nada. No define nada. Solo se inspira y crea algo.
Así, Blanquito busca derroteros, conoce gente. Se engancha con Lorna, la colombiana (un personaje interpretado por María Cecilia Sánchez, que de ninguna manera es caricatura y que es capaz de sostener un conflicto tan contundente que nos ayuda a comprender sus acciones). Con ella viaja no solo para conocer al padre, sino para vender los ladrillos de droga que tiene en su poder y de los que sabe podrá sacar mucho dinero. El arranque, así, está dado.
El éxito del guión de “Pescador” está en comprender que el personaje central reacciona a las avatares que hay a su alrededor, sin ser parte de ellos. Blanquito se está dejando de llevar por la aventura de “alta mar” y en esa inocencia políticamente incorrecta no podemos hacer más que estar de su lado (aceptas la belleza del personaje con todo y sus errores. Cuando Lorna le dice que van a ir mitad y mitad con la venta de la droga, él reclama: “Pero si soy el hombre”).
La fuerza de “Pescador” está en Blanquito, interpretado con maestría por Andrés Crespo. Crespo va de a poco, con diálogos cortos y precisos, silencios, gestos que esconden montañas, y frases que dice entre dientes. Sostiene sobre él todo un peso del viaje y es a través de sus emociones que vamos a reconocer el verdadero sentido dramático del filme: “Pescador” es sobre crecer. Y Blanquito es la prueba.
Sin duda es lo mejor de la película. Y prefiero ahorrar elogios en el trabajo de Crespo porque quienes vean el filme lo podrán descubrir. Atención a la escena en la que tanto Blanquito como Fabricio (el chofer de la aventura, interpretado por Carlos Valencia) caminan juntos y hablan de sus vidas; en ella se vuelven una suerte de equipo con un par de frases y ya. Hacer cine es conseguir en menos de un minuto toda la densidad de dos seres que han sido golpeados y que sonríen.
Cordero, en ese sentido, lo que hace es celebrar el viaje, la transformación y hasta los golpes. La vida cambia una vez que la droga llega a la costa y con el uso de una cámara rápida y un blur que le da cierto carácter de sueño a la imagen en movimiento (un recurso que repite en varios momentos de la película). ¿Por qué? Porque estamos ante la maravilla de la vida y Blanquito, cuando está listo, con su cachina (ropa) nueva y dispuesto a la rumba, le dice a Lorna que solo hay una vida y que esa es la que hay que vivir como lo que es. Claro, se lo dice con menos palabras y con la contundencia de alguien que sabe lo que está diciendo. “Pescador” es el festejo de Blanquito. Y sí, quizás muchos no acepten el final que Cordero le da a su filme (pude escuchar a la salida de la función mucha gente descontenta con esto), pero a veces las historias que importan no son las que agotan su anécdota, sino las que cumplen su camino.
No deje de ir al cine, por favor.
5 comentarios:
una película del carajo. Nunca te desconectas. Arriba pescao!
"¿y a qué vas a guayaquil?... ¿a parquear carros?..." buen guión
Ya vi la película y es, sin duda, un resbalón en la cinematografía de Cordero, y es por culpa del guión que tiene, al menos, los siguientes errores:
1.- Es costumbrista en la parte del pueblito de pescadores y de cliché en la presentación de Guayaquil (el puerto pricipal, simpre mostrado igual) y Quito (siempre colonial).
2.- No hay construcción de los personajes: el pescador se enamora de la colombiana... parece, pero no se vé cómo ni por qué, los otros dos personajes principales: el chofer y el hombre rico estan desdibujados, nada se sabe de sus motivos para actuar.
3.- El peor error: Se supone que es un thriller, pero el personaje protagónico, el pescador, no tiene antagonista, no hay oponente sino una serie de torpes ayudantes: la colombiana, el rico, el chofer... Y sin oponente, no hay contradicción de intereses, no hay intriga y pierde toda intensidad, por eso, en la película, aunque pasan bastantes cosas incoherentes (el cliché de búsqueda del padre, prostíbulos, viaje), no pasa nada narrativamente y se vuelve aburrida.
Esos errores de guión anulan una actuación valiosa en la chica y en el pescador (como actor, Aguirre sigue siendo el mejór pintor de su generación).
Como dice un lugar común: se puede hacer una buena película hasta sin guión, pero no con un mal guión.
José Gallegos
personal,
gracias x hacerse amigos d Blanquito y compañía, según los periódicos nuestro pescador está cayéndole bien a mucha gente, sumando cómplices.
JG,
gracias x ir al cine y darnos el beneficio d la duda. q bueno sería q a uno le devolvieran el dinero si no le gustó la peli, cierto? x lo menos yo ya tendría lo suficiente para financiar otra!
saludes
De acuerdo con Raúl Farias, y añadiría que no es un mérito la idea del Ecuador según Pescador: "Si eres costeño de un pueblo pobre y abandonado como El Matal, para aspirar a terminar comprando ropa en el Ipiales, al sur de Quito dedícate a vender droga..."
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