El sólo hecho de que una
película francesa (su título original es Il y a longtemps que je t’aime) comparta cartelera este fin de semana con Hombres de negro 3 y Espejito, espejito, es razón suficiente
para ir a verla. Su nacionalidad no la hace automáticamente buena o mejor que
las demás, pero sí la convierte en una salida de emergencia para los que andan
buscando un lugar dónde vivir en las afueras de Hollywood. Una vida distinta en
un lugar distinto, eso buscamos algunos.
La gran y extrañamente bella
–al verla da la sensación de que se guarda cosas y es en ese misterio, en ese
no decir casi nada, donde está su encanto– actriz británica Kristin Scott
Thomas, inolvidable como la tía Mimi de John Lennon en la perfectamente
olvidable Nowhere Boy, despacha en
esta película uno de sus mejores papeles. Se trata de una mujer que, luego de
quince años en prisión por un crimen que se sospecha desde la mitad y se
confirma al final de la cinta, trata de reintegrarse a la sociedad, a París, de
la mano de su hermana y la familia que ésta trae sobre los hombros. Juliette
Fontaine (Scott Thomas) ha salido de la prisión física, pero aún no sale –o no
se libra– de los recuerdos que la encarcelan. Cada vez que se propone hacer las
cosas más sencillas, comprar algo en la tienda o aceptarle una cerveza a un
desconocido, se encuentra con barrotes mentales, con desvíos emocionales que la
conducen siempre en la misma dirección: el crimen, el lugar, el día, el
instante en que ocurrió el crimen. La frágil Juliette y su cara de estar en
otro sitio, pensando en otra cosa y con ganas de llorar, vuelven sobre todo a la víctima de ese crimen. No puede
funcionar afuera porque algo anda mal adentro, entre su cabeza y sus pies, una
idea que parece estar tallada en las paredes de su cerebro: hice algo terrible,
algo necesario que por necesario no deja de ser terrible, y una persona como yo
no debería andar por ahí como el resto, dándole de comer a las palomas y sentándose
en las bancas de los parques.
En Hace mucho que te quiero el cariño trata de vencer a la culpa y esa
pelea es dura, durísima. Cuando uno –o sea Juliette– deja de sentir que merece el cariño de los
demás es poco lo que puede sentir por ellos o por uno mismo. Es entonces cuando
una persona toma la decisión consciente de quedarse definitivamente sola. Kristin
Scott Thomas logra abstraerse del mundo con ese semblante de pena infinita que,
cuando se descuida y nos regala una sonrisa, enciende la pantalla por completo.
Quisiéramos verla sonreír más menudo. Quisiéramos tantas cosas.
(El Diario, 27/05/12)
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